Alberto Buela (*)
Mucha gente no sabe
que Platón (427-347 a.C.) además de sus famosos Diálogos nos dejó cartas. Pero como de éstas no existe criterio
externo pues ninguno de sus discípulos o los filósofos de la época las cita,
siempre se las tuvo en menos. No obstante a poco de comenzar su lectura vemos
que es un material riquísimo para entender sus teorías y los acontecimientos de
su tiempo.
Ha sido siempre una
tentación de los viejos profesores de filosofía escribir sobre las cartas de
Platón, será porque desde la época de Trásilo (siglo I d.C.), autor del canon
antiguo del Corpus Platonicum, se las
ubicó al final de los diálogos. Así, al comentar las cartas se da por entendido
que se leyó todo Platón.
Desde siempre se le
atribuyeron dieciocho cartas y también, desde siempre, se descartaron cinco como falsas. De las trece
que quedan la crítica contemporánea descartó de plano como espurias la I (una simple queja a Dionisio),
la V (también
breve, es la presentación de Eufreo a Prédicas de Macedonia pues él no puede
ir) y la IX (más
breve aún, dirigida a Arquitas de Tarento, el mismo que lo salva en Siracusa de
las manos de Dionisio el joven).
Las diez cartas que
quedan se pueden distribuir en tres grupos según sus destinatarios: a) cartas a
distintos gobernantes: VI a Hermias de Atarnea; XI a Leodamante y XII a
Arquitas de Tarento. b) cartas a Dionisio: II, III y XIII y c) cartas a Dión y sus amigos: IV, VII, VIII y X.
La carta VI está dirigida a Hermias,
tirano de Atarnea frente a la isla de Lesbos, para solicitarle que se relacione
con sus discípulos Erasto y Corisco, quienes viven en la ciudad vecina de
Escepsis, para beneficio mutuo.
Cuenta que sus
discípulos poseen la hermosa ciencia de las ideas pero que necesitan la
protección de un hombre con poder como Hermias para no descuidar la verdadera
sabiduría. Ellos lo llevarán también a Hermias a filosofar correctamente y a
transformase en hombres bienaventurados=eudaimwn
Remarca claramente la relación entre poder y sabiduría. Así, todo aquel
que ha hecho filosofía ha tratado en algún momento de influir sobre alguien con
poder. En el curso de la historia de la filosofía Platón buscó ejercerla sobre los
dos Dionisios, Aristóteles sobre Alejandro, San Agustín sobre Bonifacio I,
Santo Tomás sobre Alejandro IV, Descartes sobre la reina Cristina de Suecia, Leibniz
sobre la Casa de
Brunswick, Hegel sobre Guillermo II, Gentile
sobre Mussolini, Heidegger sobre Hitler. En nuestro medio, salvando las
distancias, Alberdi sobre Rosas, de Anquín y Disandro sobre Perón, Pucciarelli
sobre Frondizi, García Venturini sobre Videla y Feinmann sobre Kirchner. Menem
no tuvo necesidad porque, según sus propias palabras, ya había leído a Sócrates.
Es que cuando se llega a saber filosofía de manera completa o, lo que es
lo mismo, cuando se logra obtener una visión completa del ser, el hombre, el
mundo y sus problemas, forzosamente, eso lleva a querer realizarlo. Y para ello
el filósofo tiene solo dos posibilidades, o acercarse a aquel que tiene el
poder o transformase él mismo en poder. Siempre está latente la idea de Platón
del “filósofo rey”.
La carta XI está dirigida a Leodamante de
Tasos, matemático y discípulo de Platón, es una respuesta a un pedido de un
código de leyes para fundar una nueva colonia. Y allí afirma: “si alguien cree que imponiendo leyes podría
organizar un Estado sin que haya una persona con autoridad se equivoca. Esto
solo puede conseguirse si hay hombres dignos de ese poder o alguien para
formarlos, pero como entre vosotros no hay nadie lo que podéis hacer es
implorar a los dioses. Es necesario reflexionar sobre lo que estoy diciendo y
no obrar a la ligera. Buena suerte”.
