Abel Pose
La Nación, 13-8-15
La crisis financiera de 2008 no sólo trajo
inestabilidad económica, sino que agudizó un malestar que se refleja en el
escepticismo de los jóvenes, la brecha entre ricos y pobres y un consumismo que
daña el medio ambiente
Las formas de
vida, los imperios y los países no son inmortales. Si no se transforman,
mueren. Desde la gran crisis financiera de 2008, Occidente, especialmente en
Europa, da muestras de inestabilidad económica y desasosiego cultural. En
Latidos del mundo, un libro que hace unos años recogía un diálogo entre los
filósofos Alain Finkielkraut y Peter Sloterdijk, el primero pregunta:
"¿Qué hacemos ahora ante el crecimiento sin fin de nuestra capacidad de
hacer? ¿Cómo lo frenamos, cómo reencontrar la naturaleza, la austeridad?".
Algo se ha quebrado en la cultura occidental. Se han
vuelto, incluso, a reeditar conflictos religiosos que se reflejan en el
problema de la inmigración europea y en el alzamiento islámico extremista en el
Cercano Oriente. Pero lo más preocupante es la línea de quiebre generacional de
los jóvenes con sus padres y abuelos: son muchos los que no quieren heredar el
mundo del bienestar burgués de trabajar profesionalmente, hacer dinero, aceptar
los códigos ancestrales de familia, felicidad, conducta. No ingresan en el
palacio liberal-democrático. Son los indignados de España y los de Grecia, que
no quieren más la Europa madre. Los indecisos de Podemos. También, los
desocupados, los nihilistas, los marginales de la vida organizada. Se acercan a
la política para gritar una furia sin altura fundante: no crean ni se dan
alternativas. Exagerando, se podría decir que en ellos muere la Europa
brillante, recuperada después de 1945.
"La política de hoy no se hace cargo de algo
esencial, el punto oculto en el que la lucha de clases fue sustituida por una
rebelión de los jóvenes contra los adultos en nombre de un modernismo
impresionista, adoptado y difundido sin debates democráticos -dice Peter
Sloterdijk-. Ese progresismo se presenta como lo juvenil. Tiene buena prensa y
buena paga. Debería ser reemplazado por un debate maduro."
El quiebre generacional recorre todos los países de
Occidente. Se relaciona con la caída de nivel de vida de la clase media en
países tan poderosos como Estados Unidos, Alemania o Francia, en los que surgen
situaciones conflictivas que los políticos no reconocen o no saben solucionar.
En Europa se da, por otra parte, una inesperada
inestabilidad Norte-Sur. Grecia, España, Francia, Italia, Portugal y algunos
países del Este no alcanzan la solidez deseada por la Unión Europea. Además, el
incendio del Cercano y Medio Oriente trae una renovada guerra de religiones
movida por la voluntad del islamismo extremo, después de los errores de la
política anglosajona en Irak, Siria, Libia, Afganistán y Somalia. Parecería que
vamos a un enfrentamiento que reedita los tiempos de Ricardo Corazón de León y
Saladino. Huntington vería hoy confirmadas sus profecías, en las que vislumbró
choques religiosos y no ya clasistas o político-económicos, como creyó la
política mundial desde Marx hasta hoy.
En suma, estamos en tiempos en los que el
liberal-humanista Adam Smith y el comunista Carlos Marx no tienen nada que
decirnos. El comunismo implosionó en sus imperios, China y la URSS, y el
liberalismo llega a la concentración de economías totalitarias financieristas.
El capitalismo actual ya no tiene dueños de "los medios de
producción"; alguien se robó el sabot, la banca madre de todos los grandes
negocios del mundo. Si esto es así, el humanismo social puede esperar con
paciencia, como se espera un tren que nunca más pasará por la estación
abandonada.
Es difícil exigir en este momento mundial decisiones
de gran política a hombres que en realidad creen que la línea de progreso
industrial-científico-tecnológico es ineludible, un destino inexorable. Aunque
tienen la penuria medioambiental y ecológica ante sus ojos, no creen que el
destino atómico, o de juegos electrónicos, o de sondas espaciales, pueda
modificarse.
El papa Francisco, como jefe de la Iglesia, sabe que
hay que embestir con toda energía ante el caos que puede producir la implosión
social. El tema ecológico no es una casualidad que llegó del cielo, fue y sigue
siendo la consecuencia de un desenfrenado crecimiento del mercantilismo. Un
tema joven, reciente, surgido a partir de la Segunda Guerra. Algunos autores
coincidieron con el Papa, como Niall Ferguson, que alertó acerca de la rapidez
con que estallan los imperios en decadencia, como hemos comprobado ante el
soviético o, antes en el tiempo, la súbita caída en unas décadas del poderío de
la España de los Habsburgo.
Ante la irritante incompetencia y falta de coraje de
los actuales jefes de la política occidental, Francisco une el destino de los
pobres del mundo, y de la masa de jóvenes excluidos sin ingreso en el sistema,
al factor ecológico y al capitalismo sin rostro y ya omnipotente. Levanta su
voz más allá de las convenciones y estilos, y restablece la posición combativa
de la Iglesia ante grandes peligros mundiales, como sus predecesores Juan Pablo
II, Julio II o San Pío V, jefe de la Santa Alianza que contuvo en Lepanto, en
1571, el intento islámico de retomar su presencia en Europa.
Nuestros filósofos en diálogo recurren a la palabra
griega katéjon, empleada por San Pablo en la segunda epístola a los
Tesalonicenses. Quiere decir contención, dique.
Finkielkraut, que lanzó la pregunta ¿qué hacer ahora
ante el crecimiento de nuestro poder de hacer?, encuentra en esa palabra griega
la respuesta que lo hace coincidir con el Papa. Es la hora del dique, de usar
todas las fuerzas que puedan evitar las correlacionadas catástrofes: es
necesario atender la miseria de la mayoría mundial de los pobres (que serían
irredimibles damnés de la Terre), y asumir la urgencia de un cambio en el
mecanismo ilimitado de producción, además de no prorrogar otra vez el freno del
daño ecológico. Desde la cumbre de Río de Janeiro, de 1992, y luego Kyoto, hubo
más prórrogas que acciones decididas. En París habrá un nuevo round a fines de
año.
Edgar Morin, autor de Una política de civilizaciones,
ve en la conducta casi inédita del Papa el llamado para un cambio civilizatorio
o una seria modificación de formas de vida que están llevando al dolor y a la
muerte de excluidos, de "descartados".
El llamado del katéjon es extremo e impostergable. Así
lo entendió San Pablo al no poder viajar a Tesalonia y saber que la grey
cristiana estaba duramente amenazada en su sobrevivencia.
Estamos ante el gran tema del mundo de hoy. Implica
cambiar para, con menos, ser más. Significa superar un ordenamiento económico y
político que arrasa con la cultura, la paz de alma y cierto confort espiritual
que sentimos estar perdiendo en toda la esfera de la civilización occidental.