del Santo Padre León XIV
Sala Clementina,
Vaticano – 17 de mayo de 2025
Buen día a todos.
¡Queridos hermanos
y hermanas, bienvenidos!
Agradezco al
Presidente y a los miembros de la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice y
saludo a todos los que participan en la Conferencia Internacional anual y
Asamblea General.
El tema de su
Conferencia de este año – “Superar las polarizaciones y reconstruir la
gobernanza global: las bases éticas” – va al corazón del significado y del
papel de la Doctrina Social de la Iglesia, instrumento de paz y de diálogo para
construir puentes de fraternidad universal. Especialmente en este tiempo
pascual, reconocemos que el Resucitado nos precede también allí donde parece
que la injusticia y la muerte han vencido. Ayudémonos mutuamente, como
exhortaba la noche de mi elección, «a construir puentes, con el diálogo, con el
encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo siempre en paz». Esto no se
improvisa: es un entrelazado dinámico y continuo de gracia y libertad que
también ahora, encontrándonos, reforzamos.
Ya el Papa León
XIII – que vivió en una época de transformaciones históricas de gran calado –
quiso contribuir a la paz fomentando el diálogo social, entre el capital y el
trabajo, entre la tecnología y la inteligencia humana, entre las diversas
culturas políticas y entre las naciones.
El Papa Francisco
usó el término “policrisis” para evocar la gravedad del momento histórico que
estamos viviendo, en el que convergen guerras, cambio climático, desigualdades
crecientes, migraciones forzadas y rechazadas, pobreza estigmatizada,
innovaciones tecnológicas disruptivas, precariedad laboral y de derechos. Ante
cuestiones tan relevantes, la Doctrina Social de la Iglesia está llamada a
ofrecer claves interpretativas que hagan dialogar ciencia y conciencia,
contribuyendo así de manera fundamental al conocimiento, a la esperanza y a la
paz.
La Doctrina
Social, de hecho, nos educa a reconocer que más importante que los problemas o
sus respuestas es el modo en que los abordamos, con criterios de
discernimiento, principios éticos y apertura a la gracia de Dios.
Ustedes tienen la
oportunidad de mostrar que la Doctrina Social de la Iglesia, con su particular
mirada antropológica, quiere favorecer un acceso real a las cuestiones
sociales: no pretende enarbolar la bandera del monopolio de la verdad, ni sobre
el análisis de los problemas ni sobre su resolución. En estas cuestiones es más
importante saber acercarse que dar una respuesta precipitada sobre por qué ha sucedido
algo o cómo superarlo.
El objetivo es
aprender a afrontar los problemas, que siempre son diversos, porque cada
generación es nueva, con nuevos desafíos, nuevos sueños, nuevas preguntas.
Este es un aspecto
fundamental para la construcción de la “cultura del encuentro” mediante el
diálogo y la amistad social.
Para muchos de
nuestros contemporáneos, la palabra “diálogo” y la palabra “doctrina” suenan
opuestas e incompatibles. Tal vez, al oír “doctrina”, pensemos en la definición
clásica: un conjunto de ideas propias de una religión. Y con esta definición
nos sentimos poco libres de reflexionar, cuestionar o buscar nuevas
alternativas.
Se hace urgente,
entonces, mostrar a través de la Doctrina Social de la Iglesia que existe un
significado distinto y prometedor de la expresión “doctrina”, sin el cual
incluso el diálogo se vacía.
Sus sinónimos
pueden ser “ciencia”, “disciplina” o “saber”. Así entendida, toda doctrina se
reconoce como fruto de una investigación y, por tanto, de hipótesis, voces,
avances y fracasos, con los que se busca transmitir un conocimiento fiable,
ordenado y sistemático sobre una determinada cuestión.
De este modo, una
doctrina no equivale a una opinión, sino a un camino común, coral e incluso
multidisciplinar hacia la verdad.
El adoctrinamiento
es inmoral, impide el juicio crítico, atenta contra la sagrada libertad del
respeto a la propia conciencia – incluso si es errónea – y se cierra a nuevas
reflexiones porque rechaza el movimiento, el cambio o la evolución de las ideas
ante nuevos problemas.
Por el contrario,
la doctrina, en cuanto reflexión seria, serena y rigurosa, quiere enseñarnos,
en primer lugar, a saber acercarnos a las situaciones y, antes aún, a las
personas. Además, nos ayuda a formular el juicio prudencial. La seriedad, el
rigor y la serenidad son lo que debemos aprender de toda doctrina, también de
la Doctrina Social.
En el contexto de
la revolución digital en curso, el mandato de educar en el pensamiento crítico
debe redescubrirse, explicitarse y cultivarse, contrarrestando las tentaciones
contrarias, que también pueden atravesar el cuerpo eclesial. Hay poco diálogo a
nuestro alrededor, y prevalecen las palabras gritadas, no pocas veces las fake
news y las tesis irracionales de unos pocos prepotentes.
Son fundamentales,
pues, el estudio y la profundización, así como el encuentro y la escucha de los
pobres, tesoro de la Iglesia y de la humanidad, portadores de puntos de vista
descartados pero indispensables para ver el mundo con los ojos de Dios.
Quien nace y crece
lejos de los centros de poder no debe ser simplemente instruido en la Doctrina
Social de la Iglesia, sino reconocido como su continuador y actualizador: los
testigos del compromiso social, los movimientos populares y las distintas organizaciones
católicas de trabajadores son expresión de las periferias existenciales en las
que resiste y siempre brota la esperanza. Les recomiendo dar la palabra a los
pobres.
Queridísimos, como
afirma el Concilio Vaticano II, «es deber permanente de la Iglesia escrutar los
signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de modo que,
adaptándose a cada generación, pueda responder a los perennes interrogantes de
los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura, y sobre sus mutuas relaciones»
(Gaudium et Spes, 4).
Les invito, por
tanto, a participar activa y creativamente en este ejercicio de discernimiento,
contribuyendo a desarrollar la Doctrina Social de la Iglesia junto al pueblo de
Dios, en este período histórico de grandes transformaciones sociales,
escuchando y dialogando con todos.
Hoy hay una sed
extendida de justicia, una demanda de paternidad y maternidad, un profundo
anhelo de espiritualidad, sobre todo por parte de los jóvenes y de los
marginados, que no siempre encuentran canales eficaces para expresarse. Existe
una demanda creciente de Doctrina Social de la Iglesia a la que debemos
responder.
Les agradezco su
compromiso y sus oraciones por mi ministerio, y bendigo de corazón a todos
ustedes, a sus familias y a su trabajo. ¡Gracias!