de un capitalismo
inclusivo
Escrito por
Marcelo Resico
ACDE, 20-6-21
Vemos crecer día a
día el diagnóstico que ve que muchos problemas del país radican en lo que se ha
dado en llamar “la grieta,” es decir, en la polarización de visiones y la
dinámica que se establece excluyendo compromisos para la solución de problemas
acuciantes como la política por la pandemia del Covid-19, la recuperación
económica, la inflación, el desempleo, la pobreza, la educación, etc.
La mayoría de las personas
en nuestro país prefieren un sistema democrático donde cada uno pueda expresar
libremente sus ideas, elegir a los candidatos que más los representen, y, con
algo más de dificultad, nos podríamos acostumbrar a lo positivo de la
alternancia. Lo que la grieta
imposibilita, al excluir la formación de consensos –puntuales, pero necesarios–
es la formulación de políticas de estado eficaces, y así se torna imposible
solucionar los problemas. Por esto la democracia queda renga en los resultados
de desarrollo económico y social, y esto es peligroso porque siempre hay
pequeños grupos dispuestos a ir en contra de ella. En el campo económico de la
cuestión creemos puede ser útil la idea de un “capitalismo inclusivo”.
Comencemos por
explicar lo que entendemos por capitalismo. Es un sistema económico basado en
el “capital.” El capital en su primera acepción consiste en bienes de
producción. A diferencia de los bienes de consumo que se aplican a la
satisfacción de necesidades humanas, los bienes de producción se definen como
intermedios porque son los que sirven para producir otros bienes. Por ejemplo,
máquinas, transportes, computadoras, etc. Al dinero se lo llama también
“capital” por extensión porque es posible de ser cambiado por bienes de
producción, si no es un mero medio de cambio. El punto central del capitalismo
es que el excedente o ahorro disponible se utilice para acumular bienes de
producción (inversión productiva), lo que posibilita el crecimiento de la
producción y crecimiento económico.
Existe una polémica
de larga data al interior del capitalismo en cuanto a la propiedad y el uso del
capital. Las principales opciones son que esta sea privada (capitalistas), o
estatal. La primera lleva a la pregunta ética si el crecimiento del capital en
manos privadas lo hace sirviendo al consumidor o no, como veremos en breve. La
propiedad exclusivamente estatal de los medios de producción ha dado resultados
contraproducentes en el caso de la economía soviética. Entonces la mayoría de
los países tienen sistemas mixtos que aceptan en diversas proporciones tanto la
propiedad privada como la estatal.[1] Mencionemos que también existen otras
formas de propiedad como la cooperativa, etc.
En muchos países
la mayor proporción la representa la propiedad privada, y aquí es donde podemos
retomar la pregunta de ¿cómo poner el capital privado a beneficio de la
sociedad?
Una respuesta muy
extendida es que el intercambio en mercados libres (Por ejemplo, mercado de
trabajo, de bienes o servicios), donde cada agente busca de su propio interés,
deberá encontrar la forma de responder a la necesidad, o deberá beneficiar
indirectamente a otro con el cual se desea intercambiar.
Probablemente este
sea el tema más debatido al interior de la ciencia económica, y esto es así
porque esta lógica es parcialmente correcta, mejor dicho, solamente correcta si
se dan una serie de condiciones importantes. Para que se dé ese intercambio que
beneficia a ambas partes, deben verificarse: que los agentes que intercambian
resuelvan acuerdos libres y voluntarios, en el que cada parte se entienda
beneficiada. Pero puede verificarse un intercambio de hecho, y, sin embargo,
una de las partes verse engañada, o forzada en diversos grados por las
circunstancias a aceptar un intercambio no del todo beneficioso, o directamente
perjudicial. Puede, por ejemplo, existir engaño o fraude. Puede darse,
asimismo, que ante el intercambio no han existido suficientes alternativas, es
decir, falta de competencia (el caso más evidente el monopolio, donde sólo
existe un proveedor). Pueden existir aparentemente alternativas, pero acuerdos
informales o formales, colusión o carteles que restringen las posibilidades
generan posiciones privilegiadas y situaciones cuasi-monopólicas.
En definitiva,
para que haya un intercambio libre y voluntario debe existir un cierto
equilibrio en el poder de negociación y de la información disponible en ambas
partes, posibilitado por la existencia de alternativas y abundancia de
información transparente. Si esto no se cumple, la balanza se inclina a favor
de la parte con mayor control, con mayor poder de negociación o con más
información disponible. Así, se desarrolla un ”capitalismo salvaje”, como lo
llamó Juan Pablo II (Centesimus annus), y como lo constata hoy Francisco,
porque se asemeja a la “ley de la selva,” donde “el más grande se come al más
pequeño”.
