¿Cuál es el verdadero pueblo original de América?
Es como si una consigna venida del imperialismo yanqui
dijera: "Así como para nosotros el único indio que vale es el indio
muerto, para ustedes lo único valioso es: que todos sean o se declaren
indios".
Alberto Buela
El Manifiesto, 10 de marzo de 2017
Es sabido que hoy día uno de los temas y asuntos más
aprovechados políticamente por el progresismo, tanto de izquierda como liberal,
es el del indigenismo.
No existe prácticamente ningún gobernante –nacional o
provincial– de nuestra América que no cante loas al mundo precolombino, a los
indios, a los autóctonos, a los mal llamados pueblos originarios. Porque el
pueblo original de América es el criollo: somos nosotros “ni tan españoles ni
tan indios” como gustaba decir Bolivar. Somos el tertius genus,como son los
cristianos para san Pablo, ni tan judíos ni tan paganos.
Ni que decir para los militantes políticos y los
intelectuales del pensamiento único, el tema está comprado en bloque. Es como
si una consigna venida del imperialismo yanqui dijera: “Así como para nosotros
el único indio que vale es el indio muerto, para ustedes lo único valioso es:
que todos sean o se declaren indios”.
Para apoyar este principio de dominación política y
cultural nos han vendido, y nuestra intelligensia ha comprado, la teoría del
multiculturalismo que hace pedazos la poca unidad que hemos logrado al cabo de
500 años de existencia. Esta teoría ruin se expresa en el apotegma: la minorías
tienen derechos por el solo hecho de ser minorías, tenga o no algún valor lo
suyo.
Y así como es políticamente correcto criticar a los
fumadores y a los cazadores de ciervos, por el contrario, es políticamente
incorrecto criticar a cualquiera de las mil variantes del indigenismo
americano.
De acá se desprende la primera mentira mayúscula: la
matanza de indios que realizaron los españoles fue de 120 millones según
Escarrá Malavé, presidente de la comisión de relaciones exteriores del Congreso
de Venezuela, de 70 millones según el sociólogo brasileño Darcy Ribeiro, y así
siguen los números más inverosímiles.
Pero estas cifras son solo suposiciones
artificiosas teñidas por el odio a España y lo español producto de la “leyenda
negra” creada por las oficinas políticas de Holanda e Inglaterra.
El filósofo e historiador mejicano José Vasconcelos,
nada hispanista, hace constar en su Breve historia de México que no había más de
seis millones de indios en todo el norte de América, tesis que años después
convalidarían las investigaciones del antropólogo W. Denevan. Mientras que don Ángel Rosemblat, profesor de
historia de América colonial, y nada sospechoso de pro hispanismo, estimó para
toda América una población, a la llegada de Colón, de trece millones y medio.
La que disminuyó en gran parte, no por las matanzas, que ciertamente las hubo,
sobre todo en los primeros treinta años de la conquista, sino por las epidemias que los españoles trajeron:
gripe, viruela, sífilis, etc.
Angel Rosemblat nació en Polonia en 1902 en el seno de
una familia judía y llegó a Buenos Aires a los seis años, realizó sus estudios
en la Universidad de Buenos Aires, se perfeccionó en Europa y en 1946 se afincó
en Venezuela, contratado por ese gran pensador venezolano que fue Mariano Picón
Salas, habiendo fallecido ahí en 1984.
Por mi parte, tuve ocasión, allá por 1968, de asistir
a varias de sus clases magistrales en la Universidad de Buenos Aires.
El trabajo que acá publicamos pertenece al libro que
le dio mayor fama internacional, La población de América en 1492, editado por
el Fondo de Cultura Económica en 1945 y que ha tenido múltiples reediciones. En
este trabajo Rosemblat estudió el proceso demográfico de América desde la
llegada de los europeos, para lo cual utilizó un original método “invertido
cronológicamente”, es decir, fue desde nuestros días –donde contamos con datos
más o menos ciertos– hasta 1492, donde la incertidumbre es mayor. Pasó así de
los datos comprobables desde 1940, 1825, 1650, 1570, 1492 hasta los datos menos
ciertos o verosímiles.
Este trabajo eximio que don Ángel realizó en 1945 y
sobre el que siguió trabajando hasta las ediciones mejicanas de 1964, es de una
erudición apabullante que hoy no se encuentra, y da al traste con la inmensa
cantidad de trabajos posteriores, que ni por asomo se aproximan en rigor
metodológico ni en el manejo de las fuentes al suyo. Un signo más de la
decadencia de nuestro tiempo.
LA POBLACION AMERICANA EN 1492
Angel Rosemblat
Hemos seguido paso a paso el movimiento de la
población indígena de América retrocediendo desde la actualidad hasta 1570.
Estamos, pues, en condiciones de plantearnos el problema final: la población
que tenía el continente a la llegada de Colón. De más está decir que la fecha
de 1492 tiene sólo un valor convencional. Significa, en términos generales, el
momento en que se produce el contacto entre el mundo americano y la
civilización europea. Ya hemos visto que ese contacto se produjo por etapas y
que en 1570 una gran parte del continente, apenas descubierta, seguía sometida
a sus propias leyes demográficas.
Las apreciaciones de los contemporáneos y de los
autores coloniales, que juegan muchas veces con los millones, están falseadas
fundamentalmente en varios sentidos:
1º Cuando Fray
Toribio de Benavente o Motolinia dice que en Méjico los padres franciscanos
bautizaron, de 1521 a 1536, cerca de cinco millones de indios (según Pedro
Fernández de Quirós, en 1609, 16 millones; según Fray Buenaventura Salinas, en
1631, más de 18 millones; según Juan Díez de la Calle, en 1657, 43 millones)
trata indudablemente de exaltar la obra evangelizadora de la Orden.
