A 40´ años del golpe: es hora de contar la verdad.
Por
Nicolás Márquez.
Prensa
Republicana, 23 marzo, 2016
Tal como viene sucediendo año tras año (máxime cuando
la víspera es un número redondo como el 40´), es de esperar para este 24 de
marzo (fecha convertida por el régimen anterior en insólito feriado turístico)
un conglomerado de actos y encendidas alocuciones en repudio a las Fuerzas
Armadas por haber tomado el poder del Estado en 1976.
En esta velada, al igual que en las predecesoras,
recolectores de votos y figurones de circunstancia omitirán recordar el apoyo
irrestricto que todos los partidos políticos, personalidades múltiples y
diferentes estamentos de la sociedad civil de todas las ideologías le dieron a
la pacífica sublevación militar que destituyó a Isabelita y la impresentable
corte de ladrones que la secundaba.
Motivos para tal consenso no faltaban: antes del
mentado 24, en los tres años de gobierno constitucional precedentes, el
terrorismo peronista de la AAA había asesinado a medio millar de personas; el
terrorismo marxista (“jóvenes idealistas” les llaman algunos medios)
protagonizado por el ERP y Montoneros superaba los 7.000 atentados y los
guerrilleros desaparecidos tras las órdenes presidenciales de “aniquilamiento
del accionar subversivo” ya ascendían a 900.
La semana previa al cambio de gobierno, diarios
antagónicos entre sí como La Prensa y La Opinión informaban que, desde mayo de
1973, el terrorismo había causado 1.358 muertes. En ese período, no sólo no se
dictó ninguna condena a un solo terrorista, sino que centenares de ellos fueron
amnistiados durante el lamentable pasaje del vacilante Héctor Cámpora. Otro
dato que tampoco será evocado esta semana, es que entre 1969 y 1979, las bandas
terroristas fueron autoras de 21.665 atentados subversivos (hechos y cantidades
ratificados en la sentencia dictada el 9/10/1985 por la Cámara Federal de
Apelaciones en lo Criminal y Correccional – Cap. 1. Cuestiones de hecho – Causa
13).
ataque-subversivo-monte-chingolo
No había día en que el terrorismo marxista no
masacrara inocentes.
Por entonces, ante la inminencia de un “golpe”, no
sólo no hubo ni una sola voz en contra de la reacción cívico-militar en ciernes
(a excepción de una solitaria solicitada del Ingeniero Alvaro Alsogaray), sino
que la clase política promovía ansiosamente el reemplazo y cambio de gobierno a
efectos de desembarazarse de una situación inmanejable. A modo sintético y
ejemplificativo, el 21 de marzo el diario Clarín informaba: “Los legisladores
que asistieron al Parlamento se dedicaron a retirar sus pertenencias y algunos
solicitaron un adelanto de sus dietas”; el mismo día, el matutino La Razón
completaba: “Hay tranquila resignación en el Congreso frente a los inevitables
acontecimientos que se avecinan”.
El oficialismo, capitaneado por Isabelita y el hechicero José López Rega (este último
semanas atrás se había profugado al exterior), no sólo no brindaba respuesta
eficaz a la guerra civil desatada por el terrorismo marxista, sino que
potenciaba el caos con su manifiesta incompetencia gubernamental.
De la oposición nada podía esperarse, puesto que el
jefe de ésta, Ricardo Balbín (a la sazón presidente de la UCR), efectuó un
público y desembozado lavado de manos el 22 de marzo, alegando: “Hay
soluciones, pero yo no las tengo”. Días atrás (el 27 de febrero), el comité
nacional de la UCR publicó la siguiente declaración destituyente: “El país vive
una grave emergencia nacional… ante la evidente ineptitud del Poder Ejecutivo para
gobernar… Toda la Nación percibe y presiente que se aproxima la definición de
un proceso que por su hondura, vastedad e incomprensible dilación, alcanza su
límite”. Incluso, hasta el mismísimo Partido Comunista, el 12 de marzo reiteró
su propuesta de formación de “un gabinete cívico-militar”. El senador radical
Eduardo Angeloz, con sutil imprecisión arengaba: “Alguien tiene que dar la
orden…alguien tiene que decir basta de sangre en la República Argentina”.
................
Como si la guerra civil y el desgobierno fueran insuficientes,
los números económicos se desplomaban y la hiperinflación (según informe de
FIEL) arrojaba una proyección anual del 17.000% para 1976. Durante los días
previos al 24 de marzo, las declaraciones de personalidades y las notas de los
diarios reflejaban el clima de terror y el desgarrador pedido de cambio de
gobierno. La Opinión publicaba: “Un
muerto cada cinco horas, una bomba cada tres” (19/03/76). El 23, nuevamente el
diario socialista La Opinión titulaba: “Una Argentina inerme ante la matanza”, y
agregaba: “Desde el comienzo de marzo hasta ayer, las bandas extremistas
asesinaron a 56 personas”; esa fecha, La Razón redundaba: “Es inminente el
final. Todo está dicho”. Pero la expresión más clara de lo que la clase
política podía dar fue del diputado Molinari: “¿Qué podemos hacer? Yo no tengo
ninguna clase de respuesta”.
