Por
Julio Irazusta*
(Critica
Revisionista, 7-2-15)
El aporte del
revisionismo contemporáneo –por lo menos el que iniciamos nosotros en La Nueva
República en 1927- empezó como una empresa política. Advertimos los males del
cuerpo político argentino, y los señalamos cuando, del presidente de la
República abajo, la mayoría de la opinión autorizada creía que nuestro régimen
constitucional era perfecto y el país, en plena prosperidad, podía esperar el
futuro más promisor. La brillante apariencia nos sonaba a hueco. El país estaba
hipotecado. Y aunque nuestras exportaciones habían crecido de año en año hasta
entonces, anunciamos la crisis tremenda de la que aún no se vislumbra la
solución. Al suceder el doctor Irigoyen al doctor Alvear, las cosas empeoraron.
En un principio ofrecimos un cuerpo de soluciones para la mayor parte de los
problemas que en los gobiernos anteriores no habían siquiera entrevisto.
Agravados aquellos males en la desdichada segunda administración del caudillo
radical, nos sumamos a una oposición con la cual teníamos mayores disidencias
que con el partido oficialista. La parte decisiva que tuvimos en producir el
cambio de 1930 nos permitía alentar la esperanza de procurar una reforma
saludable e indispensable. Pero experimentamos una gran decepción.
Fue entonces cuando,
por la necesidad de explicarnos el engaño sufrido, volvimos nuestras miradas al
pasado. Lo que sabíamos de nuestra historia, lo aprendimos de los clásicos
nacionales Alberdi, Sarmiento, Mitre, Vicente Fidel López, quienes, debido a su
deficiente filosofía política y a las polémicas que los desgarraron, confundían
más de lo que adoctrinaban. Entretanto, habíamos leído atentamente los clásicos
mundiales de la materia: Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Maquiavelo, Burke,
Rivarol, los redactores de El Federalista norteamericano. Con la clave que
estos autores nos dieron, repasamos nuestra historia, a la vez que leíamos por
primera vez la Historia de la Confederación Argentina de Adolfo Saldías. Esta
obra, con su admirable exposición y sus riquísimos apéndices documentales, nos
aclaró el panorama. Casi de inmediato iniciamos la reivindicación de Juan
Manuel de Rosas, como el político de vocación más segura y con mayor sentido
del Estado en todo el curso de nuestra historia. Que la opinión estaba desde
antes madura para aceptar nuestras razones, lo prueba el hecho de que,
paralelamente a nuestras actividades intelectual y política, muchos espíritus
de las generaciones inmediatamente anteriores y de la nuestra habían
constituido sin contactos con nosotros una Junta Pro-Repatriación de los restos
de Rosas. Las dos corrientes se unieron en la fundación del Instituto de
Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.
Apenas habíamos
llegado a las conclusiones expuestas en un Ensayo sobre el Año XX –incluido en
mis Ensayos históricos- aparecido en 1934, cuando el régimen imperante a raíz
de la revolución de 1930 quedaba radiografiado en el tratado Roca-Runciman, que
legalizaba la situación de hecho creada en el país desde Caseros hasta los días
en que con mi hermano Rodolfo escribíamos La Argentina y el imperialismo
británico, en 1935.
Entre unos y otros,
los colaboradores de la revista del Instituto Juan Manuel de Rosas, los que
publicamos libros políticos al cesar La Nueva República, los fundadores de
FORJA, e incluso algunos radicales del Comité Nacional, iniciamos una revisión
de la historia, la economía y las instituciones nacionales, como no se lo había
intentado desde la tenaz propaganda de los emigrados vencedores de Rosas. Los
frutos de esa actividad intelectual fueron: el Catilina –su más alto exponente-
de Ernesto Palacio, la Historia de los ferrocarriles argentinos y Política
británica en el Río de la Plata de Scalabrini Ortiz, La Unidad Nacional de Font
Ezcurra, El Nacionalismo de Rosas de Roberto de Laferrére, Acerca de una
política nacional de Ramón Doll y creo no ser en exceso jactancioso al decir
que también nuestros libros, junto con los innumerables trabajos de Tomás
Casares, Julio Meinville, Leonardo Castellani, César Pico, los Ibarguren,
Ricardo Curutchet, Armando Cascella, Pedro Juan Vignale, Jaime Gálvez y
tantísimos amigos, algunos desaparecidos y otros felizmente aún activos –que no
tengo espacio para recordar-, produjimos un corpus documental que ha
transformado el pensamiento de la nación. Ya desde 1940 los partidos políticos
y aun los gobiernos debieron ir reproduciendo en sus programas el conjunto de
apreciaciones sobre el pasado y la actualidad nacionales que habíamos expuesto
en un sistema históricopolítico, el más completo que se ha organizado en el
país. Aunque fuera para desvirtuar las mejores ideas y los mejores propósitos.