2º Cuando Hernán Cortés, en carta a Carlos V, describe
una lucha contra más de 149.000 tlascaltecas "que cubrían toda la
tierra" (el número tiene apariencias de precisión), trata sin duda de
destacar el valor temerario de los 400 soldados que le acompañan y su maestría
de capitán.
3º Cuando el historiador mejicano Clavigero cree
verosimil que hayan acudido seis millones de indios a las fiestas de
inauguración del templo de la ciudad de Méjico en 1486 se deja llevar, sin
duda, por la tendencia, bastante general, a engrandecer el pasado
indígena.
4º Cuando Fray Juan de Zumárraga, en 1531, dice que
sólo en la ciudad de Méjico sacrificaban a los ídolos más de 20.000 víctimas al
año, o Fray Juan de Torquemada dice que en todo el país inmolaban 72.244
víctimas por año, cifra que otros hacen ascender a 100.000, se hacen expresión
del horror que produjo a los españoles esta manifestación del culto azteca y
tratan, sin duda, de justificar la destrucción de los templos y la conquista
misma.
5º Finalmente, cuando el P. Las Casas afirma que los
conquistadores de Méjico exterminaron más de cuatro millones de indios en los
doce años que siguieron a la entrada de Cortés, no hace indudablemente una
afirmación de tipo estadístico, sino que maneja las cifras con espíritu de
hombre de partido, como defensor apasionado de la causa de los indios y
detractor del poder civil y militar.
Podrían agregarse otras causas de deformación, entre
ellas la siguiente, anotada ya por Clavigero: el afán universal de agrandar las
cosas nuevas que se describen. Al encontrarse con el Nuevo Mundo, el
descubridor y el conquistador tuvieron una primera visión de deslumbramiento.
Toda visión global, sobre todo del número de habitantes o de casas de una
ciudad, el cómputo de una muchedumbre o de un ejército, se expresa siempre
hiperbólicamente, como puede comprobarse con la experiencia cotidiana.
Esas cifras tienen sin duda un valor histórico, aunque
no, desde luego, un valor estadístico. ¿Hay acaso cifras de otro género?
Evidentemente sí. Cuando se aparta uno de las polémicas político–religiosa,
debidas a veces a rivalidades entre órdenes, a conflictos entre el poder
eclesiástico y el temporal o a rencillas y rivalidades entre los mismos
capitanes y gobernadores, se encuentran abundantes elementos que se prestan
para un cálculo aproximado: empadronamientos parciales, repartimientos de
indios realizados al día siguiente de la conquista, ya veces también la
magnitud de los ejércitos.
Con ayuda de estos elementos, tomando en cuenta el
desarrollo histórico y analizando los medios de vida de las poblaciones
precolombinas y los restos de sus culturas, hemos elaborado el cuadro que damos
a continuación:
POBLACION DE AMERICA HACIA 1492
Norteamérica
(norte del Río Grande) 1.000.000
Méjico,
América Central y Antillas …. 5.600.000
Méjico
.......................................... 4.500.000
Haití y
Santo Domingo (La Española) .. 100.000
Cuba
................................................ 80.000
Puerto Rico
....................................... 50.000
Jamaica
............................................ 40.000
Antillas
Menores y Bahamas .............. 30.000
América
Centrav............................... 800.000
111. América
del Sur ......................... 6.785.000
Colombia
......................................... 850.000
Venezuela
....................................... 350.000
Guayanas
........................................ 100.000
Ecuador
.......................................... 500.000
Perú
................................... ......... 2.000.000
Bolivia
............................... .........
800.000
Paraguay
.....................................
280.000
Argentina
........................... .........
300.000
Uruguay.............................. ......... 5.000
Brasil.
................................ ......... 1.000.000
Chile
..............................................
600.000
Población total en 1492 ................ 13.385.000
Esta cantidad de casi trece millones y medio de
habitantes, con un margen de error que en conjunto no creemos mayor del 20 por
ciento. Está de acuerdo con el conocimiento del grado cultural que había
alcanzado el continente en 1492.
La densidad de población depende, en efecto, no sólo
del medio, sino también de la estructura económica y social. En el estudio de
todos los pueblos se ha observado, como es natural, cierto paralelismo entre
densidad de población y nivel cultural. Se da particularmente un gran centro de
población allí donde cristaliza una gran formación política bajo formas
agrícolas de existencia. Tal fue, en América, el caso de las civilizaciones
azteca, maya, chibcha e incaica. En ellas alcanzó su apogeo la agricultura
precolombina y se congregaron densos núcleos de población. El maíz (América se
ha llamado la "civilización del maíz) era la base de la alimentación y se
cosechaba en algunas partes dos veces al año. La zona agrícola abarcaba toda la
región alta del Occidente americano, especialmente la meseta, desde Arizona
hasta Chile. Pero ni siquiera el maíz era general; el cultivo se reducía, en
gran parte de esa zona, a plantas tuberosas como la patata y la mandioca, a
granos como la quinua ("el trigo de la puna"), a legumbres como los
frijoles o las calabazas. La irrigación, el abono artificial y el empleo de
instrumentos agrícolas, de madera o piedra, eran excepcionales. Las crónicas
mejicanas han conservado el recuerdo de horribles períodos de hambre
anteriores a la llegada de Cortés.
