un neofeminismo retrógrado nos quiere llevar
de la libertad al apartheid sexual
Claudia Peiró
Infobae, 1 de
Octubre de 2022
“Has recorrido,
muchacha, un largo camino ya…” ¿Se acuerdan de ese eslogan publicitario de los
cigarrillos Virginia Slims? Eran los años 70, y estaba en auge la liberación
femenina y la publicidad se montaba sobre los fenómenos sociales.
El cambio se daba
sobre todo en el plano sexual: los anticonceptivos permitían separar el sexo de
la procreación y le daban a la mujer un espacio de libertad que hasta entonces
era mayormente “cosa de hombres”.
Seguramente muchos
de ustedes no lo saben o no lo recuerdan, pero la rebelión juvenil de Mayo del
68 en Francia estalló precisamente por eso. En la Universidad de Nanterre, en
las afueras de París, los estudiantes ocuparon el edificio donde estaban los
dormitorios de las mujeres para exigir que se derogara la norma que les
prohibía a los varones entrar a las habitaciones de las chicas. Cuartos mixtos
y amor libre… Ese fue el detonante.
Más de medio siglo
después, en septiembre de 2022, en pleno auge de la tercera ola feminista, en
la prestigiosa Escuela Normal Superior de París, universidad donde se forma
parte de la elite francesa, una asamblea estudiantil reclamó que se prohíba a
los varones el acceso a los pasillos del internado de la institución donde
duermen las mujeres.
1968: las chicas
querían dormir con los chicos; o al menos invitarlos a sus dormitorios.
2022: las chicas
tienen miedo de cruzarse con chicos en un pasillo…
Has recorrido,
muchacha, un largo camino ya…hacia el apartheid sexual...
La prohibición
reclamada en Normale Sup, como llaman a esa tradicional institución -que,
ironía del destino, fue una de las primeras que siguió a Nanterre en la
rebelión del 68-, apunta contra los hombres “cisgénero”, es decir, en la
neolengua orwelliana que nos imponen estas minorías de minorías, los varones
que se autoperciben varones.
Septiembre es el
mes de la vuelta a clases en el hemisferio norte y las “empoderadas” reclamaron
protección ante la inminente llegada de las hordas varoniles a los claustros de
Normale Sup... En el reporte de la reunión estudiantil donde se debatió el tema
se explica que, por su sola presencia, los hombres acentúan “la vulnerabilidad
de las mujeres y de las personas que pertenecen a minorías sexuales”.
Sería algo así
como “el varón, lobo de la mujer y de las diversidades”.
¿Qué pasó? ¿Hubo
abusos, agresiones, violaciones…? No, un grupito de estudiantes hizo una lista
de, perdón por la palabra, “cogibilidad” de algunas compañeras de estudio… Está
mal, es desubicado, pero…¿imponer por ese motivo un apartheid sexual?
En un editorial
reciente, la periodista y escritora francesa Elisabeth Lévy decía: “Hoy las
jóvenes son más puritanas, más represivas y tienen una visión de la sexualidad
más ingenua y a la vez más deprimente que sus mayores”. Y, en referencia al
interés, la mirada, el deseo o el galanteo masculino, agregaba: “Es
inentendible que una mujer joven vea una afrenta a su dignidad en algo que su
madre, a la misma edad, hubiera tomado como un homenaje o, en el peor de los
casos, una contrariedad sin importancia”.
El
progre-feminismo ha pasado de luchar por el amor libre a prohibir los ambientes
mixtos y anatemizar la heterosexualidad. Todo un avance.
El #MeToo hizo una
amalgama entre el piropo callejero y la violación, equiparando lo que
constituye una máxima agresión y un delito penado por la ley con lo que puede
ser una actitud desubicada o grosera.
Una de las
pioneras de la denuncia mediática, Sandra Muller, se subió a la ola del #MeToo
con dos mensajes en Twitter, el 13 de octubre de 2017. En uno, llamaba a sus
congéneres a denunciar en las redes: “Tú también cuéntalo dando el nombre y los
detalles de un acoso sexual que hayas tenido en tu trabajo. Te espero”. Y en el
segundo, daba el ejemplo denunciando a un hombre que en una fiesta le había
dicho: “Tienes los pechos grandes. Eres mi tipo de mujer. Te haré disfrutar
toda la noche”.
Según Muller, este
comentario le provocó “vergüenza, negación, deseo de olvidar” y hasta una
“ausencia espacio-temporal” que le impidió “verbalizar” lo ocurrido durante
años. ¿Es creíble tanto trauma por esa frase? Vale aclarar que el denunciado no
era su jefe, ni siquiera un colega de trabajo, que cuando ella lo rechazó él se
quedó en el molde y no la importunó más y, pasada la borrachera, le envió un
mensaje de disculpas esa misma noche.
Pero para la
policía feminista ni una vulgaridad puede prescribir. Por eso Muller lo
escrachó dos años después: el hombre perdió el trabajo, su familia y su
reputación.