Platón resuelve en
pocas líneas la relación entre legalidad y legitimidad que tantos regímenes
políticos de los siglos XIX, XX y XXI han planteado. Un ejemplo argentino fue
cuando los liberales exigieron a Rosas una constitución, a lo que respondió: “primero consolidemos una nación y después
nos damos el librito (la constitución) sobre la base de lo que lleguemos a
ser”. Es decir que existe una legitimidad de ejercicio que prima sobre la
legitimidad de derecho, lo cual no invalida que “las leyes sean la obra de arte de la política” (Aristóteles,
Protréptico).
La carta XII es la más breve de todas,
casi una esquela, y está dirigida a su gran amigo y discípulo, el matemático
Arquitas de Tarento, allí comenta que recibió con agrado unos escritos y que
los suyos todavía no están completos. Una de las razones por las cuales se
sospecha que esta esquela es dudosa es que Patón siempre llamó a Arquitas,
Arquites.
Como las siete
cartas restantes, que integran el segundo y tercer grupo, están vinculadas a
personajes –Dionisio el joven y su tío Dión- y asuntos de Siracusa, veamos
telegráficamente cómo fueron los hechos con relación a Platón.
Platón realiza tres
viajes a Sicilia, el primero en el 388/87 cuando tiene cuarenta años y el que ostenta
el poder es Dionisio, el viejo. Allí conoce a Dión su cuñado, un joven de
veinte años que se transforma en su discípulo. Regresa a Atenas y funda la
Academia institución que dura 916 años hasta que en el 529 d.C. Justiniano
ordena su clausura. Veinte años después, a la muerte de Dionisio, realiza el
segundo viaje con la esperanza de llevar a cabo su ideal de Estado dirigido por
el filósofo rey o el rey filósofo. A pocos meses de su llegada, Dión, quien
había convencido a Platón de viajar es desterrado y entonces decide regresar a
Atenas.
Más allá de sus
discrepancias con Platón, Dionisio el joven tenía veleidades de filósofo y se
rodeó de sofistas y científicos. Y no abandonó sus intenciones de cautivar a
Platón al que invitó en forma reiterada, hasta que en el 361, con sesenta y seis
años realiza su tercer viaje a Siracusa..
Este viaje fue un
fracaso total pues no logró la repatriación de Dión, ni logró convencer a
Dionisio a hacer filosofía en serio y terminó virtualmente prisionero, teniendo
Arquitas de Tarento que enviar una flota para liberarlo y así poder regresar a
Atenas.
Pasando ahora al
segundo grupo de cartas, aquéllas dirigidas a Dionisio, tenemos la carta II que está ubicada entre el
segundo y tercer viaje y en donde, de entrada le reprocha que no le tenga
confianza y que lo obligue a guardar silencio sobre su relación tanto a él como
a sus discípulos, a lo que responde: “cuando
la sabiduría y el poder grande tienden a estar unidos por naturaleza, y
constantemente se persiguen, se buscan y se reúnen”. Y pone ejemplos que le
han antecedido: la relación entre Anaxágoras y Pericles; la de Tiresias y
Creonte; la de Poliído y Minos; la de Néstor y Odiseo con Agamenón; la Solón
con Creso.
Le habla luego de
la actitud recíproca que deben tener: “Toma
la iniciativa de honrarme a mi que con ello honrarás a la filosofía y te
proporcionará ante muchos fama… En cambio yo si te rindo honores sin que vos me
correspondas, daré la impresión de que admiro y persigo tu riqueza…Para decirlo
en pocas palabras, tu deferencia es un honor para ambos; la mía, en cambio, es
una ignominia para los dos”.
Este es para mi uno
de esos consejos que todo filósofo, maestro o profesor de filosofía debe
guardar y tener presente cada vez que se nos acerca un ricacho u hombre con
poder.
