detrás de la campaña anti Malvinas
Revisemos las
plataformas de los aspirantes a candidatos para ver si el repentino ardor por
defender a los kelpers y el desprecio por los derechos soberanos de la
Argentina constituyen el programa que piensan promover en el futuro
Ricardo Romano
Infobae, 7 de
Agosto de 2021
Una rara
coincidencia se produjo en estos días entre la inclusión en una lista de una
politóloga cuyo único antecedente es haber negado la soberanía argentina sobre
Malvinas y la encendida defensa de los “derechos” de los kelpers por parte de
Beatriz Sarlo.
La ensayista había
participado además en 2012 de una iniciativa de intelectuales “realistas” que
se rinden ante la prepotencia de la ocupación y consideran más importante
defender la voluntad de una población trasplantada con el respaldo de la fuerza
que los derechos históricos de su país.
El documento,
titulado “Malvinas, una visión alternativa”, estaba firmado, además de Beatriz
Sarlo, por Daniel Sabsay, Jorge Lanata, Juan José Sebreli, Emilio de Ípola,
Pepe Eliaschev, Rafael Filippelli, Roberto Gargarella, Fernando Iglesias,
Santiago Kovadloff, Gustavo Noriega, Marcos Novaro, José Miguel Onaindia,
Vicente Palermo, Eduardo Antin (Quintín), Luis Alberto Romero e Hilda Sabato.
Amén de criticar
el “apoyo social” a la guerra de Malvinas, afirmaban que la causa tenía “escasa
relación con los grandes problemas políticos, sociales y económicos” del país.
Trataban de “víctimas directas” a los “conscriptos combatientes” y sugerían
que, “en honor de los tratados de derechos humanos incorporados a la
Constitución” argentina, “los habitantes de Malvinas” fuesen reconocidos como
“sujetos de derecho”. “Respetar su modo de vida -decían- implica abdicar de la
intención de imponerles una soberanía, una ciudadanía y un gobierno que no
desean”.
Aseguraban también
que la Historia no es “reversible”, por lo que es absurdo pretender “devolver
las fronteras nacionales a una situación existente hace casi dos siglos”.
El argumento de
los deseos o intereses de los kelpers, esgrimido por los ingleses, está lejos
de ser una convicción del Reino. Es una coartada para encubrir que sus
pretensiones sobre las islas están flojas de papeles.
La mejor prueba de
ello es que Londres jamás les dio voz ni voto hasta la posguerra de Malvinas.
Recién entonces, cuando la cuestión cobró más notoriedad internacional y se
hizo evidente que la ocupación británica tuvo su origen en una usurpación lisa
y llana, se acordaron de la población local a la que hasta ese momento habían
despreciado.
Los antecedentes
ingleses tampoco contribuyen a dar credibilidad al argumento de la
autodeterminación de los kelpers.
Baste recordar el
caso de la isla Diego García, en el Océano Índico, que los ingleses también
ocupan ilegítimamente ya que pertenece en realidad a la República de Mauricio.
A finales de los años 60, Londres decidió alquilar la isla a los
estadounidenses para la instalación de una base militar. Con ese fin, no dudó
un minuto en expulsar a toda la población civil -autóctona, a diferencia de la
de Malvinas-, que fue desterrada a Mauricio y a Seychelles. Unos 2000
individuos, población similar a la de Malvinas, fueron expulsados con métodos
que más tarde la misma justicia del Reino Unido declaró ilegales. Pero la
Corona no se molestó en dar marcha atrás. En concreto, no actuaron según los
deseos de los habitantes como ingenuamente creen estos intelectuales que lo
hacen ahora en Malvinas.
Por si no bastara,
en febrero de 2019, la Corte Internacional de Justicia dictaminó que Inglaterra
debía descolonizar el archipiélago de Chagos al que pertenece la isla Diego
García. Como con Malvinas, los ingleses desconocieron el fallo y, por ende, el
derecho internacional.
Pese a ello, en
2012, el entonces premier David Cameron destacaba el referéndum de los kelpers
sobre la autodeterminación -otra argucia británica- como “muy importante,
porque Argentina trata continuamente de ocultar este argumento y pretende que
las opiniones de los isleños no importan; espero que hablen fuerte y claro y
que Argentina escuche”.
Si los deseos de
los kelpers fuesen contrarios a los de Inglaterra, ¿ésta los escucharía? Los
ingleses sólo se plegaron a los reclamos cuando no les quedó más remedio -como
en todo el proceso de descolonización de la posguerra- o cuando les era
funcional, como en Hong Kong, de donde retirarse era lo más conveniente para
sus intereses permanentes, que defienden con un tesón que sí deberían imitar
los intelectuales argentinos. Y los políticos.
