la indiferencia de
una nación
Se cumplen 50 años
del Combate de Manchalá entre el olvido y la frialdad.
Por Agustín De
Beitia
La Prensa,
15.05.2025
El desaliento de
José Romero debería sacudir a toda la nación, pero no lo hace. Romero, uno de
los bravos soldados que resistió a pie firme, hace 50 años, el encarnizado
ataque de guerrilleros del ERP en una escuela rural de Tucumán, hoy está
desanimado. Dice que, dentro de unos días, será la última vez que asistirá al
acto para recordar aquel Combate de Manchalá, que tendrá lugar en el Batallón
de Ingenieros de Montaña 5 (Bl Mont 5) con asiento en Salta, el mismo desde
donde Romero fue movilizado hacia Tucumán a los 20 años siendo conscripto, por
orden de un gobierno constitucional desestabilizado por el desafío de la
guerrilla. Hoy este hombre curtido, de 70 años, no quiere ir más a esos actos.
Tiene decidido ir por última vez solamente por sus hermanos en armas, aquellos
que, junto a él, se batieron contra toda una columna del ERP que los tenía
rodeados, y porque se cumplen nada menos que 50 años del combate.
La indiferencia
general, el olvido y la molicie lograron lo que no pudieron los terroristas:
mellar el ánimo de este hombre, que nunca perdió el orgullo de haber defendido
a la patria. Sabe que en otros lugares del mundo los ciudadanos se detienen
para agradecer a los soldados los servicios prestados a la nación. Aquí, en
cambio, él camina por las calles de Salta en forma anónima.
Pocos saben que el
28 de mayo de 1975, él y un puñado de conscriptos salteños se encontraban en
una escuela rural de Manchalá, en Tucumán, una zona caliente donde se había
asentado el ERP, cuando fueron atacados. Durante horas resistieron el feroz
ataque de combatientes de la Compañía Ramón Rosa Jimenéz, quienes finalmente
huyeron ante la llegada de refuerzos del Ejército, lo que marcó el primer punto
de quiebre para el sueño de Santucho de hacerse fuerte en los montes tucumanos
con la idea de reclamar luego el reconocimiento internacional del “territorio
liberado” en esa provincia.
El Combate de
Manchalá interrumpió el avance de los erpianos, que se dirigían a Famaillá para
atacar el comando de las tropas oficiales desplazadas a Tucumán, ataque
planeado para coincidir con el día del Ejército. El abatimiento de Romero,
según confiesa, sobrevino con la muerte de su compañero de armas Ricardo
Carranza, quien murió hace pocos años mientras realizaba faenas en el monte,
cavando surcos en plantaciones de tabaco. Carranza se ganaba la vida como
podía, también con tareas de desmonte.
Carranza había
soñado ser policía en Chicoana, el pueblo salteño donde vivía. Nunca había
querido ayudas económicas. Solo había pedido una oportunidad laboral para salir
adelante, que nunca se le concedió.
Romero fue a
despedir a su amigo en Chicoana. El velorio era muy simple y con pocas
personas. Cuando pasó por allí el general de brigada Alejandro Beverina, que es
presidente de Unión de Promociones de la delegación Salta, y se enteró de quién
era el hombre que había fallecido, se ocupó de ir a buscar una bandera
argentina para cubrir el féretro y pronunció unas sentidas palabras que
conmovieron a los presentes.
Algunos, incluso
familiares lejanos de Carranza, se admiraban, cuenta Romero, porque no conocían
la historia que había protagonizado.
Con Carranza ya
son siete los manchaleros que murieron: Adrián Segura, Ricardo Carranza, Victor
Villalba, Humberto Villada, Serafín Lastra, Jesús Puca Puca y Sergio Oñativia.
INJUSTICIA
Romero, que
siempre arrastró sus estrecheces económicas con dignidad, no pudo ayudar a su
amigo económicamente, como tampoco puede ayudar a su propia familia. Y eso,
mientras contempla la obscena injusticia de que los terroristas de entonces
tienen hoy el honor, el prestigio, el bienestar material que les aseguran sus
encumbrados empleos públicos y hasta indemnizaciones millonarias pagadas por el
Estado, ese mismo Estado al que un día esos terroristas agredieron.
A ellos, que
inicialmente eran 14 en la escuela rural (12 soldados, entre ellos tres
albañiles que no entraron en combate y 2 suboficiales), los atacó una columna
de más de un centenar de combatientes, que acribilló la escuela durante toda la
tarde con fusiles, ametralladoras y granadas.
El silbido de las
balas quedarían grabados en la memoria de estos hombres. Romero cuenta que ese
sonido era como un enjambre de abejas. Explica que, cuando él intentó escalar
al techo de la escuela para tomar una posición de francotirador, los
proyectiles picaban junto a sus piernas, haciendo saltar el revoque, y que,
abajo, todos los árboles donde había soldados a cubierto quedaron llenos de
impactos de bala.
Rodolfo Demayo se
salvó de milagro porque un proyectil se incrustó en la “marmita” que llevaba
atada a la cintura, ese estuche donde hay platos y utensilios de campaña, que
son de acero.
Esos soldados, con
el correr de las horas y la llegada ocasional de algún refuerzo, llegaron a ser
28 al final del día.
El sacrificio de
esos hombres, varios de los cuales sufrieron heridas graves, fue tan grande
como la indiferencia que padecieron años después.
NO ESTA EN AGENDA
Hoy Romero no
quiere más actos con palmadas en el hombro que son flor de un día.
La Argentina está
enferma y ese mal no terminó con el kirchnerismo. El nuevo gobierno
“libertario” no tiene “en agenda” liberarnos de este yugo ideológico que tuerce
y envilece la memoria colectiva, y aplasta a quien quiere enderezarla. El
gobierno libertario lo sabe. Hasta ahí llega su “libertad”. Y también lo sabe
la sociedad, que ya está sometida, ya está domesticada. Hace años que aceptó
mirar para otro lado y darle la espalda a este tipo de sacrificios. El recuerdo
de aquello tampoco está “en su agenda”.
Por eso Romero
considera que su último aporte es el libro que está a punto de publicar, donde
narra en primera persona aquel combate que nadie contó y a nadie interesa. Y
por eso tituló a su libro ¿Quién ganó en Manchalá?. Viene demorando la
publicación por falta de recursos y es posible que termine siendo solo una
fotocopia anillada, que circule entre amigos. Su valor, claro, lo conservará
igual, porque su mérito está en el contenido, en la verdad que allí desvela.
Para este viejo
soldado, el desfile del 28 será el último. Estarán presentes el cabo 1 (r)
Gerardo Lafuente, que comandó la resistencia, junto a los ex soldados Osvaldo
Alcalá, Rodolfo Demayo, Luis Arce, Dardo Rojas, Roberto Mamamí, Hugo Ontivero,
Ricardo García, Juan Sulca, Aldo Parada y Luis Peñaranda.
“Hace cincuenta
años que sostenemos este recuerdo. Creo que ya fue suficiente”, dice Romero.
Con el cansancio de estos hombres, el recuerdo de ese día podría desaparecer.
No estamos lejos. En 2013, la ceguera ideológica logró demoler el monumento al
Combate de Manchalá en Salta, y sólo la acción de un puñado de ciudadanos
salteños obligó a construir uno nuevo. Sin esa reacción, la historia oficial,
esa que quiere teñir de romanticismo la cruel, asesina y delirante aventura
guerrillera, algún día terminará por imponerse. Y el asedio comenzado hace
cincuenta años habrá rendido, al fin, sus frutos.