DOCTRINAS Y MENTALIDADES POLITICAS DESDE LA FE CATOLICA
Fernando Romero Moreno
NDA, 13/07/2024
A PROPOSITO DE
NOCIONES COMO DERECHA, TRADICIONALISMO, NACIONALISMO Y CONSERVADORISMO
La siguiente es
una interpretacion personal pero que tal vez les pueda servir. Está inspirada
en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y en la filosofía política clásica
(Aristóteles, Cicerón, San Agustín, Santo Tomás, Escolástica Hispánica). Hay
una diferencia entre ideologías, doctrinas y mentalidades políticas.
Las ideologías no
se fundamentan en la realidad sino en categorias de razón abstractas que
absolutizan bienes relativos mientras que las doctrinas son principios
universales fundados en la realidad, mediados por las ciencias sociales (de
suyo contingentes, opinables y con distintas concepciones, aunque subordinadas
a la filosofía y a la teología), y aplicados a las variadas circunstancias de
tiempo y lugar.
Las ideologías son
algo propio de la Modernidad, funcionan como religiones seculares y se prestan
más a servir meros intereses de poder, a diferencia de las doctrinas, apoyadas
en una metafisica realista y en la DSI, orientadas al bien común político.
Las mentalidades,
por fin, son modos mas genericos de ver la realidad, en las cuales influyen no
sólo las potencias cognoscitivas sino también la personalidad, la experiencia,
la cultura, etc., condicionando las variadas maneras de entender, por ej. la
relación entre Fe y vida pública.
Hay tres grandes
ideologías modernas: el liberalismo, que absolutiza la libertad; el socialismo
que hace lo mismo con la igualdad; y el nacionalismo, que sobrevalora la
nacion-estado. Dentro de las tres ideologías hay distintas tendencias y grados
así como combinaciones. Doctrinas políticas stricto sensu, contrarias a las
ideologías modernas, sólo hay una y es el tradicionalismo católico. Pero, fruto
de la lucha contra la Modernidad, no está exento también de convertirse en una
ideología más.
Pese a la
advertencia de De Maistre (“la Contrarrevolución no es una Revolución contraria
sino lo contrario de la Revolución”) y fruto de un “agere contra”
desordenadado, muchos tradicionalistas terminan siendo meros “antimodernos”,
“antiliberales”, “anticomunistas”, no pocas veces con celo amargo y si bien con
un sincero sentido sobrenatural, sin el necesario apoyo en el sentido común y
en el sentido del humor (Chesterton es, en esto, una saludable excepción a la
regla, cuya lectura es muy recomendable, incluso psicológicamente).
Y esto sin
confundir el tradicionalismo católico con el tradicionalismo esotérico, ni
pensar que el primero deba ser, de suyo, un hiper-güelfismo. Otros católicos,
basados en la misma DSI, han hecho intentos de cristianizar las corrientes
políticas modernas, despojandolas de su lastre ideologico, en algunos casos de
modo más o menos modo ortodoxo y en otros claramente heterodoxo respecto de la
Fe.
Así, el
liberalismo católico heterodoxo de Lammenais, Le Sillon y, en ciertos aspectos,
de Maritain a diferencia del más ortodoxo de Rosmini, Dupanloup u Ozanam; el
“socialismo” católico heterodoxo de las Teologías de la Liberación marxistas
como las de Gutierrez o Boff contra al más ortodoxo de las Teologías de la
Liberación no marxistas, al estilo de López Trujillo o, quizás, del último
Methol Ferré; por fin el nacionalismo católico heterodoxo de Carl Schmitt o
León Degrelle frente al ortodoxo de Meinvielle, Genta o Blas Piñar.
No obstante, es
importante recordar que la DSI desaconseja el uso del término liberalismo,
prohíbe el de socialismo y es cauta respecto del nacionalismo. Dije al
principio de este artículo que, además de ideologías y doctrinas, existen
también mentalidades. Podemos resumirlas en tres: la integrista, que confunde
lo politico con lo religioso; la sanamente conservadora, que distingue ambas
realidades sin separarlas; y la progresista que las separa, sea de modo
amistoso u hostil.
No hay que
identificar necesariamente “mentalidad conservadora” (Kirk) con “doctrina
conservadora”. Por otra parte, todo esto también se puede combinar. Así, la
síntesis de liberalismo y socialismo es la socialdemocracia (Bernstein/Sociedad
Fabiana); la de liberalismo y nacionalismo, el nacionalismo democratico
(Mazzini); la de socialismo y nacionalismo, el fascismo (Gentile); la de
tradicionalismo y liberalismo, el conservadorismo doctrinario (Burke); y la de
tradicionalismo y socialismo, la Cuarta Teoría Política (Dugin). No son, por
cierto, los únicos ejemplos.
Por último, la
combinacion de ideologías o doctrinas con mentalidades explican la existencia
de un liberalismo conservador (Tocqueville) y otro progresista (Rousseau/
Enciclopedistas); de un socialismo conservador (Schmoller o Sombart) y otro
progresista (Marx, Gramsci, Escuela de Frankfurt); de un nacionalismo
integrista (Disandro), de uno conservador (Pidal y Mon) y de otro progresista
(Hernandez Arregui); como tambien de un tradicionalismo integrista (los
Nocedal) y otro conservador (Menendez y Pelayo). Pero sin que el uso de los
términos que explican tales ideologías, doctrinas y mentalidades obligue a que
debamos decantarnos sí o sí por una de ellas.
