por CARLOS
DANIEL LASA •
Fuera los
Metafísicos, MAYO 24, 2019
Recientemente,
en la Universidad Nacional de la cual soy profesor, el Consejo Superior ha
resuelto adherir a la llamada “Ley Micaela” que determina la capacitación
obligatoria en género para todas las personas que integran los tres poderes del
estado. La Universidad Nacional de Villa María, según se lee en su página web,
“formará y capacitará (también con carácter obligatorio) con perspectiva de
género a sus funcionarios, funcionarias, docentes, no-docentes y estudiantes”.
Me parece
totalmente correcto afirmar los legítimos derechos de la mujer amenazados y
jaqueados por una posición machista que, no pocas veces, y lamentablemente,
llega hasta el empleo de la violencia. La mujer tiene la mismísima dignidad del
varón. En este sentido, celebro la decisión del Consejo Superior. Sin embargo,
este aspecto totalmente positivo de la cuestión no me impide advertir el “gato
por liebre” que se pretende introducir mediante la resolución. Al respecto me
permito formular tres observaciones:
1. La afirmación
falaz que sostiene, por un lado, y de modo explícito, la vinculación lógica y
necesaria entre doctrina de género y cese de la violencia; por otro lado, de
modo tácito, que toda otra doctrina ha venido avalando esa violencia.
2. La creencia,
también engañosa, en el sentido de que las conductas violentas cesarán sólo
mediante el conocimiento de una determinada doctrina. ¿Cuántos hombres tienen
una clara de la idea de lo justo y, sin embargo, se comportan de modo
totalmente injusto?
3. La solapada
intención de vender “gato por liebre”: en la superficie le aseguro a la mujer
el respeto de sus legítimos derechos, pero de paso, obligatoriamente, inoculo
“mediante la formación y capacitación en la perspectiva de género” una
determinada visión del mundo, de la persona y de la ética.
Respecto de este
último punto, a mi juicio bastante grave, me permito ahondar un poco. La
denominada perspectiva de género tiene como presupuestos filosóficos la
negación de la metafísica y, con ello, la idea de naturaleza, el materialismo
histórico, el conocimiento entendido en términos de construcción, etc. Su ADN
puede encontrarse en el sociologismo.
Ahora bien, en
una universidad, cada profesor tiene el derecho de “profesar” una doctrina,
esto es, una red de respuestas estructuradas de modo sistemático, que ha ido
edificando a lo largo de su vida.
Si el Consejo
Superior pretende compulsivamente “formatearme” en el sociologismo, ¿deberé
abandonar el realismo filosófico que cultivo y que profeso?, ¿dónde quedará,
entonces, la libertad de pensamiento y de cátedra? Esta universidad, ¿tendrá
como ideal alcanzar un solo pensar, un solo querer y un solo sentir? Me
pregunto, además: ¿qué sucedería si el Consejo Superior se propusiese formar y
capacitar a toda la comunidad universitaria en el ideario de Platón, Pascal o
Heidegger para que todos se conviertan en platónicos, pascalianos o
heideggerianos?
En realidad,
este craso “formateo” no es otra cosa que un puro adoctrinamiento que avasalla
las convicciones más profundas de un auténtico profesor y que, por esa razón,
resulta absolutamente rechazable. A nadie –medianamente alerta– escapa que el
intento final es alcanzar una revolución cultural mediante la modificación del
sentido común de todos los ciudadanos. ”.
Todo auténtico
universitario debiera regirse por la virtud de la moderación (que surge de su
auto-conocimiento), la cual le revela su condición de finitud. El espíritu
totalitario, por el contrario, se caracteriza por una conciencia de
auto-suficiencia, que cree poseer la solución definitiva a todos los problemas
humanos. De allí que sea dominado por el vicio temible de la hybris
(desmesura): su incurable exceso lo conduce a pretender violentar a los otros
indicándoles qué deben pensar y cómo deben obrar. ”.
Lamentablemente,
este espíritu totalitario e impulsivo ha ido ganando un gran espacio dentro de
nuestro país, lo cual no deja de ser bastante alarmante. En efecto, cuando la
moderación huelga, sentenciaban los griegos, las catástrofes se avecinan. De
allí que sea preciso, y con suma urgencia, volver a cultivar, tanto en la
universidad como en la sociedad toda, la virtud de la mesura: sólo de este
modo, la sentencia de los griegos no llegará a su cumplimiento.
Espero que esta
decisión del Consejo Superior de la Universidad Nacional de Villa María en
temáticas de género, tal como reza el título del artículo que aparece en la
página de la universidad, no avance en los hechos (aunque sí ya lo haya hecho
en las palabras), tanto que me impidan ejercer, libremente, mi acto de pensar y
de querer. La forma que me doy a mí mismo depende enteramente de mi elección;
detesto –como ya lo expresé– todo formateo: mi dignidad de persona, ciudadano y
profesor así lo exigen. ”.
Felizmente, el
propio Estatuto de la Universidad me resguarda cuando expresa: “Favorecer el
desarrollo de los valores primordiales como son: la realización de la persona
en libertad, el respeto a la diversidad ideológica, cultural, de credos y
religiones, el pluralismo político, la participación solidaria, el
comportamiento ético, la transparencia con justicia y equidad en los actos y
actitudes, la autonomía responsable” (Sección I, Título I, art. 1, inciso l).
”.
Sólo espero que,
en este caso, la todopoderosa voluntad política se digne someterse al imperio
de la norma. Ojalá la mesura desplace a la hybris. ”.