Por Nicolás Márquez
Prensa Republicana, 7-10-16
Recuerdo que en marzo del año 2011 estando yo unos
días en Bogotá, fui invitado a la Universidad Javeriana a dar una charla a
alumnos de derecho de quinto año, cuyo tema a tratar era la guerra
antiterrorista que vivió la Argentina en los años 70´ y la posterior guerra
jurídica que la guerrilla derrotada le inició a las Fuerzas Armadas
victoriosas.
En la clase en cuestión intenté en todo momento
explicar que en Argentina los Montoneros y el ERP eran algo similar (mutatis
mutandis) a las FARC y al ELN de Colombia y que las Fueras Armadas Argentinas
representaban el papel equivalente al que en Colombia representan las Fuerzas
Armadas que les son propias.
Recordé aquella clase estos últimos días a partir de
las noticias que el domingo pasado informaron acerca del histórico plebiscito
en Colombia, en el cual el castrismo, las FARC y el pusilánime presidencial
Juan Manuel Santos padecieron una sonora y merecida derrota electoral a
expensas de la parte sana de la población, la cual no quiso entregarse
gratuitamente al narco-marxismo criminal.
Resulta evidente que las consecuencias de las
distintas guerras antiterroristas que vivieron muchos países de la América
Española el Siglo pasado se repiten esquemáticamente y la Argentina, pareciera
ser el caso más emblemático y exagerado de las secuelas de posguerra conforme
el siguiente diseño:
1) la guerrilla mataba a diestra y siniestra. 2) El
pueblo y la clase política desesperada clamó por una intervención militar
drástica. 3) Al fin ésta se hizo presente. 4) Tras duras operaciones de combate
se logró exterminar a la guerrilla. 5) Andando los años la insurgencia
supérstite y sus compañeros de ruta regresaron disfrazados de víctimas e
impregnados de un discurso martirial y derecho humanista, dando comienzo a una
mendaz reescritura de la historia (con el aplauso cómplice de la progrería colateral
y la chusma bienpensante) la cual obró de antesala para los teatrales juicios a
militares y la consiguiente reivindicación e indemnización de los verdaderos
culpables: los subversivos.
Santos y el pacifismo alcahuete fueron los grandes
derrotados del plebiscito
Este detallado modus operandi nació en Argentina y sin
cambiarse una coma se extendió a todos los países de la región con resultados
más o menos similares: los militares salvaron a sus países del comunismo y
luego los comunistas reconvertidos a la farsa derecho-humanista los juzgaron,
se enquistaron en el poder democrático para poder robar a cuatro manos y
quedarse reposando no en la selva foquista sino en los elegantes barrios de sus
respectivas capitales tomando champagne del mejor.
De todos estos repetitivos procesos hay uno que padece
una situación bastante peculiar y es justamente el que se vive en Colombia,
cuyo resultado del plebiscito acontecido el domingo pasado sorprendió a propios
y extraños.
Efectivamente. Visto y considerando que hoy existe una
hegemónica y abrumadora propaganda internacional en favor del terrorismo
marxista y su endemoniada causa cabe preguntarse: ¿por qué razón Colombia
conserva una parte poblacional mayoritaria con un intacto y justísimo desprecio
por los asesinos de izquierda?.
Esta saludable tendencia se explica de una manera muy
simple: Colombia conserva esa postura porque la guerrilla no es un triste
lastre del pasado sino una peligrosa realidad del presente y por ende, la
propaganda progresista pierde fuerza frente a la cruel amenaza de los
mete-bombas. Luego, cuánto más cerca en el tiempo se está del peligro
guerrillero más consciente se es del mal que ello implica y la acción
psicológica queda trunca ante la perversidad guevarista. O sea que mientras
exista el terrorismo de manera latente existirá una reacción masiva en su
contra. Dicho de otro modo: mientras existan las FARC existirá una población
colombiana mayoritaria que la rechace.
A contrario sensu, cuánto más lejos en el tiempo
estemos de los hechos ocurridos, la memoria se disipa, la historia es reescrita
con arreglo a cánones distorsivos y el grueso de la población acaba creyendo o
aceptando dócilmente el siguiente axioma simplón: los militares fueron
“genocidas” y los terroristas “chicos altruistas”.
Volvamos a mi clase ad hoc en Bogotá.
Al finalizar toda la explicación histórica y al tratar
de estar parangonando lo acontecido en Argentina respecto de Colombia (analogía
efectuada a los efectos de agilizar pedagógicamente el asunto) un alumno
insumiso, visiblemente enfurecido y con aires de liderazgo levantó la mano y me
increpó de este modo:
“No le permito que haga esa comparación! Mi país
respeta los derechos humanos! Mi país no tiene militares genocidas! Mi país
cumple con la ley!” y remató con la siguiente sentencia “mi país sí combate
bien al terrorismo”.
Fue entonces cuando la clase quedó enmudecida en el
medio de una tensa atmósfera cuando le pregunté al catequizado cabecilla lo
siguiente:
“NM- ¿en qué año nacieron las FARC en Colombia?
R- En 1964
NM: ¿y hoy en el 2011 siguen actuando en la selva y en
la ciudad?
R: Sí.
NM: O sea que si tras 45 años después de su creación
aun no pudieron acabar con ella, lo confirmadamente cierto es que ustedes no la
combaten bien sino que la combaten muy mal. Si en Argentina exterminamos el
problema en poco más de dos años (de 1975 a 1977) lo que ustedes no pudieron
resolver en 45, quiere decir que algo tienen que aprender de nosotros”. Con
esta respuesta se dio fin a la intervención del pendenciero cuestionador.
Eso sí: lo que también le aclaré al curso antes de
terminar la clase es que no deben aprender de la Argentina el modo torpe de
sobrellevar la posguerra, puesto que hoy las cárceles están abarrotadas de
militares octogenarios y los elegantes pisos de Puerto Madero de guerrilleros
millonarios.
Por lo tanto, mucho celebro hoy que el traidor Santos
y su indecorosa corte de pacifistas y alcahuetes que le daban apoyo político
(entre los que se encontraba Mauricio Macri) no se hayan salido con tan
endemoniado propósito: Colombia merecía y la región necesitaba un gesto popular
como el sucedido para ponerle coto a tan agobiante y empalagosa dosis de
corrección política.