una “alianza” permanente
Paolo Gulisano
Brújula cotidiana,
08_09_2023
El verano se acaba
y el calor se va. Ahora será bastante difícil atribuir las muertes súbitas a
las altas temperaturas, pero no es un problema: ya están anunciando
constantemente que la Covid ha vuelto, y Tedros Adhanom Ghebreyesus, director
general de la OMS, ha sentenciado: “La Covid 19 está aquí para quedarse y el
mundo seguirá necesitando herramientas para prevenirlo, diagnosticarlo y
tratarlo”. Además, el vínculo entre la emergencia climática y la pandemia se
está intensificando en la narrativa de los principales medios de comunicación.
Están apareciendo varios artículos que afirman que el cambio climático
amplificará las epidemias y dará lugar a nuevas pandemias.
Se cree que el
cambio climático podría agravar más del 50% de los patógenos humanos conocidos.
Pero conviene recordar que estamos en el terreno de las posibilidades: ningún
patógeno conocido ha tenido mutaciones importantes que causen alarma, aunque
parezca que lo importante sea empezar a causar alarmismo e insistir en el
vínculo entre el calor y la epidemia. Por ejemplo, algunos investigadores han
fantaseado con la posibilidad de que cualquier patógeno congelado en el
permafrost (el suelo perennemente helado que se encuentra en climas fríos o a
gran altitud) pudiera liberarse con el próximo deshielo, y por supuesto estos
microorganismos serían letales, porque no habría inmunidad contra ellos. En
resumen: el alienígena del hielo podría ser una de las próximas “películas
pandémicas”.
La hipótesis de
que el cambio climático está alimentando epidemias y enfermedades, y que tales
acontecimientos sumirán al mundo en otra pandemia, cuenta cada vez con más
adeptos. Mientras esperamos la aparición de nuevos virus, se hace mucho
hincapié en los riesgos de posibles enfermedades transmitidas por insectos, a
los que ya no se considera un alimento, sino una amenaza. Ya no se habla de
sabrosos grillos fritos, sino de mosquitos asesinos, entre otros.
Según la narrativa
oficial, hay varias formas en las que los riesgos climáticos agravarían las
enfermedades infecciosas, tanto directa como indirectamente. Como consecuencia
del aumento de la temperatura, se producirían cambios en las condiciones
ambientales con un incremento de la presencia de vectores de enfermedades como
mosquitos, roedores y garrapatas, y la aparición repentina de fenómenos
extremos como inundaciones, que contaminan las fuentes de agua potable y
desplazan a personas y animales, podría transportar y transmitir agentes
patógenos.
El aumento de las
temperaturas también alteraría la probabilidad de transmisión de enfermedades,
ya que las condiciones ambientales se volverían más favorables para ciertos
vectores de enfermedades, como el mosquito tigre. Según Saad Omer, director del
Instituto de Salud Global de Yale, “con el cambio climático global, cada vez
más zonas –incluso las alejadas del ecuador o a altitudes relativamente
elevadas-, se están volviendo hospitalarias para los mosquitos”.
El cambio
climático también puede empujar a las poblaciones a migrar, provocando, dicen,
más interacciones con la fauna salvaje y aumentando el riesgo de propagación de
patógenos. Algunos científicos ya están haciendo predicciones para 2024, que
–dicen- será un año aún más cálido que éste debido al fenómeno de El Niño (un
patrón meteorológico que provoca el calentamiento de las aguas superficiales
del Océano Pacífico oriental). Es probable que esto produzca una grave sequía
en algunas regiones del mundo, lo que podría estimular las migraciones masivas.
Veremos si estas predicciones se cumplen.
Mientras tanto,
los teóricos de la relación entre el cambio climático y las enfermedades
infecciosas trabajan para “sensibilizar” a otros científicos, a los medios de
comunicación y a los gobiernos para que tengan debidamente en cuenta los
riesgos de los efectos del cambio climático en las epidemias y pandemias, y
preparen respuestas a las emergencias provocadas por desastres climáticos, que
deberían incluir acciones de salud pública para “mitigar” las epidemias.
Además, los sistemas sanitarios tendrían que adaptarse a los cambios en las
pautas de transmisión de enfermedades y a la movilidad mundial de personas,
animales y mercancías. Todos estos esfuerzos requieren una financiación
dirigida a la intersección del cambio climático y la prevención de epidemias, y
a cambiar la mentalidad de la comunidad internacional. Será una operación
psicológica de gran envergadura.