Los deseos de los
kelpers que, con ingenuidad o con mala intención, defienden Sarlo y compañía no
son más que la estratagema de un Estado que sabe muy bien que en el plano de la
historia, la diplomacia o la política no lo asiste la razón.
En el año 1771, un
pacto secreto entre Londres y Madrid contenía el reconocimiento por parte de
los británicos de los derechos españoles. Así lo reveló el jurista
estadounidense Julius Goebel, que afirma que a partir de ese momento “los
españoles ejercieron la más absoluta soberanía sobre todo el grupo de las
islas” e incluso sobre “los mares adyacentes”. “No parece que estos actos hayan
encontrado resistencia alguna -agrega-. Los británicos los aceptaron, y
mediante la convención de Nootka Sound les dieron su consentimiento formal al
reconocer el status quo existente...”
Por otra parte,
ellos mismos admitieron que la posterior ocupación de Malvinas en 1833 fue un
acto de piratería, un hecho de fuerza, un arrebato, al amparo de la correlación
de fuerzas totalmente favorable al Imperio más poderoso frente a una colonia de
reciente emancipación que no contaba con una Marina permanente.
En el libro
Malvinas 1833. Antes y después de la agresión inglesa, el historiador Arnoldo
Canclini cita al Times de Londres del 23 de abril de 1833 que calificaba de
giro “inesperado” a la toma de las islas en enero de ese año y consignaba que
“las circunstancias, de las que no se ha dado noticia o explicación previa,
parecen haber causado un sentimiento muy airado en Buenos Aires”.
Canclini también
recuerda que, en su paso por el archipiélago, un joven Charles Darwin, pasajero
de la nave Beagle de Robert Fitz Roy, escribió: “Para nuestra sorpresa,
encontramos izada la bandera inglesa. Supongo que la ocupación de este lugar
apenas si ha sido informada en los diarios ingleses, pero hemos oído que toda
la parte austral de América está en fermento por ello. Según el terrible
lenguaje de Buenos Aires, uno podría suponer que esta gran república ¡pretende
declarar la guerra a Inglaterra!”
En 1829, un
informe de William Langdon recomnedaba al Almirantazgo ocupar Malvinas por
motivos geoestratégicos; dato del que deberían notificarse los 17 intelectuales
que hablan de la “escasa relación con los grandes problemas políticos” del
país.
Es inevitable no
observar que, en simultáneo con su salida de la Unión Europea, en cuyos
estatutos había obligado a incluir a las islas Malvinas como británicas, el
Reino Unido incrementó su presión sobre los anglófilos locales para llevarlos a
desconocer -vía subterfugios de supuesta elegancia como la autodeterminación de
los pueblos- las razones históricas por las cuales las Malvinas son reconocidas
como argentinas y por las cuales Naciones Unidas insta constantemente al Reino
Unido a negociar con nuestro país, cosa que Londres se niega sistemáticamente a
hacer como se niega a descolonizar otros territorios que ocupa por la fuerza,
tal lo explicado.
La salida de Gran
Bretaña de la UE debilita su posición respecto de las islas, por eso no
sorprende que promuevan operaciones mediáticas para sustentar sus pretensiones.
Lo que sí sorprende es que personalidades de nuestra cultura caigan en estas
actitudes impensables, por el dolor, el patriotismo, el sacrificio y la entrega
omnipresentes en los veteranos de Malvinas -esas “víctimas directas” por las
que dicen conmoverse- y en todos los argentinos que sintieron que en aquel
momento histórico era su deber defender a la Patria.
Ver que personajes
que se auto candidatean hasta para presidir el país paradójicamente niegan su
soberanía al sugerir que por una vacuna regalemos las islas o promueven
candidaturas de personas que desconocen los fundamentos históricos del reclamo
argentino hace imposible no pensar que hay dirigentes nativos que responden a
usinas transnacionales que los promueven como aspirantes a las máximas
responsabilidades públicas enarbolando como plataforma la negación de las
potestades del país al cual quieren representar.
Es el mismo
espíritu de los intelectuales que firmaron el documento de 2012 y de los
políticos que protagonizaron un desfile interminable por la embajada británica
para festejar el cumpleaños de la Reina o simplemente para fotografiarse con el
-hasta junio pasado- embajador tuitero de Gran Bretaña, Mark Kent, y festejarle
los chistes.
