es propio del populismo y contrario a las
ideas de la libertad
Roberto Cachanosky
Infobae, 12 Jul,
2024
Antes y durante la
campaña electoral del año pasado, el ahora Presidente hizo un ferviente
discurso pro mercado, señalándose a sí mismo como anarcocapitalista; es decir,
alguien que considera que el Estado no debe existir y que el sector privado
debe actuar libremente. Es más, afirma que como odia al Estado y que ama ser el
topo que lo destruirá desde adentro.
Por eso, como odia
al Estado y cree que toda intervención es socialismo, no deja de sorprender que
tilde de golpista a un banco solo por haber ejercido su derecho a vender sus
bonos en base a puts acordados con el Banco Central. Tampoco se entiende que el
ministro de Economía hable de especulación y diga que, antes de ejercer ese
derecho de venta, deberían haber consultado al BCRA.
¿Por qué en un mercado
libre un banco tiene que consultarle al regulador antes de actuar de acuerdo a
los contratos realizados libremente entre las partes? Con ese criterio, el que
produce papas debería consultar con el secretario de Agricultura antes de
venderlas.
Que el ministro
Luis Caputo, que hizo toda su carrera profesional en el mercado financiero,
tilde de especuladores a quienes buscan optimizar sus ganancias, algo propio
del sistema capitalista, resulta realmente llamativo.
La reacción de
Milei no se diferencia sustancialmente de la que tenía Cristina Kirchner, que
solía inventar enemigos para esconder sus propios errores. Para la ex
presidente, los errores de su gobierno no eran por su culpa, sino otros: del
FMI, los grupos concentrados, los medios de comunicación o del pobre empleado
de una inmobiliaria al que le ocurrió decir que su mercado estaba paralizado.
Son reacciones
típicas del populismo, justamente todo lo contrario al liberalismo. El
populismo inventa un enemigo que busca destruir al pueblo para luego aparecer
como el mesías salvador que libera a todos de las agresiones de los enemigos de
la patria.
Sobran los
ejemplos en la historia mundial de populistas que inventaron enemigos,
canalizaron la frustración y bronca de la gente contra esos inventos y luego
terminaron pidiendo el poder absoluto para combatirlos. Al final, casi todos
destruyeron democracias liberales.
Pero no es la
primera contradicción en la que incurre Milei entre su discurso y su accionar.
Recordemos que
durante la campaña electoral fue un ferviente enemigo del cepo cambiario y hoy
lo defiende como algo inevitable e, incluso, no fija tiempos para salir del
mismo. Ahora nos enteramos de que la inflación tendría que ser cero para salir
del cepo.
También dijo con
todo fervor que la propiedad privada era sagrada e inviolable, pero obliga a
los exportadores a vender sus divisas al Central a un tipo de cambio menor al
de mercado.
Aseguró que antes
de subir impuestos se cortaba un brazo y después de eso aumentó el impuesto
PAIS; quiso incrementar los derechos de exportación; subió el Impuesto a las
Ganancias dando vuelta su propio voto de diputado –cuando hablaba de que era un
“impuesto inmundo”–, mueve todos los meses el impuesto a los combustibles
líquidos; y el listado sigue.
En definitiva, no
solo actúa en contra de un mercado libre castigando impositivamente a quienes
producen y aplica una política cambiaria que confisca parte del fruto del
trabajo de los exportadores, sino que además si un banco ejerce hacer cumplir
un contrato libremente firmado pasa a ser un golpista.
Recordemos que
cuando el Gobierno liberó los precios de las prepagas médicas y no le gustó el
nivel de aumentos aplicados dio marcha atrás con esa libertad otorgada.
El mercado es un
proceso de descubrimiento en el cual los empresarios tratan de buscar demandas
insatisfechas. Para que una economía funcione de manera eficiente no tiene que
haber dudas de que el Estado va a respetar los contratos. Es la única forma en
la que los privados van a invertir.
Si el Gobierno va
a cuestionar cada acción del sector privado que no sea de su paladar, entonces
no hablamos de liberalismo sino de un sistema en el que quien está a cargo
decide qué está bien y qué está mal. Sólo los consumidores son quienes deben
juzgar a los empresarios premiándolos con ganancias y castigándolos con
pérdidas.
Si, como rezan los
libertarios –que, por cierto, no son liberales–, “el liberalismo es el respeto
irrestricto al proyecto de vida del prójimo”, acusar desde el poder a una
empresa de golpista implica una evidente ausencia de respeto irrestricto al
proyecto de vida del prójimo.
En síntesis, si a
cada economista que opina diferente al Gobierno se lo va a tildar de fracasado;
si a cada periodista que opina diferente se lo va a tildar de ensobrado; y si a
cada empresa que ejerza libremente el derecho a comerciar se la va a acusar de
golpista, entonces bien lejos estaremos de un gobierno liberal y muy cerca de
un populismo autoritario.