qué hay detrás de la campaña de difamación
contra el Papa que salvó a cientos de miles de judíos
Claudia Peiró
Infobae, 23 Sep,
2023
Hollywood les ha
hecho creer a las generaciones post Segunda Guerra Mundial que los aliados
entraron a la contienda para salvar a los judíos. Pero, como llegaron bastante
tarde para la faena, ¿qué mejor que buscar un chivo emisario? ¿Y quién es el
ideal? ¡El Papa! ¡La Iglesia católica!
Voceros de los
países beligerantes se dedican desde los años 60 a atribuirle a Eugenio
Pacelli, el papa Pío XII, responsabilidad en el ascenso del nazismo y la
deportación y extermino de judíos.
Es famosa la
réplica del dictador soviético Josef Stalin cuando Winston Churchill propuso
invitar a Pío XII a la conferencia de Yalta: “¿Cuántas divisiones tiene el
papa?”
Pero aunque la
Santa Sede es un Estado sin poder bélico alguno, hay una horda de
“especialistas” que se empeña en sostener que, en medio de la más sangrienta
confrontación bélica del siglo XX, que involucró a beligerantes de la talla de
Gran Bretaña, Estados Unidos y la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas), era el Papa el que tenía el poder y la responsabilidad para evitar
el Holocausto…
Esta campaña
permanente contra Pío XII ha recibido una nueva inyección de energía desde la
apertura de los archivos vaticanos. Debería ser al revés, pero los que quieren
que el Obispo de Roma cargue con todas las culpas apelan a la verdad a medias,
al anacronismo y a la tergiversación.
¿Los documentos confirman
que miles de judíos obtuvieron protección de la Santa Sede, siendo refugiados
en iglesias o conventos de Italia? Sí, pero eso no fue por orden del Papa,
dicen… Abundan testimonios en contrario, pero lo que desmiente el relato es
desestimado.
Hace 15 días, el
New York Times titulaba: “Los investigadores identifican a los judíos ayudados
por los católicos en la época nazi mientras el Papa guardaba silencio”. Hacía,
pero callaba. Imperdonable.
“Los nombres (de
los judíos salvados) fueron encontrados en documentos [pero] los historiadores
dicen que no cambian la comprensión fundamental de las acciones de la Iglesia
durante la guerra”, señala el diario. ¿Por qué no? Lo que no cambia es la
decisión de denostar al Papa, a la Iglesia católica y a la Santa Sede. Digan lo
que digan los documentos.
El 16 de
septiembre pasado, hubo otro “hallazgo” en los archivos: la carta de un
sacerdote alemán, Lothar Koenig, de diciembre de 1942, que informaba en detalle
a un estrecho colaborador de Pío XII, Robert Leiber, que los nazis no llevaban
a los judíos a campos de trabajo sino de exterminio.
Nueva excitación
en las filas anticatólicas. ¡El Papa sabía! ¡No hizo nada! Pero la pregunta que
toda persona intelectualmente honesta debe hacerse es: si lo sabía el Papa, ¿no
lo sabían los demás jefes de Estado?
Los líderes de las
potencias vencedoras de la Guerra en Potsdam: el premier Mencionan la eficacia
de los servicios de inteligencia vaticanos. Rusos, británicos y
estadounidenses, ¿no tenían servicios eficaces? La diferencia con Pío XII es
que ellos tenían además medios para intentar evitar las deportaciones. ¿Cuántos
judíos encontraron asilo en Estados Unidos durante la persecución? ¿Están
abiertos los archivos que demuestran que el gobierno estadounidense había prohibido
su ingreso con el argumento —bastante débil— de que podían infiltrarle espías?
Giovanni Coco,
investigador en el Archivo Apostólico Vaticano, que reveló la carta, dijo que
el sacerdote que la envió estaba ligado a la resistencia católica contra
Hitler. Y agregó un dato que confirma que el silencio (público) de Pío XII era
una estrategia necesaria: Koenig le pidió a la Santa Sede que no hiciese
públicas sus revelaciones porque temía por su vida y la de sus fuentes.
Hablando de
silencio… ¿dónde están las denuncias públicas de Churchill, Roosevelt o Stalin
contra Hitler por la deportación y exterminio de judíos? En el momento en que
ocurrían estos crímenes, no hubo ninguna. Mientras masacraban a los judíos, el
silencio fue general. Pero las motivaciones de ese silencio fueron distintas.
