El narcotráfico tiene
en la Argentina
una presencia desde hace tiempo cotidiana y cada vez más violenta. Así lo
confirman no sólo los datos sobre secuestro de drogas, sino también la simple
lectura de la crónica policial, que en forma creciente se ve poblada de
asesinatos y ajustes de cuentas entre narcotraficantes. Se trata de un tipo de
criminalidad que va en aumento día tras día y que hasta no hace mucho tiempo
era poco común entre nosotros.
Desde hace tres años
se ha incrementado en nuestro país la aparición de jefes y lugartenientes de
los carteles extranjeros y sus familiares directos, junto con la acción de
sicarios de diversas nacionalidades y el aumento de los decomisos de cocaína y
del consumo de droga en general. La incautación, el año pasado, de la cifra
récord de seis toneladas de cocaína no debe leerse como una victoria sobre el
crimen organizado, sino todo lo contrario: es una grave señal de alerta, porque
el aumento de los secuestros está indicando siempre un correlativo aumento en
la circulación, la comercialización y el contrabando de drogas.
En abril de este año,
una sola operación policial permitió capturar a 30 traficantes. El mes pasado
cayó detenido en Venezuela el narcotraficante más importante de los últimos
diez años, Daniel "El Loco" Barrera Barrera, quien acostumbraba
entrar y salir de nuestro país con identidades falsas para visitar a su ex
esposa y a una hija, que vivían en Tigre. Estados Unidos ofrecía cinco millones
de dólares de recompensa por su captura.
En mayo del corriente
año se secuestraron en Bulgaria 67 kilos de cocaína que habían partido desde el
puerto de Rosario rumbo a Holanda ocultos en una cosechadora. En los paquetes
de droga podía leerse la leyenda "Caballo", la misma que lucían los
ladrillos de cocaína que pesaban 536 kilos y fueron secuestrados en el
aeropuerto de Ezeiza el 19 de julio pasado.
En los últimos cinco
años hubo por lo menos tres ejecuciones vinculadas con el narcotráfico en las
que murieron ciudadanos de Colombia. Pocos días atrás, sicarios provenientes de
Bolivia cruzaron la frontera entre ese país y Salta y, tras adentrarse en
nuestro territorio, ejecutaron a tres argentinos que viajaban en un automóvil.
Para la policía, se trató de un ajuste de cuentas entre narcotraficantes. Los
asesinos emplearon fusiles rusos AK-47 y ametralladoras israelíes Uzi, lo que
da prueba de su profesionalismo.
Otro de esos ajustes
de cuentas en el mundo de la droga -por desgracia cada vez más habituales- se
verificó el 1° del mes pasado, cuando una ciudadana argentina fue asesinada a
balazos y un hombre de nacionalidad peruana resultó gravemente herido.
Una reciente
información de la nacion contribuye a confirmar que la siniestra realidad de la
droga es pareja en todo nuestro territorio. Según fuentes de la fiscalía de
juicio de la ciudad de Córdoba, en la capital provincial, ocho de cada diez
acusados por robos cometieron esos delitos para poder drogarse o comprar droga.
En esa ciudad hay barrios donde funcionan 20 puestos de venta de droga en
cuatro manzanas. Más grave aún es que más de la mitad de los 85 homicidios que
hubo en 2012 en la provincia fueron por ajustes de cuentas entre bandas, y que
en varias ocasiones la policía ayudó a los narcos a eliminar a la competencia.
Como prueba de la inacción de las autoridades, una vecina del barrio Yapeyú se
vio obligada a vender su casa porque hizo veinte denuncias contra los
narcotraficantes y le balearon la vivienda, la amenazaron y atacaron a sus
hijos, a pesar de tener una camioneta de la policía en la puerta como custodia.
No nos cansaremos de
repetir que la Argentina
sigue perdiendo no sólo la batalla contra la droga, sino la lucha contra el
narcotráfico y la violencia que siempre lo acompaña. Es más: tal es la magnitud
de la derrota que cabe preguntarse si esa lucha se libra en serio y con una
real voluntad de liquidar el flagelo, o sólo se finge una falsa contienda
mientras en los hechos se permite -¿a cambio de dinero?- la creciente
radicación de esta atroz forma del crimen organizado.
La frecuencia
creciente con la que personal policial aparece involucrado con bandas de
narcotraficantes debe ser otro motivo de preocupación. En tal sentido, el jefe
de la policía de Santa Fe ha renunciado al verse acusado de proteger a bandas
de narcotraficantes. Estas realidades muestran cuán hondo llegan los brazos del
tráfico de drogas y qué indefensa se encuentra la población. La experiencia que
ha vivido Colombia y la atroz violencia que se ha adueñado de México deberían
servir como espejo de un futuro cercano que es indispensable evitar. La
experiencia de ambas naciones hermanas muestra que el poder corruptor del
narcotráfico abarca tanto a la sociedad como a las instituciones. Ante esta
realidad, el silencio cómplice de nuestras autoridades frente a este flagelo se
vuelve tan incomprensible como preocupante. Y, como ya hemos dicho en
reiteradas oportunidades, urge actuar antes de que sea demasiado tarde..