POR JUAN BAUTISTA
FOS MEDINA
La Prensa, 11-9-22
La idea de que la
historia es lineal y tiene un principio y un fin ha penetrado en la mentalidad
occidental desde hace dos mil años, merced a la influencia de la fe cristiana.
Muchos filósofos
se han desvelado por descubrir el origen de la vida y del cosmos, como ocurrió
desde la Antigua Grecia. Otros, en cambio, a partir de los primeros siglos del
cristianismo, han meditado acerca de los últimos tiempos, sobre todo
reflexionando acerca del gran disparador escatológico que representa el
Apocalipsis de San Juan que, entre nosotros, llegó a interesar al propio Manuel
Belgrano, siguiendo el comentario que hiciera sobre tal libro profético el
jesuita Manuel Lacunza.
El Apocalipsis
versa, pues, sobre el fin de los tiempos y, en épocas de convulsión parece
cernirse sombríamente sobre la humanidad.
Aquellos tiempos
terminales son asociados a una previa crisis de Fe del mundo cristianizado, es
decir, a una etapa de apostasía que habría de venir, anterior al reinado del
Anticristo y del Falso Profeta.
Dicho texto
misterioso e insondable, desconocido por la mayoría y tenido por el resto por
un libro o bien aterrador o bien pletórico de esperanza, revela que finalmente
el bien triunfará por sobre el mal en una batalla decisiva, en que las huestes
angélicas vencerán a las huestes luciferinas.
Precisamente, en
relación a aquella profetizada etapa crítica del cristianismo, he seleccionado
algunos pensadores de los últimos dos siglos que entrevén una tiranía
universal, que implicaría un punto de inflexión en la historia humana y una
suerte de estadio anterior a la segunda venida del Salvador del mundo.
DONOSO CORTES
Una de las figuras
eminentes del pensamiento católico de habla hispana del siglo XIX es, sin duda,
el político y escritor español Juan Donoso Cortés, primer marqués de
Valdegamas.
En su juventud
Donoso consideró el llamado "progreso" como un viento positivo. Sin
embargo, en los últimos años de su vida pensó que los cambios que engendraba
eran contrarios a un orden cristiano. Y, en esa línea, modificó su parecer,
atribuyendo al movimiento de la Revolución mundial, como lo calificó el
historiador inglés Christopher Dawson, un sentido negativo.
El marqués de
Valdegamas presentó a la Revolución desde sus orígenes literarios en el
Renacimiento, su continuación filosófica en la Ilustración, su explosión
política en la Revolución Francesa y su prolongación social con el Socialismo.
Pensó que la Revolución tenía una raíz antropocéntrica y que su progreso era
irreversible.
En el siglo
siguiente y en el mismo sentido, entre otros estudiosos, el destacado romanista
español Alvaro d"Ors se referiría a la progresiva apostasía social de los
ideales cristianos desde la Edad moderna, con la "Revolución
protestante" a la cabeza, a partir de la cual se ha desarrollado una
secularización a través de un proceso irreversible de desacralización del
mundo, por un reconocimiento que parece indiscutible: el de la "autonomía
de lo temporal" y su radical separación de la dimensión sobrenatural.
Donoso Cortés
aseveraba que "el gran pecado de estos tiempos me parece consistir en el
intento vano...de formar...un nuevo código de verdades políticas y de
principios sociales...por medio de concepciones puramente humanas, haciendo una
absoluta abstracción de las concepciones divinas".
Y señalaba también
que el proceso revolucionario consistía en la secularización del Evangelio y
que no resultaba extraño que una sociedad fundada en el rechazo del
cristianismo optara sobrenaturalmente por Satanás. "¿Quién no ve en las
revoluciones modernas, comparadas con las antiguas, una fuerza de destrucción
invencible, que no siendo divina, es forzosamente satánica?".
Puntualizaba que
había una lucha del hombre contra Dios en la que ni el hombre podía ser
vencedor, ni Dios podía ser vencido porque, decía, "yo tengo para mí, por
cosa probada y evidente que el mal acaba siempre por triunfar del bien acá
abajo y que el triunfo sobre el mal es cosa reservada a Dios".
Y con tono
pesimista, en otro momento sostenía: "Ni vos ni yo tenemos
esperanzas...Estamos tocando con nuestras propias manos la mayor catástrofe de
la historia...lo veo con claridad...es la barbarie de Europa y de su
despoblamiento dentro de poco tiempo. La tierra por donde ha pasado la
civilización filosófica será maldecida."
