Alberto Buela
Al ganar Trump en
los Estados Unidos todos aquellos movimientos populistas que se venían
desarrollando desde hace algunos años en Europa se potenciaron: Le Pen en
Francia, Hofer en Austria, Grillo en
Italia, Amanecer dorado en Grecia, el Partido de la Independencia en Gran
Bretaña, Alternativa para Alemania, Jobbik en Hungría, el Partido Popular Danés,
los Verdaderos Finlandeses, el Partido de la Libertad en Holanda, etc.
Sobre el populismo
todos han, y hemos escrito[1], el último del que tenemos
noticias es el pensador francés Alain de Benoist [2].
La erudita más
prestigiosa sobre el tema, la inglesa Margaret Canovan lo define: “el término populismo se usa comúnmente a
modo de diagnóstico de una enfermedad”[3],
lo que da la orientación principal a todos los estudios académicos sobre el
tema.
A la visión
peyorativa sobre el populismo es a la que queremos responder en esta pequeña
meditación.
La experiencia
histórica nos muestra que el populismo, en Rusia, Estados Unidos, Brasil,
Francia o Argentina, fue desde sus
comienzos una reacción popular al orden constituido. Hoy ese tipo de populismo
no existe más, pues muestra otro cariz diferente. En Suramérica, donde el
populismo sentó sus reales más duraderos y significativos, con Getulio Vargas
en Brasil, Perón en Argentina, Ibáñez del Campo en Chile, Velasco Ibarra en
Ecuador, Paz Estensoro en Bolivia, Pérez Jiménez en Venezuela, hoy ha dejado de
existir.
Los populismos
europeos actuales son diferentes, no hay líderes o caudillos que movilicen a
las masas sino políticos del establishment
disconformes con los que le tocó en parte. Ninguno de entre ellos plantea
una verdadera revolución sino, en el mejor de los casos, un reacomodamiento de
tareas y funciones. En Europa, como observa el agudo de Benoist, desapareció el
pueblo. A fuer de ser sinceros, esto mismo lo observó un muy buen jurista
argentino, Luis María Bandieri, hace ya varios años[4].
La democracia, que
en su acepción primaria, es el gobierno del pueblo no se pudo plasmar en
doscientos años de liberalismo político. La democracia se transformó en
gobierno de una oligarquía partidaria. Hoy los partidos políticos además de
adueñarse del monopolio de la representación, pues no se puede acceder al
parlamento sino solo a través de ellos, pasaron así, de ser un producto de la
sociedad civil, a ser un aparato más del Estado. Esto último lo viene
denunciando desde hace años el jurista español Antonio García Trevijano[5].
Se hace muy difícil
desarmar el andamiaje ideológico que la izquierda ha formado sobre el populismo
pues ella tiene el monopolio de la cultura en Occidente, pero a pesar de ello,
y desde ella, se vienen escuchando estos últimos años algunas voces, como la de
Ernesto Laclau quien en su Razón
populista[6]
intenta un cierto rescate. (ad infra carta ad hoc).
Es que Laclau como
nosotros tuvo la experiencia existencial del populismo en el poder y siendo
chicos vivimos como el club deportivo, la parroquia, la escuela, el barrio y
sus vecinos y la familia nos contenían formando una comunidad en donde nosotros
nos fuimos formando y desarrollando. Así, esa relación de pertenencia y
libertad entre individuo y comunidad la vimos realizada efectivamente. En aquella época, circa 1950, eran muy fuertes
aún las comunidades de inmigrantes que por millones habían llegado a Argentina,
entre los cuales estaban los padres portugueses de Laclau. Inmigrantes que no
son los 70 millones que invadieron Europa y que no se integran a su modo de
vida y valores, sino que nosotros
tuvimos, gracias al populismo: inmigración
con integración.
La idea de
comunidad tan común a los populismos, al menos a los suramericanos al estilo de
Perón o de Velasco Ibarra, en donde no se puede concebir a un hombre libre en
una comunidad que no lo sea, es un legado que ha quedado inscripto con letras
de molde en nuestras sociedades, de ahí que aún hoy, el Ecuador puede respirar
en sus excelentes planes de educación y Argentina en su medicina social, algo
de aquel viejo ideal comunitarista enarbolado por nuestros populismos.
