Introducción a:
Stefano Fontana “La filosofia cristiana”, Fede &
Cultura”, Verona 2021, pp. 301, euro 24,00
Observatorio Van
Thuan, 21-6-21
Este libro
presenta el sistema del saber filosófico. Hoy en día el término sistema está
denigrado, da miedo y está prohibido. El sistema se compara a una rígida
ideología artificial construida para enjaular la existencia y la libertad. Hoy
se ama la complejidad, la articulación, la multiplicidad de recorridos y
perspectivas. Se ama la duda, el problema, la novedad. Todas ellas cosas
fluidas que en el sistema quedarían -eso se piensa- muy reducidas.
Pero para negar el
sistema es necesario hacer un discurso sistemático, que tenga coherencia
interna. La sistematicidad significa coherencia de sentido y huida de la
contradicción. Para saber que existe una determinada multiplicidad, es
necesario conocerla como tal, y para ello es necesario utilizar una mirada que
no sea múltiple sino unitaria. Si digo: esto es una multiplicidad, la multiplicidad
ya no es múltiple sino que se convierte en una cosa: precisamente la
multiplicidad. Lo múltiple requiere lo unitario, no distingue para unir sino
que une para distinguir. Si la multiplicidad es un conjunto de partes,
presupone el todo, precisamente el todo. A la inversa, es imposible
considerarlo una multiplicidad. Si fuera pura dispersión ni siquiera sería
conocible.
Lo mismo puede
decirse de la duda o de un nuevo problema que surja ante nosotros. Para que
esto sea posible es necesario que partamos de un sistema sobre el que dudar, en
oposición al cual la duda surge como algo con sentido. El sistema del que se
duda da sentido a la duda. En cambio, la duda surge cuando se tiene un sistema
nuevo que da a la duda una verosimilitud que no es ocasional, ni contingente,
ni accidental: no se duda por azar, ni por un tic, ni por un interés
inmotivado, se duda porque se piensa de una determinada manera, es decir, a la
luz de un sistema nuevo. Quien duda de un sistema ya tiene en mente un nuevo
sistema alternativo.
No es que el
metafísico sea sistemático y el historicista no, que el teólogo sea sistemático
y el ateo o el nihilista no, que los que apelan a la naturaleza sean
sistemáticos y los que apelan a la experiencia no. Kant no era menos
sistemático que Aristóteles, ni Heidegger menos que Kant. La sistematicidad,
como coherencia interna entre las partes del discurso, como marco del sentido,
también es necesaria para decir que no hay sentido. Tampoco vale decir que lo
asistemático se expresa solo a través de la acción y no del discurso. La acción
también responde a un sentido, tiene una causa y responde a un fin, salvo que
se actúe al azar, pero entonces estaríamos en otro plano.
No se puede
ignorar la sistematicidad; los conflictos y las disputas son siempre entre
sistemas, entre marcos, entre tradiciones coherentes, entre visiones de
conjunto. El que niega este estado de necesidad suele ser aún más sistemático
que los que se empeñan en discutir un sistema. Hoy en día la acusación de ser
sistemático es una ofensa infame, una especie de condena por herejía. Pero para
condenar al hereje hay que tener un sistema que defender y que el hereje quería
desarticular. El hereje, por su parte, no se limita a negar un punto del
sistema, sino todo el sistema que se cuestiona, de modo que incluso en toda
lucha entre ortodoxia y herejía hay una disputa entre sistemas.
El rebelde que,
como dice Ernst Jünger, toma el “camino del bosque” para escapar del probado
sistema científico de la opresión, lo hace porque tiene otro sistema en mente
y, para usar su jerga, el camino del bosque lo contrapone sistemáticamente con
“quedarse en el barco”. La rebelión nunca es solo por, lo es también para. Es
para un mundo que se opone a otro mundo. Es una lucha entre mundos, es decir,
entre sistemas.
Cuando Descartes
quiso superar el sistema aristotélico, escapando de él a través de la duda,
acabó construyendo otro sistema basado en el cogito. Y cuando puso en duda el
sistema aristotélico, ya tenía en mente el nuevo sistema fundado en el cogito. Cuando
Robespierre huyó del sistema del Antiguo Régimen, creó otro sistema mucho más
sistemático. El carácter sistemático de las Summae fue odiado por los
humanistas, pero el manual de arquitectura de Leon Battista Alberti era mucho
más rígido. Incluso la historia, tan continuamente diversa y, por tanto,
anti-sistemática en principio, fue sistematizada por Hegel, que fue muy crítico
con el sistema de la teología protestante que le precedió. Nada era más
anti-sistemático que el sistema hegeliano y nada más sistemático que él.
