Por Roberto A. Ferrero
En la
Página Web de Vilma Ripoll se publicó hace un tiempo una corta nota (“Roca: un balance objetivo”) del Sr. Mariano Rosa, quien se presenta como
miembro de la Campaña “Chau Roca” (junto al escritor germano-patagónico Osvaldo
Bayer) y del MST, reivindicando el “planteo crítico” de “nuestro diputado Alejandro Bodart” sobre “la
figura de Julio Roca”. Desde tal sitio de enunciación quiere “señalar -agrega- varias cuestiones”, que
pasa a enumerar. O mejor dicho: a embarrar, porque en pocas líneas acumula tal
cantidad de errores y falsedades de hecho que no nos explicamos cómo la responsable
del sitio ha consentido en publicar tal nota sin chequear el mínimo de verdad
que todo escrito dirigido a la opinión
pública debe contener. “Roca: un
balance objetivo” es en verdad un texto notable, pero no por su erudición
-que es inexistente- o su equilibrio valorativo -que brilla por su ausencia-
sino porque constituye un resumen claro y breve de todas las falacias “a
designio” (como decía Sarmiento respecto a su propio “Facundo”) e invenciones
fantásticas y/o infantiles que los grupos de indigenistas fundamentalistas
utilizan para “desmonumentalizar” a Roca.
Veamos
en detalle tales “cuestiones”, que trata de esclarecer el Sr. Rosa, de quien
ignoramos -eso es responsabilidad nuestra- si es historiador, estudiante de
historia o simple “curioseador” del pasado argentino, pero siempre lamentable.
1) “Roca fue presidente electo con un
régimen político fraudulento con la UCR proscripta”, asegura
Rosa.
FALSO.
Roca fue elegido para su primer mandato (1880-1886) precisamente en1880, cuando
la Unión Cívica Radical no existía: aún faltaban 10 años para su aparición, que
data del 26 de junio de 1891(1). Luego,
en marzo de 1898, el Conquistador del Desierto, es elegido para un segundo
mandato (1898-1904). Para entonces la UCR ya existía, pero es mentira que estuviera
“proscripta”. Tan no lo estaba que participa en las elecciones para diputados
nacionales de febrero de 1895 y en las de Gobernador de Buenos Aires, días
después, venciendo en ambas. Vuelve a participar en las del 8 de mayo de 1896 y
es vencida (2).
Para las presidenciales de marzo de 1898, los radicales acuerdan con Mitre para
enfrentar a Roca. Si finalmente éste salió electo no fue porque el gobierno del
Presidente José Evaristo Uriburu proscribiera a la UCR, sino porque Hipólito
Yrigoyen arruina el contubernio de mitristas y
radicales “bernardistas” disolviendo el Comité de la Provincia de Buenos
Aires, el más poderoso del partido (3).
2) “El argumento de los indios chilenos es una aberración
histórica: no existían en el siglo XIX los límites territoriales actuales”, asegura
Rosa en tren de especialista en
cartografía.
FALSO:
Sí existían desde que las tres provincias de Cuyo fueron separadas de Chile e
incorporadas al Virreinato del Río de la Plata (4).
Existían esos límites y eran bien visibles: los marcaba la Cordillera de los
Andes. Al Este, nuestro país; al Oeste, Chile.
3) “…apelamos a una fuente
inobjetable para los roquistas convencidos: el diario La Nación…”, dice
Rosa, sobreentendiendo que el diario de Mitre era ¡roquista!
FALSO:
“La Nación” de Mitre no sólo no era roquista, sino que era violentamente
antiroquista, como sabe cualquier estudiante de historia. O sea que para los
partidarios de Roca no era una “fuente inobjetable”, sino todo lo contrario. El
general Mitre odiaba a Roca por un triple motivo: porque era un tucumano, un
“bárbaro” del interior; porque en 1874, siendo Coronel, fue uno de los
militares que desbarató la revolución que en septiembre de 1874 desató Mitre
para impedir que Nicolás Avellaneda asumiera el cargo de Presidente de la
República para el que había sido legalmente electo; y porque lo sabía un firme
defensor de la tesis de la nacionalización de la ciudad, puerto y aduana de
Buenos Aires, arrebatadas a la oligarquía porteña por Avellaneda y Roca tras 70
años de luchas civiles.
El
general Roca opinaba así sobre la “fuente inobjetable”: “Nuestros grandes
diarios criollos, La Nación, La Prensa y
El Diario, que se odian entre sí, se juntan siempre para demoler y
ultrajar. Esta nuestra prensa cree que no se puede existir si no se ataca toda
iniciativa del gobierno por buena que sea… Pero han abusado y abusan tanto de
este sistema negativo, que ya no se les hace caso y no impiden realizar lo que
uno cree bueno y útil para el país” (5).
4)
“Roca no solamente asesinó a miles de seres humanos en su cacería patagónica…”,
es una afirmación del pseudohistoriador “objetivo” que contiene en una sola
frase dos errores de hecho. Veamos:
4.a) “Roca
no sólo asesinó a miles de seres humanos…”. Acá viene el tema recurrente y
favorito de los indigenistas fundamentalistas y rústicos antirroquistas: “Roca, el
genocida”.
