viernes, 25 de junio de 2021

LAS CONDICIONES

 


de un capitalismo inclusivo

Escrito por Marcelo Resico

ACDE, 20-6-21

 

Vemos crecer día a día el diagnóstico que ve que muchos problemas del país radican en lo que se ha dado en llamar “la grieta,” es decir, en la polarización de visiones y la dinámica que se establece excluyendo compromisos para la solución de problemas acuciantes como la política por la pandemia del Covid-19, la recuperación económica, la inflación, el desempleo, la pobreza, la educación, etc.

 

La mayoría de las personas en nuestro país prefieren un sistema democrático donde cada uno pueda expresar libremente sus ideas, elegir a los candidatos que más los representen, y, con algo más de dificultad, nos podríamos acostumbrar a lo positivo de la alternancia.  Lo que la grieta imposibilita, al excluir la formación de consensos –puntuales, pero necesarios– es la formulación de políticas de estado eficaces, y así se torna imposible solucionar los problemas. Por esto la democracia queda renga en los resultados de desarrollo económico y social, y esto es peligroso porque siempre hay pequeños grupos dispuestos a ir en contra de ella. En el campo económico de la cuestión creemos puede ser útil la idea de un “capitalismo inclusivo”.

 

Comencemos por explicar lo que entendemos por capitalismo. Es un sistema económico basado en el “capital.” El capital en su primera acepción consiste en bienes de producción. A diferencia de los bienes de consumo que se aplican a la satisfacción de necesidades humanas, los bienes de producción se definen como intermedios porque son los que sirven para producir otros bienes. Por ejemplo, máquinas, transportes, computadoras, etc. Al dinero se lo llama también “capital” por extensión porque es posible de ser cambiado por bienes de producción, si no es un mero medio de cambio. El punto central del capitalismo es que el excedente o ahorro disponible se utilice para acumular bienes de producción (inversión productiva), lo que posibilita el crecimiento de la producción y crecimiento económico.

 

Existe una polémica de larga data al interior del capitalismo en cuanto a la propiedad y el uso del capital. Las principales opciones son que esta sea privada (capitalistas), o estatal. La primera lleva a la pregunta ética si el crecimiento del capital en manos privadas lo hace sirviendo al consumidor o no, como veremos en breve. La propiedad exclusivamente estatal de los medios de producción ha dado resultados contraproducentes en el caso de la economía soviética. Entonces la mayoría de los países tienen sistemas mixtos que aceptan en diversas proporciones tanto la propiedad privada como la estatal.[1] Mencionemos que también existen otras formas de propiedad como la cooperativa, etc.

 

En muchos países la mayor proporción la representa la propiedad privada, y aquí es donde podemos retomar la pregunta de ¿cómo poner el capital privado a beneficio de la sociedad?

 

Una respuesta muy extendida es que el intercambio en mercados libres (Por ejemplo, mercado de trabajo, de bienes o servicios), donde cada agente busca de su propio interés, deberá encontrar la forma de responder a la necesidad, o deberá beneficiar indirectamente a otro con el cual se desea intercambiar.

 

Probablemente este sea el tema más debatido al interior de la ciencia económica, y esto es así porque esta lógica es parcialmente correcta, mejor dicho, solamente correcta si se dan una serie de condiciones importantes. Para que se dé ese intercambio que beneficia a ambas partes, deben verificarse: que los agentes que intercambian resuelvan acuerdos libres y voluntarios, en el que cada parte se entienda beneficiada. Pero puede verificarse un intercambio de hecho, y, sin embargo, una de las partes verse engañada, o forzada en diversos grados por las circunstancias a aceptar un intercambio no del todo beneficioso, o directamente perjudicial. Puede, por ejemplo, existir engaño o fraude. Puede darse, asimismo, que ante el intercambio no han existido suficientes alternativas, es decir, falta de competencia (el caso más evidente el monopolio, donde sólo existe un proveedor). Pueden existir aparentemente alternativas, pero acuerdos informales o formales, colusión o carteles que restringen las posibilidades generan posiciones privilegiadas y situaciones cuasi-monopólicas.

 

En definitiva, para que haya un intercambio libre y voluntario debe existir un cierto equilibrio en el poder de negociación y de la información disponible en ambas partes, posibilitado por la existencia de alternativas y abundancia de información transparente. Si esto no se cumple, la balanza se inclina a favor de la parte con mayor control, con mayor poder de negociación o con más información disponible. Así, se desarrolla un ”capitalismo salvaje”, como lo llamó Juan Pablo II (Centesimus annus), y como lo constata hoy Francisco, porque se asemeja a la “ley de la selva,” donde “el más grande se come al más pequeño”.