Para la Santa Sede, fue la mejor manera de limitar el daño y evitar represalias
contra la feligresía católica de Alemania y de los territorios dominados por
los nazis. Y facilitar la tarea —discreta, clandestina— de salvar a enteras
familias judías.
Si Pío XII fue un
cómplice de los nazis, ¿cómo se explica que, al convertirse al catolicismo en
1945, el gran rabino de Roma, Israel Zolli, haya tomado “Eugenio” como nombre
cristiano, en honor a Pacelli?
Los testigos de la
época son formales: unánimemente destacaron la ayuda del Papa y de la Iglesia.
Los no testigos, los detractores de décadas posteriores, tienen todos el mismo
discurso canalla: el Papa calló, no hizo lo suficiente, no frenó a Hitler,
habilitó la expansión nazi. Pío XII, desarmado, tenía que haber hecho lo que no
hicieron los aliados con todo su poder de fuego.
Cuando anunció la
apertura de los archivos, Francisco dijo: “La Iglesia no le tiene miedo a la
historia”. A los que hay que temerles es a los “historiadores” que en vez de
dejar hablar a los hechos sólo reparan en aquello que, creen, confirma sus
prejuicios.
Pero Jorge
Bergoglio dijo mucho más: “A veces me da un poco de urticaria existencial
cuando veo que todos se la toman contra la Iglesia y Pío XII, y se olvidan de
las grandes potencias. ¿Sabe usted que conocían perfectamente la red
ferroviaria de los nazis para llevar a los judíos a los campos de
concentración? Tenían las fotos. Pero no bombardearon esas vías de tren. ¿Por
qué?” ¿El Vaticano es el único Estado que debe dar explicaciones por lo que
hizo en la guerra?
En 2014, Francisco
había dicho: “Al pobre Pío XII le han tirado encima de todo. Pero hay que
recordar que antes se lo veía como el gran defensor de los judíos”. Aludía a los
homenajes que recibió su predecesor en la inmediata posguerra. En agosto de
2022, el semanario israelí en castellano Aurora Israel escribió: “Muchos acusan
a Pío XII de colaboracionista o directamente lo llaman el papa nazi. Pero, ¿qué
dijeron Golda Meir, Albert Einstein, Jaim Weizmann, Ytzhak Herzog, Moshé
Sharet, Bernard Henry-Levy y otras personalidades sobre el papa Eugenio
Pacelli?”
Y sigue: “Todas
estas personalidades y muchas más dicen que Pío XII, viendo la imposibilidad de
ser útil en una confrontación directa contra Hitler, optó por dar ayuda en
total silencio a los perseguidos por el nazismo. Pío XII impartió órdenes
personalmente a todas las iglesias, conventos, parroquias, santuarios y
seminarios católicos de toda Europa de proteger a todos los judíos posibles,
dándoles asilo, refugio, documentos falsos y toda una batería de elementos
disponibles para evitar las deportaciones a los Campos de Exterminio. Se
calcula que más de 800.000 judíos salvaron sus vidas gracias a la Iglesia
Católica y a Pío XII”.
El semanario
israelí recuerda que, más de una vez, los nazis detectaron los escondites: “Al
descubrirlos, no sólo deportaban a los judíos, sino también a los curas
párrocos o madres superioras responsables”. Completa esto con cifras: “Fueron
torturados y asesinados, alrededor de 6000 sacerdotes y monjas por haber dado
asilo a los perseguidos por el nazismo”.
Cuando murió
Pacelli, en 1958, Golda Meir, entonces ministra de Relaciones Exteriores del
joven Estado de Israel, lo despidió con honores: “Durante los 10 años del
terror nazi, cuando nuestro pueblo sufrió un martirio horroroso, la voz del
Papa se elevó para condenar a los verdugos y para expresar su compasión hacia
las víctimas”.
El director del
mensuario Shalom, de la comunidad hebrea italiana, Massimo Caviglia, citado por
Aurora Israel, dijo: “Pío XII no pudo actuar de otra manera: sabía que si
tomaba una posición oficial contra Hitler la persecución se habría vuelto
también contra los católicos. Sin embargo en privado ayudó a los judíos,
dándoles asilo en edificios eclesiásticos. También mis padres se salvaron en
uno de esos conventos”.