Pero si las grandes culturas llegaron a la etapa
agrícola, y en el Perú se llegó a domesticar la llama y la alpaca, la mayor
parte del continente vivía de la caza, de la pesca y de la recolección. Los
pueblos cazadores necesitan extensas praderas y no crean por sí solos grandes
centros urbanos, que resultan de la convergencia de los resortes políticos, el
comercio y la producción industrial. Se han analizado admirablemente los medios
de vida de la América precolombina. Las
regiones polares y subtropicales llegan muy pronto a un grado de
superpoblación. Los pueblos que se alimentan de la caza y de la pesca están
obligados a cierto nomadismo intermitente. La selva no ha albergado nunca
grandes poblaciones, por la gran mortalidad, las condiciones climatográficas
difíciles, la lucha con insectos y fieras y la escasez de plantas alimenticias.
Contra lo que se cree, los recursos alimenticios de la selva son tan limitados
–dice Sapper– que el viajero que no vaya bien provisto se morirá seguramente de
hambre. Es paradójico –dice por su parte Humboldt, pero en la zona tórrida, "donde
una mano benéfica parece haber derramado el germen de la abundancia, el hombre
indolente y flemático se encuentra periódicamente falto de alimentos" Aun hoy las expediciones científicas que
llegan a regiones inexploradas se encuentran con poblaciones poco numerosas que
se han creado, a través de una lucha secular con los elementos, un pequeño
oasis habitable.
Fuera de la zona agrícola, que se escalonaba en una
estrecha franja a lo largo de los Andes (en la región atlántica sólo hubo
islotes, seguramente puntos de expansión), el continente era en 1492 una
inmensa selva o una estepa. Ya hemos visto que Kroeber, que aplica
exclusivamente el criterio de la densidad de población de las áreas culturales,
sin detenerse en los datos históricos, calcula para toda América una población
de 8.400.000 habitantes. Por nuestra parte hemos llegado a casi trece millones
y medio.
Según nuestros cálculos, desde 1492 hasta 1570 se ha
producido una disminución de 2.557.850 indios, balance negativo del primer
período de contacto del blanco y del indio en toda amplitud del continente. ¿A
qué se debe que se haya hablado de la extinción de decenas de millones de
indios? Sería pueril explicarlo simplemente por la fabricación deliberada de
una leyenda negra. Por una parte se ha creído en una grandeza legendaria de
América; por otra se ha generalizado a todo el continente el proceso de
extinción cumplido en las Antillas y se han tomado los hechos aislados –en el
proceso que hemos llamado periférico– como índice de una evolución general.
Analicemos, pues, con alguna detención, el proceso que
condujo a la desaparición del indio antillano.
Vamos a considerar dos cuestiones:
1º¿Cómo se explican los millones de indios atribuidos
a esas islas cuando nosotros apenas encontramos un total de 300.000 indios?
2º ¿Cómo se explica la extinción vertiginosa del indio
antillano? Veámoslo en La Española, el primer ensayo de colonización americana.
Es un hecho comprobado repetidas veces que los primeros viajeros que se
han puesto en contacto con un país exótico han
exagerado considerablemente su población, en muchos casos hasta decuplicarla.
Es lo que pasó con Groenlandia, con Tahití y las islas Sandwich, con Marruecos
y el África Occidental. Es lo que pasó también con las Antillas. El navegante,
propenso
. siempre a descubrir grandezas, calcula la población
total por las gentes que sus barcos atraen a la costa o generaliza a todo el
país la densidad de población del punto hospitalario donde desembarca.
La Española fue por unos años el Dorado americano.
Colón, sugestionado por su propio descubrimiento, o calculando sus frases con
frialdad de propagandista, había visto en ella un puerto hondo "para
cuantas naos hay en la Cristiandad", un río en el que cabían "cuantos
navíos hay en España", y hasta montañas "que no las hay más altas en
el mundo" . La Española era el Ofir de las Sagradas Escrituras. Pero la
realidad fue algo distinta. El segundo viaje de Colón –17 naves, 1.500 hombres–
debía iniciar la gran empresa colonizadora. Años después quedaban más que
recuerdos fatídicos: por las ruinas de la Isabela, la primera colonia, vagaban,
según la leyenda, los espectros blasfemantes de los que habían muerto de
hambre. El Nuevo Mundo no era aún capaz de alimentar a 1.500 europeos. Hubo que
expedir urgentemente barcos a España en busca de víveres. Hubo que desistir de
expediciones iniciadas, por miedo a morir de hambre en el trayecto.
Sin embargo, la isla, fuera de las cordilleras casi
inaccesibles, de las depresiones áridas y de los bosques espinosos, era de una
fertilidad extraordinaria, "un verdadero Paraíso arahuaco", como
dice Sven Loven en– su estudio de la agricultura de los taínos. Los indios vivían fundamentalmente de los
productos del suelo y cultivaban de manera intensiva la yuca o mandioca, la batata,
el aje, el maíz, los frijoles o porotos, la yautía, el lerén, etcétera. Tenía,
además, gran riqueza de árboles frutales, silvestres y de huerta. Pero el único
instrumento agrícola era la coa, una especie de azada de madera: "unos
palos tostados que usan por azada", según la definición del P. Las Casas.
La base de la alimentación era el pan de yuca, el famoso cazabe antillano. La
cultura taína, que dominaba en la isla, una rama de la cultura arahuaca del
continente, se encontraba aún en la edad de piedra y no había alcanzado un
grado avanzado de agregación social, la única base para la existencia de
poblaciones densas. La isla estaba' dividida en una serie de cacicatos
independientes (cinco al menos, "los cinco reinos" del P. Las Casas)
y no presentaba más que pequeñas aldeas de bohíos y caneyes. Una población de 100.000 habitantes nos
parece lo máximo que podía haber sustentado la isla en 1494, cuando se inició
el choque con el blanco, y es también lo máximo que permiten suponer los 60.000
habitantes con que contaba, según parece, en 1508 y los 30.000 de 1514.