El revisionismo puede
estar orgulloso de su obra en el orden del pensamiento, si bien no ocurre lo
mismo en el de la acción. Sus ideas no se tradujeron en el mejoramiento de las
cosas nacionales. La crisis que anunció cuando el país parecía a cubierto de
todo riesgo, se ha agravado. Pero las soluciones propuestas por su ala política
(el nacionalismo en sus exponentes más juiciosos y menos sistemáticos) están al
alcance de quienes se propongan aplicarla. No son recetas infalibles. No las
hay. Como lo dijo uno de los grandes argentinos de pensamiento más hondo,
Indalecio Gómez, cuando le preguntaron si su reforma electoral era una panacea,
negándolo con estas admirables palabras: “Toda decisión política es una opción
entre dificultades”.
Sencillamente. Porque
como la actividad práctica consiste en crear el futuro, y éste no es susceptible
de conocimiento científicamente cierto, no hay fórmulas seguras para acertar.
El hombre de acción que no tiene intuición del porvenir inmediato, ni
imaginación de lo hacedero en el momento que se decide, ni voluntad de hacer el
bien, no acertará jamás por más ciencia o técnica que crea tener.
Si el país insiste en
atenerse a la prédica de los seudoprofetas nacionales, vencedores de Rosas y
promotores de la organización nacional, a salvarse con las proposiciones del
pensamiento nacional, seguirá en el atolladero que aquéllos crearon.
Por lo que se refiere
a la figura de Rosas, en torno a la cual
se centró el revisionismo contemporáneo en sus comienzos, éste deberá proseguir
el debate. Pues las malas causas no se resignan a morir. No puedo sintetizar conclusiones
expuestas, al margen de varios volúmenes de documentos, en otros tantos de
reflexiones sobre los mismos. Únicamente aduciré, para terminar, los argumentos
más probantes en su favor: se mantuvo firme durante 17 años en el potro que
desmontó a todos los héroes de la emancipación; tuvo desde muy joven (1823)
sentido de lo que convenía a los intereses nacionales en materia diplomática;
secundó la acción de Estanislao López en su propósito de dar el apoyo que pedía
la delegación del Cabildo de Montevideo para expulsar a los usurpadores
portugueses de la Banda Oriental; contribuyó a la expedición de los 33
Orientales; resistió la intromisión francesa en el Plata; aceptó el mayor
desafío hecho al país por la intervención anglo-francesa conjunta –desafío no
resistido con éxito en ningún país del mundo- y con motivo de tales
acontecimientos reconoció a Oribe como presidente legal del Uruguay y lo
auxilió con una fuerza y una generosidad sin ejemplo, en casos similares. Fue
el único estadista argentino que tuvo diez mil hombres armados, durante diez
años, en la frontera oriental, para amparar al Uruguay y a nuestro país de las
amenazas portuguesas y extracontinentales. Y si en medio de los interminables
años de guerra no tuvo tiempo, según lo decía en sus mensajes, hizo el mayor
desarrollo ganadero conocido, aumentando la exportación de lanas de tres mil
libras de peso a tres millones en quince años, y manejó las finanzas con tal
vigor que si las agresiones resistidas por él lo obligaron a un emisionismo forzoso,
en cuanto logró la paz, enjugó en lo que pudo las emisiones que la legislatura
le permitió durante los conflictos y regularizó la moneda como ningún gobierno
contemporáneo.
* La Opinión, Buenos
Aires, 29 de junio de 1977, en Irazusta, Julio, De la epopeya emancipadora a la
pequeña Argentina, Buenos Aires, Dictio, 1979, pp. 211-214.
Tomado de:
http://solazapallero.blogspot.com.ar/2014/12/defensa-del-revisionismo.html