SOBRE LA PARTICIPACIÓN EN POLÍTICA
Autorizadas
instrucciones a los católicos *
1. Sostener la tesis católica en España y con
ella el restablecimiento de la Unidad Católica, y luchar contra todos los
errores condenados por la Santa Sede, especialmente los comprendidos en el
Syllabus, y las libertades de perdición, hijas del llamado derecho nuevo o
liberalismo, cuya aplicación al gobierno de nuestra patria es ocasión de tantos
males. Esta lucha debe efectuarse dentro de la legalidad constituida,
esgrimiendo cuantas armas lícitas pone la misma en nuestras manos.
2. No acusar a nadie como no católico o menos
católico por el solo hecho de militar en partidos políticos llamados o no
llamados liberales, si bien este nombre repugna justamente a muchos, y mejor
sería no emplearlo. Combatir «sistemáticamente » a hombres y partidos por el
solo hecho de llamarse liberales, no sería justo ni oportuno; combátanse los
actos y las doctrinas reprobables, cuando se producen, sea cual fuere el
partido a que estén afiliados los que ponen tales actos o sostienen tales
doctrinas.
3. Lo bueno y lo honesto que hagan, digan y
sostengan los afiliados a cualquier partido y las personas que ejerzan
autoridad puede y debe ser aprobado y apoyado por todos los que se precian de
buenos católicos y buenos ciudadanos, no solamente en privado, sino en las
Cortes, en las Diputaciones, en los Municipios y en todo el orden social. La
abstención y oposición a priori están reñidas con el amor que debemos a la
Religión y a la Patria.
4. En todos los casos prácticos en que el
bien común lo exija, conviene sacrificar en aras de la Religión y de la Patria
las opiniones privadas y las divisiones de partido, salvo la existencia de los
mismos partidos, cuya disolución a nadie se le puede exigir.
5. No exigir de nadie como obligación de
conciencia la afiliación a un partido político determinado con exclusión de
otro, ni pretender que nadie renuncie a sus aficiones políticas honestas como
deber ineludible; pues en el campo meramente político puede lícitamente haber
diferentes pareceres, tanto respecto del origen inmediato del poder público
civil, como del ejercicio del mismo y de las diferentes formas externas de que
se revista.
6. No sería justo ser de tal manera
inexorables por los menores deslices políticos de los hombres afiliados a los
partidos llamados liberales que por tendencia y por actitud política sean
ordinariamente más respetuosos con la Iglesia que la generalidad de los hombres
políticos de otros partidos, que se creyera obra buena atacarles
sistemáticamente, presentándoles como a los peores enemigos de la Religión y de
la Patria, como a «imitadores de Lucifer», etc., pues semejantes calificativos
convienen al «liberalismo doctrinario» y a sus hombres en cuanto sean
sostenedores contumaces y habituales de errores y doctrinas contrarios a los
derechos de Dios y de la Iglesia, abusando del nombre de católicos en sus
mismas aberraciones, y no a los que quieren ser verdaderos católicos, por más
que en las esferas del Gobierno o en su acción política falten en algún caso
práctico, por ignorancia o por debilidad, a lo que deben a su Religión o a su
Patria.
Combátanse con prudencia y discreción estos deslices, nótense estas
debilidades que tantos males suelen causar; pero en todo lo bueno y honesto que
hagan déseles apoyo y oportuna cooperación, exigiendo a su vez por ella cuantos
bienes se puedan hic et nunc alcanzar en beneficio de la Religión y de la
Patria.
7. Estar siempre prontos para unirse con
todos los buenos, sea cual fuera su filiación política, en todos los casos
prácticos que los intereses de la Religión y de la Patria exijan una acción
común. Esta unión no es unión de fe y de doctrina, pues en tales cosas todo
católico debe estar unido con los demás católicos, y todos ellos sujetos y
obedientes a la Iglesia y a sus enseñanzas; esta unión, por su naturaleza, no
es una asociación católica, ni una cofradía, ni una academia, es una «acción
práctica» no constante y permanente o per modum habiíus, sino de circunstancias
y necesidades o per modum actus.
8. En los casos prácticos, o con esta unión
per modum actus o sin ella, todos debemos cooperar al bien común y a la defensa
de la Religión; «en las elecciones, apoyando no solamente nuestros candidatos
siempre que sea posible vistas las condiciones del tiempo, región y
circunstancias, sino aun a todos demás que se presenten con garantías para la
Religión y la Patria», teniendo siempre a la vista el que salgan elegidas el
mayor número posible de personas dignas, donde se pueda, sea cual fuere su
procedencia, combinando generosamente nuestras fuerzas con las de otros
partidos y de toda suerte de personas para este nobilísimo fin.
«Donde esto no
es posible, nos uniremos con prudente gradación con todos los que voten por los
menos indignos», exigiéndoles las mayores garantías posibles para promover el
bien y evitar el mal.
9. Abstenernos no conviene, ni es cosa
laudable, y, salvo tal vez algún rarísimo caso de esfuerzos totalmente
inútiles, se traduce por sus fatales efectos en una casi traición a la Religión
y a la Patria. Este mismo sistema seguiremos en las Cortes, en las Diputaciones
y en los Municipios en los demás actos de la vida pública. «Nuestra política
será de penetración, de saneamiento», «de sumar voluntades, no de restar y
mermar fuerzas», «vengan de donde vinieren». Cuando las circunstancias nos
lleven a votar por candidatos menos dignos, o entre indignos por los menos
indignos, o por enmiendas que disminuyan el efecto de las leyes, cuya exclusión
no podemos lograr ni esperar, una leal y prudente explicación de nuestro voto
justificará nuestra intervención.
En las cosas dudosas que directa o
indirectamente se refieren a asuntos religiosos, consultaremos nuestras dudas
con los Prelados.
9. Sobre la censura de nuestros periódicos obedeceremos
fielmente a cuanto prescribe la Encíclica Pascendi, «y si algún conflicto
ocurriese, evitaremos toda publicidad y buscaremos el consuelo y remedio
apelando únicamente a las autoridades eclesiásticas».
10. Nuestros ardientes votos son que en el
gobierno del Estado renazcan las grandes instituciones de la tradicional
Monarquía española, que tanta gloria dió a la Religión y a la Patria, y
trabajaremos para la ascensión progresiva de nuestras leyes y modos de gobierno
hacia aquel grandioso ideal; «pero no dejaremos de aprovechar todo lo bueno y
honesto de nuestras costumbres y legislaciones, para mejorar la condición
católica y social de nuestros gobernantes», «recordando que esperar lo mejor
sin aprovechar lo bueno es matar en su raíz toda esperanza del mismo ideal a
que aspiramos».
11. En cuanto a la defensa de la Religión y
de los intereses religiosos, «en lo referente a la sumisión a los Poderes
constituidos» y a la obediencia y sumisión incondicional a nuestras Prelados,
queremos en todo atenernos a las enseñanzas de la Santa Sede, principalmente de
Pío IX, León XIII y Pío X, y a las disposiciones del glorioso Episcopado
español.
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*INSTRUCCIONES dadas en Roma a los directores
del partido integrista. Publicadas en el Boletín oficial del obispado de
Salamanca el 1 de marzo de 1909, pp. 88 y ss.
«El manual más soberano y completo de los
deberes de los católicos en nuestros días»