El chantaje sexual
es algo inaceptable. Es execrable que alguien aproveche su posición de poder
para exigir favores sexuales. Pero lo de Sandra Muller no encuadra en esa
figura. Una seducción torpe, un comentario desubicado, hasta una grosería, no
implican un delito.
Sin embargo para
el feminismo de estos años, no hay matices. Pocas semanas después del tsunami
de denuncias que generó el #MeToo, el sitio QUARTZ publicaba una columna con el
título: “¿Qué puede todavía un hombre decirle a una mujer en el trabajo?”
Parecía una
ironía, pero no. El artículo planteaba la necesidad de “revisar las reglas de
comunicación entre colegas” porque “ya nadie puede ignorar los repugnantes
defectos del sistema actual”. Para Corinne Purtill, la autora del artículo, en
el ámbito laboral no hay vínculo varón-mujer que no sea de abuso. Afirmaba,
entre otras cosas, que el varón, si no puede abusar verbalmente, no tiene tema
de conversación con sus compañeras de trabajo.
Sólo queda la
segregación sexual…
Hubo reacciones
contra el MeToo por aquel entonces. La escritora Catherine Millet, la actriz
Catherine Deneuve y otras cien mujeres publicaron un manifiesto en Le Monde
denunciando una campaña de delación y de acusaciones públicas de varones que,
sin posibilidad de responder ni defenderse, fueron tildados de agresores
sexuales. Motivadas por el sentimiento de que campañas como el #MeToo por poco
asimilaban situaciones de seducción “torpes” o “desubicadas” con la violación,
las firmantes del manifiesto hasta reivindicaron la “libertad de importunar”,
algo que nunca puede ser considerado agresión sexual. Y advertían sobre el
riesgo “de ir demasiado lejos”, de no “poder decir más nada” o de no “poder más
draguer” (seducir).
Desde Québec,
Canadá, la periodista Sophie Durocher se solidarizaba con el Manifiesto: “A mí
también me harta que se trate a las mujeres como eternas víctimas, pobrecitas
bajo el dominio de demonios falócratas. A mí también me cansa que se demonice
el deseo masculino. A mí tampoco me representa este feminismo que percibe a
todos los hombres como potenciales agresores”.
La periodista
italiana Maristella Carbonin, de Quotidiano, afirmó que el manifiesto de
Deneuve y las otras cien era un “acto verdadero de feminismo”. “Recobremos la
inteligencia, el sentido común, implora Deneuve, cuestionando la ‘campaña de
delación’. Y tiene razón. Todas sabemos reconocer la frontera entre la
violación y un torpe intento de seducción”, escribió.
En concreto, un
rechazo categórico al feminismo puritano que atrasa e inspira reacciones como
la de las estudiantes del Normal Sup.
El apartheid
sexual va precedido de una victimización de la mujer -contradictoria con el
discurso de “empoderamiento”-, cuya contracara es la imputación del hombre.
En la patética
serie Anatomía de un escándalo (Netflix), una fiscal le pregunta a una testigo:
“¿Él es un buen hombre?”
Respuesta: “Es un
hombre”.
No puede ser
bueno.
Con el mismo
espíritu del “¿Qué puede todavía un hombre decirle a una mujer en el trabajo?”,
en España se acaba de aprobar una Ley de Consentimiento. Como tituló ABC al dar
la noticia: “Nace el comisariado sexual que culpa al hombre de todo”. La “Ley
Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual” establece la obligación de
un consentimiento explícito en las relaciones sexuales.
Habrá que esperar
la letra chica de la reglamentación para ver cómo se dejará constancia de ello,
porque ¿qué pasará cuando un integrante de la pareja diga que hubo consentimiento
y el otro no?
Como señaló el
juez Emilio Catalayud, “son temas tan complicados que crean inseguridad
jurídica; los chavales jóvenes van a tener que llamar al notario de guardia”.
“El consentimiento
es la llave de paso de una sexualidad represiva y heteronormada a relaciones
eróticas igualitarias”, dice una profesora de Yale, la filósofa feminista Manon
García, en defensa de estos delirios. “Consentimiento”, explica, es un tema
femenino porque “el hombre no consiente, actúa”, dando así la razón a los que
dicen que estas leyes del “sólo sí es sí” no son una defensa de la mujer sino
un ataque al hombre.
Manon García
sostiene por ejemplo que la ausencia de un “no” explícito no significa
consentimiento. Estamos en problemas…. Para ella, la revolución sexual (de los
70) fue masculina, sólo los hombres la aprovecharon; más aún, les sirvió para
extender su dominio de la esfera pública a la íntima.
Al pedido de
apartheid de la Escuela Normal Superior de París y la ley de consentimiento
española, le podemos sumar los seminarios reservados a las mujeres, o sea
vedados a los varones, que están muy en auge en universidades europeas.
“Atrévase a las carreras en femenino”, decía la oferta conjunta del municipio
de Grenoble con la universidad, por ejemplo.
