¿Qué dice santo Tomás de Aquino sobre la inmigración?
Por INFOVATICANA | 23 septiembre, 2018
Hoy les proponemos, debido a su interés, un artículo
aparecido en Círculo beato Pío IX, en el que se medita sobre el complejo asunto
de la inmigración a la luz de santo Tomás de Aquino.
(Círculo beato Pío IX)- En el debate sobre la
inmigración, suele asumirse automáticamente que la posición de la Iglesia es de
caridad incondicional hacia quienes entran en la nación, legal o ilegalmente.
¿Es realmente así? ¿Qué dicen sobre ello los doctores y teólogos? Y sobretodo,
¿qué dice el mayor de los doctores, Santo Tomás de Aquino? Su opinión podrá
ayudarnos a entender mejor los asuntos candentes que sacuden a varias naciones
y difuminan sus fronteras.
El problema de la inmigración no es nuevo. Ya en el
siglo XIII, Santo Tomás de Aquino trató de él en su célebre Suma Teológica
(Ia.-IIae., q. 105, a. 3). Inspirándose en la doctrina de la Sagrada Escritura
para el pueblo judío, el Doctor Angélico establece claramente los límites de la
hospitalidad debida a los extranjeros. Tal vez podamos también nosotros
aprender algunas lecciones de ello.
Santo Tomás de Aquino escribe: “Las personas pueden
tener dos tipos de relaciones con los extranjeros: de paz y de hostilidad. Y en
ambos casos son muy razonables los preceptos de la ley”.
Santo Tomás afirma, por tanto, que los inmigrantes no
son todos iguales, y que las relaciones con los extranjeros tampoco lo son:
existen relaciones que son pacíficas y otras que son bélicas. Cada nación tiene
el derecho de decidir qué tipo de inmigración puede considerarse pacífica y,
por lo tanto, beneficiosa para el bien común, y qué tipo de inmigración es, por
el contrario, hostil y por tanto peligrosa. Un Estado puede rechazar, como medida
de legítima defensa, a elementos que considere perjudiciales al bien común de
la nación.
Un segundo punto se refiere a las leyes, sean divinas
o humanas. Un Estado tiene el derecho de aplicar sus leyes si son justas.
El Doctor Angélico pasa después a analizar la
inmigración “pacífica“.
Dice: “En tiempos de paz, los judíos tenían tres
oportunidades de relacionarse con los extranjeros. En primer lugar, cuando
estos pasaban por su país en tránsito a otro. También cuando venían de otro
país para establecerse en Israel como forasteros. En ambos casos, los preceptos
legales tienen un carácter misericordioso, pues se dice en Éxodo 22: ’No
contristarás al extranjero’, y en el 23: ’no serás molesto con el peregrino’”.
En este pasaje, Santo Tomás reconoce que puede haber
extranjeros que deseen visitar un país de manera pacífica y benéfica, o vivir
en él por un tiempo. Estos extranjeros deben ser tratados con caridad, respeto
y cortesía, que es un deber de todas las personas de buena voluntad. En tales
casos, la ley debe proteger al extranjero de cualquier tipo de violencia.
Condiciones
para aceptar la migración pacífica
Santo Tomás de Aquino prosigue: “El tercer caso se
daba cuando algunos extranjeros pretendían incorporarse totalmente a la nación
hebrea y abrazar su religión. Con estas personas se observaban ciertas
formalidades, y su admisión a la condición de ciudadanos no era inmediata. Del
mismo modo, como dijo el Filósofo en III Polit., en algunas naciones se
reservaba la calidad de ciudadanos a aquellos cuyos abuelos o bisabuelos
hubiesen residido en la ciudad”.
Santo Tomás menciona aquí a los que tienen la
intención de establecerse en el país. Y el Doctor Angélico presenta, como
primera condición para ser aceptado, el deseo de integrarse a la perfección en
la vida y la cultura del país de acogida.
Una segunda condición es que la acogida no sea
inmediata. La integración es un proceso que toma tiempo: las personas tiene que
adaptarse a la nueva cultura, y Santo Tomás invoca a Aristóteles, quien afirma
que este proceso puede tardar de dos a tres generaciones. El propio Santo Tomás
no establece un plazo ideal, afirmando apenas que este período puede ser largo.
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Y explica por qué: “Lo cual se comprende, debido a los
muchos inconvenientes que puede causar la participación prematura de los
extranjeros en la gestión de los asuntos públicos; en efecto, antes de estar
arraigados en el amor al bien público, pueden emprender algo en contra del
pueblo“.
Esta enseñanza de Santo Tomás, que se apoya en el
sentido común, hoy es “políticamente incorrecta”; y, sin embargo, es
perfectamente lógica. El Doctor Angélico muestra que vivir en un país diferente
es algo muy complejo; se necesita tiempo para conocer sus hábitos y su
mentalidad, y por lo tanto, para entender sus problemas. Y solo quienes viven
en ella durante mucho tiempo, tomando parte en la cultura del país, estando en
contacto con su historia, están en condiciones de juzgar las decisiones de
largo plazo más convenientes para el bien común. Es perjudicial e injusto poner
el futuro de un país en manos de los recién llegados. Incluso sin culpa, estas
personas rara vez son capaces de entender adecuadamente lo que está sucediendo
o lo que ha sucedido en el país que han elegido como su nueva patria. Y esto
puede tener consecuencias desastrosas.
