Monseñor Héctor
Aguer
Infocatólica,
09/11/23
Se ha dado a
conocer el documento final de la Sesión XVI del Sínodo (de los obispos). El
paréntesis indica que los Sucesores de los Apóstoles ya no son sus exclusivos
protagonistas o integrantes; laicos y entre ellos mujeres han sido
incorporados, con voz y voto. Este hecho es absolutamente insólito, contrario a
la Tradición de la Iglesia. Las cosas están de tal manera reacomodadas que
parece que se tratara de algo obvio, que es lógico que así suceda. Así lo es
según los cánones, no del Derecho Canónico, sino de la cultura moderna
dominante. Pero para quien conoce la Sagrada Escritura y la historia del
desarrollo de las instituciones eclesiales, se trata de una modificación
esencial que causa alarma pensando en el futuro. Algunas tendencias ya
insinuadas han anticipado el propósito de aventurar nuevas rutas, inspiradas en
el progresismo que se ha extendido a Roma como calzadas dirigidas al futuro.
Eso tiene un nombre: feminismo.
Así lo han notado
los medios de comunicación; entre ellos se destaca el diario «La Prensa», de
Buenos Aires, que da cuenta del documento del Sínodo en una excelente nota en
la cual, con citas textuales, expresa la nueva perspectiva de género: una mayor
presencia de las mujeres en los puestos de conducción del catolicismo.
Implícitamente se formula un «mea culpa», y no tan implícitamente, porque se
reconoce que hasta el presente la mujer ha sido discriminada. Esta palabra
mágica corre por mi cuenta, pero es la adecuada para describir la índole del
documento sinodal, lo que en éste se da a entender.
Llama la atención
el desconocimiento de la obra de San Juan Pablo II, quien desarrolló un
amplísimo magisterio sobre la mujer, coronado por la Encíclica Mulieris dignitatem.
En numerosas intervenciones del Papa Wojtyla se reconocen los defectos
históricos, y se recogen los resultados de una evolución de la cultura que
responde al orden natural. El actual Sínodo elige otros caminos. Citemos: «Es
urgente garantizar que las mujeres puedan participar en los procesos de toma de
decisiones y asumir funciones de responsabilidad en el trabajo pastoral y el
ministerio». El Sínodo ya ha comenzado: sobre 464 participantes de la reunión,
por primera vez se integraron personas laicas y entre ellas 54 mujeres. ¿Es
poca cosa? ¡Por algo se empieza! El documento, que fue aprobado con más de dos
tercios, está dividido en temas. En cada uno de ellos se proponen
«convergencias», «cuestiones que abordar» y «propuestas», y será la base para trabajar
todo el año próximo ante la sesión final de octubre de 2024.
Uno de los
apartados es el dedicado a «las mujeres en la vida y la misión de la Iglesia».
Allí se afirma que «el clericalismo, el machismo y el uso inadecuado de la
autoridad siguen marcando el rostro de la Iglesia» por lo que «es necesaria una
profunda conversión espiritual como base de cualquier cambio estructural». El
Derecho Canónico «debe adaptarse en consecuencia». En las frases citadas no se
consignan meramente datos, sino que expresan una interpretación en función de
la ideología feminista. Se plantea, también, una tarea de futuro: «La exigencia
de un mayor reconocimiento y valoración del aporte de las mujeres y de un
aumento de las responsabilidades pastorales que se les confían en todos los
ámbitos de la vida y la misión de la Iglesia». Para tratar el próximo año se
formulan algunas preguntas: «¿Cómo puede la Iglesia incluir a más mujeres en
las funciones y ministerios existentes? Si se necesitan nuevos ministerios, ¿a
qué nivel y de qué manera?».
Se reconoce que
existe una división sobre el acceso de las mujeres al diaconado, como ya existe
entre los hombres: «Algunos consideran que este paso sería inaceptable, ya que
estaría en discontinuidad con la Tradición. Para otros, sin embargo, conceder a
las mujeres el acceso al diaconado restauraría una práctica de la Iglesia
primitiva». En este punto, quienes están a favor de esa ampliación incurren en
un equívoco: la función de las diaconisas consistía en ungir a las mujeres en
el rito bautismal, para que no tuvieran que hacerlo el obispo o el presbítero,
lo cual, como es obvio, era considerado impropio. Era éste un principio
elemental de modestia y delicadeza. No ejercían estas mujeres un ministerio
ordenado. De paso, resulta interesante observar que en griego no existe el
femenino de diácono. En el apéndice de la Carta a los Romanos (16, 1) Pablo
escribe a la comunidad para recomendarle que reciban «como corresponde a los
santos» a Febe, diaconisa de la Iglesia de Cencreas; la designa como diákonon.
