(Los supuestos
amoríos entre liberales y socialistas)
Por José Antonio
Riesco
Instituto de Teoría
del Estado
En fecha reciente leí
en la prensa (La Voz ,
21.V.2014) una suerte de reclamo del Dr. Gustavo Viramonte, cordobés y
jurista, respecto a la necesidad de
que exista, en el esquema político,
argentino, un partido “conservador”. Hace algunos años el profesor Torcuato Di
Tella dijo algo parecido en una conferencia, no por que renegara de los
contenidos socialistas de sus ideas sino por que, a su juicio, era necesaria
una alternativa respecto a las posiciones de izquierda. Aludió, recuerdo, a la
experiencia de Chile donde sí se da esa dicotomía dentro de la democracia.
A fines de 2009,
Enrique Tomás Bianchi, porteño y jurista, asesor letrado de la
Corte Suprema , se refirió al asunto (“Cómo ser
conservador, liberal y socialista”) en una nota donde planteó la compatibilidad
de “las líneas fundamentales de las tres ideologías”, para lo cual comentó las
ideas de Leszek Kolakowski, pensador polaco. (La Nación , 31.XII.2009).
En la Argentina la fuerza
conservadora (Partido Demócrata) desapareció hace tiempo como agrupamiento
nacional y sin perjuicio de entidades afines en capital y algunas provincias;
aunque no fructificó el intento de sustituirlo con experimentos como Fuerza
Nueva o la UCD ,
inspiradas por el ing. Alvaro Alzogaray. Ya en el siglo XXI tiene sentido
preguntarse qué es lo que se debe “conservar”, mirando el punto a que llegó la
realidad nacional con todo lo ocurrido en los pasados setenta años. La última
gran “convención” de los conservadores argentinos se realizó en Córdoba en
1951; allí hubo un debate casi caliente entre el mendocino Jofré y el cordobés
Aguirre Cámara sobre si se debía o no proteger a la propiedad y en qué medida.
Admirables la oratoria y los argumentos de ambos.
Vale tener presente
que, en general, las minorías liberales, con o sin definirse conservadoras, profesan una especial nostalgia
por los tiempos del “laissez faire, laissez passer”, cuya vigencia relativa se
dio mucho en el siglo XIX. La idea central es la de un mercado que funcione sin
perturbaciones de parte del poder estatal, y que gire en torno a una propiedad
privada libre de restricciones. Una idea con su lógica, pero . . . “centinela,
qué dice la noche..?”
Es de justicia
reconocer, empero, que en el siglo XX los gobiernos de dicho signo avanzaron
sobre tales extremos e impusieron regulaciones importantes. Tanto para
custodiar la subsistencia del sistema capitalista, cuanto para preservar a la
sociedad de un proceso de desintegración sociopolítico como se dio con la Gran Crisis de
1929/30. En la Argentina
ese cambio de actitud habíase inaugurado con el reconocimiento de la “cuestión
social”; de allí las leyes de protección al trabajo y sus consecuencias para la
mujer, la niñez y los trabajadores, sobre todo la de accidentes y enfermedades
profesionales en 1915, Fue en el último ciclo del “roquismo”.
El historiador
mexicano Enrique Krause acaba de publicar su exhortación a la reconciliación,
en el marco de la democracia, de las corrientes que expresan al liberalismo y
al socialismo, una vez superados los modelos totalitarios y autocráticos. Estima
razonable que “es hora de restablecer el diálogo y las mutuas limitaciones,
hallar un justo medio”. Sería un romance entre los que, históricamente,
privilegiaron la libertad y los que lo hicieron con la igualdad. (La Nación , 26.V.2014)
Surgen dos exigencias.
Para el liberalismo, es preciso legitimar el rol del Estado en las relaciones
socioeconómicas, así como dar por razonable la actividad de grupos sectoriales
(los sindicatos, los empresarios, por ejemplo) en un régimen no corporativo
pero sí de participación. Para el socialismo, aprender que una sociedad, si es
democrática, tiene en las libertades económicas una de las principales garan
tías de las de orden cultural y político; y que las reglas de participación
deben darse por encima de la dictadura de los grupos de presión (sean
sindicales, financieros, etc.). Es por eso, hoy en nuestro país, que soportamos
una costosa distorsión de la legalidad y la convivencia.