La fama de la isla, como expresión de la riqueza de
las Indias, debió difundirse rápidamente por España. No fue ajeno a ello, sin
duda, la necesidad de alentar la empresa colonizadora y de neutralizar los
primeros fracasos. Rápidamente surgieron villas y ciudades: en 1502 había tres
pueblos; en tres o cuatro años se fundaron quince, "con mucha gente de
vezinos, tratantes e trabajadores de minas y granjerías" . Las ilusiones
crearon una grandeza ficticia que pronto se desmoronó. Cuando se percibió el
fracaso de la explotación minera, y el Dorado se desplazó hacia tierra firme,
sobre todo hacia Méjico y el Perú, los colonos empezaron a emigrar. Sólo quedó
el recuerdo de una grandeza; mejor dicho, de la ilusión de una grandeza.
Colón había creído luchar con 100.000 indios en la
Vega Real, había creído que la isla era tan grande como Portugal, aunque con el
doble de población, y que con los indios había "para hinchar a Castilla y
a Portugal, y a Aragón, ya Italia, a Sicilia, e las islas de Portugal y de
Aragón, y las Canarias". ¿Qué tenía de extraño que Las Casas, que había
visto 25.000 ríos riquísimos de oro sólo en la Vega de Maguá, hubiera visto
también tres o cuatro millones de indios en la isla?
Con todo cómo se reduce esos 100.000 indios de La
Española a 60.000 en 1508, a 30.000 en 1514, incluyendo en este número los
introducidos de otras islas y de Tierra Firme, ya unos 500 escasos en 1570,
para desaparecer lentamente en los siglos siguientes, absorbidos en la
población blanca y negra? El proceso, al mismo ritmo, se repite en Cuba, Puerto
Rico y Jamaica, y luego, con un siglo de intervalo, en las Antillas Menores y
Bahamas, colonizadas por franceses, ingleses, daneses y holandeses.
Siempre que se ha puesto en contacto una raza
conquistadora con un pueblo aborigen, ese contacto, aunque haya sido pacífico,
se ha producido a expensas del pueblo conquistado:" su población ha
decrecido necesariamente, al menos en la primera etapa. Este hecho ha sido estudiado
entre los pueblos coloniales de Africa y Asia, y sobre todo en las islas de
Oceanía. El mismo proceso se ha registrado aun en la conquista de un pueblo de
cultura superior: la Grecia antigua, sometida al Imperio Romano. Es el
"clash of peoples" de los ingleses, choque entre pueblos, tantas
veces mortal. Aun en los casos en que el conquistador, por propia necesidad, ha
puesto todos sus esfuerzos para estimular el crecimiento demográfico de la
colonia, la población ha descendido día a día, en forma incontenible.
Se ha
llegado a hablar de "una atmósfera pestilencial" creada por la raza
vencedora, de pueblos destinados por la naturaleza a la extinción como una
especie de vegetación inferior, y hasta se ha pensado en una acción oculta de
carácter misterioso . y no ha faltado
quien sostuviera la necesidad de apresurar portadas los medios el proceso para
que "sobre las ruinas de los pueblos desaparecidos se pueda desarrollar la
vida superior de razas mejor dotadas".
Pero la extinción del indio antillano no tiene nada de
misterioso ni de oculto.
Un siglo antes de la llegada de Colón los taínos de La
Española y de Puerto Rico se encontraban en una fase expansiva: colonizaron el
este de Cuba, superponiéndose a la cultura, más primitiva, de los siboneyes.
Les detuvo el avance de otro pueblo, el caribe, que en 1492 había conquistado
ya gran parte de las Antillas Menores y había invadido el extremo oriental de
Puerto Rico, llegando a hacer incursiones, según parece, hasta la costa de
Haití. Por un lado, "los indios cobardes y fuera de razón" de Colón
frente a la "gente sin miedo". Expresión clara de este proceso era la
coexistencia en algunas islas de dos lenguas, una lengua de las mujeres, de
origen arahuaco, otra de los guerreros, de la familia caribe, manifestación
lingüística de un sistema de conquista bastante general en el mundo primitivo:
exterminio de los hombres y apropiación de las mujeres. La llegada del blanco
vino a interrumpir la expansión caribe y a inaugurar un período nuevo .
.
Resumamos ahora brevemente los hechos externos de la
extinción del indio haitiano. El primer contacto entre Colón y "los indios
cobardes" fue pacífico. Pero al volver en su segundo viaje, con
instrucción expresa de que tratara a los indios "muy bien y amorosamente",
encontró las ruinas del pequeño fortín que había dejado, y muertos los 40
hombres de la guarnición. A principios de 1494, fundada la Isabela, comenzaron
las expediciones a la "gran Vega", el Dorado haitiano. Las ansiadas
riquezas seguían ocultas. Colón inició una activa campaña contra los indios,
que duró casi un año, con el empleo de armas de fuego, caballos, perros de
caza. Los indios se sometieron. Pero cuando se les impusieron tributos de oro y
de algodón, o el servicio personal en minas y granjerías, talaron los campos y
huyeron al monte.
Era imprescindible llevar oro a España, pagar las primera
expediciones, apaciguar a los colonos descontentos y desmentir a los que se
habían fugado a la Península pregonando la pobreza de las decantadas Indias.