El 23 de diciembre
de 1940, Times Magazine publicaba declaraciones de un Albert Einstein
consternado al ver que tanto las universidades como los periódicos habían sido
silenciados en la Alemania nazi: “Sólo la Iglesia permaneció de pie y firme
para hacer frente a las campañas de Hitler para suprimir la verdad. Antes no
había sentido ningún interés personal en la Iglesia, pero ahora siento por ella
un gran afecto y admiración, porque sólo la Iglesia (guiada por el papa Pío
XII) ha tenido la valentía y la obstinación de sostener la verdad intelectual y
la libertad moral”.
“Si el papa Pío
XII hubiera hablado, Hitler habría masacrado a muchos más de los seis millones
de judíos y quizá a diez millones de católicos”, dijo por su parte un
sobreviviente del Holocausto, el gran rabino de Dinamarca, Marcus Melchior.
El filósofo judío
francés Bernard Henri-Lévy también se expresó sobre el accionar de Pacelli: “Antes
de optar por la acción clandestina, antes de abrir, sin decirlo, sus conventos
a los judíos romanos perseguidos por los sicarios fascistas, el silencioso Pío
XII pronunció unos valientes discursos radiofónicos denunciando la persecución
a los judíos, [en] las Navidades de 1941 y 1942″.
Cuando Pacelli fue
elegido papa, en abril de 1939, la revista Jewish News and Views lo celebró:
“El papa Pío XII es conocido por ser un fiel amigo de los judíos y expresó en
multitud de ocasiones su enérgica oposición a la persecución de los judíos en
Alemania e Italia”.
Antes de ser papa,
Pacelli ya era un alto funcionario vaticano y, como tal, fue autor de la
encíclica Mit Brennender Sorge (Con ardiente preocupación) con la que su
predecesor, Pío XI, condenó el nazismo.
En 1943, Jaim
Weizmann, quien en 1949 sería el primer presidente de Israel, dijo: “La Santa
Sede, el papa Pío XII está prestando su poderosa ayuda allí donde puede para
mitigar la suerte de mis correligionarios perseguidos”.
Otra cita de
Aurora Israel dice: “En las horas más difíciles [para] los judíos de Rumania,
la generosa asistencia de la Santa Sede fue decisiva. No es fácil para nosotros
encontrar las palabras adecuadas para expresar el calor y el consuelo que
experimentamos gracias a la preocupación del Sumo Pontífice (...) Los judíos de
Rumania nunca olvidarán estos hechos de importancia histórica”. Esto lo
escribió en abril de 1944 Alexandru Safran, gran rabino de Rumania, en carta al
nuncio apostólico, monseñor Andrea Cassulo.
El abuelo del actual
presidente de Israel (Isaac Herzog), Yitzhak Halevi Herzog, gran rabino de
Israel desde 1948, escribió al nuncio apostólico de Francia, Ángelo Roncalli
(futuro Juan XXIII), en marzo de 1945: “El pueblo de Israel nunca olvidará lo
que Su Santidad el papa Pío XII, y sus ilustres delegados, inspirados por los
principios eternos de la religión, que constituye el verdadero fundamento de la
civilización, están haciendo por nuestros infortunados hermanos y hermanas en
la hora más trágica de nuestra historia, lo cual es una prueba de la acción de
la Divina Providencia en este mundo”.
Apenas terminada
la guerra, en 1945, Moshé Sharet, uno de los fundadores del Estado de Israel,
visitó a Pacelli: “Le dije al Papa que mi primer deber era agradecerle y, a
través de él, a toda la Iglesia católica [por] todo lo que han hecho en los
distintos países para salvar a los judíos”.
Finalmente, el
teólogo y diplomático israelí Pinchas Lapide, cónsul de Israel en Milán,
escribió, en 1967: “La Iglesia católica, bajo el pontificado de Pío XII, fue
decisiva en la salvación de al menos 700.000 judíos, pero probablemente tantos
como 860.000 judíos, de una muerte segura a manos de los nazis”.
Estas
declaraciones son tan contundentes que resulta difícil entender el éxito de la
calumnia contra Pío XII. Veamos qué pasó.
En 1963, cinco
años después de la muerte del Papa Pacelli, se publicaba la obra de teatro El
Vicario, de Rolf Hochhuth, que describía a Pío XII como cómplice de los nazis,
como un Papa que, por su odio al comunismo, había dejado crecer, e incluso
alentado, el expansionismo nacionalsocialista de Adolf Hitler.
