cada vez son más los expertos que llaman a
cuestionar todo
POR AGUSTINA SUCRI
La Prensa, 25.07.2021
Las preguntas
desafiantes acerca de cómo se ha manejado el covid-19 en los últimos 16 meses
no se restringen a una minoría marginal, como se intenta presentar. La mejor
prueba de que estos interrogantes ya son insoslayables es la reciente cumbre
celebrada en Londres bajo el elocuente título de “Cuestioná todo”. Mientras en
nuestro país la opinión pública parece no tomar nota de la inconsistencia de
las medidas adoptadas y la urgente necesidad de un debate, en la reunión
londinense participaron casi una veintena de prestigiosos expertos en Ciencia,
Medicina, Política y Sociología, entre otras especialidades.
Según explicaron los
organizadores, el encuentro, que se transmitió en vivo de forma virtual, tuvo
como objetivos evaluar la respuesta al covid-19, analizar de qué forma el mundo
puede empezar a convivir de manera responsable con el virus y ofrecer una hoja
de ruta para la recuperación que ayude a acelerar la vuelta a la vida civil.
Este examen de las
medidas adoptadas frente al coronavirus hasta el momento incluyó interrogantes
muy pertinentes como: ¿Por qué se descartó el libro de reglas de las
pandemias?, ¿Por qué el covid-19 fue sobrediagnosticado?, ¿Por qué las
estadísticas que impulsan el covid-19 son erróneas?, ¿Funcionaron los
confinamientos?, ¿La respuesta global al covid-19 ha causado más daños que
beneficios?
Una intervención
muy interesante fue la de Nick Hudson, actuario, fundador y presidente de Panda
Pandemics Data & Analytics, quien buscó responder cómo y por qué las
insólitas cuarentenas de los sanos se convirtieron en la respuesta dominante
ante el covid.
“Antes del 2020
-señaló Hudson- no era posible encontrar un solo libro de texto sobre salud
pública que avalara la práctica de poner en cuarentena a los sanos”. Sin
embargo, cuando llegaron los confinamientos, las guías de cómo proceder ante
una pandemia se dejaron de lado. “Incluso, peor, es que ninguno de los
gobiernos que implementaron los confinamientos llevó adelante alguna forma de
análisis de costo-beneficio”, destacó.
Asimismo, hizo
hincapié en el hecho de que cualquier examen del impacto de los confinamientos
no haría más que revelar que éstos tienen más costos que beneficios en términos
de salud pública.
Los pocos estudios
que concluyeron que los confinamientos fueron efectivos, según remarcó Hudson,
tuvieron un error en común: soslayar que desde el comienzo de una pandemia se
da una reducción de la tasa de propagación del virus a medida que disminuye la
cantidad de personas susceptibles por haber sido infectadas. “Todos estos
trabajos que hablaban del efecto positivo de los confinamientos dejaron de lado
esta realidad sobre la tasa de propagación y la atribuyeron a las cuarentenas”,
argumentó.
En esa línea,
también apuntó que se creó la idea de que todos éramos susceptibles ante el
virus si bien enseguida se supo que eran los adultos mayores los verdaderamente
vulnerables y señaló que incluso la Organización Mundial de la Salud alimentó
esta idea equivocada mediante sus comunicados de prensa, donde mencionó a los
niños en numerosas oportunidades.
En opinión de
Hudson, la combinación de los hallazgos sobre la supuesta efectividad de los
confinamientos, sumados a la idea de susceptibilidad universal y a la creencia
de que se trataba de un virus completamente nuevo -cuando en realidad era
similar al anterior SARS- condujo a un conjunto de resultados trágicos. “Cuando
los medios y los funcionarios de salud pública miraron al mundo, y la vasta
mortalidad que se esperaba no se pudo evidenciar, concluyeron que los
confinamientos habían funcionado”, explicó.
Como contrapartida
mencionó el caso de Suecia, que de manera correcta “separó la política de la
ciencia” y al evitar los confinamientos demostró que no alcanzó los trágicos
resultados que se habían pronosticado en ese país.
También se
preguntó dónde estaban los servicios de inteligencia de los países mientras se
desplegaba una propaganda feroz desde los medios haciendo creer en la eficacia
de los confinamientos, la susceptibilidad universal, las nuevas variantes más
riesgosas para los jóvenes, la efectividad de los barbijos, el contagio de los
asintomáticos, el diagnóstico de casos mediante pruebas de PCR, en conjunto con
los “chequeadores de datos” y los
“censuradores” y la formación de “ministerios de la verdad”. “¿Los servicios de
inteligencia fueron parte del juego o simplemente fueron incompetentes? Es una
pregunta importante”, aseveró.