 

Las consecuencias son la inequidad, y luego el conflicto social. Históricamente cada vez que se impuso un liberalismo ingenuo, que no reconoce las condiciones para que los intercambios lleguen a buen puerto, luego se produjo desigualdad, y luego conflictos sociales y soluciones autoritarias de diversas orientaciones. ¿Podemos estar hoy día en medio de ese camino? ¿Estamos a tiempo de evitarlo? Esperemos que sí. Y propuestas en diversas formas de un “capitalismo inclusivo pueden ayudar a ello.

 

La pregunta que debemos hacernos entonces es: ¿qué condiciones se requerirían para un capitalismo inclusivo en Argentina? En principio evitar las condiciones que aumentan la pobreza. Es decir, evitar por todos los medios la inestabilidad macroeconómica, evitando la alta inflación y las recesiones con desempleo (por ejemplo, por decirlo muy grosso modo, crisis como la de 1989, o del 2001 en Argentina, la del Covid-19 debemos contarla como mayormente “exógena,” (si bien no son neutrales las políticas que se implementan para atenuar sus efectos). En este respecto Argentina tiene muy mal récord. Siguen existiendo grupos que no terminan de consensuar acerca de la necesidad de estabilidad macroeconómica, y menos de cómo lograrla, cuando es evidente que la base son políticas monetarias y fiscales prudentes y sustentables.

 

En segundo lugar, es necesario mejorar las condiciones de inversión y empresarialidad para la producción y de trabajo digno. Digamos estabilidad macro y de las reglas, racionalizar los impuestos y simplificar regulaciones. Si bien esto es necesario, no es suficiente para un capitalismo inclusivo tal como estamos desarrollando. También se requiere un sistema de seguridad social provisto por el estado. Este debe ser viable económicamente, tener un diseño que efectivamente saque a la gente de la pobreza (es decir hasta que se pueda conseguir trabajo, incentivando su búsqueda), en lugar de conservarla en esa condición (efecto del clientelismo político, presente en el populismo).

 

Pero muy especialmente se requiere disolver los mecanismos que posibilitan posiciones de privilegio de origen tanto estatal como económico.

 

Que los funcionarios y políticos tengan éxito cuando sirven a los ciudadanos, en lugar de hacerlo extrayendo recursos otorgando privilegios a las facciones que los apoyan en contra del bien común. Por esto es necesaria la alternancia en el poder, la división y el control entre poderes del estado, la primacía de la ley, y el federalismo. En el sector de la economía sucede algo análogo, se requiere que el éxito económico se produzca por el servicio al consumidor. Esto es así cuando se cumplen las condiciones que mencionamos arriba –en particular la competencia– en lugar de acudir al estado para lograr un mercado cautivo o coludir para evitarla. En este campo es importante mejorar las capacidades técnicas y de autonomía en el estado, y favorecer las “condiciones de competencia” en la economía. Esto implica erradicar los “mercados cautivos,” o cuasi, diseñados por la política y los empresarios rentistas, combatir a los monopolios, cuasi monopolios, la colusión, los vacíos regulatorios, etc.

 

Si se aplican estas políticas, veremos que el éxito se alineará más con el mérito, entendido este como servicio al otro, en lugar de estar determinado por privilegios cruzados entre política y economía: el así llamado “capitalismo de amigos,” (aunque a esa corrupción no queda claro se la pueda llamar correctamente “amistad”) Esto es lo que precisamente la dirigencia debería incorporar si queremos que la desconfianza actual en ella, y en nuestras instituciones, comience a ser revertida.

 

¿Cómo puede hacerse posible este cambio? La opinión pública cada vez más detecta que el recurso al “chivo expiatorio,” por la cual se acusa de los males del país al sector enfrentado por el signo político contrario, es sólo una táctica que encubre la corresponsabilidad compartida. Pero hoy los resultados de estas conductas son demasiado evidentes para poder seguir siendo ocultadas. Y, por el contrario, hay que afianzar ese camino: la formación de una opinión pública clara en estos puntos, y el cambio de mentalidad, de cultura, y de comportamiento de una dirigencia que esté a la altura de las circunstancias.

 

Referencias

[1] China compensa por mano de obra barata y confiable, y ahora por tamaño del mercado interno.