DEBE CUBA A LA ARGENTINA
Juan Bautista Tata
Yofre
Infobae, 23 de
Enero de 2023
El domingo 14 de
enero de 1962 La Nación publicó una nota que causó revuelo en el mundo político
de Buenos Aires. Era un artículo “especial” para el diario y estaba escrito por
John Rutledge, quien sería internacionalmente conocido al año siguiente por su
cobertura para el Dallas Morning News del asesinato de Lee Harvey Oswald
(acusado del magnicidio de John F. Kennedy) por Jack Ruby en Dallas, Texas.
La nota llevaba
como título “La acción de Cuba en América Latina” y se basa en confidencias de
un ex secretario de la Embajada de la Argentina en La Habana. El periodista
americano escribe que “Cuba proyecta infiltrarse en forma intensa y bien
organizada [en la Argentina], ayudada por algunos compatriotas”.
El diplomático
argentino señaló que Ángel Borlenghi (ex Ministro del Interior de Perón) y
otros integrantes del peronismo trabajaban intensamente con los cubanos. Las
declaraciones no dejaban de ser sorprendentes: “Sobre América Latina pesa una
sentencia de muerte, a menos que se emprenda inmediatamente un esfuerzo
concertado. Cuba tiene las fuerzas armadas más poderosas de América Latina,
mayores que las de México, Venezuela, Colombia y la República Dominicana juntas
[…] Hay bases de cohetes en la isla, pero no puede asegurarse que se trate de
cohetes atómicos”.
Dos días más tarde
–el martes 16– La Nación publicó, desde Madrid, una “rectificación de
partidarios de Perón” tras la sorpresa causada por la nota de Rutledge. Se
aclaraba que “Perón sintió simpatías por el movimiento político de Fidel
Castro, hoy está en desacuerdo con aquél por su clara tendencia comunista”.
Desde Roma, el ex ministro Borlenghi calificó de “ridícula” la nota y afirmó:
“Soy antiimperialista, pero más que nada soy abiertamente anticomunista”. En la
misma edición, apareció una declaración del presidente John Kennedy en la que
adelantaba que “Castro será sancionado en Punta del Este durante la cumbre de
la OEA”.
Como le había
anticipado Kennedy a Frondizi en diciembre de 1961 durante la reunión en Palm
Beach, Colombia presentó el 27 de enero un plan ante la Conferencia de la OEA.
En él se determinaba la expulsión de Cuba de la organización panamericana.
Faltaba un voto para llegar a los dos tercios e importantes países del
continente (Argentina, Chile, Brasil, México, Ecuador) se mostraban reacios a
la expulsión o la exclusión de Cuba del sistema interamericano. Unas horas más
tarde, el voto de Haití aseguró los la mayoría requerida, sin la participación
de la Argentina y Chile.
Cuba, afuera de la
OEA
El 30 de enero se
aprobó una resolución y se votó la expulsión por 14 sufragios a favor, 1 en
contra (Cuba) y 6 abstenciones (Argentina, México, Chile, Bolivia, Brasil y
Ecuador). Uno de los puntos de la resolución disponía: “El actual gobierno de
Cuba, que oficialmente se ha identificado como un gobierno marxista-leninista,
es incompatible con los propósitos y principios del sistema interamericano […]
Esta incompatibilidad excluye al actual gobierno de Cuba de su participación en
el sistema interamericano”. Nótese que la resolución dispone excluir y no
expulsar, sutileza que fue planteada por la Argentina en diferentes diálogos y
negociaciones y que después no tuvo en cuenta. Otra decisión que se tomó fue la
exclusión de Cuba de la Junta Interamericana de Defensa.
Tras lo resuelto
por la Octava Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la
OEA, los más destacados defensores del gobierno de Arturo Frondizi dirían que
Punta del Este dejó como herencia para los años venideros la instalación de la
Guerra Fría en Latinoamérica. Los documentos desclasificados por algunos países
del Pacto de Varsovia desmienten tales afirmaciones. Estados Unidos no trajo el
conflicto al continente. Fue Fidel Castro el que llamó a la Unión Soviética a
instalarse en Cuba. Y detrás de la URSS llegaron otros países del Pacto de
Varsovia.
La Crisis de los
Misiles de octubre de 1962 es la punta del iceberg de un enorme cuerpo que no
se veía y que había sido instalado desde 1959 con la complicidad castrista y,
por qué no, la desidia y la estupidez norteamericanas. La “exportación de la
revolución” nació en las mentes alocadas de Castro y Guevara, pero la
implementación a nivel continental se llevó adelante cuando intervino el KGB.
