El desarrollo de una política de conservación de nuestros suelos constituye un capítulo trascendente de la sustentabilidad de los recursos renovables, un tema de preocupación universal, al que debemos aportar soluciones concretas de una magnitud acorde con la importancia de la cuestión.
Durante siglos, la agricultura del mundo se despreocupó de la conservación de este extraordinario recurso sobre el cual se asienta la alimentación de la creciente población del planeta, que hoy supera los 6000 millones de almas y va camino de los 8000 millones para 2030. Fenómenos destructivos de los suelos tuvieron lugar por todas partes, provocados por la erosión eólica e hídrica, a veces apoyados en la tala de bosques, excesos en el pastoreo del ganado, la salinización de áreas de riego y, entre otros factores, la reiteración de cultivos sin aporte de fertilizantes, que transformaron la agricultura en minería.
Dos hechos deben puntualizarse: por un lado, la insuficiente reposición de minerales que sólo aportan el 30 por ciento de los que extraen los cultivos y, por otro, la tendencia a sembrar cada vez más soja. En efecto, los 17 millones de hectáreas recientemente sembradas con esta oleaginosa representan la mitad de la superficie cultivada en el país. ¿Qué razones asisten a nuestros productores para proceder de esta manera? Hay motivos de variada naturaleza, entre los cuales están el reducido tamaño de muchas propiedades, la ausencia de cláusulas específicas en los arrendamientos, de distancia a los puertos y empresas procesadoras, o también motivos culturales de lenta superación.
Pero no puede subestimarse sino, por el contrario, exaltarse la influencia de la política fiscal respecto del agro, que continúa extrayendo recursos mediante altísimos impuestos a las exportaciones y otros que desvían recursos que, de otro modo, se asignarían tanto a una mayor rotación de los cultivos como a un aumento de la aplicación de fertilizantes.
Toda vez que la rentabilidad se reduce, se da prioridad al corto plazo, que encuentra en la soja su mejor alternativa de rentabilidad. Que la soja cubra tan amplias superficies sería saludable siempre que crezcan las áreas sembradas buscando un mayor equilibrio con la rotación de otros cultivos. El gobierno nacional y sus voceros, a menudo influidos por prejuicios ideológicos, suelen formular teorías trasnochadas respecto de la indiferencia de los agricultores por la suerte de un recurso natural renovable, tan indispensable para el país y también para el mundo. Cabe afirmar, pues, que cada vez que se sanciona una mayor presión impositiva sobre el agro, se transita un camino que desconoce el valor de la conservación de los suelos.
(Fuente: La Nación, Editorial, 23-2-08)
Durante siglos, la agricultura del mundo se despreocupó de la conservación de este extraordinario recurso sobre el cual se asienta la alimentación de la creciente población del planeta, que hoy supera los 6000 millones de almas y va camino de los 8000 millones para 2030. Fenómenos destructivos de los suelos tuvieron lugar por todas partes, provocados por la erosión eólica e hídrica, a veces apoyados en la tala de bosques, excesos en el pastoreo del ganado, la salinización de áreas de riego y, entre otros factores, la reiteración de cultivos sin aporte de fertilizantes, que transformaron la agricultura en minería.
Dos hechos deben puntualizarse: por un lado, la insuficiente reposición de minerales que sólo aportan el 30 por ciento de los que extraen los cultivos y, por otro, la tendencia a sembrar cada vez más soja. En efecto, los 17 millones de hectáreas recientemente sembradas con esta oleaginosa representan la mitad de la superficie cultivada en el país. ¿Qué razones asisten a nuestros productores para proceder de esta manera? Hay motivos de variada naturaleza, entre los cuales están el reducido tamaño de muchas propiedades, la ausencia de cláusulas específicas en los arrendamientos, de distancia a los puertos y empresas procesadoras, o también motivos culturales de lenta superación.
Pero no puede subestimarse sino, por el contrario, exaltarse la influencia de la política fiscal respecto del agro, que continúa extrayendo recursos mediante altísimos impuestos a las exportaciones y otros que desvían recursos que, de otro modo, se asignarían tanto a una mayor rotación de los cultivos como a un aumento de la aplicación de fertilizantes.
Toda vez que la rentabilidad se reduce, se da prioridad al corto plazo, que encuentra en la soja su mejor alternativa de rentabilidad. Que la soja cubra tan amplias superficies sería saludable siempre que crezcan las áreas sembradas buscando un mayor equilibrio con la rotación de otros cultivos. El gobierno nacional y sus voceros, a menudo influidos por prejuicios ideológicos, suelen formular teorías trasnochadas respecto de la indiferencia de los agricultores por la suerte de un recurso natural renovable, tan indispensable para el país y también para el mundo. Cabe afirmar, pues, que cada vez que se sanciona una mayor presión impositiva sobre el agro, se transita un camino que desconoce el valor de la conservación de los suelos.
(Fuente: La Nación, Editorial, 23-2-08)