Mariano Turzi
Clarín, 6-2-15
Hace una semana, un
artista chino produjo un show de fuegos artificiales en la ciudad de Buenos
Aires. En estos días, la
Primera mandataria argentina lanzó en la capital china fuegos
de artificio políticos. La relación con Beijing no es ni política, ni pública
ni de Estado. Se ha avanzado mucho entre 2004 (la vista del presidente Hu
Jintao) y 2014 (la del presidente Xi Jinping), pero aun falta un largo, larguísimo
camino.
Primero, la relación
con China es más “politizada” que política. La política exterior argentina
hacia Beijing no reconoce en toda su dimensión los profundos reacomodamientos
geopolíticos y geoeconómicos que están teniendo lugar en el mundo. La
transición estructural de riqueza y poder de Occidente a Oriente, del Atlántico
al Pacífico, de Norte a Sur y de avanzados a emergentes. La Cancillería cuenta con
recursos –técnicos, humanos y materiales- que se ven sistemáticamente impedidos
o malogrados en sus esfuerzos de trabajo por un liderazgo más afecto a la
diatriba que a la diplomacia.
Pero aquí cabe
responsabilidad a toda la dirigencia política, gobierno y oposición. Son pocos
los políticos que pueden mencionar más de tres ciudades de la República Popular
China, y menos aún los que conocen los nombres de sus máximos líderes. Esta
peligrosa combinación de ignorancia e incapacidad lleva a que nuestro país haya
subutilizado sus recursos y capacidades de negociación. China ha servido para
la “década ganada”, pero ¿cuántas décadas se habrán perdido por la impericia en
la conducta de los asuntos externos?
Con respecto a su
carácter “público”, tampoco es cierto. Falta transparencia e
institucionalización del vínculo. Ello permitiría sincerar los temas, áreas e
intereses de acuerdo y conflicto, fijar cursos de acción y fijar patrones de
conducta para atravesar tiempos de bonanza o turbulencia sin poner en peligro
el núcleo básico de una relación. En relaciones asimétricas, corresponde a la
parte menos fuerte proponer agenda y crear instituciones, para reducir las
diferencias de poder. Argentina no negocia temas agroindustriales como
MERCOSUR, ni como UNASUR, ni como CELAC. Junto a Brasil, Uruguay y Paraguay
sería la “OPEP de la soja”. Los países del Golfo Pérsico lograron transformar
recursos naturales en recursos de poder global. Falta creatividad para imaginar
y valentía para implementar.
El objetivo de la
política exterior es sincronizar el contexto internacional al interés nacional
argentino. Y además de desconocer cómo funciona el sistema internacional,
nuestro país ha tenido históricas dificultades para consensuar un interés
nacional inclusivo y de largo plazo. No uno que favorezca a los amigos del
poder de turno o que sirva a la coalición de intereses que sostiene al proyecto
político de turno. Sino uno que de modo realista sepa balancear costos y
beneficios, oportunidades y riesgos. ¿Quiénes ganan del vínculo con China?
¿Cómo se compensará a los que pierden? Por no hacerse estas preguntas la sociedad
argentina sufrió graves fracturas al modificar su relacionamiento con Gran
Bretaña en los años cuarenta y con los Estados Unidos a finales de los años
noventa. Necesarios o no, los cambios bruscos arrasan; los graduales adaptan.
Finalmente, no es una
política “de Estado”. La estructura del estado argentino no tiene con China una
vinculación estratégica. Porque el país no tiene estrategia. Y por eso estamos
dentro de la estrategia China más que utilizando el vínculo con el país
asiático para nuestra autonomía internacional. En este año electoral hay que
definir y consensuar un proyecto estratégico de Nación, un modelo de país. En
la reflexión de ese modelo, China debe ocupar un lugar central. Como amigo y
socio, pero también como rival y competidor.
No para suspender el
vínculo, sino para que no descarrile cuando haya dificultades. Una estrategia
de país involucra a gobierno y oposición, a los niveles de gobierno nacional y
subnacional, a sector público y a sector privado, al corto y al largo plazo. Busca
aumentar la coordinación interministerial, perfeccionar el conocimiento con la
incorporación de cuadros técnicos y la potenciación de la acción conjunta.
Para esto es que
sirve la inteligencia. Como herramienta analítica y prospectiva irrenunciable
del estado en un mundo de competencia creciente y ambigüedades omnipresentes.
Más que servir a rastreros juegos de “carpetazos”, los servicios de
inteligencia deberían haber preparado la carpeta para el viaje de la Presidenta a China.
Mariano Turzi es politólogo
y Doctor en Relaciones Internacionales (John Hopkins University). Es Director
del Departamento Asia-Pacífico de la Universidad Torcuato
Di Tella