FALSO.
ERRÓNEO OTRA VEZ. Roca no asesinó a nadie ni mandó asesinar a nadie. El
articulista lo confunde con los Presidentes norteamericanos, que sí tienen la
costumbre de hacer asesinar gente: a Torrijos en Panamá, a Bin Laden, a
Salvador Allende, al general boliviano Juan José Torres, a Yasser Arafat, a los
científicos atómicos iraníes y quién sabe cuantos centenares más. Lo que hizo
Roca y mandó hacer fueron dos cosas
fundamentales: una, ocupar territorialmente una vasta región que ambicionaba
vehementemente la aristocracia vasco-chilena apretada entre el Pacífico y los
Andes (6), y
dos, aplastar definitivamente la capacidad ofensiva de las tribus de la pampa
que asolaban la frontera y aún zonas muy dentro de ella. Lo mismo se habían
propuesto gobiernos anteriores, con suerte diversa. Los muertos que hubo, de
uno y otro lado, no fueron “asesinatos”, sino víctimas de una guerra larga y permanente que se inicia
en los albores mismos de la constitución del país en 1810. Quienes hablan de
Genocidio, no saben de qué hablan. El genocidio es el exterminio de una gens -de
una etnia, de un pueblo- por el sólo hecho de ser tal, generalmente sin bajas
de parte de los victimarios. Los nazis asesinaron 6 millones de judíos, pero
éstos no abatieron ni un alemán, salvo en el heroico levantamiento del Ghetto
de Varsovia en 1944: ese era un genocidio. Los turcos, en 1915, exterminaron un
millón y medio de armenios, quienes no causaron ni una muerte a sus crueles
persecutores: ese era también un genocidio. En cambio, en nuestro país, la
Conquista del Desierto no fue un genocidio indígena, como se afirma sin rigor
alguno, sino el último episodio de la larga guerra de la Frontera, donde hubo
-como en toda guerra- miles de víctimas de ambos lados. Según el prolijo
detalle del historiador parcial y proindigenista Carlos Martínez Sarasola,
entre 1821 y 1884 murieron 11.335 indígenas (7) en
las pampas y la Patagonia, correspondiendo al período roquista el 18% de esas
muertes. Pero los Rosa y demás indigenistas balcanizadores -partidarios de
desprender de nuestro país otros territorios soberanos para las etnias
indígenas- se olvidan consignar que en el mismo lapso murieron por obra de los
malones más de 3.200 argentinos criollos (8).
Añadamos, para ir reduciendo los mitos que adornan el tratamiento del asunto,
que las tribus utilizaban también en sus
ataques y su resistencia el famoso Remington, cuyo parque iba creciendo entre
ellos merced al aprovisionamiento de hacendados y traficantes chilenos. Todo
con el agravante de que la mayor parte de los indígenas muertos eran indios de
pelea, mientras que entre los criollos lo eran mujeres, niños y productores
pacíficos de la frontera.
Fue una larga guerra, repetimos, entre el
Estado nacional en constitución y las tribus de la pampa, que éstas perdieron
porque las guerras no se ganan con la valentía de los combatientes, sino con el
poderío del aparato productivo que
respalda a cada adversario. Y los belicosos araucanos, pampas y
ranqueles no tenían aparato productivo alguno detrás de ellos: no eran
agricultores, ni criadores, ni artesanos. Ni siquiera recolectores-cazadores.
Sus fuerzas productivas estaban delante, no detrás: eran las de los pobladores
criollos de la pampa ganadera, y al convertirlas en su objetivo vital caían en
una contradicción irresoluble: debían apoderarse de ellas y consumirlas para sobrevivir, pero al hacerlo,
simultáneamente las destruían. El malón y los subsidios gubernamentales eran la
“industria sin chimeneas” de las tribus de la pampa.
Por lo demás ¿Qué clase de genocida es este
Roca que después de derrotar a las tribus de la pampa invita a cenar en su casa
particular al cacique Ñancuche, designa a otro -Sayhueque- gobernador del “país
de las manzanas” (9), y
entrega tierras a las tribus de este mismo Sayhueque, de Namuncurá, de Payné,
de Curruhuinca, de Luis Baigorrita, de Pichihuinca, de Tripailaf y de Antemil? (10). Ya en 1885, casi al final de
su mandato, el propio Roca propuso al Congreso Nacional una Ley de Colonización
indígena, que otorgaba a cada familia entre 30 y 100 hectáreas de tierra,
preveía un Consejo asesor de 5 indígenas, rentados, y la entrega de semillas,
ganados e instrumentos de labranza. Tratado en la Cámara de Diputados, el
proyecto fue frustrado por la oposición, que lo hizo volver a comisión (11) ¿Se imagina alguien al
genocida Adolfo Hitler entregando tierras y empresas a los judíos alemanes en
Baviera o en Prusia o invitando a almorzar en su mansión de Berchtsgaden a Ernst
Thäelman, jefe del KPD puesto fuera de la ley?
