DEL INSTITUTO DE FILOSOFÍA PRÁCTICA
ACERCA
DE NUEVAS FORMAS DE (IN) JUSTICIA
“Sì, vendetta,
tremenda vendetta
di
quest’anima è solo desio”.
G. Verdi – F. Piave, Rigoletto, Acto Segundo
I.-
El
texto elegido como epígrafe nos lleva al final del segundo acto de la ópera Rigoletto. El dúo entre el bufón deforme
y Gilda, breve pero muy intenso desde el primer compás, sacude las fibras de la
sensibilidad más curtida. Tal la fuerza expresiva de la ira y del deseo de
venganza que dimana de ese padre ante el ultraje hecho a su hija.
Desde la más remota antigüedad el deseo
de venganza ha atormentado a los hombres, impregnando su historia y
también diversas expresiones del arte con hechos reales o míticos. En Grecia tenía sus propias diosas: las
Furias, también llamadas Erinias o Euménides. Pero si bien ellas perseguían
y castigaban con ferocidad a los autores de crímenes, igualmente producían
horror en toda clase de hombres, que las representaban como fuerzas oscuras,
incapaces de sentir piedad o cualquier otro sentimiento noble. Y por eso muchas
veces causantes de la ruina propia de los que buscaban venganza o de la
destrucción de sus ciudades.
Para
el pensamiento cínico la venganza es una forma de justicia. Pero por muchas
razones esto no es así, sino más bien lo contrario, ya que la venganza no solamente carece de proporciones, sino que busca más
satisfacer el dolor –cuando no la rabia- del ofendido (lo que casi siempre se
revela imposible), que aplicar un justo castigo al ofensor.
Por
eso es posible afirmar que la tarea de
Diké, entre otras, es la de apaciguar a las Furias. Ella sabe bien de qué
magnitud pueden llegar a ser las tragedias cuando los hombres la abandonan para
dejarse llevar por las Erinias. Al fin y al cabo, la pasión vengativa del bufón
Rigoletto lo guiará hacia ese final no querido ni buscado, sosteniendo en sus
brazos el cuerpo sin vida de su hija.
II.-
Leyes tan absurdas como inicuas y la
falta de justicia –mejor dicho, la sucesión de injusticias cometidas en la
Argentina durante décadas- hizo que las Furias se desataran sobre nuestra
patria. Diversas causas y factores conspiraron para que fuera
así, pero su señalización no es el propósito de esta Declaración. Sin embargo,
es necesario decir que la cuota mayor de
responsabilidad la tuvo y la tiene la llamada clase política, cuya vileza es
tan grande y manifiesta como su ineptitud. Pese a ello, jamás se ha escuchado
de alguno de sus integrantes un mínimo reconocimiento de sus felonías, que han
llevado a la nación al anonadamiento en que se encuentra al cabo de treinta y
cinco años de haberla gobernado (y saqueado) a su antojo.
Ahora
bien, para prevenir o remediar la falta de justicia, las comunidades políticas
se dan leyes fundadas en principios permanentes e instituciones con la facultad
de aplicarlas y hacerlas cumplir cuando son desobedecidas. Con todas las fallas
e inconvenientes que pueden resultar del obrar humano, las comunidades
políticas procuran establecer sobre esos paradigmas el recto orden social, sin
el cual corren el riesgo de disolución.
Como
enseña Aristóteles, el principio de cualquier ordenación –también el de la
política- es la noción de fin, que tiene cierta razón de bien. Los hombres que
cumplen la función de gobernar pueden discrepar acerca del fin que persiguen y,
sobre todo, sobre los medios para alcanzarlo. Sin embargo, ninguno se atrevería a decir que el fin que se propone tiene razón de
mal; por ejemplo, conseguir su bien particular, con desmedro del bien común
político.
De
hecho, sin embargo, eso fue lo que ocurrió en la Argentina, en especial a
partir de la presidencia de Néstor
Kirchner, quien puso el ya devaluado orden jurídico de los restos de
república que teníamos, en las manos de quienes le garantizaron una
gobernabilidad que no tenía. El resultado fue la entronización en el país, entre muchas otras calamidades, de un
vasto programa de disolución moral y cultural, que incluyó, tras un golpe
de estado que destituyó a la mayor parte de los jueces de la Corte Suprema, el
sometimiento político y jurídico del Estado a los burócratas mundiales del
derecho-humanismo y la persecución de los hombres de las Fuerzas Armadas y de
Seguridad, conducidos como maleantes a tribunales integrados por jueces
prevaricadores, corruptos o simplemente cobardes (ver nuestra declaración “El
legado de un perverso”, en Doce años de
declaraciones que no necesitan aclaraciones, Infip, Buenos Aires, 2017,
págs. 123 a 128).