Otro elemento que
debilita la posición de Inglaterra es la posibilidad, nada remota, de que
Escocia se separe del Reino Unido. En 2014, el separatismo escocés perdió por
poco un plebiscito sobre la independencia de Escocia; la perspectiva de una
secesión del Reino formado en 1707, sigue latente. Y esto es relevante porque a
la usurpación de Malvinas, le siguió su ocupación mediante la instalación en
las islas de colonos escoceses. Lo que, en caso de una secesión podría
habilitar una negociación paralela con Escocia por las islas.
Por otra parte,
quienes afirman que la Argentina no existía en 1833 porque aún no tenía
Constitución, además de un estrecho legalismo en la visión de la historia,
olvidan que la Argentina se empezó a construir como un país independiente a
partir del rechazo a dos invasiones británicas, en 1806 y 1807.
Los ingleses, para
quienes -reversionando a Clausewitz- la política es la continuación de la
guerra por otros medios, aun habiendo conseguido mantener su dominio sobre las
islas por superioridad bélica, buscan igualmente instituir esa victoria física
en el plano cultural. Lo que pone en evidencia que mantienen una vocación
imperial.
Del otro lado, se
necesita una dirección con una autonomía de la conciencia ético-moral y de
patriotas que junto con repudiar por antecedentes fundados en hechos históricos
universalmente conocidos que las Malvinas son argentinas, rechacen otros
avances de las usinas culturales transnacionales que así como apuntan a
desmalvinizar a los argentinos también buscan por vía del lenguaje inclusivo y
el aborto la desnaturalización del ser humano.
Los que promovieron
darle legalidad al matar argentinos por nacer, en un país con 44 millones de
habitantes y casi 4 millones de kilómetros cuadrados de superficie, para
provocar un invierno demográfico funcional a los intereses de otros, en un
contexto de competencia mundial entre las potencias, son los mismos que con
ingenuidad o por vaya uno a saber qué mandato afirman que la ocupación de
Malvinas por una potencia extranjera tiene “escasa relación con los grandes
problemas políticos, sociales y económicos”.
Ya que las islas
tienen tan poca importancia como señalan los voceros espontáneos del Reino
Unido, sería bueno que Londres explique por qué no las devuelve, cuando es
evidente que su ocupación es clave para las pretensiones que tienen sobre la
Antártida que de otro modo no tendrían el más mínimo sustento.
Desde el Centro de
Ex combatientes de La Plata (Cecim) tildaron de “barbaridad” los dichos de
Sarlo, lo que no deja de ser una pose por parte de los mismos que, por boca de
uno de sus directivos, Ernesto Alonso, afirmaron que “para abordar la cuestión
Malvinas desde la educación [es] importante (...) deconstruir los estereotipos
del ‘Héroe’ fundados en la lógica del patriarcado, dentro de un pacto
extremadamente machista…” Alonso y el Cecim fueron los eternos favoritos del
kirchnerismo que al primero lo destacó en 2012 nombrándolo presidente de la
Comisión Nacional de ex combatientes de Malvinas, dependiente del Ministerio
del Interior.
Cuando por esa
misma época le señalaron a Fernando Iglesias, partidario de entregar las
Malvinas a los kelpers, que el planteo del documento que había firmado era
contradictorio con una cláusula de la Constitución Nacional, el actual diputado
y candidato a seguir siéndolo por Juntos por el Cambio respondió que
“inconstitucional es esa cláusula”.
Con postulantes
como estos, con pensadores como aquellos 17 y con el énfasis que vienen
poniendo los sucesivos oficialismos en desmontar toda política de defensa y en
destruir el aparato militar -que debiera garantizar nuestra integridad territorial-,
la Argentina está tan inerme físicamente que la última frontera que le queda es
la cultural.
En este momento
hasta el sistema de poder mundial la ve tan indefensa en lo material que la
ataca en lo cultural, porque -reitero- aun para el imperio la política es la
continuación de la guerra por otros medios. Ningún argentino de bien debe
rendirse ante esta ofensiva cultural.
Desconocer
Malvinas es matar dos veces a los que dieron su vida por defenderlas. No
importan las razones de la dictadura pues cuando suena el primer tiro somos
ante todo argentinos.
Habría que revisar
las plataformas de los aspirantes a candidatos, para ver si el repentino ardor
por defender a los kelpers y el desprecio por los derechos soberanos de la
Argentina constituyen el programa que quieren promover desde las bancas.
Canclini escribió
que Malvinas es “la única deuda internacional que los argentinos no han
perdonado”. ¿Puede ser casual que se ataque la única causa que despierta
nuestra unanimidad como Nación?
No lo creo.