Y no olvidemos
que, en Argentina, varios cronistas y fotógrafos que hacían cobertura
periodística fueron echados de las asambleas o marchas de mujeres por ser el
sólo hecho de ser varones.
Los nenes con los
nenes, las nenas con las nenas…
Pilar Llop, hoy ministra
de Justicia de España, y antes delegada del Gobierno para la Violencia de
Género, decía desde esta función que “una democracia en la que la mitad de la
población vierte violencia sobre la otra mitad, no es democracia”.
La señora es
abogada. Si se le pregunta, seguramente dirá que está en contra del delito de
autor. Es decir, de condenar a la persona no por lo que hizo sino por lo que
es. Pero en la práctica estas feministas condenan al varón por el hecho de
serlo. Lo que le critican al racismo -la tendencia a juzgar a una persona por
el color de su piel- lo aplican tranquilamente al sexo.
La abogada y
ensayista francesa Florence Rault dice que el neofeminismo no lucha por “un
lugar de igualdad en la sociedad moderna”, sino que es “una forma de
emancipación milenarista para liberar (...) al conjunto del reino viviente, del
dominio del macho humano”. Rault también señala la contradicción entre “la
expresión de una voluntad de poder social y político para las mujeres” y el
hecho de presentarlas como “seres frágiles, sumisos, incapaces de defenderse,
hasta privados de libre arbitrio”. Es por ello que “piden protección al Estado
y a su policía”.
Como las
estudiantes del Normal Sup...
La pregunta que
cabe es: ¿podemos llamar feminismo a un movimiento que dice que viene a darnos
el poder pero nos presenta como personas que necesitamos de amparo para
convivir con el sexo opuesto?
¿Podemos llamar
feminismo a una corriente que promueve la segregación sexual?
¿Podemos llamar
feminismo a esta corriente que postula que una mujer sólo puede estar
representada por otra mujer?
El triunfo de
Giorgia Meloni les quemó los papeles a las feministas. Su visión binaria del
mundo hizo agua. La llegada al poder en Italia de una mujer por primera vez en
la historia, y de una mujer independiente, que no es la señora de nadie, debió
llenarlas de orgullo. En cambio, enmudecieron.
El politólogo
Gianfranco Pasquini lo explicó: “Meloni no es una mujer progresista (...); por
eso creo que no es un éxito de las mujeres, es un éxito de Giorgia Meloni, es
un éxito personal, suyo, político, pero no un éxito de las mujeres. Y ella no
diría que es un éxito de las mujeres, sino que es un éxito de sus capacidades,
Y tiene razón”.
¿Perdón? ¿Cómo que
no es un éxito de las mujeres? ¿Sería un éxito de las mujeres si llegara
gracias al cupo y no por sus capacidades? ¿O por ser la mujer de…? En todo
caso, es una derrota del neofeminsimo, que necesita amparo estatal para todo.
¿Es un éxito de
las mujeres tener una ministra como la de España que milita el apartheid sexual
y la culpabilización de todos los varones por las dudas? ¿O tener una como la
nuestra que cree que la mujer no existió en la historia hasta que Alberto
Fernández creó el Ministerio de la persona con útero? ¿Tendría que renegar
Meloni de la familia, de la religión y de su patria para que el neofeminismo
festeje?
Meloni demostró
que una mujer tiene la capacidad para conquistar el poder. Es claramente un
éxito de las mujeres.
¿Podemos llamar
movimiento de lucha por nuestros derechos a uno que no festeja la llegada al
poder de una mujer porque no es abortista, ni es atea, ni es andrófoba?
Tenemos que decir
basta y, si nos sentimos, si somos, personas emancipadas, como lo somos, asumir
el desafío de hacernos cargo, junto al varón, de la totalidad de los problemas.
No somos un colectivo. No nos representa otra mujer por el solo hecho de serlo.
No nos preocupa sólo nuestra menstruación. Nos ponemos al hombro la cruz de
todos. Ninguna problemática de nuestro país, de nuestros compatriotas, varones
y mujeres de toda condición, nos puede ser ajena.
Como hice con la
cantante Bebe en mi anterior “Contracorriente”, de nuevo cierro citando a una
mujer. También artista. Se trata de la actriz Fanny Ardant. Ya sabemos que
ahora todos los festivales de cine son tribunas de corrección política en los
que quienes reciben premios rivalizan por ver quién dice las cosas más
incendiarias posibles.
Pero cada tanto
alguien nada contra la corriente.
Al entregar el
premio al mejor actor, en la edición de los César 2021, Fanny Ardant había
dicho: “Es una alegría festejar a los actores. Celebrar a los hombres. Decirles
que son lindos, que son valientes. Que soñamos con conocerlos. Que deseamos
volver a verlos. Que nunca olvidamos las emociones que nos han dado. Que nos
han hecho reír y llorar. Que nos han enojado, pero que nos han seducido. Y
que…. los amamos… los admiramos. Y que… vivir sin ellos, no sería del todo
vivir”.