Esta misión debía recaer sobre los indios. Prosiguió la campaña (la caza del
indio) hasta lo más intrincado de los bosques. Se les esclavizó, se les marcó a
fuego en la frente, como a los negros (la prohibición de herrar a los indios es
del13 de enero de 1532), Y aun se inició el envío de cargamentos de indios
esclavos para ser vendidos en la Península, hasta que lo prohibió la reina
Isabel . Los primeros años
transcurrieron en luchas contra los indios y disensiones entre los españoles.
Hasta 1500 la empresa era un fracaso. Símbolo de ese fracaso, Colón volvió a
España con grillos en las manos y cargado de cadenas.
Las instrucciones de 1501 y de 1503 a Ovando, y la
Real Cédula del 20 de diciembre de 1503, especificaban la libertad del indio,
pero también el derecho de compelerlo, mediante salario, para el trabajo en las
minas o en los edificios, y para la labranza y la granjería. En ese compeler
está el destino de la población indígena, porque el indio rehuía el trabajo, y
su rebeldía era ya motivo de justa guerra, y por lo tanto de esclavitud. Las
instrucciones de 1503 establecían, además, que debía juntárseles "para ser
doctrinados,· como personas libres que son, y no como siervos" Desde 1502
surgieron ciudades y comenzó la explotación intensiva. A cada colono se le
concedió una cantidad de indios, a veces cincuenta, a veces cientos (a los
oficiales del Rey mucho más). Los indios repartidos trabajaban a la fuerza en
la construcción de edificios, en la agricultura, en las minas. Era preciso
alternar la vigilancia del trabajo con cruentas expediciones punitivas y con la
caza constante de indios. La Reina Isabel murió en 1504. En el codicilo de su
testamento suplicaba al Rey, y encargaba y mandaba a su hija la Princesa, y al
Príncipe, su yerno, que procuraran atraer e instruir a los indios en la fe
católica y mandaran "que sean bien y justamente tratados, y si algún
agravio han recibido lo remedien" .
En 1508 quedaban, según parece, unos 60.000 indios.
Como los indios no alcanzaban para las necesidades de
la colonia, se empezaron a traer indios caribes, los temidos antropófagos de
las Lucayas y de Tierra Firme, que la legislación autorizaba a capturar y
vender como esclavos, y aun indios pacíficos de las islas no colonizadas
todavía. Pero las cantidades fueron sin duda reducidas . En 1509, al llegar Diego Colón con su nueva
corte de favoritos, se hicieron otros repartos de los indios de La Española.
Entonces comenzó en favor de los indios la violenta campaña de los dominicos,
que culminó con el apostolado vehemente y fanático de Las Casas
.
Fray Antonio de Montesinos dió carácter público a la
protesta dominica. En 1511 predicó en una iglesia de Santo Domingo, con
violenta elocuencia, contra los abusos de los colonos y contra la encomienda
como atentado a la naturaleza libre del indio
. Diego Colón le acusó ante los superiores de su Orden, que se
solidarizaron con el predicador. Se desencadenó una violenta hostilidad entre
dominicos y el poder temporal. Los franciscanos se pronunciaron contra la
orden rival. Los dominicos llegaron a negar los sacramentos s los que tenían
indios encomendados. La lucha se enconó. El provincial dominico de España
reprendió a sus hermanos de La Española y les anunció que en la corte se había
pensado expulsarlos de la isla. Fray Antonio fue a España y se presentó ante
Fernando el Católico. El rey convocó una Junta de letrados, que promulgó, el 27
de diciembre de 1512, las famosas Leyes de Burgos, el primer código que
reglamenta la situación del indio. Las Leyes proclamaron la libertad del indio,
pero sancionaron la encomienda como forma obligatoria, aunque paternal, de
trabajo asalariado Entonces se produjo
en La Española el repartimiento de Alburquerque.
El repartimiento de los indios hecho por Rodrigo de
Alburquerque en 1514 muestra el proceso de la extinción indígena en una fase
aguda. El dinamismo demográfico de La Española estaba ya roto. Hay
repartimientos de 40 y 50 indios en que consta expresamente que no hay ni un solo
niño; sobre un total de 22.336 hombres y mujeres de servicios, no había con
seguridad más de 3.000 niños, a juzgar por los datos parciales (hemos contado
1515, pero no siempre consta el número). Hay aún otro factor de desequilibrio:
había más hombres que mujeres, contra lo que se podía esperar después de un
período de guerra (en la Concepción, por ejemplo, contamos 1.072 hombres por
880 mujeres). Consta que 60 encomenderos estaban casados con cacicas. ¿ Y el
resto de los varios miles de españoles que poblaban la isla? Se sabe que muchos
de ellos vivían con mujeres indígenas, y de la época de Roldán y de Bobadilla
hay testimonios de que muchos hasta tenían un harén de indias. La escasez de
niños está relacionada indudablemente con la escasez de mujeres, y los
cronistas dicen que el indio ponía además trabas a la procreación. Es
indudable que en 15141a población indígena de La Española –unas 30.000 almas–
estaba a un paso de la extinción. Pocos años después casi no quedaban indios, y
casi tampoco quedaban colonos, ahuyentados por la miseria.