Hubo despojos de tierras, entregas de mujeres
indias en servidumbre, crueldades con los jefes indios encerrados temporariamente
en Martín García, explotación de indígenas en estancias, cañaverales y
quebrachales y muchos abusos más. Pero también hubo un esfuerzo por parte del
roquismo de estructurar una política de Estado para beneficiar y civilizar a
los indígenas subsistentes tras la Conquista del Desierto. Como bien dicen los que han estudiado
responsablemente el tema -Susana Botte, Enrique H. Mases y otros- no hubo un
“plan genocida” de parte de Roca, sino más bien una ausencia de proyectos para después de la Conquista: el presente
del avance sobre “el Desierto” absorbió toda la atención y toda la energía de
sus realizadores. Recién después, cuando se advirtió que la masa de indios
rendidos constituían “un saldo no deseado y embarazoso” (Susana Botte dixit) de un problema que debía
resolverse humanamente, el Estado roquista fue implementando empíricamente, con
marchas y contramarchas, una serie de medidas para darle solución. Sin entrar
en más detalles que los dados arriba, cabe asegurar que las autoridades
roquistas no asesinaron a los indios rendidos (como sí hicieron con los suyos
los norteamericanos, para quienes “el único indio bueno es el indio muerto”) ni
los encerraron en campos de concentración (como hicieron los yankis durante la
Segunda Guerra Mundial con los ciudadanos estadounidenses descendientes de
japoneses). Incluso, en la medida de su relativa autonomía, ese Estado,
preservando el orden existente, puso coto a las ansias de desmedida explotación
de aquellos pobres y vencidos compatriotas indios por parte de la ávida
oligarquía porteña, incorporando a muchos de ellos al ejército nacional con goce
de sueldo. Esto también ha sido criticado por los “indigenistas”, pero cabe
preguntarse: ¿sería equitativo que los antiguos guerreros de la pampa quedaran
exceptuados de un servicio que se exigía a todos los criollos pobres? ¿No sería
este un fuero, una dispensa que rompía la igualdad ante la ley? ¿Y no quedarían si no como mano de obra
barata disponible para ser exprimida al modo servil por estancieros y
terratenientes? Es que argumentadores como este Sr. Rosa son como la gata
Flora: si se los enrolaba, alegarían “explotación” de parte de las FF.AA., y si
se los dispensaba esgrimirían “discriminación”… Pareciera que lo que molesta
tanto a los indigenistas porteños no es tanto que a los indios incorporados se
los haya maltratado -como a los soldados criollos- sino que centenares de ellos
hayan combatido valientemente en el Ejército roquista que derrotó a los
separatistas bonaerenses del gobernador Carlos Tejedor en los sangrientos combates
de 1880.
Agreguemos
que en el proyecto de Código de Trabajo pensado por el roquismo y sus aliados
socialistas, se incluyó “un apartado dedicado a los trabajadores indígenas, con
el objetivo de regular su actividad en todos sus aspectos, lo que implica su
reconocimiento como hombres libres y sujetos de derechos y obligaciones” (12).
Por
eso la historia es complicada y no se la puede explicar lineal y
simplificadamente sino al precio de suprimir de ella la parte que no se ajusta
a los dogmas preconcebidos. Las categorías de totalidad y de la contradicción
dialéctica son las bases de cualquier interpretación correcta y verdaderamente
científica de la historia. El historiador debe recoger todos los hechos
realmente acaecidos, no solamente los que apoyan una tesis preconcebida
ideológicamente. Los positivos y los negativos, si nos expresamos axiológicamente.
Lo contrario es panfletería, discurso vacuo, falta de seriedad. La impronta de
Vicente Fidel López, de Mitre y de Nahuel Moreno, en suma.
4.b) “…en
su cacería patagónica”.
FALSO. ERRÓNEO. La campaña de Roca no fue una
cacería “patagónica”, ya que no fue ni “cacería” ni “patagónica”: el General
Roca se detuvo en mayo de 1879 en las márgenes del Río Negro, avanzó hacia el
oeste hasta la confluencia de los ríos Neuquén y Limay donde nace el Negro y en
junio emprendió el retorno a Buenos Aires. Vale decir: llegó hasta donde,
convencional y geográficamente termina “el Desierto” (la pampa húmeda) y
comienza la Patagonia, donde nunca penetró. La inexistente “cacería patagónica”
(en realidad: una ocupación militar ordenada) en todo caso, no la protagonizó
el General Roca, sino el General Lorenzo Wintter, Gobernador de la Patagonia. Los
que sí cazaban literalmente indios eran los esbirros armados de los
latifundistas patagónicos, que se fotografiaban orgullosos sonriendo y con un
pie sobre el cadáver de un indígena previamente desorejado.