Pasa luego a hablar
sobre el rey del universo y aquí la carta da un salto que Platón anuncia
diciéndole que “tengo que explicártelo
por medio de enigmas para que si mi carta sufre algún accidente por tierra o
por mar, el que la lea no pueda entenderla”. Los comentaristas contemporáneos
nos hablan de galimatías difícil de comprender, motivo por el cual muchos dudan
que sea de Platón. Lo paradójico es que los primeros filósofos cristianos
creyeron ver en esta parte de la carta II una precognición, un cierto
presentimiento de la Trinidad. La
secularización contemporánea ha logrado que nuestros eruditos disputen sobre
acentos graves y agudos, espíritus ásperos o suaves, desinencias o raíces,
mientras el sentido profundo del texto se escapa como agua entre los dedos.
Platón afirma que: “En torno al rey del mundo gravitan todas
las cosas, y todas existen por él, y él es la causa de toda belleza; lo segundo
está en torno de las cosas segundas y lo
tercero en torno a lo tercero. El alma humana aspira a averiguar la calidad de
estas cosas, mirando a las que son afines a ella misma, ninguna de las cuales
la satisface”
Estos tres
principios eran para los neoplatónicos el Bien, la Inteligencia y el
Alma que se relacionaban con la razón divina y los objetos racionales, la Inteligencia (nouV) como la diánoia, con su
aplicación y el Alma con la percepción y el mundo de los objetos sensibles.
No andaban tan errados los viejos filósofos cristianos cuando
relacionaban al Bien con el Padre, la Inteligencia con el Hijo y el Alma con el
Espíritu Santo. Y además todo esto bajo la figura de la esfera y su
circularidad como movimiento perfecto, que fue tomado luego para explicar la pericwrhsiV=perichóresis o circumincesión = dar giros alrededor o
recirculación divina; esto es, la
relación entre la Tres Personas.
Y termina aconsejándolo que de estos temas es mejor no escribir sino
aprender de memoria así no se vulgarizan, pues para el vulgo son enseñanzas
ridículas. “Adiós, y hazme caso; tan
pronto como hayas leído y releído esta carta, quémala”.
La carta III, escrita luego de su último y
mayor fracaso con Dionisio el joven, quien anulo todo su proyecto de
transformar una tiranía en un reino, muestra a un Platón sumamente indignado
recordándole sus últimas conversaciones.
“Cometes conmigo una injusticia afirmando lo
contrario de lo que realmente ocurrió…fui yo el que aconsejó (restablecer las
ciudades griegas en Sicilia) y tú el que no quiso tomar tales medidas”.
Finalmente la carta XIII es rara, pues muestra a
Platón mas bien como un hombre de negocios que como un pedagogo ocupado en la
formación de sus semejantes. Carece de valor filosófico y la único rescatable
es su definición de hombre como “animal
no malvado, pero voluble”.
Llegamos ahora al
tercer y más valioso grupo de cartas, aquel dedicado a Dión y sus amigos.
La carta IV es breve y está escrita en el 357 a .C, luego que Dión tomara
el poder en Siracusa. Le ofrece su apoyo y le aconseja que como miembro de la Academia debe
distinguirse de los demás como los hombres de los niños. “Es preciso que seamos visiblemente tal como pretendemos ser”. Es
que Platón sostuvo siempre que su mayor riqueza era identificarse él mismo con
su filosofía. El tema de la identificación entre el pensar y el obrar que
termina generando una identidad propia de quien la realice, llega hasta
nuestros días en la máxima: si no
obras como piensas terminarás pensando como obras.
Desliza al final un
consejo práctico: “No olvides que
agradando a la gente se consiguen cosas, mientras que la arrogancia es
compañera de la soledad”.
La carta VII es la más extensa e
importante de todas. La única que la crítica especializada da unánimemente por
verdadera.
Fue dirigida a los
amigos de Dión en el 353 a .
C. luego de su asesinato. A la fecha de su escritura Platón tenía setenta y
cinco años por lo que se considera su testamento filosófico.
