Foro Patriótico
Manuel Belgrano, 18-9-22
Transcribimos la
versión sintética de la exposición formulada por Miguel Angel Iribarne el
15 del corriente en la Escuela de Conducción Política de la organización
Ciudadanos.
Durante prácticamente
treinta años Chile fue una rara avis en Sudamérica. Y ello tanto por la
estabilidad político-institucional, que arranca en 1990, como por su
continuidad macroeconómica que incluía un grado significativo de apertura al
comercio mundial. Luego, en octubre de 2019, y ante la sorpresa no sólo de
ajenos, sino en buena medida de los
propios, el país explotó. Durante
semanas el Estado pareció perder el monopolio de la violencia, la región
metropolitana fue arrasada por el vandalismo y las propuestas más extravagantes
comenzaron a hacerse oir e incluso, a encontrar cierto nivel de eco más allá de
los grupos crónicamente anárquicos.
Al presidente Sebastián
Piñera, encarnación de una centroderecha vergonzante y desvaída, se le ocurrió
fugarse hacia delante, y puso en marcha un proceso de reforma de la
Constitución, “la Constitución de Pinochet”, como se la llamaba, a pesar de que
poco quedaba del texto original forjado en, y plebiscitado durante, la
dictadura (1980).
Finalmente se votó, y
el cuerpo político emergente resultó un aquelarre constituyente, dominado por la combinacion de comunistas
patentados, “socialistas del Siglo XXI”, partidarios de la “cultura de a
cancelación” e indígenas secesionistas.
El engendro surgido de su trabajo pendió durante los últimos meses como
una sombra ominosa sobre el futuro de Chile,
mientras se acercaba el momento de la decisión verdaderamente soberana.
Esta se pronunció el pasado domingo 4.
En este caso, a diferencia del anterior, el voto de la población fue
obligatorio, criterio que nos parece discutible cuando se trata de comicios
ordinarios, pero sólidamente justificado, en el caso de actos constituyentes,
los cuales fijan los términos del pactum subjectionis al que se referían los
Escolásticos.
El resultado ha tenido
una contundencia inhabitual en los actuales procesos comiciales: el 62 % de los
votantes ha rechazado el proyecto de Constitución con el que una minoría
vocinglera e iluminada pretendía cambiar sus vidas. Ha preferido postergar
hasta nuevo aviso una eventual modificación de la Carta Magna –que ésta
probablemente necesite- pero descartando
in limine convertirse en conejillos de indias del proyecto antirrepublicano, “plurinacional” y
neosocialista que los amenazaba.
Lo que ocurrió bien
puede ser definido como la manifestación del instinto de supervivencia nacional
en una emergencia que afecta a la identidad del común. Lo que interesa ahora registrar es el hecho
de que una mayoría holgada, notoriamente policlasista, haya puesto
temporariamente freno y detenido a todo un proceso de “deconstrucción” motorizado por minorías prepotentes. Una sumaria excursión en el tiempo nos puede
ofrecer no pocos ejemplos que permitan sustentar la hipótesis de que existe, en
este sentido, una plausible regularidad histórica.
Es conocida, por
ejemplo, la resistencia de los jacobinos, durante la Revolución Francesa, a
implementar el sufragio universal, resistencia acentuada a partir de la
experiencia de los comicios legislativos de Prairial del año V, que arrojaron
como resultado una Cámara con más de 70
% de diputados monárquicos. Luego vendrían el Imperio napoleónico, y la
restauración monárquica, hasta que en 1848 se produciría, barricadas mediante,
la implantación de la II República, de orientación radical y socialista. Pero
en las subsiguientes elecciones generales, las primeras con sufragio universal
masculino, se produjo un franco giro hacia la derecha. Cuando, finalmente, el
sufragio popular por primera vez fue convocado para elegir Presidente, resultó
electo por mayoría abrumadora el príncipe Luís Napoleón, luego emperador como
Napoleón III..
Pero vengamos más cerca en el
tiempo. En 1931 se proclama de facto la
II República española, eligiéndose inmediatamente Cortes Constituyentes. En estas prevalecía claramente un
pensamiento radicalsocialista. Cumplido,
a fines de año, el cometido de aquéllas, en lugar de convocarse al voto
universal para elegir el Parlamento, los constituyentes se autoconvirtieron en
parlamentarios de modo de mantener el poder en las mismas manos, sin
arriesgarlo en la confrontación electoral.
Esta, de cualquier manera, fue
inevitable en 1933, y –tras dos años de anticlericalismo furibundo y apoyo
oficial a la minoría secesionista catalana-
el voto universal favoreció de manera abrumadora a las fuerzas de
centroderecha.
Miremos también al
bizarro “Mayo francés”. En aquel mes de 1968, una ultraizquierda estudiantil
con algún olor a deep state desató la revuelta en la Sorbonne y luego,
paulatinamente, en casi todo el país. A
ella se sumó después, aunque condicionadamente, el propio PCF. La convergencia de estas rebeldías produjo no
sólo la mayor rebelión universitaria sino la huelga general más importante de
la historia gala y, casi seguramente, de la de Europa occidental. A partir del 3 de mayo, según el líder
opositor, el socialista Francois Mitterrand, “no había Estado en Francia” . En
realidad, lo que quedaba del poder político solo estaba separado de la turba
por la figura del anciano General. De
Gaulle reacciona: testea la lealtad del
Ejército, disuelve el Parlamento y convoca nuevas elecciones. Estas resultarán
plebiscitarias: su partido conquista el 72 % de las bancas, mientras las
fuerzas de centroizquierda y los comunistas retroceden visiblemente. Francia
vuelve al trabajo.