El repartimiento Alburquerque, con su cohorte de
favoritismos, injusticias y venalidades, desencadenó la lucha entre dominicos y
el poder temporal. Las Casas había llegado a La Española en 1502. En 1511 había
acompañado a Velázquez en la Conquista de Cuba mientras fray Antonio predicaba
contra las encomiendas en Santo Domingo. Luego, en 1514, se siente iluminado,
vende sus tierras, pone en libertad a los indios que tenía en encomienda y se
entrega, durante cincuenta años, incansable, heroico, fanático, manejando el
ruego o el anatema, arrastrando burlas, amenazas y persecuciones, acusado de
delirante, loco, bellaco, desvergonzado, revoltoso y sedicioso, y a pesar de
fracasos, derrotas y humillaciones, a la lucha contra "la codicia
insaciable" y 'la innata ambición" de "los tiranos que comen la
carne y beben la sangre de sus ovejas" ya su fervoroso apostolado: la
defensa del indio, que para él era manso, dócil, débil, fiel, humilde,
paciente, delicado, pacífico, tierno, sufrido, sin maldad ni doblez, sin rencor
ni odio, sin soberbia ni ambición ni codicia. El P. Las Casas quería la
conquista pacífica y una especie de república india bajo la tutela de los
dominicos.
La campaña de Las Casas, proseguida ante el rey y ante
el cardenal Cisneros, determinó el envío, en 1516, de tres Padres Jerónimos
para que pusieran paz en la isla. Las instrucciones que llevaban habían sido
redactadas por el mismo Las Casas, con modificaciones del Cardenal y de su
Consejo. Los Padres Jerónimos llegaron en diciembre de 1516; según algunos
creían, para asegurar la libertad de los indios. Encontraron a los nativos
"derramados por toda la isla e tan pocos en cada asiento, por estar todos
divididos por las mismas e estancias de los castellanos, que no era posible ni
convertirlos en buenos cristianos ni asegurar su procreación". Decidieron
entonces reunirlos en pueblos de 400 ó 500, manteniendo las encomiendas. Las
Casas, de nuevo inquieto, volvió a España con el propósito de mudar "el
tiránico gobierno" de la encomienda por otra manera "razonable y
humana" de regir los indios.
El poder temporal, que no podía renunciar al indio –la
principal, casi la única riqueza– , puso todos sus esfuerzos en conservar y
aumentar la población indígena. Entonces, para relevar al indio del trabajo
exterminador de las minas, y ante las demandas insistentes de los colonos,
apoyados por los Jerónimos y por Las Casas, se intensificó el comercio negrero,
practicado ya intermitentemente desde 1511, pero suspendido por temores políticos . El negro, más fuerte, más resistente, con
mayor capacidad de adaptación a las formas europeas de trabajo, desplazó al
indio. Los colonos preferían un negro a cinco indios. Para el cultivo de la
yuca un indio fuerte podía hacer 12 montones diarios; un negro podía hacer 140.
Hacia 1520 escribía Fernández de Oviedo (Historia, 1, 141): ''Ya hay tantos en
esta isla, a causa destos ingenios de azúcar, que paresce esta tierra una
efigie o imagen de la misma Ethiopía". En 1545 –cuenta Benzoni– muchos españoles
de Tierra Firme estaban seguros de que los negros se iban a apoderar de la
isla. En 1560, cuando apenas quedaban unos centenares de indios, había ya unos
20.000 negros.
El negro agravó la situación del indio aun desde otro
punto de vista: las epidemias. A las enfermedades introducidas por el blanco,
para las que el indio carecía de inmunidad (epidemias exterminadoras de
sarampión o de viruelas), vinieron a agregarse las enfermedades africanas. Se
ha dicho que la caballería invisible de los microbios ha hecho en toda
conquista más víctimas que las armas. El antropólogo alemán Waitz ha llegado a
atribuir a las viruelas el exterminio de la mitad de la población indígena de
América. En diciembre de 1518, cuando los indios de La Española iban a
abandonar las minas para ira sus pueblos, los treinta pueblos en donde los
Padres Jerónimos esperaban que se harían buenos cristianos y podrían procrear,
"ha placido a Nuestro Señor –dicen los Padres de dar una pestilencia de
viruelas que no cesa, e en la que se han muerto e mueren hasta el presente (10
de enero de 1519) casi la tercera parte de los dichos indios". Los
oficiales y oidores reales, en carta al rey, calculaban el 20 de mayo de 1519 que de esa pestilencia
había muerto más de la mitad de los indios.
Las viruelas, el sarampión, el romadizo y cualquier
enfermedad infecciosa cobran especial virulencia cuando son el sello de la
conquista de una población desnutrida. La gran mortalidad de las epidemias en
La Española es un síntoma de que la población indígena estaba derrotada. Frente
a la extraordinaria receptividad para el germen, y ante los estragos de la
enfermedad, el indio no tenía más defensa que los recursos de su magia.
Los esfuerzos para salvar al indio fueron
infructuosos. Irremediablemente, entró en franca extinción. Su vida espiritual
(sentimientos, creencias, jerarquías) estaba aniquilada, su sistema de vida
desintegrado, sus clases dirigentes destruidas. Tuvo la sensación de su
impotencia, de su inferioridad, de su esterilidad. La anarquía se adueñó de su
mundo moral y psíquico. Lo que pasaba a su alrededor era superior a su
capacidad intelectual. De su familia poligámica, de su desnudez, de sus
placeres primitivos, se le quería llevar a la monogamia rígida, al trabajo
forzado, a vestirse, a un Dios único. Se sintió abandonado por sus
"zemíes" protectores. Su "perversidad" llegó entonces hasta
el punto de negarse "a los deberes de la reproducción" o Él usar
hierbas para practicar el aborto. Para "sustraerse al trabajo" se
suicidaba (con zumo de yuca brava, ahorcándose, despeñándose de las rocas o
comiendo tierra), y lo hacían las familias enteras, grupos de 50 indios, y aún
pueblos íntegros que "se convidaban a ello"; su crueldad llegaba
hasta el punto de hacerlo "por pasatiempo". Sin embargo, todavía fue
capaz de una insurrección cruenta y larga: desde 1519 hasta 1533, Enriquillo,
un indio educado por los franciscanos, con 4.000 indios según unos, con 50
según otros, dirigía la resistencia. Hubo que llevar 200 hombres de la
Península y movilizar más soldados que los que acompañaron a Cortés en la
conquista de Méjico. En 1542, cuando se dictaron las Leyes Nuevas, con
disposiciones de favor para el indio antillano
–era el triunfo de Las Casas, sólo quedaban para poner en libertad,
porque los colonos alegaban que sus indios no eran los autóctonos, sino
comprados en el continente y en otras islas.
