según la reconstrucción que hizo la
Justicia
Por
Loreley Gaffoglio
Infobae,
30 de noviembre de 2018
En las
263 páginas del fallo con el que esclareció la muerte de Santiago Maldonado y
eximió de responsabilidad penal al auto imputado alférez Emmanuel Echazú y a la
propia Gendarmería Nacional, el juez federal de Rawson, Gustavo Lleral, no dejó
prueba sin ponderar, testimonio sin sopesar ni elucubraciones sin refutar.
Su
exhaustivo dictamen sintetiza los 16 meses de frenética pesquisa, desde que se
perdió rastro de Santiago el 1 de agosto hasta anteayer, cuando se concluyó
con el último análisis pericial sobre su DNI, hallado en perfecto estado, lo
que atizaba, entre otros planteos de la familia Maldonado, la teoría de que el
cuerpo de Santiago había sido plantado.
La
celeridad con la que se conoció la resolución y especialmente su redacción
hacen suponer que el fallo ya había sido medularmente plasmado, quizás bastante
tiempo antes de que se agregara ese último elemento de juicio.
Es que
el magistrado arribó a la "verdad real" —como la denominó— por un
copioso cúmulo de pruebas científicas contrapuestas con testimoniales que juzgó
clave. Todo ello ratificado por trabajos de campo posteriores a la necropsia y
a las conclusiones de la junta de peritos que terminaron de despejar hendijas
de duda. Entre éstos están la recolección de muestras adicionales dentro del Pu
Lof y las poco difundidas inmersiones de buzos de la Prefectura Naval en
diciembre del año pasado, que relevaron la profundidad, complejidad y extensión
del pozón del río Chubut. Es decir, la escena primaria del hecho: el lugar donde emergió, producto de su
descomposición, el cuerpo de Santiago Maldonado.
Entre
aquellos testimonios considerados clave, en su fallo Lleral expuso los dichos
del mapuche Lucas Pilquiman, el testigo E, y el de su hermana Ailinco. Este
último, según reveló, le señaló el lugar donde podría hallarse el cuerpo de
Santiago, mientras que el primero le arrimó la convicción de que Maldonado se
ahogó en soledad sin que nadie pudiera observar aquella trágica escena.
En su
huida hacia el río, librado a su suerte, sin saber nadar, con su ropa y calzado
mojados convertidos en un plomo y equivalentes a un tercio de su peso corporal,
Santiago—sostiene el juez— libró una batalla desigual: la temperatura extrema
del agua, el extenso pozón en aquel remanso del río de más de dos metros de
profundidad y el caos de raíces tejiendo "coladores" convirtieron a
ese lecho en una trampa mortal.
Ni los
gendarmes -que cuando Santiago se lanzó al río recién llegaban al barranco que
antecede a la rivera- ni Lucas Pilquiman -quien ya lo había dejado atrás en el
cruce a nado cuando Santiago supo que no podía cruzar- fueron testigos de la
tragedia.
"Santiago
Andrés Maldonado—dice Lleral—sucumbió en aquella hondonada de más de dos metros
de profundidad, de la que nunca pudo salir. Y allí falleció ahogado, en aquél
mismo lugar donde pretendió ocultarse, víctima de un cuadro de asfixia por
sumersión coadyuvada por hipotermia".
"Ha
quedado demostrado—continúa—que hasta su hallazgo el 17 de octubre de 2017, el
cuerpo de la víctima permaneció en el mismo lugar en el que murió, inmerso en
el hondo pozón de grandes dimensiones, atrapado por la gran cantidad de ramas
existentes en el lugar. Así las cosas, ha quedado de plano descartada la
sospecha de que los funcionarios de la Gendarmería Nacional Argentina hayan
participado de la desaparición y fallecimiento de Santiago Andrés Maldonado. La
víctima no fue detenida por aquella fuerza de seguridad ni llevada a lugar
alguno aquel 1 de agosto de 2017. Ningún
gendarme tomó contacto físico con Santiago, ninguno lo vio sumergirse en el río
Chubut y ninguno lo vio desaparecer en esa hondonada donde lo esperaba la
muerte".
Pero
antes de exponer esas conclusiones, Lleral habló de "intercambio de
hostilidades" entre gendarmes y mapuches. Bosquejó el perfil humano de
Santiago a partir de la declaración de su hermano. Enumeró a todos los testigos
relevantes que pasaron por la causa. Diseccionó sus dichos. Marcó
contradicciones. Descartó testimoniales iniciales, como las adjuntadas por la
PROCUVIN, por parte de testigos encapuchados que ventilaron su versión de
manera anónima en la tranquera del Pu Lof.
También
rebatió bajo el tamiz jurídico de la sana crítica la "apresurada
aseveración"—según indicó— de la palinóloga Leticia Povilauskas, perito de
la junta médica, a partir de la cual se intentó reinstalar la incongruente
teoría de que el cuerpo podría haber sido plantado. Describió el celo y el
blindaje con el que la comunidad resguarda el predio desde un puesto de
guardia. Y volvió sobre lo medular: analizó los resultados de cada uno de los
expertos que desde la entomología, la geología, la palinología y el
departamento de diatomeas que participaron de la autopsia. Los análisis de las distintas variedades de
microalgas halladas en cavidades cardíacas y en sus ropas, coincidentes con las
muestras obtenidas en ese ecosistema resultaron una evidencia clave, según el
juez.