Autores
como Alfredo Terzaga, Jorge Abelardo Ramos y otros han demostrado la falacia
del “genocidio” y de la “cacería” por parte de Roca. Incluso un autor
decididamente antirroquista como Luis
Franco, en su afán por desprestigiar al General Roca con otros argumentos,
contradijo por anticipado hace treinta años a sus actuales denigradores. Franco
afirmó, efectivamente, en su libro “La pampa habla”, que las tribus rebeldes de
esa región no fueron, en lo fundamental, deshechas por Roca, sino por los Comandantes Racedo,
Villegas, Levalle, Wintter, Maldonado y Donovan durante los años de la
Presidencia de Avellaneda y el ministerio de Guerra de Adolfo Alsina. En su
concepto, la marcha de Roca al Desierto fue apenas una puesta en escena para la
campaña electoral que se aproximaba, ya que el vencedor de Mitre era el
candidato de la provincias a la primera magistratura de la Nación (13). Coincidentemente, Liborio
Justo había afirmado que la empresa roquista no había sido más que “un
verdadero paseo militar” (14). Se
esgrime la “tesis negra” o la “tesis blanca”, según convenga. Una y otra eran
mutuamente contradictorias, pero no importa, ya que la finalidad de tales
“análisis” no es la de alcanzar la verdad, sino “desmonumentalizar” y demonizar
al gran Presidente argentino. Como escribe Terzaga, “a lo que parece, el mérito
debió consistir en que se tratara de un periplo sangriento desde Plaza de Mayo
hasta Choele-Choel, con el General al frente blandiendo su espada tinta en
sangre… (15). Nuevamente
estamos en presencia del “gataflorismo”
historiográfico: si hubiera hecho esto, habría sido un “sanguinario
genocida”; si no lo hubiera hecho, estaríamos en presencia de un “farsante” que
hacía su campaña política rodeado “de Estado Mayor, clarines, banderas, y hasta
sotanas y sabios” (16), según
Franco.
5)
Rosa transcribe esta noticia de La
Nación del 17-11-1878 “El (Regimiento) Tres de Línea ha fusilado, encerrados en un corral, a
sesenta indios prisioneros…”.
DUDOSAMENTE CIERTO PERO
UNILATERAL. Dudosamente, porque es una información dada por el diario
mitrista, interesado en enlodar y difamar siempre a Roca y los roquistas.
Suponiendo haya sido cierto: es un hecho lamentable y repudiable, sí. Pero ¿no
habría que compensarlo con las matanzas de gente inocente realizadas por los
malones indígenas? Por ejemplo -y sólo un ejemplo-, la llamada “Invasión
Grande” de Namuncurá a la provincia de Buenos Aires a fines de 1875: “solamente
en Azul -dice Juan Carlos Walther- 400 vecinos fueron asesinados, 500
cautivados y los indios arrearon unos 300.000 animales” (17). ¿O es que la vida de aquellos
argentinos no valía tanto como la de los aborígenes de 1878/9?
De todas maneras, episodios de este tipo ocurren desgraciadamente en
todas las guerras y no son patrimonio de los militares argentinos. El mismo
Calfucurá, alabado por el ultraindigenista Guillermo Magrassi como el “héroe
máximo” de las pampas y “prototipo de sus virtudes” (18) -lealtad, valor, respeto a la palabra empeñada-, asesinó a traición en
1835, en las cercanías de la laguna Masallé, a decenas de indios voroganos que
lo habían recibido en son de paz para dar comienzo a su hegemonía en la pampa
argentina, que invadía viniendo de Chile, de donde eran originarios él y su
tribu (19). Lo
importante es saber que no se trataba de una
política general deliberada, sino
de episodios sueltos imposibles de evitar en los enconos propios de toda
contienda bélica. Las barbaridades del Tres de Línea o los asesinatos
injustificables del Teniente Ramón Lista de ningún modo son representativos del
sentir del General Roca y de su proyecto civilizatorio, que si no fue mejor
como pretenden anacrónicamente desde la actualidad sus críticos, se debió a que
estaba condicionado por las ideas de la época. Por el contrario: la orden de
Roca para sus tropas fue: “Se guardará de ejecutar ningún acto de hostilidad
con estos indios, sin ser de ningún modo provocado” (20).
Si tuviéramos que
elegir, esquemáticamente, entre dos actitudes posibles del Conquistador de
Desierto, habría que decir entonces, que, en todo caso, su conducta se parece más al “paseo militar” que al “genocidio
inhumano” que sus propios detractores, en su incoherencia, hacen inexistente.
6) “…bajo su gobierno murió
el primer trabajador por represión, en un acto del 1° de Mayo”, escribe en otra muestra de ignorancia nuestro autor sub-examen.
FALSO. Los primeros trabajadores abatidos por la represión lo fueron
mucho antes del gobierno de Roca. Fueron los paisanos de Artigas, de Estanislao
López, de Pancho Ramírez asesinados por las tropas enviadas a las provincias
por los gobiernos porteños del Directorio desde 1814. ¿O acaso aquellos
criollos que se desempeñaban como artesanos, pastores, puesteros, tejedores,
pulperos, desolladores, arrieros, troperos, conductores de carros y tantos
otros oficios, masacrados por los Comandantes Viamonte, Montes de Oca, Díaz
Vélez, Haedo y otros no eran tan trabajadores como el marinero Juan Ocampo que
menciona Rosa? ¿No lo eran también lo centenares que Mitre y Sarmiento hicieron
asesinar por sus generales uruguayos cuando enviaron sus expediciones punitivas
a las provincias después de la batalla entregada de Pavón? Joaquín V. González
constataba que el apoyo al Chacho Peñaloza en 1863 “era numeroso en la clase trabajadora del pueblo,
particularmente entre los artesanos”. Y agrega Fermín Chávez que al retirarse
el Chacho derrotado en la batalla de Las Playas, “quedan manteniendo el
desigual combate con heroica bravura los
artesanos de Córdoba, que han dejado el martillo” (21). La lucha social
no comienza con la administración de Roca. La precede y la sigue hasta hoy. Eso
debería saberlo un dirigente como Mariano Rosa. Es que la visión porteña y
antinacional del Sr. Rosa le hace creer que los primeros y únicos trabajadores
fueron los de origen inmigratorio que entraron por el puerto de Buenos Aires,
ignorando toda la historia previa del mundo del trabajo criollo.
