está haciendo su
batalla cultural antiprogresista
Por Martín Massad
Publicado en
Agencia Paco Urondo el 11 de mayo de 2021
Pablo Stefanoni es Doctor en Historia (UBA) y Jefe de Redacción de la
revista Nueva Sociedad. Además, es investigador en el Centro de Documentación e
Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI) y docente en la Universidad
Nacional de San Martín (UNSAM). Publicó varios trabajos sobre la historia de la
izquierda, entre ellos el libro Los inconformistas del Centenario.
Intelectuales, socialismo y nación en una Bolivia en crisis (1925-1939) y, en
coautoría con Martín Baña, Todo lo que necesitas saber sobre la Revolución
Rusa, entre otros. Su último libro, de publicación reciente, es ¿La rebeldía se
volvió de derecha? (Siglo Veintiuno Editores, 2021). Fue corresponsal de
Página/ 12 y Clarín en La Paz (Bolivia) y se desempeñó como director de la
edición boliviana de Le Monde Diplomatique.
AGENCIA PACO
URONDO: ¿Cómo surge la idea de tu último libro La rebeldía se volvió
derecha?
Pablo Stefanoni:
En general, siempre había escrito sobre la izquierda. Sin embargo, en el último
tiempo empecé a interesarme por algunas facetas de las derechas a escala
global. Sobre todo, las facetas más transgresoras de las nuevas derechas
alternativas que, con el triunfo de Donald Trump, tomaron mucho vuelo en el
plano internacional. De hecho, su discurso no tenía mucho que ver con el
clásico discurso de la derecha que conocíamos, en tanto aparecía como
antisistema, transgresor, capaz de atraer a algunos jóvenes que se presentan
como de derecha de manera mucho más explícita que antes. Por supuesto, siempre
hubo derechas juveniles, pero me interesaba profundizar sobre lo que tenían de
nuevo estas derechas frente al neoconservadurismo de Ronald Reagan y Margaret
Thatcher de los 80 o el neoliberalismo de los 90. En este punto, entonces, noté
que había ciertas diferencias que valía la pena indagar.
APU: A su
entender, ¿la rebeldía de la nueva derecha tiene alguna premisa concreta?
P. S.: En el libro
voy desde cosas muy minoritarias hacia algunas que se están disputando
políticamente, depende de los casos. Es un mundo muy heterogéneo: por un lado,
en Europa no hay ningún país que no tenga fuerzas de extrema derecha en los
parlamentos y el espacio público. España, por su parte, fue uno de los últimos
en incorporarse con la presencia de Vox desde 2018.
En todos los
casos, la extrema derecha, más allá de ganar o no las elecciones, tiene un
efecto muy fuerte sobre el discurso político y sobre el debate público. Esto lo
vimos en las últimas elecciones en Madrid, con Vox, que si bien estaba muy
lejos de ganar esa elección, su presencia alteraba muchas cosas en ese debate.
Es decir, introducía una campaña xenófoba, corría muchas veces a la derecha el
discurso y no sacó más votos porque la candidata del Partido Popular ya estaba
muy ubicada a la derecha y le bloqueó un poco el camino.
Creo que en este
mundo coexisten las derechas muy utópicas y posiblemente marginales y otras que
tienen más chances de crecer en votos y mover la vara de lo que se discute. En
otras palabras, apuntan a transformar la conversación pública sobre la
política.
APU: En Argentina,
¿considera que los representantes de la derecha tradicional toman parte del
discurso de la nueva derecha para captar votos?
P. S.:
Exactamente. Las derechas tradicionales tienen el dilema de cuánto girar a la
derecha para evitar que le surjan fuerzas a su derecha, como el caso de Vox en
España, o acá en Argentina, Patricia Bullrich, que con un discurso más a la
derecha frena un poco eso. Es decir, alguien que se siente de derecha, en lugar
de votar a una fuerza chica como la de Milei, prefiere votar a Bullrich, y de
paso, en el medio de la polarización, su voto va contra el peronismo, el kirchnerismo
o lo que sea. Sin embargo, para esas fuerzas, el riesgo recae en que, si se
corren mucho hacia la derecha, también pueden perder el espacio más moderado de
centro-derecha que siempre está presente entre el resto de las fuerzas. Es decir, es un dilema que depende mucho de
los contextos electorales de cada país. Ahora, en Madrid, el Partido Popular se
corrió a la derecha y ganó con una mayoría importante. En otro momento, cuando
se corrieron a la derecha, les surgieron fuerzas por el centro.
Con el libro, más
allá de los resultados electorales, me interesaba mostrar cómo jugaban su
batalla cultural en muchos niveles. De pronto, en ciertos espacios como
internet, que no miramos tanto desde el progresismo, hay todo un mundo que está
disputando el sentido común del momento y haciendo su batalla cultural
antiprogresista.
APU: ¿Cómo analiza
la disputa en la sociedad entre la derecha más a la derecha y la izquierda a
nivel cultural?