III.-
Nuestro
Instituto se ha ocupado con anterioridad de esta derrota nacional, denunciando
el mal profundo causado a la patria, incluso cuando muy pocos se atrevían a
hacerlo (ver la declaraciones “Justicia o venganza” del 30/12/2008, “La
impunidad y la crueldad” del 6/9/2011), “Acerca de los últimos” del 15/12/2015), en el libro citado págs. 64/67, 134/138,
273/276 respectivamente e incluso la carta personal de Bernardino Montejano
respecto a la postrera del 21/12/2015, que muestra un vivo diálogo con un
“garantista” incoherente (págs. 277/280).
Ha
sido expuesta, en efecto, la extinción
del Derecho, víctima de un activismo judicial que, desde la Corte hasta los más
ínfimos tribunales penales, sustituyó los principios más básicos del orden
jurídico por otros fundados en la ideología de los derechos humanos, (denunciada
en nuestra declaración “Un pueblo equivocado y un país sin ley” del 16/2/2010
págs. 89/95) en el libro citado), la sed
de venganza o una supuesta voluntad popular exteriorizada a través de los
medios masivos de comunicación, tan perversos, falsarios y sumisos como
aquellos jueces.
Se
asistió también a la farsa de los juicios
que fueron llamados de lesa humanidad, la complicidad de los jueces con los
querellantes, la falsificación de actuaciones y de pruebas, la conculcación del
derecho de defensa. Hasta llegar a que algunos de los jueces que han juzgado y
condenado a militares, policías y gendarmes, habían sido miembros o
simpatizantes de las bandas terroristas que bañaron en sangre a la Argentina. Y
todo ello mientras se concedía impunidad y se indemnizaba a esos criminales,
mientras se ninguneaba a las víctimas de sus crímenes.
Se
sumó a ello la falsificación de nuestra historia y su reemplazo por una
“memoria histórica”, invento totalitario de la izquierda mundialista, que deja
la tarea de interpretar los hechos históricos a los políticos e ideólogos desde
el Estado. Así se fomenta el odio para que lo ejerzan las jóvenes generaciones,
convenientemente preparadas para que no conozcan nada más allá del
adoctrinamiento ideológico recibido en las escuelas.
Pese
a todo esto, se pudo pensar que el cambio de gobierno producido tres años atrás,
cuyo jefe prometió acabar con “el curro de los derechos humanos”, podría
significar también un giro en dirección de la justicia vencida por la venganza.
Contribuía a ello la aparición -tímida al comienzo, más audaz después- de voces
disidentes, que habían sido favorables a los juicios, pero que por ser honestas
no pudieron continuar simulando los escándalos y desmesuras que los
acompañaban.
La
aplicación de la ley 24.390, conocida como la “ley del 2x1”, a los enjuiciados
por los llamados delitos de lesa humanidad, no fue ni por asomo la reparación
del tremendo daño causado a las personas y a las instituciones, y mucho menos
el restablecimiento de la justicia sistemáticamente ultrajada. Pero por lo
menos implicaba para muchos hombres la terminación de una prisión gravemente
injusta y también ilegal. Para muchos otros llegaría tarde, porque habían
muerto a causa del envejecimiento prematuro provocado y las torturas físicas y
morales causadas en las cárceles. Por eso, el
fallo de los jueces Rosenkrantz, Rosatti y Highton de Nolasco, que se impuso
sobre los recalcitrantes Lorenzetti y Maqueda, se vio como que podía ser el
inicio de un intento de reencausar a los argentinos en la senda de la
concordia.
Pero
no fue así. Las Furias movilizaron el odio, que arrastró a algunos miles a la
Plaza de Mayo. Atemorizaron a la clase
política, incluida la parte del gobierno de Macri, que entre gallos y
medianoche sancionó casi por unanimidad una ley inconstitucional, número
27.362, consagrando la retroactividad en materia penal y la inaplicabilidad de
la ley penal más benigna, lo que nos puso a la cabeza de los países más
incivilizados del mundo. El diario La
Nación, en su edición del 26/11/2018, publicó un editorial donde entre
otros términos decía: “Hubo escraches y amenazas a los jueces de la Corte y una
intensa actividad intimidatoria que movilizó a la obtención de mayorías en las
dos cámaras del Congreso de la Nación para la sanción de una ‘ley aclaratoria’.