7) “…promulgó la Ley de
Residencia en 1903”, acusa Rosa en vez de enunciar.
CIERTO PERO UNILATERAL. La aristocracia terrateniente (a la cual ya se
había integrado parte del roquismo -otra parte se haría yrigoyenista- a veinte
años de la conquista del poder, en virtud de la vertiginosa prosperidad que la
semicolonia privilegiada estaba disfrutando), la elite aristocrática, decimos,
asustada por la propaganda anarquista y la protesta obrera, que eran una
novedad en esta sociedad agraria y pastoril, hace aprobar esta siniestra Ley el
22 de Noviembre de 1902 (y no 1903 como dice el articulista). Ella es un baldón
para Roca y la Generación constructora del Estado moderno. Se puede explicar
por las condiciones de época y lugar, pero no justificar. Pero como bien dice
Norberto Galasso en su extraordinaria “Historia de la Argentina” -sin duda la
mejor jamás escrita- “como la historia se complace en no ser lineal y aun peor,
poco apta para los simplificadores” (22), se debe recordar, junto a esta repudiable legislación, que Roca no
encaró la “cuestión social” solamente con represión, sino que encargó al
socialista catalán Juan Bialet Massé un estudio sobre el estado de las clases
trabajadoras en todo el país e hizo proyectar un Código de Trabajo (el más
avanzado de la época) en el que colaboró el grupo de socialistas integrado por
el mismo Bialet, José Ingenieros, Manuel Ugarte, Augusto Bunge, Leopoldo
Lugones y Enrique del Valle Iberlucea. La oposición lógica y esperable de las
organizaciones patronales y la oposición ultra-miope de anarquistas y
socialistas juanbejustistas impidió que se aprobara por el Congreso ese
instrumento legal que contenía ya conquistas que al proletariado le costaría 40
años de lucha conseguir: “la jornada de
ocho horas, la limitación de las horas
de trabajo de los jóvenes obreros, la supresión del trabajo nocturno; el
descanso semanal de 36 horas continuadas (sábado inglés); la prohibición de
trabajar a los niños menores de 14 años; la exclusión de las mujeres de ciertos
trabajos; el salario mínimo para los trabajadores del Estado; el alojamiento
higiénico para los obreros que algunos patrones alojan; la higiene y la
seguridad en el trabajo; la responsabilidad patronal por los accidentes; el
reconocimiento de las organizaciones obreras y los tribunales mixtos de obreros
y patrones”(23).
¡Estaba bastante bien para un general “genocida”, “represor” y “jefe de la
oligarquía”!
8) “La Campaña del Desierto tuvo
como saldo la conformación del latifundio”, prosigue Rosa.
PARCIALMENTE CIERTO. La conformación del latifundio no comienza con
Julio Argentino Roca, sino mucho antes: la primera tanda de latifundistas se
integra con los beneficiarios de la Ley de Enfiteusis de Rivadavia; la segunda
con las ventas a precio vil de tierras fiscales por parte de Juan Manuel de
Rosas; y recién la tercera con los campos obtenidos en la Conquista del
Desierto (24). Sin
embargo, se debe aclarar que Roca y aquellos hombres de la Generación del
Ochenta, al organizar esa “Conquista”, no estaban pensando en fines mezquinos
como proporcionarles latifundios a los terratenientes bonaerenses. Este
apoderamiento de las ricas praderas de la pampa húmeda fue más bien una
consecuencia obligada del financiamiento previo de la campaña hecho por parte
de los terratenientes y del proceso social y político inmediatamente posterior
que ellos hegemonizaron, porque Roca y sus amigos en realidad pensaban en
grande: unificar el espacio geopolítico nacional, asegurar la posesión de la
Patagonia frente a los chilenos y los aventureros como el francés “Oreille
Antoine I, Rey de Araucanía y Patagonia” (25), e incorporar a la producción nacional aquellas 15.000 leguas de pampa
ubérrima ante las cuales los indios se comportaban como el perro del hortelano,
que “no come y ni deja comer”. Que esa producción no se organizara luego al
modo democrático de la pequeña y mediana propiedad (la “vía norteamericana” de
los farmer), sino al modo
latifundista, extensivo y parasitario (la “vía prusiana”) no dependió de Roca,
sino de la totalidad del proceso histórico argentino precedente y de las
acciones subsiguientes de la clase dominante, como decimos.
