ElPeriódico
(Guatemala), 3-6-14
¿Qué puede esperar
una sociedad que abre la puerta a grandes males? ¿Qué puede esperar un Gobierno
que propone despenalizar las drogas? ¿Podrá extrañarse luego que la paz sea más
difícil de alcanzar? ¿Podrá luego preguntarse qué hizo mal?
La despenalización de
las drogas resulta una propuesta “demasiado audaz” para nuestra sociedad. Lo
pongo entre comillas, porque si en países como Holanda o Suiza esta medida ha
registrado efectos indeseados y poco controlados, no quiero imaginar lo que
sucedería en Guatemala. Es decir, se formula un planteamiento tan radical en un
país en el que hace pocos días se lanzó la Política Nacional
de Prevención del Delito, el cual es el camino correcto para enfrentar la
inseguridad.
La primera vez que el
Gobierno lanzó la propuesta de la despenalización, lo hizo desde la
justificación que es necesario buscar nuevos caminos para luchar contra las
drogas, porque la lucha frontal no está funcionando. Hasta cierto punto,
comparto esta visión: hay que buscar nuevas alternativas, porque loco es el que
hace lo mismo esperando resultados diferentes. Pero me parece que el camino que
debemos recorrer no es el señalado por el actual Gobierno. Camino que se
adivina no solo complejo sino ajeno a nuestra realidad.
¿Y entonces cuál es
la puerta angosta que hay que atravesar para que las drogas no nos consuman?
Quiero responder con
una anécdota. Una de las personas a las que más admiro es un emprendedor
extraordinario que decidió dedicarse a trabajar con jóvenes en zonas rojas. La
amistad, la experiencia, el diálogo le han dado cuenta de una verdad: estas
personas no buscan las drogas por sí mismas. Son un escape. Quieren callar
aquel crimen que cometieron, borrar de su memoria los ojos que les pidieron
clemencia antes de morir. Quieren olvidar. Y para eso las usan. Para eso y para
prepararse para la siguiente “tarea”, para armarse de valor y volver a olvidar.
Lo que esos jóvenes necesitan para apartarse de la vida que llevan no son
drogas empacadas y con código de barras. Lo que necesitan, así lo cuenta este
valiente amigo, es una comunidad que los acoja, que los valore, que los
aliente, que les ayude a sanar su corazón con el verdadero significado del
amor.
Para muchos jóvenes,
esa comunidad es la mara. Pero en términos antropológicos, esa comunidad
debiera ser la familia.
Sí, esa madre que se
quedó sola, pero que todos los días lucha por ser ejemplo y por dar a sus hijos
lo necesario para salir adelante. Y sí, también aquel papá soltero que quiere
inspirar a sus hijos. Y aquellos abuelos que cuentan la historia a sus nietos
sobre por qué sus padres tuvieron que emigrar. Esas familias luchadoras que a
veces se sienten solas e impotentes y que necesitan un punto de apoyo para
transformar sus vidas y su entorno.
Si se tiene una
familia sólida, nadie necesitará cometer crímenes para demostrar su valor y
tampoco nadie querrá consumir drogas para olvidar. Y si esa familia tiene un
escudo que la proteja y la respalde, no necesitaremos propuestas “audaces” para
luchar contra las drogas.
Entonces, ¿por qué no
tomamos ese camino diferente y orientamos nuestros recursos, tiempos,
inteligencia en acuerpar al único grupo social que puede evitar que las drogas
nos consuman?