La repercusión interna que provocó la abstención argentina sobre la cuestión
cubana generó todo tipo de críticas y reuniones de los mandos militares en
Buenos Aires.
El 1º de febrero,
en medio de rumores de golpe de Estado, los secretarios militares y Frondizi
mantuvieron una prolongada y álgida reunión. De acuerdo con lo informado por
una nota de La Nación del día siguiente, el presidente ofreció: 1) convocar
sine díe a Julio Amoedo, el embajador en La Habana; 2) revisar la política
exterior, y 3) pedirle la renuncia al canciller Cárcano. El 3 de febrero, desde
Paraná, Frondizi defendió su gestión política y criticó a las minorías que
–según él– no entendían el momento que se vivía y de forma angelical dijo: “Lo
que se está discutiendo en América no es la suerte de un caudillo extremista
que se expresa a favor de un orden político que nada tiene que ver con la
realidad de nuestros pueblos, sino el futuro de un grupo de naciones
subdesarrolladas que han decidido libremente ascender a niveles más altos de
desenvolvimiento económico y social”. El presidente aventuró que, si no se
respetaba esta regla de hierro, “un continente entero se convulsionará política
y económicamente”. Para ese momento, Cuba entrenaba a terroristas argentinos y
había atacado Dominicana, Panamá y Venezuela.
Arrastrada por
presiones militares y civiles, el 8 de febrero de 1962 la Argentina rompió
relaciones diplomáticas con Cuba. Tanto en Buenos Aires como en La Habana,
ambos países comenzaron a desalojar sus edificios y trasladar sus documentos
secretos y sus muebles. En Cuba, la embajada suiza se hizo cargo de los asuntos
argentinos.
En 1973, cuando se
restablecieron las relaciones diplomáticas, el gobierno argentino abonó una
suma cercana al medio millón de dólares al gobierno suizo por el depósito de
sus muebles, archivos y otros enseres en La Habana. Entre esos “enseres”, los
diplomáticos del Palacio San Martín se encontraron con objetos de valor
entregados a la Embajada de la Argentina por ciudadanos cubanos temerosos de
ser robados por las triunfantes fuerzas revolucionarias: alhajas, fuentes de
plata, cuadros y una caja con medio millón de pesos cubanos de fines de los
cincuenta.
Las relaciones de
Argentina con Cuba
El consejero
Héctor Tejerina fue uno de los funcionarios. La crisis generada por la
“cuestión cubana” desgastó al gobierno de Frondizi. Ahora llegaría el golpe
final con la victoria del peronismo en las elecciones provinciales del mes de
marzo de 1962. Tras once años y cinco presidentes constitucionales y de facto,
el 28 de mayo de 1973, oficialmente, la Argentina y Cuba restablecieron sus
relaciones diplomáticas con un protocolo que firmaron los cancilleres Juan
Carlos Puig y Raúl Roa García.
El texto del
documento era un ejemplo de la liviandad diplomática por cuanto se sabía y
sospechaba que Cuba intervino, intervenía e intervendría en la Argentina de
manera solapada. A comienzos de mayo de 1973, Carlos Alberto Cámpora había
viajado a La Habana con una carta de su padre, invitando al gobierno cubano a
la asunción presidencial el 25 de mayo de 1973. Fidel Castro no viajó pero sí
lo hizo el presidente Osvaldo Dorticós Torrado, acompañado por el canciller
Raúl Roa y Emilio Aragonés, un funcionario que trataba a Perón desde hacía un
largo tiempo y que sería designado embajador en Buenos Aires.
Desde Washington
se observaban estos movimientos y con toda presteza Richard Nixon movió a
William Rogers, su secretario de Estado y meses más tarde se designaría a
Robert “Bob” Hill embajador en Buenos Aires, quien había tratado a Perón en
Madrid desde sus tiempos de embajador ante el gobierno de Francisco Franco.
A las 18.30 del 24
de mayo de 1973 el avión IL-62 Ilishyn de Cubana de Aviación llegó a Ezeiza y
Dorticós era esperado por el presidente electo Héctor Cámpora. Entre los
funcionarios argentinos se pudo ver a Benito Llambí oficiando de Jefe de
Ceremonial, el mismo que cincuenta días más tarde sería el Ministro del
Interior durante el interregno del diputado Alberto Lastiri, una vez que Perón
echó a Cámpora del gobierno.