Resulta
de mucha mala fe que Franco apunte a Roca como el gran impulsor del latifundio
oligárquico y alabe sin medida a Adolfo
Alsina, el cual por “su condición de político y civil”, aspiraba, dice, “a triunfar con el máximo de provecho y
el mínimun de gastos económicos y también humanos” (26), pero oculte cuidadosamente que no fue Roca sino precisamente Alsina, quien, como miembro de la clase
gobernante bonaerense, estaba interesado en la extensión del poder
terrateniente. En efecto, Alsina, siendo
Ministro de Guerra de Avellaneda, “en sus mensajes y en sus cartas a
Roca invocó varias veces el interés de los ganaderos bonaerenses y la necesidad
urgente de ampliar las áreas explotables” (27)
(Y abstengámosnos,
compasivamente, de analizar por lo menudo la grosera “sociología de sastrería”,
practicada por Luis Franco et al, para la cual los civiles son “los buenos” y
los uniformados “los malos”. Solo recordaremos que Krieger Vasena, Martínez de
Hoz, Menen y Cavallo fueron civiles como Mariano Moreno, Yrigoyen o Roque Sáenz
Peña, mientras que San Martín, Mosconi, Savio y Baldrich fueron militares como
Paunero, Uriburu, el Almirante Rojas o Videla. El asunto es más complejo de lo
que imaginan los sociólogos-sastres…)
Briones y Delrío, no obstante su antipatía
por la “Conquista del Desierto”, a fuer de
honradez intelectual, ponen de relieve en uno de sus trabajos que
mientras el Congreso de la Nación -cuyas
bancas ocupaban, obviamente, los representantes de las clase oligárquica
dominante- dictaba leyes que favorecían la acumulación privada de las tierras
públicas en pocas manos, el General Roca, como Presidente de la República,
otorgaba directamente por decreto extensiones considerables de campos a las
tribus que hasta hacía poco combatiera y hasta las defendía de abusos de los
terratenientes. Así, en su segunda presidencia (1898-1904), “ante los intentos
de los estancieros vecinos por adueñarse de las tierras que ahora ocupan” los
miembros de la tribu del cacique Miguel Ñancuche Nahuelkir, informado por éste,
crea inmediatamente la “Colonia Cushamen” en sus tierras del Chubut, en su
favor, con una superficie de 125.000 hectáreas (28).Igualmente,
en La Pampa Central, cuando el comerciante-proveedor de la tribu (un tal
Güiraldes, apellido de terratenientes), se presenta a la comunidad de Caleu y
Curunao Cabral con un documento que lo
hace dueño de sus tierras, Roca los escucha y los protege con “el decreto de
formación de la Colonia Pastoril Emilio Mitre” (29). En 1899, cuando Bibiana García
Catriel reclama tierras “para los restos de la tribu de Catriel, errantes por
el Rio Negro”, el Presidente se las concede en las Colonias “Valcheta” y
“Catriel”, que crea (30). Otro
decreto, del 24 de febrero del mismo año, concede tierras en La Pampa a la
gente del cacique Ñankufil Calderón. En el Chubut, consigue sus tierras la
tribu del cacique Kankel y en Río Negro
la de los seguidores del cacique Ancalao, en 1900, en las vecindades del Arroyo
Las Minas (31).
A esta altura del texto, es
pertinente señalar que la figura de Roca y sus partidarios no debe juzgarse
solamente por el “saldo” de la Campaña del Desierto, como dice Rosa, sino por
el saldo total de todos sus doce años
de gobierno: ese saldo incluye, aparte de la conquista de la pampa, la
inmigración de masas para un país vacío como el nuestro, la federalización de
Buenos Aires, la secularización de las instituciones, una política exterior de
fraternidad americana, la unificación monetaria y la centralización del
Ejército nacional con prohibición de las milicias provinciales. Estos logros
son los que permiten ver al General Roca como lo que realmente es: el
constructor de la Argentina moderna.
Es curioso que indigenistas y
ultraizquierdistas se empecinen en presentar a Roca como “genocida” y no digan
nunca una palabra contra los verdaderos genocidas: Sarmiento y Mitre, que
asolaron las provincias cuando tuvieron poder, con miles de muertos, y
destruyeron el Paraguay exterminando a casi ¡un millón de habitantes! El
Senador por Santa Fe don Nicasio Oroño,
contemporáneo de Mitre, informó en el Congreso de la Nación que durante los
seis años del gobierno del “vencedor” de Pavón hubo en las provincias 4.728
muertes, y Eduardo Wilde escribía por esos años que “Don Bartolo… ha
sacrificado centenares de víctimas, miles diría, si recordara las carnicerías de Sándes” (32).
El Sr.
Rosa y sus correligionarios se conduelen por los indígenas de la Patagonia,
pero no se les mueve un pelo por los argentinos criollos del Interior y los
millares de paraguayos asesinados. Eso es porque son “mitro-marxistas”:
coinciden con la leyenda porteño-mitrista en su visión histórica y en los
hechos contemporáneos que sus aliados objetivos protagonizan. Nada es casual.
9) Y
termina con esta frase que cree muy feliz:
Hitler representaría la civilización porque construyó autopistas y promovió el
Volkswagen, ya que Roca sería “abanderado de la civilización porque creó el
Registro Civil o el Banco Hipotecario”.
