domingo, 19 de febrero de 2023

¿BASTA LA AUTOPERCEPCIÓN

 

 para el reconocimiento de la identidad?


¿Es suficiente lo que yo diga o imagine sobre mis antepasados?

 

Andrea Greco

 

Infobae, 19 de Febrero de 2023

 

Con la emergencia del conflicto por el reconocimiento de comunidades mapuches en el sur de Mendoza se ha despertado una gran polémica. Hemos escuchado y leído, en estos días, voces que desacreditan la importancia de los datos de la historia, de los documentos para dilucidar el problema. En cambio, proclaman que la sola autopercepción de alguien como mapuche basta para que se le puedan reconocer los derechos reservados por la Ley 26.160 a los pueblos originarios. Como ha escrito una historiadora, algunos hablan de “los procesos de constitución de la identidad y cultura mapuche que tienen como base registros, prácticas y lenguajes no inscriptos en la memoria o narrativa estatal” (Los Andes, 12/02/2023). Habría que buscar entonces esa base en la memoria colectiva.

 

También, es posible leer entre líneas, que una gran operación política hay detrás de esa supuesta “autopercepción”, ya que los puesteros han sido “visitados” previamente por técnicos del INAI que les han explicado las ventajas que se derivarían de su pertenencia a comunidades creadas a los fines de la Ley. Es el caso de Eliseo Parada (cuya vida y trabajo puede conocerse en los vídeos documentales El Arreo o el programa de Malnati 10 días como un trashumante, el duro trabajo del arriero, ambos en Youtube). Eliseo ha dicho: “Estar como comunidad, a veces es una necesidad de la gente que cree que estando en una organización va a tener el terreno, pero en realidad no es tan así porque si se le entrega la tierra a la comunidad, se recibe la tenencia, pero si uno deja de ser de la comunidad deja de pertenecer a esos derechos del terreno. Por eso no me formé en comunidad porque cuando vino una persona del INAI, a una reunión en mi casa, entendí cómo era el reglamento interno y no me agrupé” (Mendoza today, 07/02/2323). Con agudeza el criancero malargüino advierte: “A las organizaciones siempre hay alguien que las maneja, y cuando los productores han estado en las organizaciones lamentablemente nos hemos terminado yendo porque no conocemos a fondo cómo se manejan. Cuando el productor se da cuenta que es no como creía se retira y la tierra termina quedando en manos del Estado o en manos otra persona no hizo el sacrificio que hizo el puestero”.

 

Ante todo esto, cabe preguntarse: ¿basta la autopercepción para el reconocimiento de la identidad? ¿Es suficiente lo que yo diga o imagine sobre mis antepasados?¿Es eso realmente “autopercepción” o hay manipulación de las personas? ¿Es eso la memoria colectiva de la cual se nutren estas decisiones políticas?

 

Es que por detrás de este turbio entramado se deja ver la discusión entre lo que se ha dado en llamar memoria como algo enfrentado a la historia. Beatriz Bragoni sostiene: “La polémica bien puede ubicarse en las coordenadas que arbitran las complejas relaciones entre memoria(s) e historia”.

 

Parecería que la memoria(s) se trata de eso, algo vivo, más cercano, mientras la historia, algo serio y más distante.

 

Sin embargo, se convierte en un planteo a-histórico y un uso de la “memoria colectiva” para “manejar” el pasado eligiendo y desechando a gusto. La concepción clásica de memoria la entiende como reservorio vivo en las conciencias de los miembros de una comunidad histórica, de personajes y acciones importantes para la vida comunitaria. La Historia, disciplina científica, se vale de la memoria de los testigos para reconstruir el pasado. El problema surge cuando el historiador deja la averiguación (o el acercamiento) de la verdad del pasado con una intencionalidad presentista de transformación política.

