¿un
regreso a los setenta?
Daniel Vicente González
Ernesto
Laclau pasó por Córdoba para recibir sendos doctorados Honoris Causa de la
Universidad Nacional y la Católica.
No
resulta extraña la coincidencia de ambas universidades, otrora impensada, en
honrar y agasajar a uno de los principales teóricos del kirchnerismo. Carolina
Scotto nunca ocultó sus preferencias políticas por el gobierno, a punto tal que
hace ya tiempo se especula con su postulación en un lugar prominente de alguna
lista K de Córdoba.
El
caso del licenciado Rafael Velasco, SJ, es un poco más curioso. En algún
momento hemos manifestado nuestra sorpresa porque bautizó con el nombre de José
Saramago (un declarado enemigo de la religión y más específicamente de la Iglesia Católica ),
una cátedra de la UCC. Una
muestra de amplitud, sin lugar a dudas.
Ambos
rectores mostraron su perfil ideológico a tono con el homenajeado. Ciertamente
no impostaron nada. En absoluto. Todos ellos ven con buenos ojos el proceso
nacional en marcha al mando de Cristina de Kirchner y los tres quieren su
reelección indefinida. Laclau lo dice con todas las letras; los otros, más
pudorosos y recatados, lo dicen de un modo más indirecto y esquivo. Pero la
unidad de pensamiento es inocultable, de modo tal que pese a su envoltura de
acto académico, más bien se trató de un acto político en el ámbito
universitario. Y si quisiéramos ser más precisos hasta podríamos decir que se
trató de un acto a favor de la re-reelección.
Lo
que dice Laclau
No
nos internaremos en las teorías del politólogo, residente en Inglaterra desde
1967, y que habita las cimas del conocimiento académico. En sus libros, su
lenguaje transita por los modos deliberadamente crípticos, tanto como en sus
exposiciones verbales. Su objeto de estudio es la fisiología del poder, la
relación entre el líder y las masas, la elaboración del discurso político, la
construcción de las confrontaciones, único modo que permite avanzar en lo
social, según su pensamiento.
La
característica principal de sus textos es que Laclau prescinde de los elementos
contextuales, de la secuencia histórica. Deja a un costado los acontecimientos
de la historia para concentrarse, con exclusividad, en las relaciones de poder,
representantes y representados, el funcionamiento de las instituciones, sus
contenidos latentes y explícitos. Desde tan elevadas cúspides la política
cotidiana es apenas una pequeñez formada por matices intrascendentes.
En
una reciente conferencia dada en Buenos Aires ha dicho, en referencia al actual
gobierno que, por primera vez, es optimista. Lo interesante de esta confesión
no es tanto su optimismo actual sin su desencanto pasado, las desilusiones que
omite. Es probable que haya tenido una larga ristra de motivos para el
pesimismo: el hundimiento de los populismos latinoamericanos durante los ’70,
el giro “derechista” de Perón en sus últimos años y, sobre todo, el hundimiento
irremediable del mundo socialista construido alrededor de la URSS.
Ahora
Laclau viene seguido a la
Argentina. Quizá sienta que aquí se desarrolla una
experiencia a tono con sus convicciones de todos estos años. La única que,
según su propia confesión, le da motivos para el optimismo. Su entusiasmo está
vinculado a la continuidad de Cristina Kirchner en el poder. ¿Cuál es el núcleo
del pensamiento de Laclau? Que las
instituciones actuales son inconducentes a los fines de lograr la equidad y la
justicia social. Hace falta reformarlas o bien transformarlas. Dice que las
instituciones no son neutrales y que el sistema democrático está al servicio
del conservadurismo y el status quo. Afirma que “las instituciones son una cristalización
de la relación de fuerza (…). Por tanto, todo proceso de cambio radical de la
sociedad, como el que estamos viviendo en nuestro país, en el que nuevas
fuerzas sociales empiezan a actuar en la arena histórica, necesariamente va a
chocar en varios puntos con el odio institucional emergente”.
¿Está
en proceso un “cambio radical de la sociedad”? Es una lástima que Laclau no
defina en qué consiste ese cambio que describe y promueve. Confesamos ignorar
su verdadero alcance. Cambio radical suena a revolución. Y revolución suena a
violencia. Eso nos inquieta.