COMPARACION FORZADA Y DE MALA
FE. Ironía original de Osvaldo Bayer, que pretende ser fina pero es sólo
errónea. El crítico ignora que Hitler hizo otras “cositas” aparte de esas dos:
reactivó la economía alemana, detuvo la inflación, reabsorbió a millones de
desocupados, creó el ejército más poderoso de Europa y unificó la nacionalidad
alemana con el Anschluss. Estas realizaciones explican el apoyo de
masas que el Führer tuvo de su pueblo hasta último momento. Pero no por eso él
representaba la “civilización”. Como todos saben, sólo representaba la barbarie
en su peor expresión.
En cuanto al General Roca,
según dijimos arriba, él hizo también algunas “cositas” más que las dos que le
reconoce el Sr. Rosa (¡qué mezquino!). Y lo hizo sin perseguir a los judíos,
sino, por el contrario, promoviendo la inmigración hebrea, cuyo primer
contingente importante llega durante su mandato en el vapor “Wesser”, en 1889.
No hay punto de comparación.
Por supuesto, hubiera sido mucho mejor que se conquistase el Desierto
para la producción agropecuaria y para la soberanía nacional sin que corriese
la sangre de nadie y sin que el latifundio impusiera su impronta retardataria.
Pero, como escribiera Hegel, “la historia avanza por su lado malo”. Los
intentos pacíficos de los jesuitas y sus misiones y los de Alsina y su zanja
habían fracasado y el plan de Álvaro Barros era impracticable, y el país no
podía esperar cincuenta años más para ver si otro proyecto de esa índole
lograba en una o dos generaciones integrar a las tribus indígenas a la
comunidad argentina. La Patagonia se hubiera perdido a manos de Chile y la
pampa húmeda habría llegado tarde al mercado mundial que demandaba con urgencia
sus carnes y su producción cerealera de
clima templado. El país trasandino ocupado en su Guerra del Pacífico contra Perú
y Bolivia y Europa interesada en adquirir todo lo que la llanura ubérrima
produjera, indicaban que esa era la oportunidad de iniciar la Campaña del
Desierto y Julio A. Roca tuvo la genialidad de comprenderlo.
Como ha citado el Dr. Raúl
Faure, Ramón J. Cárcano, “con su habitual penetración, sintetizó en este
concepto el significado de la campaña: La
solución resuelve una lucha permanente de tres siglos, dobla la extensión
territorial, multiplica las empresas capitalistas y los rendimientos del
trabajo y asegura las fronteras del sur
contra la codicia extranjera” (33). Era el lenguaje
directo pero sincero de aquella generación que tenía en el cordobés su último retoño.
No podemos, como conclusión, sino compartir el juicio que sobre este
debatido asunto hizo Roberto F. Giusti hace ya más de medio siglo: “Contra las
ucronías pampeanas de los indigenistas, yo argumentaría diciéndoles que la
conclusión de ese proceso histórico fue fatal, no el fruto sangriento de
crueles doctrinas racistas, sino el desenlace inevitable de una guerra entre
dos mundos que no podían coexistir” (34).
De manera que, a nuestro
criterio, el general Roca se merece todos los monumentos, bustos, avenidas,
calles, cortadas, parques, plazas y ferrocarriles que se le han dedicado.
Córdoba, 22 de Febrero de 2015
N O T A S
1) Gabriel del Mazo: “El Radicalismo”, Editorial Raigal,
Buenos Aires 1951, Tomo I, pág.64.
2) Manuel Gálvez: “Vida de Hipólito Yrigoyen”, Editorial TOR,
Buenos Aires 1951, pág. 94, y Álvaro Yunque: “Leandro N. Alem, el hombre de la
multitud”, Editorial Americana, Buenos Aires 1953, pág. 352.
3) Alfredo Díaz de Molina: “La Oligarquía Argentina”,
Ediciones Pannedille, Buenos Aires 1972, Tomo 2, pág.668.
Los “bernardistas” eran los radicales conservadores que
reconocían el liderazgo de don Bernardo de Irigoyen, sin parentesco con el
caudillo popular Hipólito Yrigoyen.
4) Horacio Videla: “Historia de San Juan”, Editorial Plus
Ultra, Buenos Aires 1984, pág.92.
5) Norberto Galasso: “Historia de la Argentina”, Editorial
Colihue, Buenos Aires 2012, Tomo II, pág. 41.
6) Jaime Eyzaguirre: “Historia de las instituciones políticas
y sociales de Chile”, Editorial Universitaria, Santiago de Chile 1990,
págs.164/165.
7) Carlos Martínez Sarasola: “Nuestros paisanos los indios”,
Editorial EMECE, Buenos Aires 1992, pág. 570.
8) Roberto A. Ferrero: “La Conquista del Desierto, los
indígenas y el indigenismo”, en Revista Disenso N° 19/20, Buenos Aires 1999,
pág. 35.
9) Norberto Galasso: op. cit., Tomo
I, págs .509/10.