El 6 de junio de
1973, el embajador estadounidense en la Argentina, John Davis Lodge, firmó un
cable cifrado para el subsecretario de Estado Kubisch en el que dice: “Muchos
antiperonistas tradicionales están cambiando su punto de vista debido a su
convicción de que Perón es la única persona que puede salvar a la Argentina en
este momento. Hay una marea considerable a su favor. Basado en las
conversaciones que he tenido con personas notables, creo que lo que Perón
realmente quiere es el reconocimiento público por parte de los Estados Unidos
de su papel único de liderazgo en la situación argentina actual […] Sería apropiado,
creo, que le entregue a Perón una carta personal del presidente Nixon. El
asunto es urgente y, si podemos manejarlo de manera efectiva, podría producir
beneficios de incalculable importancia no solo en las relaciones entre Estados
Unidos y Argentina, sino en toda América Latina.”
La deuda cubana
“A través de
Vázquez—relató el entonces consejero Héctor Tejerina (mi cuñado fallecido), un
diplomático que siguió de cerca esos trámites—nos enteramos que Argentina había
concedido un crédito a Cuba de más de mil millones de dólares para la compra de
productos argentinos, principalmente automóviles Fiat y Ford Falcon, para
renovar el parque automotor, deteriorado por el embargo y consecuentemente con
la falta de repuestos para los antiguos vehículos estadounidenses.
Con el regreso de
Perón a la Argentina, el 20 de junio de 1973, la iniciativa Cámpora-Vázquez
siguió su curso administrativo. El primer candidato a ocupar la jefatura de la
Misión Argentina en La Habana fue el embajador “Manucho” Figueredo Antequera.
Éste funcionario comenzó a ocuparse en los temas propios de instalación. Se
necesitaban partidas para cubrir los gastos de sostenimiento, representación,
alquileres de residencia y cancillería, coeficientes y partida para el pago al
gobierno suizo, a cargo de nuestros intereses desde la ruptura de relaciones.”
Según me relató
Tejerina, “en medio de éstas circunstancias el embajador Figueredo Antequera
recibió la noticia de que Perón no estaba dispuesto a reabrir una embajada en
un país que no reconocía el derecho de asilo. Estas versiones llegaron de
fuentes directas confiables de la Presidencia de la Nación. Tan evidente
parecía ésta postura que llevó a Figueredo a abandonar su candidatura”. Pero,
según parece, pudieron más los intereses de los empresarios argentinos,
entusiasmados por las líneas de créditos para colocar sus productos que la idea
de Perón. Además, para el gobierno argentino, era una oportunidad de vender
productos industrializados y adquirir una suerte de “póliza de seguro” para
frenar las actividades castristas en el país.
Fue así que se
designó a Fernando Torcuato Insausti, ex Encargado de Negocios en Brasil en
1955, un embajador político de origen marplatense y socio de Mario Amadeo en
una empresa de exportaciones. Lo acompañaron dos funcionarios diplomáticos (uno
de ellos Tejerina), dos administrativos y el consejero comercial Honorio
Pueyrredón. Tras la renuncia de Héctor Cámpora, el 23 de julio de 1973 Juan
Domingo Perón mantuvo un encuentro privado en su residencia de Gaspar Campos
con el embajador Emilio Aragonés y según relatara “Tembo”, su nombre de guerra,
trataron la relación comercial entre ambos países. Según le contó al ex
corresponsal de la Agencia Prensa Latina en Buenos Aires, Perón hablo de la
posibilidad de un crédito de 200 millones y “en esa época que Cuba obtuviera
200 millones de dólares de crédito de un país era celebrado como un triunfo”.
El 4 de agosto de
1973 el ministro José Ber Gelbard anunció el otorgamiento de un crédito de 200
millones de dólares a Cuba. Se trataba de un préstamo anual por el término de
seis años, lo cual significaba un monto total de 1200 millones de dólares, y
permitía al régimen de Fidel Castro adquirir maquinaria liviana, agrícola y
sobre todo del sector automotriz, proveniente de empresas extranjeras radicadas
en la Argentina. Principalmente a los cubanos les interesaban los autos
fabricados por las empresas norteamericanas Chrysler, Ford y General Motors,
pero no podían adquirirlos a causa del bloqueo. Luego de serias discusiones
entre el ministro Gelbard y el encargado de negocios norteamericano Max V.
Krebs, las automotrices norteamericanas, junto con la italiana Fiat y las
francesas Citroen y Renault, firmaron un acta de producción de autos para Cuba
en abril de 1974.
A las 9.30 del
lunes 25 de febrero de 1974, una numerosa delegación comercial presidida por
José Ber Gelbard fue recibida en el aeropuerto José Martí de La Habana, por el
canciller Raúl Roa y el secretario general del Partido Comunista y Viceprimer
Ministro, Carlos Rafael Rodríguez. La delegación se instaló en el hotel “Habana
Riviera” y al día siguiente comenzaron las actividades.
