La Voz del Interior, 10 de julio de 2017
Por Alfredo Sapp - Abogado
Nuestro país carece de entidades similares a la ENA.
La mayoría de los dirigentes políticos forjan su accionar en la militancia
inorgánica.
La Escuela Nacional de Administración (ENA) es la
entidad francesa encargada de la formación de cuadros político-técnicos en
distintas áreas, con la finalidad de nutrir a la administración pública de esa
república.
Fue fundada hace mas de 70 años por el presidente
Charles de Gaulle, quien vislumbraba la necesidad de transformar
estructuralmente la administración pública de la república una vez finalizada
la Segunda Guerra Mundial.
Curiosamente, su conducción fue confiada a Maurice
Thorez, vicepresidente del Consejo de Estado y secretario general del Partido
Comunista, lo cual denota que, al tratarse de políticas de Estado de largo
plazo, las banderías partidarias y sectoriales quedan de lado.
ENA brinda formación en Derecho Nacional, Relaciones
Internacionales, Ciencias Sociales, Economía y Administración. En ella se
forman las élites gobernantes de diversas fuerzas políticas.
Primeros ministros como Édouard Balladur, Alain Juppé
y Lionel Jospin; presidentes como Valery Giscard d’Estaing, Jacques Chirac o el
actual, Emmanuel Macron; ministros y funcionarios varios transitaron sus
claustros para ejercer las más encumbradas responsabilidades de Estado en la
segunda potencia europea.
ENA es una escuela para el alto funcionariado. Su
misión es el diseño, la implementación y la evaluación de políticas públicas,
mediante la formulación de análisis políticos, económicos y financieros; la
propuesta de políticas concretas de gestión en su vertiente más práctica, y el
desarrollo de capacidades innovadoras para aportar soluciones administrativas.
La inversión del Estado francés en la ENA es muy
importante. Sus egresados ocupan cargos en el Estado con la obligatoriedad de
permanecer en él durante 10 años para retribuir su formación, en una notable
conjunción de beneficios recíprocos.
Históricamente, el sistema de partidos políticos y la
ENA se han complementado, y en la práctica se verifica la incidencia del
conocimiento y la formación profesional de sus cuadros, aplicados luego a la
confrontación política.
La Constitución nacional, en su artículo 38, consagra
a los partidos políticos como “instituciones fundamentales del sistema
democrático”. Como lógica consecuencia, sus miembros deberían contar con la
capacitación político-técnica suficiente para cumplir de modo cabal el mandato
constitucional.
Nuestro país carece de entidades similares a la ENA.
La mayoría de los dirigentes políticos forjan su accionar en la militancia
inorgánica e improvisando sobre la marcha. Su formación profesional pasa más
por la inquietud personal que por políticas institucionales basadas en la
capacitación.
No obstante, con sus defectos, el sistema de partidos
políticos ha mantenido un ámbito de contención medianamente adecuado para la
práctica de la actividad, aunque la crisis que los atraviesa en todo el mundo
marca una realidad de la que nuestros partidos no escapan.
El proceso de selección de candidatos constituye un
elemento esencial de la política. Como consecuencia de la crisis de
representación, la opinión pública privilegia el ascenso de figuras personales
por sobre estructuras partidarias, lo cual, lejos de aportar soluciones, agrava
la situación, alcanzada por un pronunciado cono de sombra por responsabilidades
propias de la política.
La realidad indica que muchos candidatos ajenos son
adelantados alumnos en adquirir lo peor de la actividad haciendo propias,
rápidamente, viejas corruptelas de la política en lugar de prestigiarla y
aportar aires renovadores. Los ejemplos de Silvio Berlusconi en Italia y Donald
Trump en Estados Unidos son esclarecedores.
Coadyuva a este estado de cosas la selección
indicativa de candidatos por el seudoprocedimiento de la “lectura de
encuestas”, que importa una total deformación institucional atentatoria del
sistema de partidos y, por ende, del sistema democrático.
La valorización de la palabra y las ideas –elementos
centrales del debate político– es imprescindible para el resguardo y la
recuperación del sistema, debiendo prevalecer por sobre la política gestual y
de imagen vaciada de contenido.
Es una obligación cívica de los ciudadanos indagar de
forma exhaustiva en los antecedentes y las capacidades de candidatos cuya
actividad habitual nunca estuvo vinculada con la política y la gestión pública.
Los países más avanzados del mundo poseen sistemas de
partidos políticos formados, consolidados y con miembros altamente capacitados;
el desarrollo político ha sido el presupuesto de su desarrollo económico y
social.
* Abogado