1968 será también en
EEUU el año de la contestación generalizada, anticipo de la “conciencia Woke”
de nuestros días. Los disturbios
raciales y la insurrección estudiantil
se prolongaron durante varios meses. En
total, se desplegaron 58.000 soldados de la Guardia Nacional, hubo 27.000
detenidos, 3.500 heridos y 43 muertos. La violencia se prolongó a lo largo del
año. La ciudad de Wilmington (Delaware), tuvo militares en las calles durante
nueve meses. En noviembre Richard Nixon
– el candidato de la derecha- ganó las elecciones presidenciales desplazando de
la Presidencia al Partido Demócrata que la había retenido 28 de los 36 años
precedentes.
Cuáles son los factores
comunes entre todos estos procesos a que hemos aludido, y tantos otros que
sería tedioso referir en este encuentro? Que, a la corta o a la larga, una y otra vez el voto corrige a “la
calle”. Que lo que es obra de minorías
intensas, fuertemente ideologizadas y, en general, lejanas del “sentido común”
de la población, fracasa o es desplazado cada vez que esa población encuentra
cauces adecuados para afrontarlas y decir su palabra genuina. Tanto es cierto esto que la más inteligente
interpretación y concepcion estratégica del marxismo –a mi juicio- siga siendo
la de Antonio Gramsci, para la cual el verdadero triunfo de la “filosofía de la
praxis” consiste nada menos que en “cambiar el
sentido común”. Empresa hace
tiempo iniciada en la Argentina, pero lejos aún de haberse consumado
plenamente.
Lo hemos dicho en otras ocasiones. Muchos millones de compatriotas rechazan todo
lo que deriva del abolicionismo penal, defienden la vida desde la concepción,
están persuadidos de que un niño necesita un padre y una madre, saben que la
identidad sexual está inscripta en nuestras propias células, demandan que se
acaben las usurpaciones de tierras, se esfuerzan por alcanzar la propiedad
privada de su vivienda, prefieren trabajar a ser subsidiados, privilegian el
orden y la seguridad, etc. etc. Es
decir, un conjunto inequívoco de reflejos de conservación que conforman una
incuestionable derecha sociológica sobre la cual debe reconstruirse la derecha
política.
Nos apresuramos a
anticipar que, por las constataciones referidas, ella debe ser una derecha
popular, posperonista y no antiperonista.
Existen amplios segmentos de las clases media y media-baja que en muchas
ocasiones han votado al PJ y que comparten básicamente las actitudes y valores
de derecha a los que hacíamos referencia.
En realidad, el Peronismo en cuanto tal murió con su fundador el 1 de
julio de 1974. Desde entonces es un
objeto histórico, fascinante para los estudiosos nacionales y extranjeros, pero
ha dejado de ser un actor político unívoco.
Precisamente una de las causas –no
la única- de la crisis de
representatividad política que atravesamos es el equívoco sobre las identidades
y la consiguiente desconfiguración de la oferta político-electoral. No me compete el análisis de la coyuntura,
pero me permito decir que, sea en el corto, sea en el mediano plazo, el
realineamiento de las fuerzas partidarias, de modo de poder saber a quién se
vota y para qué, resultará una condición sine qua non de una recuperación de la
república representativa.
En función de ese objetivo
institucional y, sobre todo, en función de los valores sociales y culturales
con los que estamos comprometidos, el terreno abierto es el de la construcción
de la Derecha Popular. Conocemos la
demanda política. Se trata ahora de
articular la oferta que le sea proporcionada.
Quizás Chile no la tuvo nunca, dada la limitación sociocultural de los
partidos de la vieja Derecha. Nosotros
tenemos los materiales. Nuestra
riquísima experiencia histórica durante el siglo XX y la especificidad de nuestra
constitución demográfica conforman algunos de esos materiales. En cualquier caso, deben Uds. tener presente
que lo prioritario para un ámbito de esta naturaleza no es tanto apuntar solo a
saber ganar sino a saber gobernar. Ello
implica enderezar las tareas a la formación de una minoría dirigente
cohesionada y enérgica, capaz de afrontar sin desaliento un escenario político
que corre el riesgo constante de polarización y en el que siempre aparecerán
los que recomienden mimetizarse para sobrevivir.
Las líneas maestras de
una nueva Derecha Popular son, a nuestro juicio, además, obviamente del retorno a la
racionalidad macroeconómica más allá de lo coyuntural, tres:
1. La recuperación del núcleo de la
estatalidad, es decir la recuperación del control sobre el espacio físico, el
monopolio de la fuerza legítima. Ello
implica hacer permanente presente la fuerza
de la Nación en los enclaves controlados hoy por el narcotráfico,
extinguir los brotes secesionistas en el sudoeste andino y hacer efectiva la
vigencia de la soberania sobre la ubérrima Pampa Azul.
2. La integración de todas las políticas
públicas en un esfuerzo por constituir una sociedad de propietarios en lugar del “Estado servil” que hoy impera.
3. La liberación de todos los ámbitos
culturales y educativos de la influencia del lobby LGBTQ+, volviendo a las
pautas sobre la conciencia individual y la privacidad contenidas en la
Constitución Nacional y a la responsabilidad de los padres sobre la educación
de sus hijos.
Una Derecha que
gane con estas banderas y se prepare para gobernar sin traicionarlas es la más
clara alternativa frente a lo que se presenta ni más ni menos que como la
descomposición de la Argentina.-