El proceso de La Española se repitió, con variantes,
en Cuba y Puerto Rico.
En las Antillas Menores, pobladas por indios
belicosos, los caribes o caníbales, el proceso fue más violento: la
legislación permitió capturarlos, marcarlos a fuego en la frente, venderlos y
hasta mandarlos a España. En último término, el mismo proceso de las Antillas
españolas se cumplió luego en las francesas, inglesas, holandesas y danesas.
¿Era el indio antillano tan débil que su existencia constituía –como se ha
dicho– "un milagro fisiológico"? Su historia prueba evidentemente que
no. Además, la desaparición fue más lenta de lo que se cree. En Cuba quedaban
indios casi en nuestros días, y también en Santo Domingo. Los últimos indios
antillanos se diluyeron en la mezcla con el blanco y el negro.
¿Por qué se ha extinguido entonces en las Antillas
mientras se conserva hasta nuestros días, con bastante vitalidad, el indio
continental? Sin duda por su carácter de indio insular. El mismo proceso de
extinción se ha cumplido como hemos visto– en grandes regiones del continente,
desde el descubrimiento hasta nuestros días. En los Estados Unidos, en la
Argentina, en todos los países, el indio ha sido arrojado hacia zonas del
interior, hacia las tierras de renta más baja. El indio se ha visto obligado a
replegarse hacia lo que hemos llamado zona nuclear. En las Antillas,
prescindiendo de los indios que huyeron de isla en isla hasta el continente, en
proporciones difíciles de determinar ,
en el cual, por otra parte, se conservan restos densos del indio antillano, ese
proceso tenía poco margen. La zona de extinción debía abrazar pronto todo el
ámbito de las islas.
Se explica así que mientras la población indígena del
continente ha aumentado, al parecer, en sus cifras de conjunto, desde 1492
hasta la actualidad, en las islas del Mar Caribe no hayan quedado más que
familias aisladas en las que el ojo experto puede reconocer, a través del
mestizaje con el blanco y con el negro, un resto de la antigua población
antillana.
El proceso antillano no se puede generalizare a toda
América, sino a la que hemos llamado zona periférica. De todos modos, el primer
contacto entre el blanco y el indio fue fatal para el indio en toda la amplitud
del continente. Lo fue en las regiones donde el contacto se produjo en forma
pacífica, pero aún más en >Méjico y el Perú, donde adquirió caracteres de
gran violencia. La primera época fue sombría. La historia se detiene en los hechos
que más impresionan: la persecución del indio con perros de caza, la venta de
indios esclavos, marcados con hierro en la frente. ¿No se les llegó a negar el
carácter de seres racionales, y no fue necesario que el Papa Paulo 111
afirmara, en su bula del 2 de junio de 1537, que los indios eran verdaderamente
hombres, capaces de adoptar la fe de Cristo?
Aun un espíritu bastante mesurado
como el P. Toribio de Benavente o Motolina, que era contrario a que se
imprimieran las obras del P. Las Casas y escribía a Carlos V que "los
indios desta Nueva España están bien tratados, tienen menos pecho y tributo que
los labradores de la vieja España, cada uno en su manera", analiza diez
causas de la despoblación de la Nueva España, "diez plagas con que Dios
hirió las tierras y los habitantes de Méjico": las epidemias, las guerras
con los españoles, el hambre, los tributos y servicios de los indios, el
trabajo de las minas, la esclavitud, et. Un dominico, Fr. Domingo de Betanzos,
profetizó la extinción de la raza indígena si continuaban los desastres.
Los testimonios son coincidentes en toda la extensión
de América, y a veces se apoyan en cifras para presentar más gráfica y
elocuente mente la destrucción de las Indias. Fuera de los círculos afectos al
P. Las Casas, un cronista de Su Majestad, Francisco López de Gómara, dice que
en las guerras civiles entre Pizarras y Almagros murió un millón y medio de
indios. nada se presta más para las cifras hiperbólicas que los cálculos de la
mortalidad bélica. y, sin embargo, no hay que olvidar que las huestes españolas
nunca pasaron de varios centenares de hombres, y muchas veces no llegaron al
centenar. En 1580 el padre jesuíta Luis López, en lima, dice que la guerra de
Vilcabamba, en que se apresó a Túpac maru, y la guerra contra los chiriguanos
se han hecho "con injusticia y mucha costa de indios y españoles y
muertes, y particularmente la de los chiriguanes", A lo cual contestaba el
Virrey Toledo: "solos murieron cuatro en entrambas guerras, y de indios no
entiendo que murieron veinte: los ocho u diez mataron los indios de guerra, y
los demás se murieron de sus enfermedades"
.