Si nos tomamos el
trabajo de leer esta carta de un tirón, esto es, sin intervalos, la idea general que nos deja es el intento de
Platón de justificar sus distintas elecciones a lo largo de su extensa vida política,
que comienza como asesor de uno de sus tíos bajo el régimen de los Treinta
Tiranos a la edad de veinte años y termina con esta carta a los setenta y
cinco.
La primera idea que
encontramos es la reiterada del filósofo rey o del rey filósofo: “No cesarán los males del género humano
hasta que ocupen el poder los filósofos puros y auténticos o bien los que
ejercen el poder en las ciudades lleguen a ser filósofos verdaderos”.
La segunda es la
ley de la sucesión de los regímenes políticos por corrupción, así, a la
monarquía sucede la tiranía, a la aristocrática la oligarquía y a la república
la democracia. “Tales ciudades (como
Siracusa) nunca dejarán de cambiar de régimen entre tiranías, oligarquías y
democracias”.
Esta ley es un
escándalo para una cabeza moderna pues hoy la democracia se alza, no como la
corrupción de un régimen político sino, como el santa santorum de los regímenes políticos. Muchos traductores
actuales de Platón invierten los términos para hacer aparecer a la democracia
como una forma correcta de gobierno y no como una forma defectuosa o espuria.
La tercera idea es
que solo hay que brindar consejo político a aquel que lo solicita y está
dispuesto a seguirlo.
La cuarta es el
rechazo a la violencia política, tanto a la guerra civil como al golpe de
Estado: “No debe emplear la violencia
contra su patria para cambiar el régimen político cuando no se pueda conseguir
mejorarlo sino a costa de destierros y de muerte”.
La quinta idea es
la de federalización de ciudades-Estado para el gobierno de un gran territorio
y no la centralización en una sola: “En
cambio Dionisio había concentrado toda Sicilia en una sola ciudad”.
La sexta idea es
que es preferible ser víctima de injusticias que cometerlas, porque va a haber
un juicio de nuestras almas: “Hay que
creer siempre en las antiguas y sagradas tradiciones que nos revelan que el
alma es inmortal, y que estará sometida a jueces y sufrirá terribles castigos
cuando se separe del cuerpo. Por eso debemos considerar como un mal menor el
padecer injusticias que el cometerlas”.
La existencia de
esta tradición primordial ha dado lugar, contemporáneamente, a una corriente de
pensamiento filosófico denominada “tradicionalismo” donde se inscriben
pensadores tan disímiles como René Guenón, Julius Evoca, Frithjof
Schuon, Frithjof Capra, Ananda Coomaraswamy, Titus Burckhardt, quienes han estudiado al detalle distintos aspectos de la misma.
La séptima idea es
una larga digresión sobre su teoría del conocimiento cuyos cuatro factores son:
el nombre, la definición, la imagen y el conocimiento mismo, al que hay que agregar en quinto lugar el
objeto en sí, cognoscible y real”. Todo ello para mostrar que Dionisio no
comprendió nada de su filosofía aunque creía comprender todo, tan es así, que
hasta escribió un libro.
Termina la carta
con una imagen de Dión: “Un hombre justo,
sensato y prudente, al tratar con hombres injustos, no puede dejarse engañar
sobre la manera de ser de tales personas”.
La carta VIII fue escrita pocos meses después que la
anterior y en ella Platón intenta mediar entre los partidarios del asesinado
Dión entre los que está Hiparino, sobrino de éste porque era hijo de Dionisio I
y los partidarios de Dionisio II, a la postre su hermano.
Aconseja que hay
que dejar de lado el cínico principio de “hacer
el máximo de daño a los enemigos y el máximo bien a los amigos” para ir en
busca de la concordia interior. “Recomendaría
que hay que evitar la tiranía y transformar su poder en reino si fuera
posible... la ley tiene que llegar a ser reina entre los hombres y no los
hombres tiranos de las leyes”…”Hay que evitar la vida de relajación que viven
los sicilianos en la que gobernaban a sus gobernados” Uno de los males de
la democracia es que los gobernantes estuvieran dirigidos por los gobernados.