Continúa el
documento indicando que debe continuar la investigación teológica y pastoral
sobre el acceso de las mujeres al diaconado, partiendo de los resultados de las
comisiones que trabajan en el asunto: «Si es posible, los resultados deberían
presentarse en la próxima sesión de la asamblea». Como se ve, el feminismo es
tenaz, no arría banderas. Por último, digamos que el Sínodo no reconoce la
posibilidad de un oficio humilde de servicio de tantas religiosas; que se
santifican ejerciendo labores gratuitas; el lenguaje es de tipo sindical: «Que
se aborden y resuelvan los casos de discriminación laboral y de desigualdad de
remuneración en el seno de la Iglesia, en particular con respecto a las mujeres
consagradas, consideradas con demasiada frecuencia mano de obra barata». Habría
que recordar a las sinodales que la caridad es gratis, que por amor se pueden
hacer muchas cosas que el mundo no comprende.
A los alardes del
Sínodo se pueden oponer algunos textos del Apóstol que --no olvidemos- son
Escritura del Nuevo Testamento, y se refieren a la situación de las mujeres
cristianas en la Iglesia del siglo I. En la Carta a Tito recomienda a su
discípulo que debe enseñar «todo lo que es conforme a la sana doctrina», y
expone cómo deben comportarse las mujeres de edad (en griego, presbýtidas): ni
ser murmuradoras ni entregarse a la bebida, enseñar a las jóvenes a amar a su
marido y a sus hijos, a ser modestas, castas, mujeres de su casa (oikourgous),
buenas y respetuosas con su marido (cf. Ti 2, 3-5). Las viudas tenían un lugar
propio en la comunidad, eran honradas y atendidas especialmente. En la Primera
Carta a Timoteo se ofrecen reglas a tener en cuenta como condiciones para ser
integradas en el registro de las que eran sostenidas por la comunidad: había
que evitar incorporar a las jóvenes, a las menores de 60 años.
Una razón de peso
es que las viudas deberían ser casadas una sola vez y se comprometían a no
reincidir en el matrimonio; las más jóvenes «cuando los deseos puramente
humanos prevalecen sobre su entrega a Cristo, quieren casarse otra vez, y se
hacen culpables de faltar a su compromiso» (1 Tim 5, 11-12). Expresa el Apóstol
su deseo: que las viudas jóvenes se casen y tengan hijos. En un largo párrafo
se muestra un perspicaz conocimiento de la realidad femenina (1 Tim 5, 3-16).
En la misma Carta (1 Tim 2, 11) emplea un argumento bíblico para establecer la
situación de la mujer en la comunidad cristiana: Adán fue creado antes, y fue
la mujer la seducida por el demonio. «Que las mujeres aprendan (manthanetō) en
silencio (hesyjía); «no permito que enseñen»; «la mujer se salvará cumpliendo
sus deberes de madre» (dia tēs teknogonias) (1 Tim 2, 15). También en este
pasaje Pablo muestra su capacidad de observación: «Que no pretenda dominar al
marido» (1 Tim 2, 12); la historia da buena cuenta de esta cautela.
Otro texto
especialmente significativo es 1 Cor 14, 34-35: como en todas las iglesias de
los santos, que las mujeres se callen, no se les permite hablar (oú epitrépetai
autaîs laleîn); hablar en la Iglesia es aisjròn; el término empleado es severo,
se trata de algo que no está bien, es vergonzoso, obsceno; turpe, en la versión
latina. Si quieren aprender (mathein) que le pregunten en casa a su marido.
Se especula si se
debe conceder el diaconado a las mujeres. Resulta interesante observar que en
griego no existe un femenino del sustantivo diácono, como lo tiene presbítero.
En la Carta a los Romanos (16, 1), como escribimos, se menciona a Febe, que es
diákonon de la Iglesia de Cencreas.
Cualquier
progresista explicará que en ese tema el Apóstol es tributario de la cultura
judía, o que se expresa de acuerdo con lo que se pensaba en las costumbres de
la época. Sin embargo, la historia de la Tradición muestra que la posición
paulina fue seguida en la Iglesia: mulieres in Ecclesia taceant se ha dicho,
con una pizca de intención divertida. He citado esos pasajes del Nuevo
Testamento pensando que los sinodales deberían hacerse cargo de ellos, y
reconocer su carácter normativo; no han sido escritos con intención
discriminatoria, sino observando la realidad social y la autoridad de la
Biblia.
Los avatares del
Sínodo continuarán en 2024. Su existencia y desarrollo revelan una dimensión
eclesiológica: al contrario de las ilusiones progresistas constituyen un
derrumbe; al achicamiento numérico de la Iglesia en el mundo corresponde un
encogimiento ante la Verdad. Al mismo tiempo despunta una cuestión
escatológica; como en otras épocas, también en ésta actúa el misterium
iniquitatis. Al acercarnos al fin, éste se revela mucho peor.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.