de nuevo, obsesionados contra el Opus Dei
Hispanidad,
25/09/22
El problema del
'Motu Proprio' vaticano sobre el Opus Dei es de contenido y de continente. De
contenido, porque si en el carisma de la Obra lo revolucionario es recordar el
antiguo mandato de que los laicos pueden y deben ser santos, no parece correcto
'clericalizarlos', haciéndolos depender de la Congregación para el Clero y bajo
inspección permanente.
Es lo mismo que
está ocurriendo con muchas voces proféticas que han surgido en estos tiempos de
tribulación y desamor. Algunos obispos pretenden hacerlas depender de
coordinadores eclesiales de la vida consagrada... ¡pero si no son consagrados,
que son laicos! Además, ¿en qué oído sopla el Espíritu Santo: ¿en el de los
profetas o en el de los jerarcas clericales?
De contenido y de
continente. Que el prelado de la Obra no pueda ser obispo, cuando
'subordinados' suyos en la Prelatura sí lo son, sólo es una humillación añadida
y totalmente innecesaria.
En cualquier caso,
se confirma, una vez más, que los tiempos de cristofobia suelen resultar muy
clericales, quizás por aquello de que las mayores aberracciones son las que se
cometen al lado del altar.
Y detrás de esta
decisión, como en la persecución a la Obra en el seno de la Iglesia siempre
hay, como en los viejos tiempos, un jesuita. Me corrijo: con el Papa Francisco
hay varios.
Fueron los
jesuitas quienes intentaron destruir el Opus Dei desde su fundación y son
jesuitas los que ahora rodean al primer papa jesuita con el ánimo de destruir
el Opus Dei.
Lo que, al mismo
tiempo, recuerda la famosa amenaza de Napoleón a su prisionero, el secretario
de Estado de Pío VII, Ercole Consalvi: "Voy a destruir a la Iglesia",
clamó el emperador. A lo que el clérigo respondió: "Imposible Excelencia,
ni nosotros mismos lo hemos conseguido".
Lo gracioso es
que, como dicen los economistas que censuran el marxismo, estamos "en el
reparto de la miseria". Me refiero a que el Opus Dei de 2022 atraviesa una
crisis de vocaciones, sin necesidad de que el Vaticano pretenda cambiarle en
lugar de mejorarle.
Ahora bien, si el
Opus Dei está en crisis, los jesuitas están en recesión profunda. Recuerden: en
España, motor de la Compañía de Jesús, la media de edad de los jesuitas debe
andar por los 70 años y hace dos años tenían cinco novicios en toda España. No,
no he dicho 5.000, he dicho cinco. Y entonces es cuando el sidótico le arrea al
sifilítico en el occipucio, en nombre de la salud.
Los jesuitas se
han obsesionado de nuevo contra el Opus Dei siguiendo el viejo adagio español
de "consejos vendo que para mí no tengo". En el siglo XX la
arremetida de los clérigos jesuitas contra los laicos del Opus Dei puede tener
como motor cierta envidia. A lo mejor en el siglo XXI es porque el malo no
soporta al bueno, pero tampoco al menos malo que él.
En cualquier caso,
es peligroso que el Papa se deja llevar por los celos de su orden de origen
contra la Obra. Cuando llegó a la diócesis de Buenos Aires, Bergoglio dijo
aquello de que ya no era jesuita sino obispo de la Iglesia, lo que algún
malvado interpretó como una alusión a la persecución que el jesuita Bergoglio
sufrió a manos de sus hermanos de regla. Pero ahora, Bergoglio es el obispo de
Roma, es decir, prelado de los jesuitas, de la Obra... y de todos los
católicos.
Un viejo agregado
del Opus Dei me dijo aquello de que Juan Pablo II nos comprendía y nos quería,
Benedicto XVI nos comprendía pero no nos quería, Francisco ni nos comprende ni
nos quiere. Pues bien, la labor del Papa actual consiste en curar a la Obra y
resucitar a la Compañía de Jesús. Para tan ingente tarea, sólo al alcance de
titanes, debería empezar por detener la obsesión jesuítica contra el Opus Dei y
que ambas instituciones recuperen las vocaciones que han perdido.
Lo otro es el
reparto de la miseria y el degüello entre miserables, peleándose entre las
cenizas: sidóticos persiguiendo a sifilíticos.