A contrario sensu, Europa no puede esperar nada de estos nuevos populismos,
mal que le pese al brillante de Benoist, porque las comunidades nacionales se
licuaron en un hibrido como la Unión Europea y los pueblos se replegaron hasta
perder sus tradiciones: nadie da la vida hoy por Juana de Arco en Francia.
Europa es hoy, en orden a sus pueblos, una naranja exprimida que no da jugo.
El caso de Trump es
distinto. Estados Unidos, además de ser la primera potencia mundial y tener el
doble de poder militar y capacidad bélica que Rusia, China, Francia e
Inglaterra juntos, solo tiene que salvarse primero él. No tiene ninguna atadura
internacional que lo condicione. El populismo de Trump no es el de crear una
nueva sociedad, no es el de hacer una revolución, al estilo de las que hemos
tenido en América del Sur, sino solo y simplemente el “salvarse ellos”. Y, probablemente,
lo consiga, si es que no le pasa lo de JFK.
Post scriptum: Carta a Antonio
Mitre en 2005
Querido Turco:
Recien hoy puedo sentarme con tiempo a responder tu pregunta sobre el trabajo de Ernesto Laclau La razón populista.
Primero consideraciones sobre el autor. De raigambre socialdemócrata,
participó de la Izquierda Nacional del Colorado Ramos. Se sumó apenas egresado
al mundo de los scholars ingleses y a partir de allí su fama acá. Ha repetido
la metodología de Waldo Frank en los años 40: famoso en los Estados Unidos por
conocer Hispanoamérica, y famoso en Hispanoamérica por ser conocido en USA.
Pasaron los años y la conclusión ha sido que W.Frank fue un farabute.
Eso va a pasar con Laclau con el correr de los años.
Ahora el libro. El populismo no es para él una corriente con una
ideología determinada, (peronismo, chavismo, varguismo) sino una forma de
construir en política, común a diversas ideologías. Así el populismo puede ser
demo-liberal, autoritario, fascistoide, socialdemócrata o progresista. Esto es,
ideologías diferentes que se unifican simbólicamente permitiendo que “se
construya un pueblo”. Para Laclau,
contrariamente a nosotros, el montaje populista no refleja una identidad
popular preexistente (Rosas, Saenz Peña, Yrigoyen, Perón) sino que consiste en
la elaboración de un nuevo símbolo que facilite la elaboración de demandas
heterogéneas, con el surgimiento de nuevos pueblos. Esta tesis le viene al pelo
al kirchnerismo pues abjuró del pueblo peronista y se creó su propio pueblo: el
de la Cámpora y/o los Piqueteros..
Para nosotros el pueblo es algo único que exige una representación
única. Representación que no se limita a los partidos políticos al modo de la
democracia liberal sino que incluye a las organizaciones libres del pueblo, que
él crea.
Lo propio de la política para Laclau es la construcción de nuevos
pueblos. Nuevos pueblos símbolos que generan una unificación de demandas
diferentes.
Laclau se opone en algunos aspectos a corrientes liberales y
conservadoras afirmando que ellos también utilizan métodos populistas (la
manipulación de los sentimientos irracionales del pueblo) para definir su
identidad política.
Finalmente, Laclau no es de origen francés ni catalán sino portugués y
se pronuncia como se escribe.
Bueno, esto es lo que se me ocurre decirte. Un fuerte abrazo. Alberto
[1]
Buela, Alberto: Populismo y popularismo,
Buenos Aires, Ed. Cultura et Labor, 2003
[2] De
Benoist, Alain: Le moment populista, Paris,
Ed. Guillaume de Roux, 2017
[3] Canovan, Margaret: Populism, Hartcourt
Jovanovich, Nueva York-Londres, 1981, p.300
[4]
Bandieri, Luis María: Hacia donde va el
pueblo, Buenos Aires, circa 2005
[5]
García Trevijano, Antonio: Teoría pura de
la república, Madrid, Ed. Buey mudo, 2010
[6]
Laclau, Ernesto: La razón populista, Buenos
Aires, FCE, 2005