jueves, 4 de julio de 2024

PERÓN

 

 y la doctrina social de la iglesia

 

Por Pascual Albanese

Foro patriótico Manuel Belgrano,  27/06/2024

 

 

La elección del Papa Francisco y las recurrentes alusiones posteriores al ascenso de un presunto “Papa peronista” otorgaron la posibilidad de focalizar  la atención en una cuestión más relevante en un fenómeno de carácter inverso que es la relación histórica entre el pensamiento de Perón y la doctrina social de la Iglesia.

 

Durante toda su vida pública Perón hizo constantes referencias a ese vínculo. El 14 de diciembre de 1945, en el comienzo de la campaña electoral que lo llevó por primera vez a la presidencia, puntualizó:  “nuestra doctrina  justicialista estuvo emparentada con esa doctrina social emanada de las encíclicas papales y es la doctrina social cristiana”. En el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional de 1974, dos meses antes de su muerte, subraya que “existe una cabal coincidencia entre nuestra concepción del hombre y del mundo, nuestra interpretación de la justicia social y los principios  esenciales de la Iglesia”. Destacó también que “la Iglesia y el justicialismo instauran una misma ética, fundamento de una moral común”.

 

Perón recalcó siempre que su doctrina  estuvo inspirada en las encíclicas sociales. Esa fuente de inspiración se remonta especialmente a la primera de esas encíclicas, la “Rerum Novarum“ de León XIII, en 1891, y a la segunda, “Quadragesimus Annus”, de Pío XI, en 1931, que sentaron las bases el magisterio social de la Iglesia, que luego se fue actualizando  para adecuarse a la evolución de los tiempos.

 

Desde la ”Rerum Novarum”, que sugestivamente significa “Acerca de la cosas nuevas”, la Iglesia asume los desafíos  derivados del ascenso del capitalismo y reivindica la centralidad de la cuestión social, sin endosar por ello la ideología de la lucha de clases. Condena por igual al individualismo liberal y al colectivismo marxista, en una doble negación que constituye el punto de partida de lo que Perón definiera como la “Tercera Posición”

 

En su obra cumbre, “La Comunidad Organizada”, Perón afirmaba: ”el tránsito del “yo” al “nosotros” no se opera mecánicamente, como un exterminio de individualidades, sino como una reafirmación de  es éstas en su función colectiva. El fenómeno, así, es ordenado y se sitúa en una evolución necesaria, que tiene más fisonomía de Edad que de Motín”.

 

Y agregaba: “Ni la justicia social ni la libertad, motores de nuestro tiempo, son comprensible en una comunidad montada sobre seres insectificados, a menos que, a modo de dolorosa solución, el ideal se concentre en el mecanismo omnipotente del Estado. Nuestra comunidad, a la que debemos aspirar, es aquélla donde la libertad y la responsabilidad son causa y efecto, en que exista una alegría de ser, fundada en la dignidad propia. Una comunidad donde el individuo tenga realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integre y no sólo su presencia mura y temerosa”.

 

Advertía asimismo: ”La lucha de clases  no puede ser considerada hoy en ese aspecto que ensombrece toda esperanza  de fraternidad humana. En el mundo, sin lugar a soluciones de violencia, gana terreno la persuasión de que la colaboración social y la dignificación de la Humanidad constituyen hechos no  tanto deseables sino inexorables. La llamada lucha de clases, como tal, se encuentra en trance de superación.”

 

Con Perón los trabajadores argentinos lograron construir la organización sindical de raíces cristianas más importante del mundo entero, inequívocamente  diferenciada del marxismo, casi cuarenta años antes del surgimiento en Polonia de Lech Walesa y de Solidaridad, impulsados por la prédica y el  ejemplo de San Juan Pablo II. Desde esa óptica el peronismo fue un actor protagónico de la evangelización cultural del mundo del trabajo.

 

En su “Quadragesimis Anus” Pío XI introduce un concepto novedoso y fundamental: el principio de subsidiariedad y, correlativamente, el papel de las asociaciones intermedias, que establecen con precisión la delimitación de funciones entre el Estado y  de la sociedad, que representa el eje de la polémica histórica entre el individualismo y el totalitarismo. Precisamente ese principio de subsidiariedad y el rol de las asociaciones intermedias son el núcleo básico  del proyecto de Perón de construir una “comunidad organizada” sustentada en las “organizaciones libres del pueblo”.