En efecto, la hipocresía de los que ahora cuentan la
historia oficial a base de aforismos humanísticos ocultan que “la inmensa
mayoría de los argentinos rogaba casi por favor que las Fuerzas Armadas tomaran
el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de
mafiosos”, textuales palabras dirigidas a la revista alemana “Geo” en 1978 por
el escritor Ernesto Sábato: el mismo tránsfuga que después presidió la Conadep
y prologó el libro “Nunca Más” financiado por el inconcluso gobierno de Raúl
Alfonsín.
Pero el apoyo generalizado a los militares de los
mismos sectores que hoy repudian a los “genocidas” no se limitó al 24 de marzo.
Una vez constituidas las nuevas autoridades, estos no sólo respaldaron al
flamante gobierno sino que se sumaron al mismo ejerciendo diferentes cargos en
la función pública.
Tanto es así que el 25 de marzo de 1979, el diario La
Nación detallaba que de las 1.697 intendencias vigentes en la gestión del
Presidente Jorge Rafael Videla, solo el 10% de ellas eran comandadas por miembros
de las FF.AA.; el 90% restante, estaba conformado por civiles repartidos del
siguiente modo: el 38% de los intendentes eran personalidades ajenas al ámbito
castrense de reconocida trayectoria en sus respectivas comunas, y el 52% de los
municipios era comandado por los partidos tradicionales en el siguiente orden:
la UCR contaba con 310 intendentes en el país, secundada por el PJ (partido
presuntamente “derrocado”) con 192 intendentes; en tercer lugar se encontraban
los demoprogresistas con 109, el MID con 94, Fuerza Federalista Popular con 78,
los democristianos con 16, el izquierdista Partido Intransigente con 4 y el
socialismo gobernaba la ciudad de Mar del Plata.
Asimismo, el Partido Comunista emitió
proclamas de apoyo al gobierno. Tanto es así que ésta fue la primera gestión
cívico-militar que no prohibió ni declaró ilegal al polémico partido.
El diario de los Timermann al igual que todos los de
entonces, saludaron al nuevo gobierno.
Pero nada de todo esto será mencionado en este 24 de
marzo en los respectivos carnavales de la memoria que se tienen previstos.
Por supuesto que lo que hoy más molesta a los
vendedores de relatos no ha sido “el golpe” en sí, puesto que en la Argentina
golpes hubo a borbotones y nadie se encarga de recordarlos: empezando por los
golpes en los que participó el fundador del principal partido de la Argentina,
Juan Perón, quien no sólo participó en la sublevación de 1930´ sino también en
el de 1943´ y en este último gobierno militar Perón ejerció el cargo de
VicePresidente de la Nación. En rigor de verdad, lo que molesta a los
reescribidores de historietas es que los militares hayan impedido a la
guerrilla liderada por Mario Firmenich (Montoneros) y Mario Roberto Santucho
(ERP) tomar el poder del Estado e instaurar una dictadura comunista.
Por supuesto que el gobierno militar del Proceso de
Reorganización Nacional cometió errores y horrores en el marco de la guerra
civil desatada por el terrorismo marxista, pero en absoluto estos fueron en la
proporción ni en la dimensión que pretenden endilgarles sus indecorosos enemigos.
Tanto es así que hasta el propio Firmenich en torno al fenómeno de los
“desaparecidos” le confesó y reconoció el periodista Jesús Quinteros (en nota
publicada en Página 12, el 17 de marzo de 1991) que durante la guerra
antiterrorista, el margen de error o daños colaterales de los militares fueron
mínimos: “Habrá alguno que otro desaparecido que no tenía nada que ver, pero la
inmensa mayoría era militante y la inmensa mayoría eran montoneros (…) A mí me
hubiera molestado muchísimo que mi muerte fuera utilizada en el sentido de que
un pobrecito dirigente fue llevado a la muerte”.
Como vemos, el saldo de aquella guerra fue demasiado
triste como para que hoy sea usado por los empresarios de los derechos humanos
como fetiche proselitista o negocio rentístico: 8000 muertos entre caídos y
desaparecidos por un lado más 1500 asesinados por la guerrilla por el otro es
el doloroso legado de aquel largo y violento conflicto interno.
Se va otro 24 de marzo, el número 40´, y otra vez nos
estamos perdiendo una renovada oportunidad de discutir y repensar en serio el
pasado reciente, dejando atrás la ideologizada parcialidad de la memoria y
abrevando en la historia, que es la única ciencia que nos puede facilitar armar
de manera completa el rompecabezas setentistas y así arribar a una verdad
integral lo más fiel y próxima cuanto sea posible, y con ello de superar los
enconos del ayer, solucionar los problemas del presente y encarar un futuro con
mejores perspectivas.