Las consecuencias
son la inequidad, y luego el conflicto social. Históricamente cada vez que se
impuso un liberalismo ingenuo, que no reconoce las condiciones para que los
intercambios lleguen a buen puerto, luego se produjo desigualdad, y luego
conflictos sociales y soluciones autoritarias de diversas orientaciones.
¿Podemos estar hoy día en medio de ese camino? ¿Estamos a tiempo de evitarlo?
Esperemos que sí. Y propuestas en diversas formas de un “capitalismo inclusivo
pueden ayudar a ello.
La pregunta que
debemos hacernos entonces es: ¿qué condiciones se requerirían para un
capitalismo inclusivo en Argentina? En principio evitar las condiciones que
aumentan la pobreza. Es decir, evitar por todos los medios la inestabilidad
macroeconómica, evitando la alta inflación y las recesiones con desempleo (por
ejemplo, por decirlo muy grosso modo, crisis como la de 1989, o del 2001 en
Argentina, la del Covid-19 debemos contarla como mayormente “exógena,” (si bien
no son neutrales las políticas que se implementan para atenuar sus efectos). En
este respecto Argentina tiene muy mal récord. Siguen existiendo grupos que no
terminan de consensuar acerca de la necesidad de estabilidad macroeconómica, y
menos de cómo lograrla, cuando es evidente que la base son políticas monetarias
y fiscales prudentes y sustentables.
En segundo lugar,
es necesario mejorar las condiciones de inversión y empresarialidad para la
producción y de trabajo digno. Digamos estabilidad macro y de las reglas,
racionalizar los impuestos y simplificar regulaciones. Si bien esto es
necesario, no es suficiente para un capitalismo inclusivo tal como estamos
desarrollando. También se requiere un sistema de seguridad social provisto por
el estado. Este debe ser viable económicamente, tener un diseño que
efectivamente saque a la gente de la pobreza (es decir hasta que se pueda
conseguir trabajo, incentivando su búsqueda), en lugar de conservarla en esa
condición (efecto del clientelismo político, presente en el populismo).
Pero muy
especialmente se requiere disolver los mecanismos que posibilitan posiciones de
privilegio de origen tanto estatal como económico.
Que los
funcionarios y políticos tengan éxito cuando sirven a los ciudadanos, en lugar
de hacerlo extrayendo recursos otorgando privilegios a las facciones que los
apoyan en contra del bien común. Por esto es necesaria la alternancia en el
poder, la división y el control entre poderes del estado, la primacía de la
ley, y el federalismo. En el sector de la economía sucede algo análogo, se
requiere que el éxito económico se produzca por el servicio al consumidor. Esto
es así cuando se cumplen las condiciones que mencionamos arriba –en particular
la competencia– en lugar de acudir al estado para lograr un mercado cautivo o
coludir para evitarla. En este campo es importante mejorar las capacidades
técnicas y de autonomía en el estado, y favorecer las “condiciones de
competencia” en la economía. Esto implica erradicar los “mercados cautivos,” o
cuasi, diseñados por la política y los empresarios rentistas, combatir a los
monopolios, cuasi monopolios, la colusión, los vacíos regulatorios, etc.
Si se aplican
estas políticas, veremos que el éxito se alineará más con el mérito, entendido
este como servicio al otro, en lugar de estar determinado por privilegios
cruzados entre política y economía: el así llamado “capitalismo de amigos,”
(aunque a esa corrupción no queda claro se la pueda llamar correctamente “amistad”)
Esto es lo que precisamente la dirigencia debería incorporar si queremos que la
desconfianza actual en ella, y en nuestras instituciones, comience a ser
revertida.
¿Cómo puede
hacerse posible este cambio? La opinión pública cada vez más detecta que el
recurso al “chivo expiatorio,” por la cual se acusa de los males del país al
sector enfrentado por el signo político contrario, es sólo una táctica que
encubre la corresponsabilidad compartida. Pero hoy los resultados de estas
conductas son demasiado evidentes para poder seguir siendo ocultadas. Y, por el
contrario, hay que afianzar ese camino: la formación de una opinión pública
clara en estos puntos, y el cambio de mentalidad, de cultura, y de
comportamiento de una dirigencia que esté a la altura de las circunstancias.
Referencias
[1] China compensa
por mano de obra barata y confiable, y ahora por tamaño del mercado interno.