Hay otras dos
cuestiones. Una, que el socialismo debe someter su gestión a algo mejor que el
estatismo asfixiante, o sea la
burocratización de la estructura societaria, convirtiendo en empleados
públicos al grueso de los ciudadanos.
Dos, que el capitalismo (sus actores) debe renunciar a relacionarse con
el Estado, mediante artimañas de corrupción (pago de coimas), como una
herramienta útil para la compe tencia en el mercado, Así como aceptar la
preeminencia de las inversiones en el país y por consiguiente la ilegalidad de
la fuga de rentas al exterior. Europa ya avanzó mucho en esas reglas y
prácticas. En la Argentina
no hay una política que garantice al capital las condiciones para que no busque
rentabilidad en otras partes.
Si miramos hacia la
experiencia política argentina otras quedan pendientes. El peronismo debe
comprender que la justicia social no es equivalente a demagogia ni a
clientelismo; y que la justicia social no puede ser manchancha. Los
conservadores superar eso de que el peronismo fue y es fascismo, o sea no
seguir repitiendo las consignas que el jefe comunista Victorio Codovilla
implantó en 1945.
Claro que estas
consideraciones no llevan necesariamente a los hechos; nuestra clase política
no se confiesa socialista, es apenas “zurdosa”. Cuando gobierna, sus pasiones
dominantes son el derroche del gasto público, el clientelismo y la macha hacia la inflación. Y le resulta
cómodo marcar de derecha o conservadores a “los otros”. Lo acaba de lanzar la Sra. Margarita
Stolwizer, diputada por el GEN y socia del UNEN.
"Son todas
similares alternativas conservadoras". Con esas palabras, se refirió a los perfiles políticos de
Mauricio Macri, Sergio Massa y Daniel Scioli con miras a las próximas
elecciones. "Son todos de derecha”. Pero no dijo si ella también propone
activar la lucha de clases, aunque adhiere a algunos pataleos del Partido
Obrero.
A todo esto vale
preguntarse cómo está la
Argentina en eso de derecha e izquierda, o sea a qué punto
llegó la evolución de su legislación y prácticas administrativas, para
identificar lo que tiene un signo y otro. Si se leen las notas periodísticas,
algunas brillantes. que firman los intelectuales liberales (Benegas Linch,
Rivas, Márquez etc.) este país está sumergido en el socialismo. Y si atendemos
a las ardientes proclamas de la izquierda y de sus parientes en la prensa o en
las universidades, aquí rige un capitalismo salvaje.
Bueno sería revisar
esto con cierta independencia y método. Alumbraría muchas cosas. Algo así
ocurrió en 1932 cuando el gobierno de la Concordancia que, aún
con sus pecados, se ajustó a la marcha del mundo. Y es probable que con tal
ejercicio se pueda acceder a un planteo de conservadurismo factible. Por que
romperse las narices contra las realidades no es de auténticos conservadores;
por eso en Inglaterra (1951), Winston Churchill le ganó el comicio a los
laboristas. En su segundo gobierno sólo parcialmente se volvió a lo anterior y
se construyeron más viviendas sociales que con el socialista Clement Attlee.
También es bueno
releer a Gustavo Viramonte quien, aún para la discrepancia o el acuerdo, le ha
puesto banderillas picantes al asunto. Exige como algo decisivo, “una economía
de mercado en sintonía con lo que pasa en el mundo”. Esto es sensato, dado que
en la Argentina
los liberales predican “una economía” que repetiría lo que en el siglo XIX
engendró el socialismo y el anarquismo. Esa observación sobre “lo que pasa en
el mundo” nos hará ver que en Europa, Estados Unidos y Japón los
“conservadores” ganan, alternativamente, los comicios, mientras aquí tienen
voca- ción de minoría de las minorías. Si
en este país apareciera una “Angela Merkel” en el acto la tacharían de
populista o algo peor.
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