Vicente Palermo
*Investigador
principal del Conicet y miembro del Club Político Argentino
*Investigador
principal del Conicet y miembro del Club Político Argentino
Sé que es andar sobre
el filo de la navaja, pero quiero argumentar aquí que los vándalos somos
nosotros. O que ellos, los que han protagonizado los disturbios, violando la
ley, están tanto excluidos (de todo) como incluidos (en el empleo común de los
mecanismos de convivencia ilegítima) en esta sociedad que hemos sabido
conseguir (no digo esto último con resignación). Que no se me malentienda: no
estoy justificando la violación de la ley, ni siquiera pretendo explicar un
fenómeno que desafía bastante la comprensión, por más que sea frecuente,
demasiado frecuente. Los incluidos desconocemos la ley a través de los miles de
recursos que manejamos con mano experta. Los vándalos se incluyen violando la
ley precisamente porque han sido excluidos. Muchos se reincluyen como barras
brava y posiblemente como tales hayan estado entre los protagonistas.
No
adelanta hablar de una “planificación”, porque es la reunión de multitudes la
que crea – como el domingo en los festejos del Mundial – un contexto propicio a
este tipo de acciones, con el pronóstico de que las posibilidades de
penalización serán menores. Así, cada uno conoce el terreno más favorable para
desconocer, esquivar o violentar la ley.
Hay un continuum
entre la transgresión y el vandalismo. Los vándalos violan la ley que los ha
excluido; y ello nos coloca ante opciones trágicas: ¿Cómo mantener el orden?
¿Cuánto de poder coercitivo del estado precisamos para afirmar la ley? Opciones
que son inevitables en la sociedad que estamos creando. Sólo la restitución de
la política a su lugar permitirá movilizar el esfuerzo cívico que sea capaz de
corregir ese rumbo. Mientras los excluidos violan la ley, los incluidos
banalizamos la transgresión.
Para no irme del Mundial, me gustaría examinar el
comportamiento de los numerosos incluidos de buenos ingresos (tanto que fueron
al Mundial) en Brasil: bardearon a diestra y siniestra, la TV nos dejó ver empujones, una
especie de piquete sobre la avenida Atlántica de Copacabana, incursiones
ilegales en los estadios, el que no salta es un inglés (en un certamen
deportivo en el que la política no debería estar presente; creo que fuimos los
únicos), etc., etc. Mientras la publicidad banalizaba el uso de dos palabras
fuertísimas, confirmando que no hay un límite entre el adentro y el afuera.
Los vándalos no son
más plebeyos que estos plebeyos de aeropuerto. Mientras lo popular cuestiona,
el plebeyismo transgrede; puede hacerlo en el límite, quien no tiene nada que
perder, violando la ley, o puede hacerlo poniendo en juego todo el capital
social con que se cuenta, transgrediendo finamente. No sirve ganar un Mundial,
con su promesa de unidad regeneradora. De lo que se trata es de ganar una lucha
más difícil contra nosotros mismos.
Clarín, 15-7-14