Por Claudia
Peiró
Foro Patriótico
Manuel Belgrano, 18-9-22
Argentina le debe
mucho a su rotundo “NO”, aunque los políticos locales no lo hayan notado
El domingo 4 de
septiembre los chilenos se pronunciaron de modo contundente, inapelable -62 %
de los votos-, en rechazo al proyecto de Constitución pergeñado por una
asamblea dominada por ultraminorías que, lejos de buscar consensos,
radicalizaron sus propuestas facciosas.
De nada sirvieron
las promesas de último momento del presidente, Gabriel Boric, de que reformaría
los aspectos más discordantes del proyecto, si éste era aprobado.
El de los chilenos fue un reflejo defensivo, una
reacción de supervivencia, una
reafirmación de unidad, frente al espíritu divisivo y peligrosamente fragmentario del texto
constitucional sometido a referéndum.
Los argentinos le
vamos a deber mucho a este rechazo: bien
podríamos haber sido las siguientes víctimas
de estos riesgosos experimentos que ya están en germen en nuestro
país, donde encuentran terreno fértil en
la ignorancia o defección de muchos
políticos.
El artículo 1°,
quizás el más conflictivo del proyecto constitucional, declaraba a Chile un
Estado “plurinacional”. El artículo 2° ampliaba: “La soberanía reside en el
pueblo de Chile, conformado por diversas naciones”. Y, más adelante, art. 5°,
punto 1: “Chile reconoce la coexistencia de diversos pueblos y naciones en el
marco de la unidad del Estado”, y punto 2: “Son pueblos y naciones indígenas
preexistentes los Mapuche, Aymara, Rapanui, Lickanantay, Quechua, Colla,
Diaguita, Chango, Kawésqar, Yagán, Selk’nam y otros que puedan ser reconocidos
en la forma que establezca la ley.”
La “plurinacionalidad” es ni más ni menos que la
consagración institucional del
indigenismo que, como queda claro ahora, siempre tuvo por objetivo la fragmentación bajo cubierta
de reivindicación de derechos.
La
plurinacionalidad es la negación del
mestizaje, signo constitutivo de las naciones hispanoamericanas. Es decir, la plurinacionalidad es la negación de
nuestra historia y, para decirlo en la
jerga moderna que cultivan los promotores de estas modas, la deconstrucción de
nuestras naciones mediante la deslegitimación de sus bases fundantes.
Consultado por el
periódico El extremo sur, de Chubut,
acerca de qué significaba “plurinacional”, un periodista mapuche respondió: “Se entiende como lo
opuesto al Estado-nación, aquella
ficción de las élites chilenas del siglo XIX que artificialmente homologó el Estado con una nación única, la
chilena, de características
monoculturales y monolingües”. Según él, “esa no es la realidad de Chile, un territorio habitado por al menos
una docena de primeras naciones
preexistentes al Estado desde hace siglos”.
Ajena a estas cuestiones estratégicas, inmediatista
siempre, la política argentina ha dicho
poco y nada al respecto. El Gobierno quedó catatónico porque su lectura se limita a que “perdió”
uno de sus aliados (Boric); un poroteo
cortoplacista, sin conciencia de los intereses permanentes de la Argentina, que están muy bien servidos por
este rechazo categórico a darle
legitimidad a grupos que cuestionan la soberanía chilena sobre todo su territorio, como también pretenden
hacerlo en la Patagonia argentina.
Esta vez la nota
la dio el presidente de Colombia, Gustavo Petro, haciendo gala de una ignorancia poco digna
del cargo que ocupa: “Revivió Pinochet”,
dijo, faltando el respeto a los chilenos que, no sólo han reformado ya varias veces aquella
Constitución de la dictadura, sino que
decidieron, en un referéndum anterior, el 25 de octubre de 2020, darse una nueva.
El indigenismo es la nueva punta de lanza de la
fragmentación social, política y
territorial de Latinoamérica; como en el pasado lo fue la lucha armada y la consigna de convertir a la
Cordillera de los Andes en la Sierra
Maestra de América
Lo que sucedió ahora, es que ese mismo electorado
impidió que aquella decisión abriera una
Caja de Pandora llena de riesgos para la soberanía y la integridad territorial del país.
Porque el indigenismo es la nueva punta de lanza de la
fragmentación social, política y
territorial de Latinoamérica; como en el pasado lo fue la lucha armada y la consigna de convertir a la
Cordillera de los Andes en una larga
Sierra Maestra, hoy el mordiente es el cuestionamiento a la existencia de nuestras naciones por la vía de
reivindicar a los pueblos “originarios”,
terminología artificial y que apenas disimula su verdadera intención.
