y la doctrina social de la iglesia
Por Pascual
Albanese
Foro patriótico
Manuel Belgrano, 27/06/2024
La elección del
Papa Francisco y las recurrentes alusiones posteriores al ascenso de un
presunto “Papa peronista” otorgaron la posibilidad de focalizar la atención en una cuestión más relevante en
un fenómeno de carácter inverso que es la relación histórica entre el
pensamiento de Perón y la doctrina social de la Iglesia.
Durante toda su
vida pública Perón hizo constantes referencias a ese vínculo. El 14 de
diciembre de 1945, en el comienzo de la campaña electoral que lo llevó por
primera vez a la presidencia, puntualizó:
“nuestra doctrina justicialista
estuvo emparentada con esa doctrina social emanada de las encíclicas papales y
es la doctrina social cristiana”. En el Modelo Argentino para el Proyecto
Nacional de 1974, dos meses antes de su muerte, subraya que “existe una cabal
coincidencia entre nuestra concepción del hombre y del mundo, nuestra
interpretación de la justicia social y los principios esenciales de la Iglesia”. Destacó también
que “la Iglesia y el justicialismo instauran una misma ética, fundamento de una
moral común”.
Perón recalcó
siempre que su doctrina estuvo inspirada
en las encíclicas sociales. Esa
fuente de inspiración se remonta especialmente a la primera de esas encíclicas,
la “Rerum Novarum“ de León XIII, en 1891, y a la segunda, “Quadragesimus
Annus”, de Pío XI, en 1931, que sentaron las bases el magisterio social de la
Iglesia, que luego se fue actualizando
para adecuarse a la evolución de los tiempos.
Desde la ”Rerum
Novarum”, que sugestivamente significa “Acerca de la cosas nuevas”, la Iglesia
asume los desafíos derivados del ascenso
del capitalismo y reivindica la centralidad de la cuestión social, sin endosar
por ello la ideología de la lucha de clases. Condena por igual al
individualismo liberal y al colectivismo marxista, en una doble negación que
constituye el punto de partida de lo que Perón definiera como la “Tercera
Posición”
En su obra cumbre,
“La Comunidad Organizada”, Perón afirmaba: ”el tránsito del “yo” al “nosotros”
no se opera mecánicamente, como un exterminio de individualidades, sino como
una reafirmación de es éstas en su función
colectiva. El fenómeno, así, es ordenado y se sitúa en una evolución necesaria,
que tiene más fisonomía de Edad que de Motín”.
Y agregaba: “Ni la
justicia social ni la libertad, motores de nuestro tiempo, son comprensible en
una comunidad montada sobre seres insectificados, a menos que, a modo de
dolorosa solución, el ideal se concentre en el mecanismo omnipotente del
Estado. Nuestra comunidad, a la que debemos aspirar, es aquélla donde la
libertad y la responsabilidad son causa y efecto, en que exista una alegría de
ser, fundada en la dignidad propia. Una comunidad donde el individuo tenga
realmente algo que ofrecer al bien general, algo que integre y no sólo su
presencia mura y temerosa”.
Advertía asimismo:
”La lucha de clases no puede ser
considerada hoy en ese aspecto que ensombrece toda esperanza de fraternidad humana. En el mundo, sin lugar
a soluciones de violencia, gana terreno la persuasión de que la colaboración
social y la dignificación de la Humanidad constituyen hechos no tanto deseables sino inexorables. La llamada
lucha de clases, como tal, se encuentra en trance de superación.”
Con Perón los
trabajadores argentinos lograron construir la organización sindical de raíces
cristianas más importante del mundo entero, inequívocamente diferenciada del marxismo, casi cuarenta años
antes del surgimiento en Polonia de Lech Walesa y de Solidaridad, impulsados
por la prédica y el ejemplo de San Juan
Pablo II. Desde esa óptica el peronismo fue un actor protagónico de la
evangelización cultural del mundo del trabajo.
En su “Quadragesimis
Anus” Pío XI introduce un concepto novedoso y fundamental: el principio de
subsidiariedad y, correlativamente, el papel de las asociaciones intermedias,
que establecen con precisión la delimitación de funciones entre el Estado y de la sociedad, que representa el eje de la
polémica histórica entre el individualismo y el totalitarismo. Precisamente
ese principio de subsidiariedad y el rol de las asociaciones intermedias son el
núcleo básico del proyecto de Perón de
construir una “comunidad organizada” sustentada en las “organizaciones libres
del pueblo”.