¿Qué había
sucedido? ¿Había surgido alguna prueba de complicidad entre Pío XII y el
régimen nazi? ¿O de indiferencia hacia el sufrimiento judío? Absolutamente no.
El problema fue que la Santa Sede se había erigido como firme barrera para la
expansión del comunismo soviético hacia el oeste de Europa. En la inmediata
posguerra, uno tras otro, los países más cercanos a la URSS fueron cayendo bajo
dictaduras estalinistas. No se trató de revoluciones populares, sino de una
literal ocupación. Reafirmada con tanques, porque Stalin sí tenía divisiones.
La ola comunista
soviética se detuvo a las puertas de Italia. Frenarla no fue sencillo, porque
el Partido Comunista italiano había emergido fortalecido de la guerra por su
rol en la resistencia contra el fascismo. El protagonismo de la Iglesia
católica fue fundamental; no es casual que Italia haya sido el país donde mayor
fuerza tuvieron los partidos demócrata-cristianos, que hegemonizarían la vida
política italiana de posguerra protagonizando la reconstrucción del país y la
de una Europa unida. También en Alemania, la democracia cristiana fue uno de
los pilares del resurgimiento del país y del freno al comunismo, que ya había
logrado arrebatar medio país. Los principales protagonistas de esa etapa
—Alcide de Gasperi, Robert Schuman y Konrad Adenauer— eran católicos
militantes. Eso fue imperdonable.
La fake news del
“papa filonazi” fue la venganza póstuma del estalinismo, que vio en Eugenio
Pacelli a su bestia negra.
Años después, un
general rumano, de Inteligencia militar, Ion Mihai Pacepa, denunció que El
Vicario era parte de una campaña de difamación diseñada y ejecutada por el
Kremlin y la KGB, por orden de Nikita Kruschev, máximo líder soviético durante
la Guerra Fría. La operación tenía por finalidad no sólo ensuciar la imagen del
difunto papa sino dañar la autoridad moral de la Iglesia y minar la influencia
vaticana en el mundo. “La KGB quería presentarlo (a Pío XII) como un antisemita
que había alentado el holocausto de Hitler”, dijo Pacepa. “Hoy en día, mucha
gente está sinceramente convencida de que Pío XII fue un hombre frío y
despiadado que odiaba a los judíos y que ayudó a Hitler a eliminarlos”,
reflexionó, destacando así el éxito de la campaña sucia.
Es muy difícil
restablecer la verdad una vez que se echó a rodar la calumnia. Lo inaceptable
es que la prensa occidental se ensañe hoy con el Papa que contribuyó a salvar a
Europa del comunismo.
Además, la
evidencia histórica contradice permanentemente la leyenda negra. Desde hace
unos años, la Fundación Internacional Raoul Wallenberg trabaja para ubicar
todos los sitios donde los judíos fueron acogidos para colocar allí una placa
con la mención honorífica de “Casas de Vida”. La Fundación ha localizado más de
500 de estos refugios en Italia, Francia, Hungría, Bélgica y Polonia. El
argentino Eduardo Eurnekian, presidente de la Fundación, decía en octubre de
2019: “Para nuestra sorpresa, nos enteramos de que la gran mayoría de las Casas
de Vida eran instituciones relacionadas con la Iglesia católica: conventos,
monasterios, internados, hospitales, etcétera”.
Los difamadores de
Pío XII dicen que eso se hizo sin anuencia del Papa. Pero cuando recibió la medalla
“Justos entre las Naciones” por haber refugiado a judíos en el Seminario
Romano, el cardenal Pietro Palazzini dijo: “El mérito es enteramente de Pío XII
que ordenó hacer todo lo que estuviera a nuestro alcance para salvar a los
judíos de la persecución”. Y comparó: “Salvó a más judíos que Oskar Schindler”.
La misma medalla le fue entregada a la hermana María Corsetti, sor Emerenciana,
por la embajada israelí de Roma. Al recibirla, la religiosa dijo: “Fue Pío XII
quien nos ordenó abrir las puertas a todos los perseguidos. Sin la orden del
Papa, habría sido imposible salvar a tanta gente”.
Años después de El
Vicario, la campaña de difamación contra Pío XII fue recuperada por ciertas
usinas culturales anglosajonas que libran contra la Iglesia católica una guerra
estratégica, permanente y prolongada.