El problema, pues,
no es el sistema, ya que incluso los que quieren deshacerse de él lo hacen
creando otros sistemas. El problema decisivo es si el sistema surge de la
realidad o de la artificialidad de la mente humana. La ciudad medieval era un
sistema con un sentido que surgía de la realidad y de las necesidades de la
experiencia, mientras que la ciudad renacentista diseñada en un escritorio
doblegaba la necesidad natural a la mente sistemática del arquitecto. Las
utopías quieren escapar de la sistematicidad de la realidad, pero luego
enjaulan la realidad en su paranoica sistematicidad, incluyendo -siento decirlo
por respeto al autor- la Utopía de Tomás Moro. El sistema que surge del ser no
es funcionalista, mientras que todos los sistemas que surgen de su negación son
funcionalistas, es decir, motivados no por la necesidad de verdad, sino de
operatividad. De la tecnología no surge una liberación del sistema, surge el
peor sistema. El sistema de la economía real es superado por las finanzas que,
queriendo superarlo, llegan a un sistema mucho más constrictivo y peligroso. El
sistema “de la familia” fue considerado demasiado estrecho por quienes
construyeron el sistema “de las familias” que, sin embargo, resulta ser
opresivo y violento.
El ser y la
naturaleza de las cosas tienen un carácter sistemático, de lo contrario serían
un montón de objetos dispersos al azar. A la ausencia de sentido en las cosas
no le corresponde una ausencia de sentido como tal, sino que le corresponde un
sentido establecido por alguien. Si no hay naturaleza, hay artificio. Uno no
puede liberarse del sistema, puede ir por el camino de un sistema liberador o
de un sistema opresor. La verdad, como el ser, es sistemática en el sentido
liberador de la palabra. La opinión subjetiva y la conciencia entendida como
infalible dan lugar a sistemas opresivos. La filosofía clásica es un sistema
liberador, la filosofía moderna, entendida como categoría y no como periodo
histórico, acaba siendo -más o menos- un sistema opresor.
Estas breves
reflexiones explican la elección de este libro, que es sistemático. Expone de
forma sencilla y con una intención introductoria y propedéutica dirigida a
todos el sistema de conocimiento dividido en ontología, gnoseología, teología,
antropología, moral y política. Se trata de seis módulos de una única visión
general. Los módulos se apoyan entre sí y se remiten unos a otros para formar
un andamiaje coherente. El lector se apoya así en la idea de que hay un
sentido. Un sentido que tiene valor, en primer lugar, porque no depende de él,
sino que reside en las cosas, y luego porque es un sentido completo, no de tal
o cual fragmento, sino de un todo. De esta manera el lector entiende que uno
también puede equivocarse, o más bien que ciertamente en muchos casos uno se
equivoca, pero si hay un orden también se puede recuperar. Si, por el
contrario, el sistema es artificial uno nunca se equivoca y la conciencia que
da origen a la verdad es infalible. En este caso se pierde el sentido, porque
ni siquiera hay un criterio para saber cuándo el sentido es incorrecto. El
prisionero de su conciencia lo reconoce dolorosamente.
El sistema, según
este sentido realista, debe de existir desde el principio. No como una serie de
proposiciones evidentes en sí mismas, una enciclopedia cuadriculada ante
nuestros ojos, sino en el sentido de que el todo no puede surgir de la suma
progresiva de las partes. Debe de estar ya presente al principio, aunque sea de
forma confusa y, por utilizar una hermosa palabra amada por filósofos y poetas,
auroral. Para saber que una parte es una parte, se necesita el todo del que
forma parte. La mirada no se abre al todo poco a poco, ya está abierta al todo
desde el primer momento y, por ende, puede acoger y conocer todo lo que es.
Basta con que una cosa sea y de inmediato se puede conocer. Por eso, sin la
mirada metafísica originalmente abierta al todo, es decir, al ser en lo
universal, el sistema es imposible. Más exactamente, el sistema basado en la
realidad es imposible, mientras que la posibilidad del sistema basado en
nuestra paranoia mental se abre inmediatamente. Los juegos siempre se juegan al
principio, y el primer paso es el que marca definitivamente el camino. Por lo
tanto, no hace falta decir que todo este libro es de naturaleza metafísica.
Este es el aglutinante que mantiene unidos los seis módulos, este es el marco
del cuadro. O más bien del sistema.