Asimismo,
confesaba: "Nunca tuve fe ni confianza en la acción política de los buenos
católicos. Todos sus esfuerzos encaminados a reformar la sociedad por medio de
asambleas y gobiernos serán perpetuamente inútiles", porque la discusión
(el debate) es la verdadera ley fundamental de las sociedades modernas.
"Los
individuos pueden salvarse todavía, porque pueden salvarse siempre, pero la sociedad
está perdida. Y esto, no porque tenga una imposibilidad radical de salvarse,
sino porque para mí está visto que no quiere salvarse".
Y, con una dura
autocrítica, en otra oportunidad sentenciaba: "No hay salvación para la
sociedad porque no queremos hacer cristianos a nuestros hijos y porque nosotros
no somos verdaderos cristianos. No hay salvación para la sociedad porque el
espíritu católico, único espíritu de vida, no lo vivifica todo: la enseñanza,
los gobiernos, las instituciones, las leyes y las costumbres". Porque, en
su opinión, entre categórica y vivencial, escribía en su Ensayo sobre el
Catolicismo, el liberalismo y el socialismo: "Yo no sé si hay algo debajo
del sol, más vil y despreciable que el género humano fuera de las vías católicas".
En dicha obra
afirmaba que, al compás mismo en que se disminuye la fe, se disminuyen las
verdades en el mundo, llevando al extravío a la inteligencia humana; y la
sociedad ve ennegrecerse los horizontes por haberle dado la espalda a Dios. Y
así, aquellas sociedades que abandonan el culto austero de la verdad por la
idolatría del ingenio, no tienen esperanza ninguna. "En pos de los
sofismas vienen las revoluciones, y en pos de los sofistas los verdugos".
Donoso veía unas
"...aspiraciones inmensas a una dominación universal por medio de la
futura demagogia que ha de extenderse por todos los continentes y ha de tocar a
los últimos confines de la tierra. De aquí esa furia insensata con que se
propone confundir y triturar todas las familias, todas las clases, todos los
pueblos, todas las razas de las gentes en el gran mortero de las trituraciones.
De ese oscurísimo y sangriento caos debe salir un día el dios único vencedor de
todo lo que es vario; el dios universal, vencedor de todo lo que es
particular...ese dios es la demagogia. Ese es el verdadero todo, dios
verdadero, armado con un solo atributo, la omnipotencia, y vencedor de las tres
grandes debilidades del Dios católico: la bondad, el amor y la misericordia.
¿Quién no reconocerá en ese dios a Luzbel, Dios del orgullo?".
Y, en carta al
Cardenal Fornari, expresaba: "Si un pavor religioso no me impidiera poner
los ojos en esos tiempos formidables (los tiempos apocalípticos), no me sería
difícil apoyar en poderosas razones de analogía la opinión de que el gran
imperio anticristiano será un colosal imperio demagógico, regido por un plebeyo
de satánica grandeza, que será el hombre de pecado".
Continuando su
diagnóstico vaticinaba en otra misiva que "el resultado de la tendencia
actual sería infaliblemente la constitución de un poder demagógico, pagano en
su constitución y satánico en su grandeza. El advenimiento de este poder
colosal podrá ser retardado por la inconsecuencia de los hombres y por la
misericordia divina; pero si la sociedad no muda de rumbo, su advenimiento, en
un porvenir no muy lejano...me parece inevitable".
DE TOCQUEVILLE
En tanto, el
francés Alexis de Tocqueville, también destacado político del siglo XIX y agudo
precursor de la Sociología, observaba en El Antiguo Régimen y la Revolución:
"Rotos los vínculos, de casta, de clase, de corporación o de familia, los
hombres sienten en sociedades (masificadas) irresistible inclinación a no
preocuparse sino de sus intereses particulares, a no pensar más que en sí
mismos y a retraerse en un individualismo estrecho que mata todas las virtudes
públicas. Lejos de luchar contra esta tendencia, el despotismo la hace
irresistible, porque impide que los ciudadanos sientan una pasión común y la
necesidad del mutuo auxilio, y los priva de la ocasión de entenderse y de
realizar una acción concentrada, los encierra, por decirlo así, en la vida
privada ...".
Mientras que en La
Democracia en América, De Tocqueville advertía que se elevaba "un poder
inmenso y tutelar...quiere que los ciudadanos disfruten con tal de que no
piensen sino en disfrutar. Trabaja de buen grado para su bienestar; pero quiere
ser el único agente y el solo árbitro, provee a su seguridad, prevé y asegura
sus necesidades, facilita sus placeres, conduce sus principales negocios,
dirige su industria, regula sus sucesiones, divide sus herencias".