Antes de partir
hacia Cuba, Gelbard sostuvo que “la incorporación del mercado cubano, ávido de
materias primas y productos manufacturados en nuestro país, representará una
expansión de nuestro comercio exterior a niveles realmente excepcionales”. Todo
era optimismo, reinaba la alegría en ambas partes, y surgieron las fantasías:
El 24 de febrero, Julio Broner, titular de la CGE, anuncio que “los cubanos han
manifestado su interés en construir en la Argentina barcos graneleros de 15.000
toneladas”.
La relación
Argentina-Cuba
El martes 26 de
febrero, Fidel Castro, en una entrevista privada de tres horas con el Ministro
de Economía, le dijo que consideraba a la Argentina “el país más avanzado de
América Latina”. Gelbard, complacido, le entregó dos cartas, una del presidente
Juan Perón y otra del ministro José López Rega. A la salida Gelbard opinó que
“Latinoamérica no se concibe sin esta islas”. En la tapa de La Opinión del 28
de agosto de 1973 se publicó que el crédito ascendía a 1.200 millones de
dólares.
Con fecha 28 de
febrero de 1974, Fidel Castro le respondió a Perón y, entre otros conceptos, le
decía: “Quisiera expresarle en cuánto apreciamos esta misión de amistad que
ahora trabaja entre nosotros y el hecho de que a su frente venga el Ministro
doctor Gelbard, que tan importante papel ha jugado en el desarrollo de nuestras
relaciones en cumplimiento de los principios por usted enunciados”.
Los años fueron
pasando, sumaron décadas, y Cuba nunca devolvió los préstamos argentinos. Entre
aquel entonces y ahora pasaron por la Casa Rosada no menos de doce mandatarios.
Concretar el valor de la deuda, ciertamente, nadie puede dar un número certero.
Durante la gestión de Alberto Fernández, el canciller Felipe Carlos Solá (ya
renunciado) dijo, sin que nadie se lo preguntara, que pretendía que Cuba
devolviera lo adeudado desde hace 47 años. Para unos los 1.200 millones de
dólares con el paso del tiempo se transformaron en 4.805 millones sin tomar en
cuenta los intereses punitorios que lo transformarían en 6.800 millones.
En 2015, un grupo
de diputados nacionales presentó un pedido de informes al canciller de ese
momento Héctor Timermann, sosteniendo que “a pesar de la estrecha relación que
une al gobierno de la señora presidente de la Nación con su homólogo de la
República de Cuba, en ninguna de las numerosas reuniones bilaterales celebradas
parece figurar como tema de la agenda la deuda contraída por Cuba con la
Argentina que oscilaría, con intereses acumulados, en varios miles de millones
de dólares.
Algunos la ubican
en montos superiores a los US$ 8 mil millones, y en el caso de Orlando
Ferreres, consultor y ex viceministro de Economía la estima en US$ 11 mil
millones. El monto original
responde a beneficios otorgados en los años 1973-1974 - cuando fue ministro de
Economía José Ber Gelbard -y durante la gestión del presidente Alfonsín.
Preguntado nuevamente por Infobae (se encuentra en el exterior), Ferreres dijo
que la deuda era “muy confusa” y que “sumados los intereses con el IBOR a tasa
2%, la deuda total podría ascender a 11.000 millones de dólares.” El cálculo lo
realizó en 2009 y lo volvió a confirmar, esta vez, sin tener en cuenta los once
años que pasaron.
Ni Carlos Menem ni
los Kirchner lograron cobrar un dólar. A partir del 2003, el canciller Rafael
Bielsa, por indicación presidencial, analizó alternativas de pago con el Banco
Central cubano. Las gestiones continuaron en el período 2005-2007. No hay
registro público que se hayan mantenido.” El 20 de enero de 2009 Cristina
Kirchner firmó con Castro once acuerdos y en ninguno de los mismos trata el
problema de la deuda cubana.
En definitiva, un
país del cual huye la gente (177 mil desde octubre pasado); el régimen
cleptocrático manejado por la oligarquía militar del Grupo de Administración
Empresarial S.A. (GAESA), la familia Castro y los “favoritos” del Partido
Comunista llevó al país al colapso y se encuentra sumergido en un caos
sanitario-alimenticio; con serias manifestaciones de hartazgo y viviendo bajo
un control policial; abastecida con dinero “fácil” de Venezuela, que intenta
“exportar” servicios médicos y deportivos, no está en condiciones de devolver
nada a la Argentina.