Si existe un punto
clave de distinción entre el pensamiento
de Perón con el “kirchnerismo” es
justamente que para Perón las organizaciones
del pueblo tienen que ser libres, es decir independientes de la tutela
estatal. El “kirchnerismo”, en cambio, buscó reducir a todas las
organizaciones sociales, desde las
estructuras sindicales a los movimientos sociales, empezando por el propio
Partido Justicialista, a la condición de apéndices del Estado.
En la visión de
Perón podría definirse al peronismo como un movimiento popular orientado a encarnar políticamente los
principios y valores de la doctrina social de la Iglesia en las condiciones
concretas de cada etapa de la evolución histórica de la Argentina. El padre Carlos Mugica decía que “el peronismo
es la doctrina social de la Iglesia encarnada en nuestro pueblo”.
A la inversa, en
un camino de ida y vuelta, el pensador católico italiano Rocco Butiglione, en
su reciente libro “Caminos para una Teología del Pueblo y de la Cultura”, sitúa
con extraordinaria precisión la influencia de la experiencia del peronismo en el surgimiento
en la Argentina de la “teología del pueblo” en la que abrevó el Papa
Francisco.
Perón no fue ajeno
a ese proceso interactivo. En un extenso y medular discurso pronunciado en
abril de 1948 ante las autoridades del Episcopado argentino, advertía: ”al
igual que no todos los que se dicen demócratas lo son efectos, no todos los
que se llaman católicos se inspiran en
las doctrinas cristianas. Nuestra religión es una religión de humildad, de
renunciamiento, de exaltación de los valores espirituales por encima de los
materiales. Es la religión de los pobres, de los que tienen hambre y sed de
justicia”.-
En la misma línea
sostenía: “saber despojarse de la vanidad que asoma cada vez que se sube un escalón donde está situada la masa
del pueblo requiere una dosis de hombría equivalente a la del héroe frente a la
incertidumbre que amenaza su vida. La humildad cristiana, la afabilidad paternal,
el desprecio de la pompa y el boato constituyen las dotes que más aprecia el
pueblo en quienes saben practicarlas. El
pueblo las aprecia no sólo por ser símbolo tangible de virtud, sino porque
constituye la fuerza más poderosa que lo atraer
hacia la senda que conduce a la verdadera paz de Cristo”.
Afirmaba también
que “es mejor y más conveniente para la
vida del Estado como para la Iglesia volver a las costumbres sencillas, al
predominio del amor y de la confianza recíproca entre los hombres y entre las
naciones Para conseguirlo, el Estado ha de luchar con grandes dificultades, por
la complejidad de la vida misma, por las
pasiones inherentes a la condición humana y porque, en definitiva, los idearios
políticos son múltiples y contradictorios. A la Iglesia, en cambio, le ha de
ser más fácil el retorno a la pureza inicial de su doctrina, porque es
única y porque, aun cuando en ocasiones
parezca haberse desviado de su gloriosa trayectoria, siempre la predicación
dogmática ha sido la misma. Y siempre ha
tenido un contenido social”.
En su libro “Medio
siglo de política y diplomacia”, publicado en 1997, Benito Llambí, último
Ministro del Interior de Perón, relata una notable advertencia recogida en una
conversación a solas en la residencia presidencial a principios de 1974: “Un
día yo no estaré, pero si nuestros sucesores políticos corrompieran el partido,
el Estado y el Movimiento para llevar a cabo sus mezquinos intereses en contra
del pueblo, pues sería lógico que el pueblo se rebele contra todos ellos,
incluso contra nuestros símbolos, porque si nuestros símbolos pierden su
carácter popular y revolucionario y pasan a representar algo arcaico y atrasado
seguramente vendrá otro movimiento de masas populares que, enarbolando o no
algunas de nuestras banderas, acabará con el justicialismo y creará algo nuevo.
De suceder eso sólo le pido a Dios que lo que venga sea superador a mi legado y
sea en bienestar del Pueblo”
Para reivindicar
ese legado corresponde sumarse a ese pedido.