P. S.: Hay una
idea de batalla cultural en el sentido de que la izquierda ganó más en el
terreno de la cultura que en el de la economía, mientras que la derecha
pareciera haber abandonado ese espacio, y entonces aparece gente como Agustín
Laje, con muchos seguidores en internet, que se prepara y aspira a ser una
especie de Gramsci de derecha que quiere dar la batalla por la hegemonía. Lo
del marxismo cultural se ve como una suerte de teoría de conspiración, ya que
como está planteado, toma un aspecto real, es decir que a la izquierda le fue
mejor en la batalla cultural que en la económica, y tiene más influencia en ese
sector. El marxismo cultural les permite, sobre todo, volver a plantear un
discurso anticomunista que es muy común en las nuevas derechas. Esto es
bastante notable porque después de la caída del Muro de Berlín, el discurso
anticomunista había perdido vigencia simplemente porque había caído el
comunismo.
Hoy vemos que
vuelve en todos los países: por ejemplo, en las últimas elecciones en Madrid.
Isabel Díaz Ayuso, la candidata del Partido Popular, planteó la elección en
términos de comunismo o libertad. En Brasil, el anticomunismo fue muy fuerte en
el triunfo de Bolsonaro, y acá mismo, en Argentina, se habla de un gobierno
soviético. Por lo tanto, vuelve el discurso anticomunista y creo que es una
marca de la época bastante curiosa porque, por momentos, prende ese discurso
anticomunista y para eso hay que construir un mundo bastante imaginario de lo
que es hoy el comunismo. El marxismo cultural, entonces, funciona en estos
casos como la ideología de género que estas derechas utilizan en el debate
público. Es decir, la ideología de género funciona parecido, es decir, juntar
un montón de autoras y de ideas y llamarlas “ideología de género”. Esto funciona
para dar esa batalla antiprogresista que une gente de distintas derechas pero
que tiene como enemigo común y principal al progresismo.
APU: En su libro
cita a Ricardo Dudda, que sostiene que la derecha es una forma de inconformismo
contra lo establecido, en el sentido que sostienen que le arrebataron a la
gente la posibilidad de quejarse, etiquetando las críticas como racistas,
misóginas y homofóbicas. ¿Cuál es su postura al respecto?
P. S.: Lo que
sucede hoy es que esta moda de que la derecha se presenta con políticamente
incorrecta y reivindica la incorrección política es una forma de pasar una
serie de mensajes racistas, homófobos a veces, misóginos, etc., y cuando se les
señala el contenido racista de su discurso, se defienden diciendo que es la dictadura
de la corrección política que no los deja hablar y en la que no se puede decir
nada. Obviamente que hay un debate sobre la corrección política, incluso en el
progresismo, pero otra cosa es esta forma de incorrección política de la
derecha que justifica y le da legitimidad a un conjunto de discursos
reaccionarios.
Por ejemplo, uno
de los carteles más exitosos de la campaña de Vox en Madrid era contra los
inmigrantes menores no acompañados (MENA), un grupo de chicos que reside en
España sin sus padres, y a los que Vox atacó muy fuerte, mencionando que
mientras se gastan euros en ellos, los jubilados españoles no tienen plata;
esto lo hacían a través de una foto bastante impactante donde había una persona
jubilada junto a uno de estos menores. Efectivamente esos discursos están ahí,
pero ahora es como que la incorrección política justifica cualquier tipo de
discurso, usando la "dictadura de la corrección política" como
resguardo de su opinión.
Ahora bien, desde
mi punto de vista, hay cosas que no se pueden decir, como, por ejemplo, un
discurso racista en público o en una campaña electoral. Efectivamente, en el
progresismo hay una deriva, sobre todo en la cultura progresista norteamericana
de los campus universitarios, que es muy moralista y acusatoria, que construye
ciertos sermoneos que tiene sus problemas. Creo que a veces el progresismo lo
discute y lo toma, pero habría que ver cuánto lo toma en cada país. En Estados
Unidos, por ejemplo, eso es un problema, sobre todo en los campus
universitarios, donde hay un gran debate sobre cómo se construye la idea de
víctima, cómo pensar la propia corrección política o la idea de que ciertos
discursos generan traumas en las propias víctimas. Hay que tener en cuenta que
en Estados Unidos el discurso está muy atravesado por cuestiones religiosas,
con un imaginario muy difuso que viene del protestantismo, de la idea de pensar
al racismo como pecado original de ese país.
APU: Según Adolph
Reed, los progresismos se dedican a ser testigos del sufrimiento. Desde su punto
de vista, ¿considera que los progresismos están fallando en su conducción?
P. S.: Ese autor
es muy crítico en cuanto a cómo se piensa la cuestión racial en Estados Unidos.
Efectivamente hay una crítica, que también está en los movimientos
progresistas, sobre cómo ciertas opresiones y sufrimientos se vuelven capital
académico. Mucha gente, desde el progresismo, se dedica a estudiarlo desde la
academia y se debilita la propia idea de política y de cómo enfrentarlo
políticamente. Allí se construye entonces una idea de víctima y de cómo
preservar a estas personas, y de los campus como espacio de seguridad donde se
reduce lo que se puede decir, etc. Hay una idea de proteger a cierto sector de
la sociedad que a transformar las propias relaciones de opresión y cambiar
aspectos del sistema.