Pero
aún acordando con Laclau que las instituciones no son neutrales y que conviene
modernizarlas, modificarlas, cambiarlas e introducir en ellas toda la
renovación que pueda ocurrírsenos, está claro que existe un procedimiento para
hacerlo. En este caso, la reforma constitucional. ¿Está de acuerdo Laclau en
que éste y ningún otro es el procedimiento? ¿O promueve que ese cambio
institucional que propone debe realizarse como sea, incluso violentando las
normas constitucionales?
La
propuesta de Laclau es confusa al menos en relación con sus implicancias
concretas. Laclau no se resigna a aceptar que tanto el socialismo, que promovió
durante décadas, cuanto el populismo, que es su propuesta actual, han sido
rechazados por la Historia y no han logrado demostrar su eficacia en ninguna
parte del mundo. El estado fuerte siempre ha derivado en un gobierno fuerte,
hegemonizado por un partido que sirve para que el poder finalmente se concentre
en un único conductor, el dictador.
Es
una lástima que Laclau se maneje con un elevado nivel de abstracción pues ese
lenguaje cerrado y misterioso no nos permite acceder con mayor transparencia al
núcleo de su pensamiento. La gran pregunta es qué ocurrirá si el proyecto en
marcha, el que Laclau impulsa, no logra alcanzar una reforma constitucional que
pueda asegurar la continuidad de Cristina Kirchner en el gobierno. Laclau no
parece representarse –al menos no todavía- el acto de entrega del poder a
cualquier sucesor.
Scotto
y Velasco
Párrafo
aparte merecen los rectores. Lejos estamos de reprocharles que concedan un
título Honoris Causa a un intelectual y académico tan reconocido a nivel
mundial. Pero es innegable la intencionalidad política (de política menuda) del
acto. La preocupación central del trío ronda la re-reelección. La Licenciada Scotto
se despachó: “El conjunto de su entramado teórico (de los ideales de emancipación e
igualdad) no puede entenderse del todo si
no se relaciona con el intento y preocupación de Laclau de comprender mejor el
verdadero carácter de la democracia, no como un mero repertorio de
procedimientos o como un conjunto de instituciones prefijadas, sino como un
proceso abierto”.
“Mero repertorio de procedimientos”… ¿a qué se
referirá la rectora con esto? ¿A la existencia de tres poderes formalmente
independientes? ¿Al procedimiento técnico existente para modificar la
constitución? ¿Qué son las “instituciones prefijadas”? Son las existentes, que
se fundan en las leyes. ¿Scotto tiene otras que pueda ofrecernos? ¿Cuáles son?
Nos gustaría saberlo, para analizarlas y, en todo caso, adherir a ellas. Es una
verdadera lástima que se reserve para sí una descripción más amplia y
explícita.
El
caso de Velasco es aún más llamativo, en materia de definiciones. Dijo: “Necesitamos
democracia con justicia y equidad. Eso implica un replanteo de las
instituciones de la democracia. En este punto el pensamiento de Ernesto Laclau
coincide con el de los movimientos eclesiásticos de base que descreen que el
mercado capitalista sea el que tiene la razón y replantean un cambio de las
estructuras para hacer realidad las aspiraciones de justicia de las grandes
mayorías”.
Es un retorno al pensamiento del Movimiento de
Sacerdotes del Tercer Mundo, una de las vertientes de la guerrilla de los años
setenta. De nuevo: ¿Qué significa “un replanteo de las instituciones de la
república”? ¿Podría ser más explícito el licenciado Velasco, SJ? ¿Qué significa
exactamente “un cambio de las estructuras”? ¿Podría aclararlo el licenciado
Velasco, SJ?
El intercambio de ideas, aún enérgico, no puede
asustar a nadie. Es una de las conquistas más enriquecedoras del sistema
democrático. Sin embargo, el debate es abolido por los regímenes socialistas y
populistas, que no admiten discusión sobre sus puntos de vista.
La pregunta que nos hacemos es si estas ideas
expresadas ayer en el acto académico conjunto no tienen implicancias políticas
distantes de la paz y la convivencia democráticas. Nos preguntamos si no
promueven, sugieren o proponen cambios que busquen canalizarse a través de la
quiebra del orden institucional vigente, en el momento en que éste no resulte
favorable a sus ambiciones de continuidad en el poder.
Alfil, 26-10-12