El jurista español
Juan B. Vallet de Goytisolo, fallecido en 2011, gran estudioso del proceso de
masificación social, ha expresado con agudeza que "tratándose de
sociedades humanas, una vez destruida la estructura metafísica del hombre, al
ser liberado éste de todas sus creencias religiosas..., de su sumisión al orden
de la naturaleza, de su contacto vital con lo real natural y de sus
sentimientos y usos tradicionales, es ya fácil someterle a la segunda fase del
proceso de masificación, es decir, a un tratamiento uniformante, para reducir
la humanidad a individuos separados e iguales, manipulables por una
organización centralizante. Desmenuzar, revolver de arriba abajo, y de un lado
a otro, atomizar".
Por su parte, el
escritor inglés G. K. Chesterton, creador del célebre Padre Brown, mezcla de
sacerdote y detective, marcaba también la tendencia leviatánica y, por lo
mismo, homogeneizadora: "Si de la historia y la naturaleza humana puede
inferirse algo, es absolutamente seguro que el despotismo se irá haciendo cada
vez más despótico y que (la situación) se irá haciendo cada vez peor. Pero,
cualquiera que haya de ser la última etapa de la historia, ningún hombre cuerdo
duda ya de que estamos presenciando las primeras...Las cosas privadas ya son
públicas en el peor sentido de la palabra, es decir, son impersonales y
deshumanizadas. Y las cosas públicas ya son privadas en el peor sentido de la
palabra; esto es, son misteriosas y secretas y están muy corrompidas. El nuevo
tipo de Gobierno comercial combinará todo lo malo con todos los planes para un
mundo mejor. No habrá nada, salvo una cosa abominable llamada "servicio
social", que significa esclavitud sin lealtad."
Volviendo a
Donoso, en otra ocasión y subrayando su vaticinio, exclamaba: "Vosotros
creéis que la civilización y el mundo van (el llamado "progreso
indefinido", etc.), cuando la civilización y el mundo vuelven. El mundo,
Señores, camina con pasos rapidísimos a la constitución de un despotismo, el
más gigantesco y asolador de que hay memoria entre los hombres".
GUSTAVE THIBON
La visión
fatalista de Donoso Cortés se equilibra con la mirada optimista de la realidad
de Gustave Thibon, autor de la obra de teatro Seréis como dioses.
En una de sus
numerosas conferencias, con renovada esperanza en la benéfica acción humana en
los tiempos actuales, el pensador francés pone el énfasis en la observancia de
la tradición a los efectos de la consecución del bien común político y
temporal. En ese sentido ha dicho: "la fidelidad a las tradiciones
"sacraliza" la política. Le permite evitar los dos grandes arrecifes
en los que se rompe alternativamente: la ley de los números y el culto a la
personalidad, la adoración de Demos y la adoración de César. En una sociedad
tradicional, el individuo y la institución, en lugar de oponerse como hoy, se
ayudan mutuamente, lo que garantiza la continuidad del poder. La tradición, en
política, tiene una doble ventaja: por encima de los remolinos inherentes a la
persona de los jefes y a los caprichos de las multitudes, aporta al poder una
garantía de estabilidad y duración, y también hace posible cambiar sin
cuestionar todo: abre caminos según los cuales la evolución puede cumplirse sin
revolución. Esto es posible sólo si la tradición se nutre de la realidad
religiosa."
Quizás esta
reflexión de Thibon sea la clave de bóveda para la reconstrucción social y
política de un mundo que parece haber perdido el sentido de las cosas porque
acaso, como decía Chesterton, cuando se quita lo sobrenatural, no queda ni lo
natural.
Ahora bien, se
revierta o no la tendencia, se enquiste el vicio o se regenere virtuosamente la
sociedad, siempre estará presente y vivo el cumplimiento, tarde o temprano, de
lo profetizado en el último libro de la Biblia, lo que nos recuerda aquella
famosa frase de León Bloy, "cuando quiero saber las últimas noticias leo
el Apocalipsis".
Leonardo
Castellani reforzaba esa idea del poeta francés cuando escribió que
"naturalmente las últimas noticias, las noticias de las "ésjata"
o últimas cosas (de donde el adjetivo "esjatológico") están en el
Apocalipsis; pero también resulta que van estando en él las últimas noticias de
los diarios".