Desde los años 80,
los “derechos” de los pueblos aborígenes
son esgrimidos, no con fines de
integración sino de fragmentación; hay organizaciones no gubernamentales, o mejor dicho
para-gubernamentales, que fogonean estas
políticas y que, con un grado de injerencia inexplicablemente tolerado por los Estados latinoamericanos,
financian a estos grupos y les dan letra
con el discurso revisionista de nuestra historia bajo el signo de la leyenda negra antiespañola.
El proyecto constitucional chileno llegaba al
delirio de aceptar la coexistencia de
una supuesta “justicia indígena” en oposición a un principio esencial del republicanismo y la
democracia: la igualdad ante la ley. El
Estado, decía el abortado proyecto constitucional, debe “respetar, promover, proteger y garantizar el
ejercicio de la libre determinación” de
las “naciones” indígenas, y el artículo 309 agregaba: “El Estado reconoce los sistemas jurídicos de
los pueblos y naciones indígenas, los
que en virtud de su derecho a la libre determinación coexisten coordinados en un plano de igualdad
con el Sistema Nacional de Justicia”.
¿Es posible
exagerar la gravedad de estas
disposiciones y el riesgo evitado con su rechazo? Pensemos que este proyecto constitucional fue pergeñado en
momentos en que, en el sur de nuestro
continente, sellos como la agrupación Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) o la
Coordinadora Arauco Malleco (CAM), le han declarado la “guerra a Argentina y
Chile”, y protagonizan actos de sabotaje, incendios y amenazas.
Los años 90 vieron
la eclosión del indigenismo. Por ejemplo, en el sitio web británico The Mapuche
Nation (sic) se lee: “El día 11 de mayo
de 1996, un grupo de mapuches y europeos
comprometidos con el destino de los pueblos y naciones indígenas de
las Américas, y en particular con el
pueblo mapuche de Chile y Argentina,
lanzaron la Mapuche International Link (MIL) en Bristol, United Kingdom”.
Es decir que The
Mapuche Nation, la “nación” que los
constituyentes chilenos querían reconocer, tiene el centro de operaciones de su “lucha por la
autodeterminación” -tal el objetivo que
declama- en el nº 6 de Lodge Street, en la ciudad portuaria de Bristol, en Inglaterra.
Una revista extranjera consagraba su tapa a Gabriel
Boric, en la edición previa al
referéndum. ¿Es casual? ¿O ya estaban preparando el terreno para consagrarlo como nuevo paladín de los
derechos de los pueblos “originarios”?
Entre nosotros, recientemente, funcionarios
nak&pop declararon “sitio sagrado
mapuche” al Volcán Lanín. Tuvieron que dar marcha atrás, pero el hecho de que autoridades argentinas hayan
llegado a considerar legítima semejante
medida es un síntoma de la penetración de estas doctrinas divisionistas.
A fines de los 90
una agencia de desarrollo extranjera
vinculada a iglesias protestantes comunicó a sus partenaires argentinos que, en adelante, sólo
financiarían programas destinados a los
“pueblos originarios”. Desde un interés nacional, no debería haber diferencia alguna entre un
pobre criollo y un pobre wichí, o toba o
mataco. Pero, por si no bastara, la agencia aclaraba que, como la “nación wichi”, por ejemplo, no está
asentada sólo en el norte argentino,
sino también en Bolivia, los proyectos podían ser binacionales...
¿Cuánto falta para
que una entidad internacional -por caso
la ONU o alguno de sus derivados:
Unesco, FAO, OMS, PNUD, etc- declare la necesidad de proteger a tal o cual “nación originaria” de la arbitrariedad
del Estado chileno, argentino, boliviano
u otro? Y no faltará la ayuda de idiotas útiles
locales. ¿Cuánto falta para que alguien proponga un protectorado bajo supervisión internacional para defender los
derechos de las supuestamente
preexistentes naciones indígenas?
Chile nació
mestizo, como mestiza nació la Argentina, como México, Paraguay, como todas las
naciones hispanoamericanas. Ese mestizaje es el que hay que reivindicar y
profundizar; el mestizaje es la verdadera integración. Y es la salvaguarda contra
las intentonas divisionistas.
Lo otro es
facción, fragmentación y gueto. Es ofrecer flancos débiles a las ambiciones
ajenas.
Gracias, Chile.