Jorge Lanata
Clarín, 25-3-17
Nadie tiene que contarme la dictadura: la viví. Tenía
16 años aquel 24 de marzo y trabajaba en Radio Nacional, de donde me fui
porque, a los pocos meses, me prohibieron pasar un tema musical porque decía la
palabra "pobre”. Viví los libros prohibidos, los Falcon en la calle, el
delirio festivo del Mundial 78, la guerra de Malvinas en las colectas de la
televisión. Estuve en aquella marcha de la CGT, la primera, y me tocó cubrir
después, para Radio Belgrano, el Juicio a las Juntas: empezamos cientos de
periodistas y terminamos menos de cuarenta. Era desolador estar ahí, día tras
dia. Ahí escuché a Rudger, Rádice ,de los grupos de tareas de la Armada, decir:
“Yo sólo disparaba contra blancos móviles”. Y escuché a un militante del
Partido Comunista relatar que, mientras lo llevaban secuestrado a la ESMA,
mostró el carnet del partido y lo liberaron de inmediato.
Leí el Nunca Más hasta que el estómago me lo permitió
y trabajé muchos años ayudando a “los organismos” en lo que se podía. En esos
años, mirándome a los ojos el represor Osvaldo “Paqui” Forese me dijo “Los caminos
de Dios son insondables”, mientras acariciaba su rosario blanco de la Triple A.
Y un general de Inteligencia del Ejercito, años después, me advirtió en la
semana posterior a La Tablada: “A usted, Lanata, el Ejército le ha hecho la
cruz”.
Nací y crecí en ese túnel. Y vi en las ultimas tres décadas como
aquellos hechos se sacralizaron. El gobierno K escribió una historia oficial de
la que estaba prohibido apartarse. Vi también como los organismos se declararon
acreedores morales de la Argentina, como algunos de ellos se prostituyeron por
dinero o poder y como un sector de esta sociedad siguió y sigue viviendo con
aquel pasado en su presente continuo. "No se puede vivir pensando siempre
en el Holocausto, pero tampoco puede vivirse como si nunca hubiese existido",
dijo Simon Wiesenthal. Hoy, a cuarenta y un años del golpe, más de dos mil
militares y civiles pasaron por tribunales con cargos de delitos de lesa
humanidad; casi setecientos están condenados (300 cumplen la pena en cárceles
comunes), 1100 están procesados (320 en penales comunes) y 315 murieron en
cautiverio.
Otras causas en trámite avanzan con regularidad.
Familiares de desaparecidos, ex presos y exiliados cobraron importantes
indemnizaciones en distintos gobiernos y las Abuelas siguen buscando a sus
nietos, de los que recuperaron a 121. Nadie puede sentirse del todo reparado
–cualquier pérdida es irreparable- pero se ha avanzado hacia cierto estado de
justicia.
El problema hoy, cuarenta y un años después, cuando la mitad de
quienes están leyendo ni siquiera habían nacido, es que la supuesta
superioridad moral de las víctimas se ha trasladado a la política cotidiana. El
viento setentista que cubrió la década robada reinstaló una versión maniquea de
la historia que dificulta llegar a verdad alguna.
Aquella sorpresa estalló en la cara del gobierno
cuando Tzvetan Todorov, el pensador francés de origen búlgaro, fue invitado a
visitar el Parque la de Memoria y las instalaciones de la ESMA. Todorov
escribió semanas después en El País de Madrid que “una sociedad necesita
conocer la historia, no solamente tener memoria”. Y señaló que en ninguno de
los sitios que visitó vio “el menor signo que remitiese al contexto en el cual,
en 1976 se instauró la dictadura”.
”Los montoneros y otros grupos de izquierda
–sigue Todorov - organizaban asesinatos de personalidades políticas y militares
que a veces incluían a toda su familia, tomaban rehenes con el fin de obtener
un rescate, volaban edificios públicos y atracaban bancos (…) No sugiero que la
violencia de la guerrilla sea equiparable a la de la dictadura: las cifras son,
una vez más, desproporcionadas, sino que además los crímenes de la dictadura
son particularmente graves por el hecho de ser promovidos por el aparato del
Estado, garante teórico de la legalidad. Como fue vencida y eliminada no se
pueden calibrar las consecuencias que hubiera tenido la victoria de la
guerrilla. Pero a título de comparación podemos recordar que más o menos en el
mismo momento, entre 1975 y 1979, una guerrilla de extrema izquierda se hizo
con el poder en Camboya. El genocidio que desencadenó causó la muerte de
alrededor de un millón y medio de personas, el 25% de la población del país.
Las víctimas del terrorismo de Estado en Argentina, demasiado numerosas,
representan el 0,01% de la población".
"No se puede comprender el destino de esas
personas sin saber porque ideal combatían ni de que medios se servían –advierte
Todorov- (…) han sido reducidas al papel de víctimas meramente pasivas que
nunca tuvieron voluntad propia ni llevaron a cabo ningún acto (…) La manera de
presentar el pasado en estos sitios de memoria ilustra la memoria de uno de los
actores del drama, el de los reprimidos. Pero no se puede decir que defienda
eficazmente la verdad, ya que omite parcelas enteras de la historia”.
Recordamos hoy una de las épocas mas oscuras de
nuestra historia, pero no podemos, sinceramente, evaluarla sin prejuicios,
frases hechas y datos parciales. La “autocrítica” militar fue formal y escasa y
la de los guerrilleros, casi inexistente. ”Sin perdón no hay futuro, pero sin
confesión no puede haber perdón”, definió el obispo Desmond Tutu al proceso de
Promoción de Unidad Nacional y Reconciliación en Sudafrica. Allí ,durante mas
de un año, víctimas y victimarios se enfrentaron cara a cara en cadena
nacional. Y debían decirse la verdad. El “Ubuntu” es un concepto ético:
"Yo soy porque nosotros somos", se traduce.
Argentina es el país donde las heridas no cierran
nunca. Deberíamos aprender, cuarenta y un años después, que no hay muertes
justas. Y que la muerte es injusta por definición.