 

Si existe un punto clave de distinción entre  el pensamiento de Perón con el “kirchnerismo”  es justamente que para Perón las organizaciones  del pueblo tienen que ser libres, es decir independientes de la tutela estatal. El “kirchnerismo”, en cambio, buscó reducir a todas las organizaciones  sociales, desde las estructuras sindicales a los movimientos sociales, empezando por el propio Partido Justicialista, a la condición de apéndices del Estado.

 

En la visión de Perón podría definirse al peronismo como un movimiento popular  orientado a encarnar políticamente los principios y valores de la doctrina social de la Iglesia en las condiciones concretas de cada etapa de la evolución histórica de la Argentina. El  padre Carlos Mugica decía que “el peronismo es la doctrina social de la Iglesia encarnada en nuestro pueblo”.

 

A la inversa, en un camino de ida y vuelta, el pensador católico italiano Rocco Butiglione, en su reciente libro “Caminos para una Teología del Pueblo y de la Cultura”, sitúa con extraordinaria precisión la influencia de la   experiencia del peronismo en el surgimiento en la Argentina de la “teología del pueblo” en la que abrevó el Papa Francisco.

 

Perón no fue ajeno a ese proceso interactivo. En un extenso y medular discurso pronunciado en abril de 1948 ante las autoridades del Episcopado argentino, advertía: ”al igual que no todos los que se dicen demócratas lo son efectos, no todos los que  se llaman católicos se inspiran en las doctrinas cristianas. Nuestra religión es una religión de humildad, de renunciamiento, de exaltación de los valores espirituales por encima de los materiales. Es la religión de los pobres, de los que tienen hambre y sed de justicia”.-

 

En la misma línea sostenía: “saber despojarse de la vanidad que asoma cada vez que se  sube un escalón donde está situada la masa del pueblo requiere una dosis de hombría equivalente a la del héroe frente a la incertidumbre que amenaza su vida. La humildad cristiana, la afabilidad paternal, el desprecio de la pompa y el boato constituyen las dotes que más aprecia el pueblo en quienes  saben practicarlas. El pueblo las aprecia no sólo por ser símbolo tangible de virtud, sino porque constituye la fuerza más poderosa que lo atraer  hacia la senda que conduce a la verdadera paz de Cristo”.

 

Afirmaba también que “es mejor y más conveniente  para la vida del Estado como para la Iglesia volver a las costumbres sencillas, al predominio del amor y de la confianza recíproca entre los hombres y entre las naciones Para conseguirlo, el Estado ha de luchar con grandes dificultades, por la  complejidad de la vida misma, por las pasiones inherentes a la condición humana y porque, en definitiva, los idearios políticos son múltiples y contradictorios. A la Iglesia, en cambio, le ha de ser  más fácil el retorno a  la pureza inicial de su doctrina, porque es única  y porque, aun cuando en ocasiones parezca haberse desviado de su gloriosa trayectoria, siempre la predicación dogmática ha sido la misma. Y siempre  ha tenido un contenido social”.

 

En su libro “Medio siglo de política y diplomacia”, publicado en 1997, Benito Llambí, último Ministro del Interior de Perón, relata una notable advertencia recogida en una conversación a solas en la residencia presidencial a principios de 1974: “Un día yo no estaré, pero si nuestros sucesores políticos corrompieran el partido, el Estado y el Movimiento para llevar a cabo sus mezquinos intereses en contra del pueblo, pues sería lógico que el pueblo se rebele contra todos ellos, incluso contra nuestros símbolos, porque si nuestros símbolos pierden su carácter popular y revolucionario y pasan a representar algo arcaico y atrasado seguramente vendrá otro movimiento de masas populares que, enarbolando o no algunas de nuestras banderas, acabará con el justicialismo y creará algo nuevo. De suceder eso sólo le pido a Dios que lo que venga sea superador a mi legado y sea en bienestar del Pueblo”

 

Para reivindicar ese legado corresponde sumarse a ese pedido.