Con
ese cúmulo probatorio que logró reunir en la instrucción quedó acreditado que
Santiago Andrés Maldonado se ahogó en la misma hondonada del río de más de 2
metros de profundidad donde finalmente fue hallado su cuerpo 78 días después.
“Desde
los palcos—continuó—se mencionó tantas veces a Santiago, a quien no se conocía,
solo para ganar, en el mejor de los casos, un aplauso”, escribió el juez en su
fallo (Adrián Escandar)
Tras
esa arquitectura de reconstrucción minuciosa de marcado de tono argumentativo y
empírico, la resolución de Lleral muta hacia el final al ensayo. Así, asoma un
fuerte rechazo moral hacia las tergiversaciones, elucubraciones y manipulación
de la información por parte de medios de comunicación y redes sociales. Sin
disimulos, pone en evidencia la divergencia de "intereses egoístas"
entre las propias agrupaciones de derechos humanos, incapaces—sostiene—de
cohesionarse en una sola querella para no dilatar la causa y encontrar rápidamente
a Santiago como en su momento se sugirió.
Y en
ese mismo oscuro rincón también ubicó al discurso político. "Ni siquiera
los organismos que defienden, sostienen y enarbolan los Derechos
Humanos—afirmó—pudieron unirse en pos de un solo objetivo. Cada una de esas asociaciones
bregó por lograr su propio interés a costa de la humanidad ofendida, en vez de
unirse para dar respuesta a la familia sufriente".
"Desde
los palcos—continuó—se mencionó tantas veces a Santiago, a quien no se conocía,
solo para ganar, en el mejor de los casos, un aplauso. Y ni hablar del
desarrollo de una campaña electoral, en la que fue utilizado de manera
descarnada para que un ciudadano, errático en sus ideas, emita un voto en
consecuencia".
Como
corolario de un fallo que se reserva, además, un espacio como espejo social y
también como una suerte de diario íntimo de lo observado desde su magistratura,
escribe Lleral:
"Así,
la verdad revelada enmudeció los repiques del desconcierto y la incredulidad,
propiciados por actores mezquinos e interesados en no hallarla nunca, en
demorar su encuentro o negarla definitivamente. Porque mientras el tiempo
transcurría sin que hubiera una respuesta, se tejieron las más diversas
conjeturas sobre la desaparición de Santiago. Recorrieron el imaginario colectivo
las más variadas hipótesis de sucesos fantasiosos, desprovistos de toda
realidad. Sin importar, por supuesto, las heridas de los familiares y de
quienes sentían a Santiago de manera cercana a sus vidas".
"Sin
embargo, la verdad se mostró sencilla, sin fascinaciones. Santiago estaba en el
lugar donde lo vieron por última vez. Allí, él, solo, sin que nadie lo notara,
se hundió, en ese pozo en el que minutos antes Lucas Ariel Naiman Pilquiman
había evitado caer cuando se propuso cruzar el río luego de animar a Santiago a
realizarlo. En ese lugar, murió ahogado, sin que nadie pudiera advertirlo, sin
que nadie pudiera socorrerlo. Ni los gendarmes que los perseguían en medio del
operativo, ni los miembros de la comunidad a la que Santiago fue a apoyar en sus
reclamos".
"La
desesperación, la adrenalina y la excitación naturalmente provocadas por la
huida; la profundidad del pozo, el espeso ramaje y raíces cruzadas en el fondo;
el agua fría, helada, humedeció su ropa y su calzado hasta llegar a su cuerpo.
Esa sumatoria de incidencias contribuyó a que se hundiera y a que le fuera
imposible flotar, a que ni siquiera pudiera emerger para tomar alguna bocanada
de oxígeno. Por la confluencia de esas simples y naturales realidades,
inevitables en ese preciso y fatídico instante de soledad, sus funciones
vitales esenciales se paralizaron".
"Allí
quedó su cuerpo atrapado, enganchado en el ramaje subacuático denso, que lo
mantuvo inerte y oculto durante el tiempo necesario para que, luego de su
descomposición natural interna, superara la presión y la fría temperatura del
agua, hasta que se produjeran los cambios de clima. Y solo, tal como se hundió,
sin que tampoco en ese momento persona alguna lo advirtiera, emergió en el
mismo lugar, en el remanso del río donde se había escondido y se había
producido su sumersión. En ese sitio, una rama de los mismos sauces donde quedó
atrapado, ofició de sostén, lo contuvo hasta que se lo avistara y finalmente,
se lo retirara. La verdad es esa".
Por
último le habla—presumiblemente— a la familia Maldonado para que aún en el
dolor se asuman la realidad de las cosas y de los hechos.
"Aunque
insistamos en denominar a esa realidad de un modo distinto o, incluso, opuesto
a su verdadera esencia y naturaleza, jamás podremos cambiarla", escribe.
"Aunque se insista en presentar los hechos de un modo absurdamente diverso
a su esencia, aunque se pretenda evitar o demorar la realización de medidas de
prueba, justamente develadoras de esos hechos, aunque insistentemente se
propongan infinitas medidas abiertamente inconducentes y dilatorias, y aunque
se declare públicamente que los hechos no son como sucedieron sino como algunos
prefieren que hayan sido, lo cierto es que la verdad que rodeó la desaparición
y muerte de la víctima de esta causa (y víctima de todas las manipulaciones
espurias que de ella derivaron), es una sola".