para entender a Bolsonaro no es sólo militar,
es religiosa
por Carlos Pissolito
Informador Público, 1-11-18
A modo de introducción: El Liberalismo que impregna a
casi todas las constituciones americanas pretendió siempre una férrea división
entre el Estado y la Iglesia. Es más, la revolución que lo produjo, la
francesa, quiso imponerla atacando y confiscando a la Iglesia de su época e
inventando el culto de la diosa razón.
Igualmente, hoy, se pretende esa división, aunque nada
se diga de otros cultos. Como por ejemplo, el de la ideología de género, entre
tantos otros que podrían mencionarse.
Lo que no se recuerda bien, es que esa revolución,
cuando estaba en las últimas, fue salvada por Napoleón Bonaparte. Quien se hizo
coronar Emperador por el Papa Pío VII. No era que él fuera un creyente. No lo
era. Era un político práctico que sabía de la importancia de la religión para
el pueblo. Sabía que por extrañas razones, que ni él podía explicar ni
entender, es siempre mejor que el que manda aparezca respaldado por un poder
espiritual, superior.
A modo de desarrollo: Más recientemente, las
religiones parecen estar retomando ese protagonismo político. Por empezar,
nadie puede negarlo en referencia al Islam, la más moderna de ellas, con sus
extremas manifestaciones integristas. Pero, tampoco, del Judaísmo, la más
antigua, y que acaba de ser proclamada la religión oficial del Estado de
Israel.
Por su parte, dentro del Cristianismo han ocurrido
fenómenos similares, aunque con algunos matices. Por ejemplo, desde el siglo
XIX, la Iglesia Católica viene elaborando un cuerpo doctrinario conocido como
su Doctrina Social conformado por encíclicas y otros documentos afines.
Pero, pese a su excelencia intelectual, se puede
afirmar que la Doctrina Social de la Iglesia ha tenido pocos intentos serios de
aplicación práctica. Con las notables excepciones de la Doctrina Justicialista
del argentino Juan Domingo Perón, la del Estado Novo de Getulio Vargas en
Brasil y la del desarrollismo del chileno Carlos Ibáñez del Campo, todos
sucedidos en la década de los años 50.
Pero, mucho más recientemente, concretamente, en los
EEUU y ahora, en Brasil estamos asistiendo a la aplicación de ciertos
principios político-sociales y económicos vinculados con las teologías protestantes.
Ambos experimentos, aún incompletos, comparten con la
postura católica su defensa de los valores tradicionales vinculados a Dios, la
Patria y la Familia. De allí, su férrea oposición a la agenda neomarxista
impulsada por el colectivo conocido como “políticamente correcto”.
También, ambos comparten entre sí, pero se distancian
de la postura católica, su visión de los temas vinculados con lo económico.
Concretamente, tal como lo señalara el gran sociólogo
alemán de principios del siglo XX, Werner Sombart, las religiones se
diferencian -entre otras cosas- por el distinto “espíritu” con el cual ellas
encaran lo económico. Para hacer una larga historia muy breve, podemos decir
que los católicos -en general- se orientan hacia una valoración no absoluta de
la riqueza. Exigiéndoles a sus legítimos poseedores que la misma se encuentre,
siempre, en función social. Mientras que para los protestantes, especialmente
para los calvinistas, ella estará siempre muy vinculada a su teoría de la
predestinación. En la que su obtención, es más fruto de un favor divino, que de
un esfuerzo personal.
En consonancia con estos espíritus, los católicos
llegaron a desarrollar, en uno de sus extremos posibles, a la Teología de la
Liberación. Una versión de marcada orientación socialista. Frente, en el otro
extremo, a la Teología de la Prosperidad que proponen, hoy, los evangelistas
carismáticos como una búsqueda de la prosperidad y de la seguridad.
Volviendo a los personajes, sabemos que Trump se
proclama presbiteriano, mientras que Jair Bolsonaro, evangélico pentecostal. Lo
que plantea, por igual, similitudes y diferencias.
La principal diferencia, creo que radica en la actitud
personal de ambos personajes. Uno intuye, por ejemplo, que Trump, ejerce una
suerte de adscripción ligera hacia su fe. No así en el caso de Bolsonaro, que
no en vano, usó como lema de campaña: “Brasil encima de todo, Dios por encima
de todo”.
El Presbiterianismo, que es la religión de Trump,
tiene su origen en el Calvinismo escocés y se considera que tuvo una gran
influencia en el desarrollo inicial de la democracia de los EEUU. Por su parte,
el Evangelismo carismático es la fe de Bolsonaro. La misma hace hincapié en el
denominado bautismo en el Espíritu Santo que se caracteriza por un
empoderamiento de los dones naturales de las personas que lo reciben y que se
traduce en un alivio de la enfermedad y la pobreza, consideradas como
maldiciones.
A modo de conclusión: No sabemos, en qué grado las
respectivas creencias religiosas pueden influir en sus decisiones concretas de
gobierno. Sí podemos sopesar que si bien, no estamos bajo el paradigma de las
Guerras de Religión en la que toda decisión política era, en definitiva, el
resultado de una creencia religiosa. Hemos comenzado a apartarnos del Estado
religiosamente aséptico que pretendieron sus fundadores hace unos 300 años,
cuando firmaron la paz en Westfalia.
Todo ello, nos lleva a interrogarnos sobre la posible
interacción estratégica y geopolítica de los tres Estados que nos interesan.
Vale decir: Los EEUU y el Brasil gobernado por protestantes y la Argentina, sin
ninguna tendencia muy definida al respecto.
Antes de proseguir es necesario hacer otra parada en
Sombart para recordar cuando distinguió entre el Capitalismo de la ciudad de
Florencia con el de Venecia. Ya desde el siglo XIII, dijo que mientras las
demás ciudades luchaban, Florencia «negociaba». Por el contrario, se agregó que
Venecia estaba mejor predispuesta para las empresas violentas como la conquista
y el imperio.
No nos puede caber duda alguna del sesgo veneciano de
los EEUU. Mucho más ahora, con la vigencia renovada de su Doctrina Truman. El
interrogante, ahora, es Brasil. Si buscará negociar y consensuar como Florencia
o imponer al estilo veneciano.