jueves, 31 de marzo de 2016

LA DEMOCRACIA

Una forma de gobierno, no un fin en sí misma.

Por Carlos Alvarez Cozzi


Cada vez es más común escuchar de personas incluso cultas e inteligentes, que su filosofía de vida o su forma de actuar están basadas en la democracia, como respeto de todas las ideas, con la tolerancia como regla de convivencia. Donde no existen verdades absolutas, se respeta al que piensa diferente, se acuerda en lo posible y se convive con la discordia en forma pacífica.
De allí se pasa habitualmente a sostener, como lo hace el relativismo, que no existe nada que sea verdad sino que todo es opinable y relativo, según resuelvan las mayorías y que quien sostenga que hay principios no negociables y que la verdad puede ser conocida, pasa a ser alguien peligroso para la convivencia democrática.

Todo además abonado por el laicismo, que en lugar de respetar todas las concepciones, como hace la laicidad, sin que el Estado asuma ninguna posición, pasa a transformarse aquel mismo en una verdad poco menos que incuestionable.
Claro que la democracia es la mejor forma conocida de gobierno, pero es indudable que ella no puede ser transformada en un fin en si misma! Por tanto, es falso que los que queremos que la democracia se sustente en valores inmutables estemos contra ella, como pretenden caricaturizarnos. Por el contrario, somos en realidad los verdaderos demócratas, los que justamente queremos evitar que la democracia se vacíe de contenido y se transforme en una mera cáscara que lleva el viento. Es defender la democracia exigir el respeto al derecho a la vida. Es defender la democracia ocuparse por la suerte de los más débiles, como los bebés y los ancianos. Es defender la democracia, cuando se defiende la familia constituida por varón y mujer. Es defender la democracia exigir el respeto del derecho de los padres a educar a sus hijos. Es defender la democracia cuando se lucha por el respeto de la libertad religiosa, de creencias y de opiniones. Es defender la democracia promover el bien común. Esto no debe ser tema de mayorías.


Por ello resulta esencial recordar la luminosa enseñanza de San Juan Pablo II: “Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad, y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder”. Y es que una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia. (“Centesimus annus” 46).

Es muy cierto y actual. Una democracia sin valores puede convertirse en un totalitarismo visible, como sucede en varios países del orbe, que por ser conocidos por todos no necesitamos nombrar, o encubierto, como lamentablemente también existen en la actualidad.

Si miramos la historia, vemos que antes del Tercer Reich existió una supuesta democracia en Alemania, que  a Hitler lo votó el pueblo, vemos que otros regímenes mutaron de democracias a democracias populares, de claro cuño dictatorial, tanto de derecha como de izquierda.

Esto nos está confirmando que una democracia sin valores fundados en los principios que enumeramos antes, será presa del viento que sople de un lado o del otro, sin raíces firmes, o sea mera forma, y por ello, una sombra de sistema de gobierno que de verdad garantice la libertad, el respeto por los derechos humanos y tienda hacia la búsqueda del bien común. De esto estamos convencidos los socialcristianos y otros naturalmente, por lo que exigimos ser escuchados con nuestro aporte a la construcción de verdaderas democracias fuertes y saludables, que no contribuyan a producir “sociedades desvinculadas” como gráficamente las denomina el pensador Josep Miró.