Yo me he
inclinado, como ya expliqué en otras ocasiones, por un nacionalismo católico y
tradicionalista de mentalidad conservadora (un nacionalismo que no identifique
necesariamente la nación con el estado y menos con el estado ideológicamente
moderno; coherente con la Doctrina Social de la Iglesia; enraizado en el
pensamiento tradicional, sobre todo hispánico; y dotado de una mentalidad que
no dogmatice lo opinable, no convierta en normas inmutables cuestiones de
naturaleza prudencial; y no confunda el error con las personas que yerran, sino
que procure transmitir la Verdad con Caridad).
Su mejor
precedente fue, tal vez, Carlos A. Sacheri. Pero esta misma definición no está
exenta de múltiples inconvenientes (lo mismo el apoyo condicional que algunos
damos a la llamada “Nueva Derecha Conservadora”, incluso por el uso peligroso
de términos como “derecha” y “conservadorismo”). Decía Castellani: “El que
no respeta mucho las palabras no respeta mucho las ideas. El que no respeta
mucho las ideas, no ama enormemente la Verdad. Y el que no ama enormemente la
Verdad, simplemente se queda sin ella. No hay peor castigo”.
Tal vez esté
llegando el momento en que los amantes de la Tradición (que es el bien común
acumulado en el tiempo) debamos abandonar o reducir al mínimo estrictamente
necesario el uso “positivo” de expresiones surgidas al calor de la Modernidad
(estado, soberanía, democracia, capitalismo, derechos humanos, tradicionalismo,
contrarrevolución, nacionalismo, conservadorismo, etc.) como también el de
otras (derecha-izquierda, amigo-enemigo, tercera posición), susceptibles de ser
utilizadas en sentido dialéctico (Hegel) o como categorías fundamentales de
análisis político (Schmitt), en contra de la concordia política (Aristóteles),
requisito esencial para alcanzar el bien común.
Bien pensadas las
cosas, sabemos que ni San Agustín era “agustinista” ni Santo Tomás era
“tomista”. El respeto por las palabras en el sentido dicho por Castellani
tampoco se condice con otros términos vagos o anfibológicos “ad usum” como
“abierto-cerrado”, “preconciliar-postconciliar” o con el uso peyorativo y más
reciente del neologismo ítalo-hispánico “indietrista”. No: para quienes
defendemos “las ideas de la Tradición” nos alcanza, de ordinario, con las
categorías clásicas de la Fe y de la razón natural: de la Fe, los artículos del
Credo, los sacramentos, los mandamientos, las virtudes sobrenaturales, etc.; y
de la razón: los primeros principios especulativos y prácticos, la analogía del
ser, las nociones fundamentales de la metafísica realista (acto de ser-esencia,
substancia-accidente, materia-forma, acto-potencia, trascendentales del ser),
los distintos niveles de certeza (verdad-hipótesis-opinión-duda-error); y las
virtudes naturales (intelectuales y morales), entre otras.
No para anclarnos
sin más en términos y definiciones anteriores al siglo XIV, sino para seguir
también aquí el consejo castellaniano: “Hoy se habla con cierta petulancia de
‘integrar la filosofía moderna dentro de la filosofía cristiana’ (…) Esta frase
así como suena es utópica: pasa por alto un hecho enorme, que es la ruptura de
la tradición filosófica occidental en el siglo XVIII. No se puede integrar la
filosofía moderna dentro de la filosofía cristiana, simplemente es imposible:
otra cosa sería decir la asimilación de las ideas justas de los filósofos
modernos en la filosofía tradicional, eso es posible”. Mutatis mutandi, no se
puede integrar la filosofía política moderna dentro de la filosofía política
tradicional, aunque sí asimilar las ideas justas de los filósofos políticos
modernos en la filosofía política tradicional. Y a su turno, hay quer evitar
que ese Ideario (no ideología, no adoctrinamiento, no mentalidad integrista)
sea adulterado por fundamentalistas y fanáticos: “¿Qué es un fanático? – se
preguntaba Castellani-.
Un fanático es el
que percibe los valores religiosos, pero no percibe los otros valores. Él dice
que los valores religiosos son los superiores, y es verdad; pero los valores
religiosos están en la cima de una escala de valores humanos; y si Ud. suprime
todos los escalones intermedios de esa escala, el escalón superior se viene
abajo; o lo que es peor, se queda en el aire, no se puede llegar a él, o si
llega, se produce la monstruosidad de la ‘religión desencarnada’, que es la
religión del fariseo”.
Castellani era
católico y ortodoxo, pero le repugnaba que la religión fuera convertida en algo
puramente exterior, ritualista, clerical, cuna de fanáticos, de manipuladores
de conciencias o de “policía espiritual
en torno a los intereses de las clases pudientes”. Y del “derechismo católico”
a eso, no hay más que un paso. Pues cuidemos bien de no darlo.