Para ilustrar este punto, Santo Tomás observa que los
judíos no trataban a todos de la misma manera. Había algunos pueblos que eran
vecinos y, por lo tanto, fácilmente asimilables; había otros, sin embargo, que
eran más distantes, e incluso hostiles, por lo cual los miembros de estos
pueblos no podían ser aceptados en Israel, teniendo en cuenta su enemistad
hacia el país.
Explica Santo Tomás de Aquino: “Por eso, de acuerdo
con la ley, algunas naciones que tenían cierta afinidad con los judíos, como
los egipcios, entre los cuales habían nacido y se habían criado, y los idumeos,
que eran descendientes de Esaú, hermano de Jacob, eran recibidos en la comunidad
a la tercera generación. Otros, por el contrario –como los amonitas y
moabitas–, que habían mostrado hostilidad hacia los judios, nunca fueron
admitidos a ser parte del pueblo; y los amalecitas, quienes más se habían
opuesto a Israel y que no tenían parentesco con él, habían de ser tratados como
enemigos perpetuos”.
Pero las reglas no deben ser rígidas y pueden admitir
excepciones. Es lo que muestra Santo Tomás de Aquino: “Sin embargo, por
dispensa, un individuo podía, en razón de un acto virtuoso, ser admitido en el
seno del pueblo, como leemos en Judith 14, 6 que Aquior, jefe de los hijos de
Ammón, ’fue incorporado al pueblo de Israel, él y toda su posteridad’. Lo mismo
ocurrió a Rut la moabita, que era una ’mujer de gran virtud’”.
Pueden, pues, admitirse excepciones en circunstancias
muy específicas. Sin embargo, estas excepciones no son arbitrarias, ya que
deben tener en cuenta el bien general de la nación. El general Aquior, por
ejemplo, intervino ante Holofernes a favor de los judíos, poniendo en riesgo su
propia vida y conquistando así la eterna gratitud de aquel pueblo, a despecho
de sus orígenes amonitas.
La migración no
puede encaminarse a la desintegración de un país
He aquí, pues, algunos principios sobre la inmigración
enunciados por Santo Tomás de Aquino hace 700 años. De estas enseñanzas se
puede deducir claramente que cualquier análisis de la inmigración debe
orientarse por dos ideas clave: la integridad de la nación y su bien general.
La inmigración siempre debe encaminarse a la integración,
y nunca a la desintegración ni a la segregación, es decir, la creación de
pequeñas “naciones” en conflicto dentro de un país. Además de las ventajas que
se le ofrecen en su nueva patria, el inmigrante también debe asumir los deberes
correspondientes, es decir, la responsabilidad por el bien común y la
participación en la vida política, económica, social, cultural y religiosa. Al
convertirse en ciudadano, el inmigrante se hace miembro de una familia grande,
con un alma, una historia y un futuro comunes, y no es, por tanto, como un
accionista de una empresa, que solo se interesa en los lucros y ventajas que
deriven de ella.
Santo Tomás enseña a continuación que la inmigración
siempre debe apuntar al bien común; no se puede abusar de la nación ni
destruirla.
Esto explica por qué tantos norteamericanos y europeos
exhiben sentimientos de malestar y preocupación ante la inmigración masiva y
desproporcionada de los últimos años. Este flujo de extranjeros procedentes de
culturas muy distantes e incluso hostiles, crea situaciones que destruyen los
elementos de la unidad psicológica y cultural de la nación, desafiando la
capacidad de la sociedad para absorber nuevos elementos orgánicamente. No se
toma en cuenta el bien común.
La inmigración orgánica y proporcionada siempre ha
sido benéfica para la salud y el fortalecimiento de las sociedades, a las que
trae un nuevo soplo de oportunidad de vida y nuevos talentos. Pero cuando se
torna excesiva y descontrolada, poniendo en riesgo los fundamentos de la
sociedad y el Estado, amenaza el bienestar de la nación.
Cuando esto sucede, el país haría bien en seguir los
sabios consejos del Doctor Angélico y los principios bíblicos. Es cierto que
una nación debe aplicar la justicia y la caridad en el trato a todos,
incluyendo a los inmigrantes; pero debe sobretodo preservar su unidad y bien
común, sin los cuales no podrá sobrevivir por mucho tiempo.
Artículo de
John Horvat, director de la Sociedad Norteamericana de Defensa de la Tradición,
Familia y Propiedad (TFP), publicado originalmente en julio de 2014, antes que
las crisis migratorias llegaran a su presente auge. En él se enuncia los
principios generales enseñados por el Doctor Angélico sobre la materia, los
cuales deberían ser tomados en cuenta por los gobiernos sus políticas sobre
acogida de extranjeros, especialmente cuando la entrada de estos toma
proporciones masivas.
Autor: John
Horvat. traducción, Tradición y Acción por un Perú Mayor.