Hoy pasa eso con los mass media que
terminan, por condicionamiento mediático, gobernando a los que deben gobernar.
Así les fijan la agenda cotidiana y les elaboran el discurso políticamente
correcto.
Llegamos finalmente
a la carta X, la última de todas. Es
una breve esquela de sesenta palabras. Está dirigida a un tal Aristodoro, amigo
íntimo de Dión, a quien felicita por su firmeza, lealtad y sinceridad, “que es lo que yo afirmo, que constituyen la
verdadera filosofía”.
Interpretación politológica
Vimos como Platón
confiesa haberse iniciado en política, alrededor de los veinte años, como
asesor de uno de sus parientes que integraba el régimen de los Treinta Tiranos.
Un régimen oligárquico que reemplazó a la democracia ateniense luego de la
Guerra del Peloponeso tras la rendición de Atenas. De los Treinta el tío de
Platón, Crítias, era considerado el oligarca más extremista. Su gobierno duró
menos de un año en el 404 a.C. pero produjo la matanza del 5% de la población y
la confiscación de los bienes de los ciudadanos demócratas.
Platón tras esta
experiencia, rondando ahora los veintitrés años, se incorpora de lleno a
trabajar con Sócrates hasta los veintiocho (399 a.C.), fecha en que es
condenado a muerte; pero lo es por los demócratas que suceden a los tiranos. Es
decir que Platón, al colaborar con los tiranos y su maestro ser muerto por los
demócratas queda en una situación muy delicada en Atenas. De hecho se le
cerraron todas las puertas para hacer política.
Al no poder hacer
política ateniense se dedica a la política de otras ciudades-Estado de la
hélade: Siracusa, Tarento, Atarnea, varias en Macedonia, etc. Ciertamente que
la principal en su intento de realización fue Siracusa, como lo muestran estas
cartas. Siendo además, su principal fracaso.
¿Qué lección nos
deja esta experiencia?: la de zapatero a tus zapatos. Esto es, los filósofos o
aquellos que intentamos hacer filosofía tenemos que dedicarnos ello, sin más.
Pues en nuestras incursiones en política somos usados y hacemos el papel de
papanatas ante los políticos que nos piden consejos y terminan haciendo otra
cosa.
Esto no quiere
decir que dejemos de hacer política, vocación connatural al hombre de bien,
pero sepamos de antemano que seremos utilizados como lo fue Platón por los
Dionisios.
Post scriptum:
Para entender a
Platón uno puede leer todos los estudiosos y eruditos desde mediados del siglo
XIX hasta el presente, empezado por el léxico de Friedrich. Ast (1838), y siguiendo por Lewis Campbell (1867), Lutoslawski (1897), Wilamowitz,
Cornford, Zeller, Arnim, Gomperz, Dummler, Raeder, Ritter, Leisegang,
Praechter, Shorey, Taylor, Crombie, Ross, Schuhl,
Friis Karsten, Christ, Guthrie, A.Taylor, H.Cherniss,Crombie, Robin, Stenzel, Wilpert , Krämer, Gaiser, Findlay, Finley, Szlezák, Kutschera,
Reale, Pasquali, Howald, Geffcken, Gulley, Aalders, Bluck, Caske, G.Muller, L.
de Blois, Tovar, Colli, Souilhé, Shorey, Lovejoy, Eggers Lan, Brisson, Rossetti,
García Gual, LLedó Iñigo o el Word Index
to Plato de Brandwood,
Pero nada reemplaza la lectura detenida del texto platónico.
Manuales hubo y los habrá excelentes, pero solo deben tomarse como guía de una
lectura personal y meditada. Platón no es un filósofo para exponer sino para
meditar.
(*) arkegueta,
aprendiz constante