El punto más alto
de la difamación, fue el libro El papa de Hitler (1990), del periodista
británico John Cornwell, publicado en 1990. El cinismo de los detractores de
Pío XII no tiene límites: jamás interpelan a los vencedores de la Guerra, los
reunidos en Yalta, por no haber evitado el Holocausto, pero sostienen que
Pacelli, sin fuerza militar alguna y en soledad, podía y debía frenar la
persecución nazi a los judíos, como no la frenaron las grandes potencias que
negociaban pactos con Hitler y sólo actuaron cuando vieron su supervivencia
comprometida.
No hubo refugio
para los judíos en los países aliados. Sí, encomiables casos de gente que
individualmente se arriesgó para salvar a muchos. Pero a nivel estatal es al
revés de lo que se pretende. El único Estado que como tal tuvo una política de
protección a los judíos fue el pequeño gran Vaticano. En proporción a los
medios de los que disponía, hizo mucho más que otros gobiernos por proteger a
los judíos.
Las críticas al
Papa por su silencio provienen de gente que jamás vivió el horror de una guerra
o de una dictadura. Que no tiene idea de lo que implica actuar o intentar
actuar en contra de un régimen absolutista, represivo y en guerra. O contra una
potencia ocupante. En esas condiciones, la acción discreta, el sigilo, la
diplomacia, la fachada amable que oculta la acción subterránea, son siempre más
eficaces que el declaracionismo, que hasta puede resultar contraproducente.
“Una declaración
formal (del Papa) hubiera provocado una brutal retaliación por parte de los
nazis y frustrado sustancialmente ulteriores acciones católicas en favor de los
judíos”, argumentó Joseph Lichten, de B’nai B’rith, organización judía dedicada
a denunciar las manifestaciones de antisemitismo, en ‘’A Question of Judgment -
Pope Pius XII and the Jews” (1963).
Una prueba del
acierto de esta táctica, según el historiador F.G.Stapleton, en un artículo en
History Today, fue que después de que el cardenal Willibrands de Holanda
expresara sus simpatías judías de forma explícita, otros 100.000 judíos fueron
deportados. Mientras que en Dinamarca, donde el episcopado optó por un perfil
bajo, se pudo salvar a la mayoría. Igual que en Italia, destaca Stapleton,
donde “se salvó el 80% de los judíos”, en marcado contraste con la suerte que
corrieron en otros países.
No es el caso
evidentemente de muchos de los investigadores -o difamadores- que se han
lanzado sobre los archivos del Vaticano, que aunque se abra a todo escrutinio,
seguirá siendo acusado de oscurantismo.
Otra muestra de
parcialidad es el silencio ante otro documento hallado en los archivos por el
historiador alemán Michael Feldkamp en febrero de 2021: Pacelli le advirtió a
Roosevelt del Holocausto. “Pío XII —dijo Feldkamp— envió un mensaje al
presidente Roosevelt en marzo de 1942, dos meses después de la Conferencia de
Wannsee [para advertir] que algo estaba pasando en Europa en las zonas de
guerra. Estos mensajes no fueron considerados creíbles por los
estadounidenses”.
“En ese momento
(Pío XII) no podía organizar protestas o escribir notas de condena para no
atraer la atención”, dijo Feldkamp. Sin embargo, “llevó a cabo negociaciones
con la embajada alemana y las fuerzas policiales italianas, incluso con
(Benito) Mussolini y el ministro de RREE italiano” para “sacar lo máximo
posible a través de ellas”.
Hay una doble vara
para medir las cosas. En La lista de Schindler, Steven Spielberg rinde homenaje
a un empresario católico alemán que salvó a muchos judíos. Oskar Schindler pudo
hacerlo gracias a los buenos vínculos que mantuvo con los nazis durante toda la
guerra. Los archivos vaticanos demuestran que hubo una larga, bien larga,
“lista de Pío XII”. Pero de eso mejor no hablar.
No es casual que
la misma táctica difamatoria propia de los servicios de inteligencia haya sido
usada en la Argentina por detractores de la Iglesia Católica en la persona del
entonces futuro papa Francisco, Jorge Bergoglio. Como Pío XII, también él fue
acusado -por los mismos que hoy se cuelgan de su sotana- de abandonar a
aquellos cuya vida en realidad salvó con su intervención.