 

Como el conocimiento histórico es indirecto –puesto que el objeto de su estudio ya no está– hay que trabajar con testimonios o rastros dejados por el hombre. Es decir, la historiografía utilizó el concepto teórico de testimonio. La noción de memoria no estuvo en el repertorio de las palabras utilizadas por la historiografía “científica”, pero la abarcaba. Su uso es un aporte que llega de otras ciencias humanas (sociología, antropología, etnografía) y penetra en la historiografía en el siglo XX.

 

Más tarde apareció la idea de “memoria colectiva” que, aceptada y empleada muchas veces de manera bastante acrítica, ha recibido en la actualidad precisiones indispensables como la de José F. Colmeiro: “La memoria colectiva ha de ser entendida no de manera literal, ya que no existe materialmente esa memoria colectiva en parte alguna, sino como una entidad simbólica representativa de una comunidad. /…/ Solo en el nivel simbólico se puede hablar de memoria colectiva, como el conjunto de tradiciones, creencias, rituales y mitos que poseen los miembros de un determinado grupo social y que determinan su adscripción al mismo”.

 

Desde los ‘80 el sobredimensionamiento del concepto ha llevado a buscar mayores precisiones y puesta de límites. Uno de sus divulgadores fue el historiador francés Pierre Nora, en la obra colectiva: Les lieux de mémoire. Por su parte, Paul Ricoeur ha desarrollado precisiones acerca de memoria e historia. En La memoria, la historia, el olvido considera que la adecuación del recuerdo con lo acontecido no es un atributo definitorio de la memoria. La memoria nos asegura que algo aconteció, lo que no puede garantizarnos es la adecuación entre la impresión que produce en el sujeto y el suceso pasado (y esto es clave), especialmente teniendo en cuenta la presencia de la imaginación tanto para memorizar como para rememorar. El método histórico justamente busca contrastar críticamente las representaciones del acontecimiento con los restos que quedan de él.

 

El mismo Pierre Nora luego de largar al ruedo la idea de memoria advirtió su sobredimensionamiento. En la entrevista publicada por La Nación en 2006 explica:

 

“Memoria e historia funcionan en dos registros radicalmente diferentes, aun cuando es evidente que ambas tienen relaciones estrechas y que la historia se apoya, nace, de la memoria. La memoria es el recuerdo de un pasado vivido o imaginado. Por esa razón, la memoria siempre es portada por grupos de seres vivos que experimentaron los hechos o creen haberlo hecho. La memoria, por naturaleza, es afectiva, emotiva, abierta a todas las transformaciones, inconsciente de sus sucesivas transformaciones, vulnerable a toda manipulación, susceptible de permanecer latente durante largos períodos y de bruscos despertares. La memoria es siempre un fenómeno colectivo, aunque sea psicológicamente vivida como individual. Por el contrario, la historia es una construcción siempre problemática e incompleta de aquello que ha dejado de existir, pero que dejó rastros. A partir de esos rastros, controlados, entrecruzados, comparados, el historiador trata de reconstituir lo que pudo pasar y, sobre todo, integrar esos hechos en un conjunto explicativo… La historia permanece; la memoria va demasiado rápido. La historia reúne; la memoria divide”. La expansión de la memoria puede ser opresora de la historia; de allí que también Nora insista en el papel diferencial entre memoria e historia, y la función explicativa y conciliadora de esta última. También Todorov en Los abusos de la memoria habla de la injerencia de las ideologías en su uso y abuso.

 

En este marco de pragmatismo, en la Argentina, los historiadores liberales emplearon a la historia como operación ideológica para consolidar una identidad liberal para el país. Por esa vía, negaron algunos aspectos de nuestra raíz, ensalzaron unos, tergiversaron otros. Algo similar puede sucedernos en la actualidad si por intereses políticos, económicos o del tipo que sean, “creamos” una memoria para justificar nuestras decisiones.

 

Con la excusa de la memoria colectiva, se puede falsear parte de la historia con objetivos políticos del presente. Así se produce una nueva operación ideológica para construir una nueva sociedad a gusto de sus actuales “constructores”.