Más verosímiles son las cifras de la 'mortandad producida por las
epidemias: en la mayoría de las provincias de Méjico –dice Motolina– murió la
mitad de la gente de las viruelas introducidas en 1520 por el negro de Narváez;
según Torquemada murieron 800.000 indios en la epidemia de 1545 y dos millones
en la de 1576. Pero son siempre sospechosas las cifras inspiradas en el terror.
Con todo, por más discutibles que sean los números,
parece evidente que el contacto violento o pacífico, las epidemias, las
guerras, la migración de pueblos a consecuencia de la conquista, el nuevo
régimen de trabajo y de vida, y aun las arbitrariedades y abusos de autoridades
y encomenderos, repercutieron desfavorablemente en el desarrollo de la
población indígena en el siglo XVI. Pero ya hemos visto que ese contacto no fue
simultáneo en todas partes, y hemos visto también, a través de cuatro siglos de
historia indígena, que aun en las condiciones más desfavorables una población
concentrada en núcleos densos, manteniendo casi intactas su cultura, su
familia, su organización social, puede rehacerse después de la hecatombe
inicial. George Kubler; que ha estudiado detenidamente el movimiento de la
población mejicana en el siglo XVI, cree que ha habido un gran descenso de 1520
a1545, un aumento apreciable de 1546 a1575 y un período estacionario de 1577
a1600. Los hechos luctuosos no constituyen toda la historia.
La acción
indianófila de fuertes núcleos misioneros, que ganaron muchas veces para su
causa a las autoridades y a la corona, el apostolado tan discutido del P. Las
Casas y el apostolado indiscutido de Vasco Quiroga, la actitud generosa de una
parte de los nuevos pobladores, las reformas administrativas y judiciales, la
legislación protectora, y aun el matrimonio legal entre españoles e indias,
junto a la necesidad de mantener el desarrollo de la población indígena. Sin
dejamos llevar por la tentación de una leyenda negra o de una leyenda áurea –a
ninguna de las dos se ajusta la historia del hombre. y menos la del hombre
hispano, hemos llegado a calcular una disminución de unos dos millones y medio
de indios de 1492 a1570, y una población americana de unos trece millones y
medio en 1492.
CONCLUSIONES GENERALES
Hemos seguido hasta ahora un camino inverso al de toda
investigación histórica: desde la actualidad nos hemos remontado paulatinamente
hacia el pasado. Desandemos ahora el camino recorrido. El desarrollo de la
población indígena y el proceso demográfico de América desde la llegada del
blanco se expresa en las siguientes cifras:
Dentro de su valor relativo e hipotético, estos
números constituyen un índice de la historia de América. La población indígena,
sometida a un proceso continua de extinción por el juego de diversos factores
(epidemias de origen europeo, guerras de conquista, régimen de trabajo, sistema
colonizador, alcoholismo, despojos y arbitrariedades, nuevas condiciones de
vida, derrota material y moral, mestizaje), llega hasta nuestros días, acrecida
en número, pero muy mermada en su integridad racial. Pueblos enteros, hasta una
cultura floreciente como la chibcha, han desaparecido casi sin dejar rastros.
En la mayor parte del continente no quedan hoy ni las huellas del indio. Pero
las cifras muestran al mismo tiempo un proceso acelerado de reestructura
étnica y cultural. Más que de una extinción del indio hay que hablar de una
absorción del indio.
Hace cuarenta siglos que un conjunto de pueblos,
portadores de la lengua y de la cultura, penetraron en Europa. Por todos los
procedimientos, desde la conquista pacífica hasta el exterminio, se
superpusieron a los pueblos primitivos del continente, creando lo que llamamos
hoy civilización occidental. La historia moderna de América no es más que una
fase de ese mismo proceso. En cuatro siglos de expansión indoeuropea, el
continente americano se ha incorporado al mundo occidental. Aun los grandes
núcleos de la América india (Méjico, Perú) o de la América negra (Haití viven, en
su vida histórica, dentro de los moldes culturales, políticos y económicos de
Europa: Desde luego, se han incorporado a la vida americana muchos elementos de
la cultura material y espiritual del indio, en amplias zonas se conservan
poblaciones indígenas casi intactas y en zonas aun más amplias el indio
sobrevive en el mestizo ("el neo–indio"). Pero en su conjunto,
culturalmente, aun más que étnicamente, el continente está ganado para la raza
blanca.
¿Cabe esperar –como hoy tiende a afirmarse– un
renacimiento de la cultura autóctona?
Después de cuatro siglos de
desintegración étnica, política, cultural y lingüística, parece evidente que
no. Pero el indio no ha muerto. Si la cultura propiamente indígena quedó
paralizada en su desarrollo desde el momento de la conquista, el indio se fue
incorporando a la vida social y cultural de América, y su aportación fue
fecunda desde la primera generación americana. Una figura del siglo XVI puede
simbolizar esa fusión del alma americana con la cultura europea: el Inca Garcilaso
de la Vega, hijo de conquistador y de princesa indígena, criado en el Cuzco
hasta los veinte años entre duros conquistadores españoles y los restos de la
destronada monarquía incaica, y que supo, en la más pura y armoniosa lengua de
Castilla, traducir los Diálogos de amor de León Hebreo, historiar
dramáticamente la conquista de la Florida y reconstruir el pasado incaico y la
conquista del Perú en sus magníficos Comentarios Reales, según Menéndez y
Pelayo– , quizá el único en que verdaderamente ha quedado un reflejo del alma
de las razas vencidas".
Parece que el porvenir está decidido, y que el pasado
americano podrá, cuanto más, sobrevivir como matiz, como estilo, en la gran
obra colectiva y universal de nuestra cultura.