Del mismo modo,
instó a preguntarse si las tasas actuales de mortalidad no fueron en gran parte
causadas por “el fracaso en llevar adelante procedimientos médicos normales,
como tratar a las personas en el momento en que se presentan con una
enfermedad, en vez de esperar a que acudan al hospital cuando están casi
muertas”.
El otro fracaso,
según Hudson, fue el de no realizar autopsias, bajo la excusa de que eran un
proceso peligroso -fogoneado por el pánico-. “Esto llevó a que los médicos no
pudieran conocer más sobre la enfermedad y, por ende, el proceso de corrección
del error no ocurrió”, lamentó.
ESTADISTICAS
INCIERTAS
Por su parte,
Norman Fenton, matemático de formación y profesor de Gestión de Riesgos e
Información en la Universidad Queen Mary de Londres, explicó por qué las
mediciones respecto del covid-19 son defectuosas.
Según relató, él y
su equipo de investigación se preocuparon por el modo “naif” en que las
estadísticas estaban conduciendo la narrativa del covid. “El problema es que
las métricas están sujetas a la definición de 'caso' de covid: tenemos el
número de casos, el número de hospitalizaciones, el número de muertes. Pero,
incluso si estuviéramos de acuerdo en la definición de caso, no nos dicen
ninguna de las otras métricas adicionales críticas, es decir cuántos de esos
casos son asintomáticos, cuántas de las hospitalizaciones son por otra causa
distinta al covid y cuántas solo tuvieron covid después de la hospitalización,
y cuántas personas murieron con covid y no por covid”, expresó, para luego
añadir: “Aún peor, sabemos que un caso de covid es simplemente un test positivo
de PCR, que puede incluir también a los falsos positivos”.
Fenton puso además
el foco en el hecho de que las pruebas de PCR socavan los resultados de la
demostración de la eficacia de las vacunas, al comparar el número de “casos”
entre vacunados y no vacunados. Como ejemplo citó el estudio publicado en The
Lancet sobre la eficacia de la vacuna de Pfizer, en el que en promedio se
realizó el test de PCR a una de cada seis personas vacunadas mientras que cada
persona sin vacunar fue sometida a dos tests de PCR. “Si no se testea a los
vacunados, no se encontrarán casos entre ellos. Y si continuamente se testea a
los no vacunados, se encontrarán montones de casos, en su mayoría falsos
positivos”, argumentó.
“Meses después,
The Lancet todavía no ha publicado nuestra carta en la que resaltamos las
deficiencias en las conclusiones de este estudio”, mencionó.
Para concluir,
Fenton planteó al público el interrogante de qué tienen en común las siguientes
preguntas: ¿cuántos casos de covid hay?, ¿cuántas hospitalizaciones por covid
hay?, ¿Cuántas muertes por covid hay? Y ¿cuán efectivas son las vacunas contra
el covid? Su respuesta para todas esas preguntas es la misma: “Incluso tras 17
meses, no tenemos idea”.
LA LIBERTAD
PERDIDA
Otro de los
oradores en la cumbre se ocupó de responder si la negociación de la propia
libertad a cambio de seguridad es una ilusión. Al respecto se refirió Frank
Furedi, profesor emérito de Sociología en la Universidad de Kent en Canterbury
e investigador principal del Instituto del Siglo XXI, en Budapest.
“Considero que
vivimos en un mundo en el que cada vez más la amenaza a nuestras vidas, la
amenaza a nuestra salud, no está representada por el covid sino por la
libertad. Es decir, por las personas que actúan libremente, moviéndose,
personas que están comportándose con normalidad en la forma anticuada”,
reflexionó el sociólogo.
No obstante, el
catedrático aclaró que esta manera de mirar la libertad como una amenaza a
nuestra seguridad data de mucho tiempo atrás. “El primero en referirse a este
tema fue Thomas Hobbes, el filósofo inglés, quien desarrolló la idea de que si
cambiábamos libertad por seguridad, todos estaríamos bien”, recordó.
De todas formas,
enfatizó que los valores a los que las personas adherían en términos de
libertad han disminuido muy bruscamente en el mundo occidental en los últimos
18 meses. “El valor de seguridad ha desplazado al valor de la libertad”, aseguró.
Por otra parte,
evaluó que algunas personas creen que esta obsesión por la seguridad tiene que
ver con los medios, el modo en que se han comportado los gobiernos y la forma
en que funcionan las instituciones dominantes. “Es verdad que muchas de las instituciones
y los gobiernos negocian con el miedo como moneda, pero es importante advertir
que casi todo lo que está sucediendo en la actualidad, la hostilidad frente al
riesgo de la libertad y la vuelta a la antigua normalidad, se basa en
importantes fuerzas culturales anteriores al estallido del covid”, reiteró.
