Claudia Natenzon
Instituto de Geografía, UBA y Flacso Argentina
Clarín, 16-8-15
No hay nada más que decir. Se saben las múltiples
causas que generan estas catástrofes. Lo saben los científicos, lo saben los
funcionarios, lo saben los políticos, lo sabe particularmente la gente que las
padece. Esa gente que siente y dice: “estamos solos frente a la adversidad”.
No es el cambio climático, no son los canales
clandestinos y la sojización, no son los edificios construidos en zonas
inundables, no son los barrios cerrados o los clubes de golf o los “countries”,
no es la deforestación, ni la construcción de rutas sin desagües adecuados, ni
las intervenciones puntuales y parciales que modifican el natural escurrimiento
de cuencas de llanura sin tener en cuenta el conjunto. No es que llueve más en
áreas más intervenidas.
No es la migración de familias que buscan el sustento
diario en ciudades y pueblo con nuevas actividades económicas, instalándose allí
donde pueden. No es la permisividad de las autoridades respecto al manejo
discrecional del territorio por parte de los intereses económicos particulares
y su desidia respecto a las necesidades de los más vulnerables.
Es todo esto, combinado de manera desigual, generando
más desigualdad, en toda una historia de mirar para otro lado no bien el agua
bajó.
No es un momento, no es un lugar, no es esta
catástrofe. Son procesos de larga duración, en territorios extensos, que van
influyendo unos en otros, con una historia mucho más larga que un período de
gobierno, el tiempo de una nación o de un modelo productivo.
Hemos incorporado con total naturalidad el hecho de
vivir en una sociedad del riesgo, y por eso aceptamos mansamente lo que nos
pasa. Nos han domesticado. Y todos hablamos, y damos opiniones mientras el agua
está alta dentro de las casas. Después, a esperar la próxima inundación.
Los responsables (comunales, provinciales, nacionales)
tienen que ponerse los pantalones largos, dejar de estar sólo para la foto y no
descargar el peso de la solución en los bomberos voluntarios, en las
organizaciones no gubernamentales como Cruz Roja y CARITAS, y en las propias
organizaciones vecinales.
En las catástrofes, la defensa civil no puede hacerse
cargo más que de los platos rotos. Ellos recogen los resultados de una
construcción social de condiciones inseguras y riesgosas. Condiciones
producidas en conjunto por los empresarios del agro y de la industria; grandes
y chicos; locales, nacionales y transnacionales; y los funcionarios
municipales, provinciales y nacionales. Condiciones vulnerables vinculadas más
con la gestión sectorial (como en salud, educación, vivienda, producción,
transporte, hidráulica, ambiente, infraestructura, investigación). Y también
con lo que hacen legisladores, jueces y partidos políticos. Con todos los
decisores que ejercen una parte del poder.
Hacen falta noticias de la inundación cuando no está
inundado, periodistas que vayan todos los meses a los lugares que se inundaron
y vean qué se está haciendo de lo propuesto y programado para reparar, sí, pero
también para prevenir la próxima. Y hacen falta medios de comunicación que lo
publiquen.
La gente del común acepta el desafío y colabora en un
accionar que se resalta como heroico. Pero ¿por qué llegar a esto? Basta de
palabras, vamos a los hechos. Hay que exigir la construcción colectiva de una
estrategia conjunta, de largo plazo pero detallada, donde cada uno cumpla su
rol en la prevención. Los recursos están, el dinero está, el conocimiento está.
Nada está sobredeterminado, podemos cambiar la realidad, podemos intervenir en
la construcción de nuestra historia, podemos prevenir.
Todos sabemos esto, basta de palabras.