Enzo Traverso
también decía que el auge de la memoria que vivimos en el presente recupera
mucho más a las victimas que a las luchas, es decir, se recupera mucho más a
las víctimas de la esclavitud, del machismo, del racismo, del holocausto, pero
se recuperan menos las luchas. Es un tema complejo en un contexto donde el
progresismo parece haber perdido una potencia emancipatoria o para transformar
la realidad, y muchas veces el propio progresismo termina añorando el pasado. No
se trata de que el progresismo no gana más elecciones ni tiene más poder, sino
que perdió esta dimensión más transgresora y revolucionaria.
APU: ¿Cree que la
izquierda puede disputar el sentido en las redes sociales o habría que
construir desde otra plataforma?
P. S.: Hay algunas
izquierdas exitosas en ese terreno. Por ejemplo, en Estados Unidos, en los
últimos tiempos, parece haber una izquierda bastante dinámica, y esto quizás es
una paradoja, ya que es el único lugar donde hay una socialdemocracia entusiasta
que también fue capaz de usar las redes sociales. Alexandria Ocasio-Cortez fue
muy hábil para posicionarse y dar una disputa desde las redes sociales. Estados
Unidos es un caso interesante porque es el único país donde existe una
izquierda con cierto dinamismo, incluso entre los jóvenes.
Es verdad que hay
un tema que refiere a cómo posicionarse en ese mundo virtual donde muchas veces
el troleo y el anonimato son formas que parecen beneficiar más a la derecha. El
segundo punto importante es cómo procesa la izquierda, el progresismo, el
humor, la ironía, y es ahí donde la corrección política puede ser un límite.
Cómo responder también desde el plano del humor, utilizándolo como herramienta
para dar una disputa política cultural más amplia.
APU: ¿Considera
que debería haber un nuevo modelo sindical en este nuevo panorama mundial?
P. S.: En líneas
generales, los sindicatos, en todo el mundo, quedaron un poco atrás en muchos
aspectos, incluso muchas veces fuera de las olas feministas que están
cuestionando garantías de género en la sociedad. En segundo lugar, respecto a
lo que algunos llaman el precariado, como una forma de denominar al nuevo
proletariado, una forma de trabajo que está lejos de las formas de trabajo que
conocíamos. Hoy los sindicatos no representan a ese precariado, entonces
posiblemente sea necesaria una ampliación de lo que se entendía por
representación sindical, por activismo sindical, si es que los sindicatos
quieren seguir dando una batalla más allá de la representación corporativa de
ciertos sectores. En algunos casos, estos pueden seguir siendo fuertes porque
son importantes en la economía, mientras que en otros casos se van debilitando,
y cada vez menos gente piensa en afiliarse a un sindicato como una forma de
defender sus derechos laborales y sociales.
APU: En su libro
aparece la frase: “la derecha es punk y la izquierda es puritana”. ¿Cuál es el
contenido de la rebeldía de la derecha?
P. S.: Creo que
efectivamente hay un problema de contenido. Un filósofo francés mencionaba que
hay un hipercriticismo sin idea de emancipación. Muchas veces la crítica social
tenía horizontes emancipatorios, que podían ser socialistas, liberales en
distintos aspectos, pero hoy hay un hipercriticismo en las redes sociales, es
decir todo el mundo critica al sistema, a los políticos, etc. Todo está muy
disociado de una idea de una sociedad mejor. Creo que muchas de esas derechas capturan esos
enojos, insatisfacciones, temores al futuro, la idea de que los inmigrantes te
van a reemplazar, que la tecnología nos va a dejar sin trabajo, etc. Es decir,
hay una idea de futuro muy negativa y es muy difícil para el progresismo,
incluso para el liberalismo democrático, dar una batalla política cuando la
idea de futuro para una gran parte de la sociedad es muy negativa y muchas
veces distópica.
En Europa, las
extremas derechas son más estables y obviamente también van cambiando sus
programas en relación a las chances que tienen de llegar al poder. Cuanto más
cerca de llegar al poder, van dejando de lado algunas banderas. Se ve con la
extrema derecha que proponía salir de Europa, y hoy muchos partidos ya no lo
proponen. Entonces, en muchos casos, esas extremas derechas se van volviendo
más pragmáticas.
Hay de todo, desde
partidos que forman partidos, hasta formas como en el caso argentino, donde
todavía no está claro si todo este movimiento libertario se va a diluir y va a
ser simplemente algo temporal, o va a lograr un pequeño piso de votos y va a
estabilizarse un poco como algo a la derecha del PRO. Es algo que no está claro
ni es fácil para ellos tampoco, y esto es algo novedoso en Argentina, donde
hubo derechas que se presentaban de manera más moderada en el debate público.