Se configuró así un menoscabo a la independencia del Poder Judicial, que alteró
los principios y garantías establecidos en nuestra Constitución.”
La
cuestión volvió entonces a la Corte y el resto es sabido, porque es bien
reciente. También allí, las Erinias
hicieron lo que saben hacer. Los jueces Rosatti y Highton de Nolasco cambiaron
el voto emitido pocos meses atrás por otro diametralmente opuesto, dejando
aislado al juez Rosenkrantz. Un giro de 180 grados, como se suele decir.
Y
¿Por qué lo hicieron?
El
contenido de los votos de Rosatti y Highton de Nolasco no da respuesta a esos
interrogantes. Es tal la orfandad de sus argumentos que la crítica de los
juristas serios ha sido completa y definitiva. Tan solo unos pocos
divulgadores, cuyo fanatismo ideológico los traiciona, han hecho modestos
esfuerzos para justificar lo injustificable.
Hace
pocas horas hemos leído con sorpresa un artículo de esos, donde su autor dice
que para entender el derecho “no basta con escuchar lo que dicen los
tribunales”, por lo que propone inaugurar una suerte de “diálogo constitucional
(que) refiere a una tarea que trasciende el Poder Judicial”, “una conversación
constitucional extendida, que involucra a toda la ciudadanía […].”
IV.-
Frente
a semejantes dislates y al peligro que conllevan, el ambiente precisa ser
refrescado. Ahora un par de citas saludables:
Una, la de Robert Jackson, un fiscal de
los Estados Unidos:“No se debe poner a ninguna persona en juicio si uno no está
decidido a dejarla en libertad si no se prueba su culpabilidad.”
“Si uno está dispuesto a ejecutar a esa
persona en cualquier caso no debiera organizarse ningún proceso penal, porque
el mundo no respeta a aquellos tribunales que han sido simplemente organizados
para condenar.”
El problema es grave: si el gobierno es
superior al derecho, este último no impera sino de palabra. Y donde no hay
derecho, no hay posibilidad de garantizar ni el Orden, ni la Verdad, ni la
Justicia.”
Y avala
el jurista alemán Hassemer:“Una cultura
jurídica se prueba a sí misma a partir de aquellos principios cuya lesión nunca
permitirá, aun cuando esa lesión prometa la mayor de las ganancias.”
V.-
Sin
embargo, no debemos perder la esperanza,
porque tal vez en esta patria argentina algún día se acaben la impunidad y la
crueldad. Las buenas señales ya no tenemos que buscarlas en Europa
oriental, en Polonia, en Hungría, o en Italia, sino que aparecen muy vecinas y
un caso paradigmático lo tenemos en el terrorista italiano Césare Battisti. Integrante del grupo Proletarios Armados por el
Comunismo, un brazo de las Brigadas Rojas, condenado en ausencia en 1993 a
prisión perpetua por varios asesinatos.
Fugitivo
de la justicia de su patria, acabo en Brasil, donde la Corte Suprema en fallo
no vinculante autorizó su extradición en el año 2000. Lula da Silvia rechazó la
sentencia y su sucesora lo protegió. Con los nuevos aires que soplan allí
el presidente Temer ordenó la deportación del terrorista y hoy es buscado por
la Policía para detenerlo en un gran operativo.
Salvini, el nuevo “hombre fuerte” del gobierno italiano se dirigió al
presidente electo de Brasil: Battisti “es un condenado a cadena perpetua que
está disfrutando la vida en las playas de Brasil en la cara de las víctimas”, a
lo cual Bolsonaro no tardó en responder: “Que todo sea normalizado brevemente en
el caso de este terrorista asesino defendido por compañeros brasileros con las
mismas ideas. ¡Cuente con nosotros!” (La
Nación, 18/12/2018).
¡Ojalá
escucháramos este lenguaje en esa medusa (agua mala) que nos gobierna, que
traicionó sus promesas electorales y que solo busca continuar promoviendo
nuestros males.
Buenos Aires
20-12-2018
Juan Vergara del Carril -Secretario
Bernardino
Montejano -Presidente