10) Enrique Hugo Mases: “Estado y Cuestión Indígena. El
destino final de los indios sometidos en
el sur del territorio (1878-1930)”, Ed. Prometeo Libros, Buenos Aires 2010,
págs. 237/38.
11) Idem. : págs. 205/210.
12) Idem. : págs. 279/280.
13) Luis Franco: “La pampa habla”, Ediciones La Verde Rama,
Buenos Aires 1982, pág.179.
14) Liborio Justo (“Quebracho”), cit. en Alfredo Terzaga y
Rafael Garzón: “La Colonización de la Patagonia y la Cuestión Indígena”, Ed.
Universidad Nacional de Rio Cuarto, Rio Cuarto 2002, pág. 137. Guillermo
Magrassi adhiere a este punto de vista (V. su op. cit. abajo, pág. XIX.)
15) Alfredo Terzaga: “Historia de Roca”, Peña Lillo Editor,
Buenos Aires 1976, Tomo 2, pág.99.
16) Luis Franco: op. cit., pág. 179.
17) Juan Carlos Walther: “La Conquista del Desierto”, Círculo
Militar, Buenos Aires 1964, pág. 452.
18) Guillermo Magrassi: “Prólogo” al libro de Estanislao S.
Zeballos: Callvucurá y la Dinastía de los Piedra”, CEAL, Buenos Aires 1981,
Volumen 1, pág. XVIII.
19) Ernesto Del Gesso: “Pampas, araucanos y ranqueles”,
Patagonia Sur Libros, Buenos Aires 2.007, págs. 89/90, y Mariana Vicat:
“Caciques Indígenas argentinos”, Ediciones
Libertador, Buenos Aires 2.008, págs. 78/80.
20) Julio A. Roca, cit. en Alfredo Terzaga Moreyra: “Los
indios de Roca y los indigenistas posmodernos”, Edición de Fundación Cruz del
Sur, Córdoba 2.007, pág. 12.
21) Cit. en Jorge Abelardo Ramos: “Revolución y
contrarrevolución en la Argentina”, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires 1965,
Tomo I, pág. 202.
22) Norberto Galasso: op. cit., Tomo
I, pág. 509.
23) Jorge Abelardo Ramos: op. cit., Tomo I, pág. 429.
24) Jacinto Oddone: “La Burguesía terrateniente argentina”,
Ediciones Libera, Buenos Aires 1967, passim, y Osvaldo Barsky-Jorge Gelman:
“Historia del Agro argentino”, Editorial Grijalbo Mondadori, Avellaneda 2001,
passim.
25) Francois Lepot: “El Rey de Araucanía y Patagonia”,
Editorial Corregidor, Buenos Aires 1995, passim.
Orelie Antoine de Tounens fue un aventurero francés que,
entre 1860 y 1876, tratará por cuatro veces de apoderarse del inmenso Sur de
Chile y Argentina, proclamándose “rey” de esas
regiones con la adhesión de varias tribus chilenas y el apoyo de la
banca de su país y el visto bueno de la Armada imperial de Napoleón III. De
haber logrado sus propósitos, la Patagonia sería hoy sin duda un Estado semiindependiente,
vasallo de Francia como lo fue Canadá de Gran Bretaña en el Siglo Peligros como éste se aventaron con la acción
de Roca.
26) Luis Franco: op. cit., pág. 165.
27) Alfredo Terzaga: op. cit., Tomo 2, pág.22.
28) Claudia Briones y Walter Delrío: “Patria sí, colonias
también”, en Ana Teruel et al (compiladores): “Fronteras, Ciudades y Estados”,
Alción Editora, Córdoba 2.002, págs. 67/68.
29) Idem: págs. 68/69.
30) Idem: pág. 67
31) Idem: pág. 70
32) Citados en Norberto Galasso: op. cit., Tomo I, pág. 386.
El Comandante Ambrosio Sandes fue uno de los sanguinarios
militares uruguayos al servicio de Mitre que devastaron y saquearon el interior
argentino con ferocidad nunca vista. Respecto a los federales riojanos, a los
que acudía a reprimir Sandes en marzo de 1863, el “civilizador” Sarmiento le
aconsejaba al Presidente Mitre: “Si Sandes va, déjelo ir. Si mata gente,
cállese la boca. Son animales bípedos (los riojanos) de tal perversa condición
que no se qué se obtenga con tratarlos mejor” (Carta del 24-3-1863, cit, en Norberto Galasso: op.
cit., Tomo I, pág.392.). Sandes no daba cristiana sepultura, como se
acostumbraba, a los soldados provincianos
que asesinaba: los quemaba en montones en lo que se conocía como “las
carboneras de Sandes”.
33)Raul Faure: “Roca: a cien años de la conquista del desierto”, en su libro “La Soledad de los
precursores”, Editorial Imágen S.A., Córdoba 1979, pág. 8.
34)Roberto F. Giusti: “Estudio Preliminar” al libro de
Estanislao S. Zeballos: “Callvucurá-Painé-Relmu”, Editorial Hachette, Buenos
Aires 1961, pág. 23 (el texto es de 1954).
(Objetada su publicación en la Revista de la Junta Provincial
de Historia de Córdoba, a fines de 2015.)