“Temer siempre lo
peor ha existido durante mucho tiempo. La idea del principio de precaución, que
recoge esto, se ha institucionalizado en las últimas dos décadas”, prosiguió
Furedi, quien afirmó que la adicción por la seguridad ha influenciado durante
décadas nuestros comportamientos. “La obsesión por los espacios seguros -que ha
estado presente en los últimos cinco o seis años- y la voluntad de auto
encuarentenarse de los jóvenes también ha estado presente por lo que no es
sorprendente que las personas estén felices de permanecer ahora en cuarentena,
u opten por el autoaislamiento”, detalló.
Asimismo, apuntó
que el concepto de seguridad se ha medicalizado ya que nuestra noción de
seguridad se ha visto cada vez más sometida al idioma de la medicina. Como
paradoja citó el ejemplo de aquellos que se oponen a los confinamientos y al
argumentar hablan del impacto que tienen éstos sobre la “salud mental”, cuando
según Furedi, debería hablarse del impacto que han tenido sobre la libertad.
También habló el
sociólogo del fenómeno cultural de la reducción permanente de nuestras
expectativas, en particular la de los jóvenes, al punto en que muchos de
nosotros hemos adoptado una actitud de fatalismo. “En vez de vernos a nosotros
mismos como el sujeto de nuestro destino, nos vemos como el objeto de fuerzas
fuera de nuestro control -como el calentamiento global, el terrorismo global,
el clima- que están continuamente determinando cómo conducimos nuestras vidas”,
expresó.
Furedi sostuvo que
una vez que hemos adoptado este idioma cultural fatalista, la idea de la “nueva
normalidad” cobra mucho sentido. “¿Cuál es el mensaje detrás de la “nueva
normalidad”? Es básicamente un mensaje que dice no esperes vivir de acuerdo a
las libertades de las cuales disfrutabas una o dos décadas atrás. En otras
palabras, la nueva normalidad para vos y para mí es una peor normalidad que
aquella a la que estábamos acostumbrados en el pasado. Encierra este sentido
fatalista del mundo”, precisó.
Según el
académico, la premisa hoy es que quienes viven libremente están amenazando la
salud y la seguridad. Por lo tanto, la contrapartida es que si resignamos un
poco de nuestra libertad, entonces nos sentiremos más seguros y estaremos mucho
más saludables. “Pero si pensamos en los últimos 18 meses, hemos
sistemáticamente intercambiado nuestra libertad por nuestra seguridad, hemos
resignado nuestra libertad de movilidad, de sociabilizar, de manejarnos como
ciudadanos con vida pública, pero ¿usted o las personas del público se sienten
más seguras hoy en día por el hecho de haber intercambiado todas estas
libertades? ¿O dicen que pueden vivir en confinamiento, que los confinamientos
no han sido tan malos y que están dispuestas a volver a ellos en un futuro
indefinido porque no se sienten realmente seguras?”, interpeló, para luego
apuntar: “Nuestra pérdida de libertad -que es el haber perdido nuestro poder
como seres humanos- nos ha hecho en verdad sentir mucho más inseguros y
ansiosos”.
En esa misma línea
indicó que negociar la libertad no hace a las personas sentirse genuinamente
más seguras, sino que “cuando actuamos como ciudadanos libres y nos atrevemos a
dejar nuestros hogares, a empezar a relacionarnos con otros y empezar a sentir
la solidaridad, dándonos fuerzas los unos a otros, es cuando la seguridad
aparece por sí misma”.
Furedi aclaró que
sin dudas el covid es una amenaza muy real pero la manera en que debemos
manejarlo es “dándole a las personas más oportunidades para ejercitar su
capacidad de unirse, trabajar en conjunto y empezar a discutir cuáles son las
soluciones apropiadas que tienen sentido de acuerdo con sus circunstancias”.
Para concluir,
insistió en que el concepto de “nueva normalidad” es realmente aterrador y
preocupante. “Tenemos que entender que la “vieja normalidad” era lo
suficientemente buena y era el producto de siglos de lucha y logros en materia
política, intelectual, científica”, remarcó. “La vieja normalidad no es algo a
lo que simplemente podamos renunciar para poder abrazar en forma fatalista el
consejo de expertos que pueden decidir por nosotros cómo será la normalidad.
Porque lo que es normal no debe ser producto de personas que discutan la
normalidad en un laboratorio, sino que debe ser el producto de debate y discusión
entre personas como usted y yo”, finalizó.