POR ALCADIO OÑA
El hombre duda, se
equivoca, quizás porque ha perdido la costumbre de recordar tantos números
juntos: habla de miles de millones, intenta con otra cantidad, pero no termina
de acertar. Va a su escritorio, toma una planilla y canta una cifra asombrosa:
1.097.316.800.000.
Alguien que lo ha
visto en este brete, cuenta que se trata del jefe de la AFIP, Ricardo
Echegaray, y que el billón ..., es la recaudación impositiva proyectada para el
año próximo que él mismo puso en el Presupuesto Nacional.
“¿Cómo, de esas
magnitudes ya estamos hablando? Yo tampoco podría retener algo así”, dice un ex
ministro de la Nación y de la Provincia que ha pasado los 60 y acumuló
cimbronazos de todos los colores en su carrera de funcionario. En las grandes
cuentas, la Argentina ha ingresado en la era del billón.
Tres billones 243.974
millones es el Producto Bruto calculado en el mismo programa oficial, o sea, el
valor de los bienes y servicios que la Argentina produciría en 2014.
Obviamente, ninguno de los legisladores que votaron la ley sería capaz de
memorizar los veintiséis números que suman el PBI más la recaudación
impositiva: por suerte, no tienen decimales Las dimensiones se pierden en el
espacio. Con el 20% de un billón podría adquirirse la producción agrícola
completa; con poco más del 10%, las exportaciones de granos de este año,
incluida la super soja, y con un porcentaje similar, toda la fabricación de
vehículos y autopartes prevista para 2013.
Sin demasiadas
vueltas, es la inflación real, nunca la oficial, lo que en gran medida explica
que la recaudación tributaria nacional pueda escalar a semejante nivel, y aún
superarlo. A este ritmo, en unos tres años el billón y pico de 2014 habrá
saltado a dos billones de pesos.
No es casual,
entonces, que la presión impositiva haya batido récord tras récord en la era K.
Medida en relación al PBI, sin provincias ni municipios, aumentó un 54% desde
2003, según un estudio del Iaraf, un instituto especializado en el análisis de
cuentas públicas. Y subió 71% contra el año 2000, por el impacto combinado de
las retenciones y del impuesto al cheque.
Los números son aún
mayores cuando se incorpora el llamado impuesto inflacionario, un enorme
gravamen oculto que tiene adentro la trepada de los precios y la emisión del
Banco Central: sacude sobre todo a los sectores de menores recursos y queda
limpio en la caja del Tesoro Nacional. Representaría unos $ 230.000 millones en
2013 y, así, la carga fiscal superará en 73% a la de los comienzos del
kirchnerismo.
Pesos sobre pesos,
aquí asoma una buena razón para que el Gobierno haya decidido convivir con el
proceso inflacionario, aunque jamás lo admitirá.
Hay claramente un
doble estándar en la política oficial, pues esa misma inflación que engorda sus
recursos no la reconoce para actualizar varios gravámenes formales, como
Ganancias, bienes personales, el monotributo y las deducciones de ellos y de
otros. Todo revela que es posible incrementar la presión tributaria sin
necesidad de subir las tasas de los impuestos y todo deja patinando otro de los
relatos del oficialismo.
Un pariente directo
de la presión fiscal es el tamaño que adquirió el Estado nacional. Nuevamente
en términos del PBI, creció el 92% respecto de 2003, o sea, poco menos que se
duplicó.
Puede afirmarse, en
consecuencia, que nunca en la historia argentina hubo un gobierno con tantos
recursos como el kirchnerista: la consultora LCG ha estimado que dispone,
anualmente, de $ 40.000 más por hogar que en el inicio de la década ganada . El
último censo informa que los hogares son más de 14 millones.
El aumento del gasto
público no es bueno ni malo en si mismo. La cuestión es en qué se lo usa, si se
lo hace eficientemente y de un modo que sea perceptible; si se lo despilfarra o
incluso se filtra por vericuetos que alimentan sospechas de corrupción.
De mayor a menor, LCG
calcula que el 82% del incremento del gasto de estos años fue a financiar
jubilaciones, subsidiar la energía, el transporte y las empresas públicas y
acrecentar el aparato estatal. En cambio, apenas un 12% fue destinado a la obra
pública, esto es, a emprendimientos que pueden mejorar realmente las
condiciones de vida de la población y crear la infraestructura necesaria para
fortalecer el funcionamiento y la competitividad de la economía.
Ahí están, como
ejemplos, el deterioro del sistema ferroviario siempre a tiro de accidentes, la
falta de cloacas y de gas por redes en las capas más pobres, la crisis
energética, el estado de los caminos y de los puertos y el inconmovible déficit
habitacional.
Pero la inflación que
genera ingresos fiscales cuantiosos provoca, también, distorsiones
interminables. La más notoria es la pérdida de valor del peso y la inclinación
a escaparle a los pesos: si fuese posible hacia el dólar, según los recursos y
las artes de cada cual.
Un trabajo de los
equipos del diputado Alfonso Prat Gay arroja, entre varios más, cuatro casos
contundentes. En septiembre de 2004, con un billete de cien pesos era posible
adquirir 42 kilos y medio de pan; ahora apenas cinco. Para el asado, la
relación da 16,2 kilos contra 2,3. En la leche, 73 litros y medio versus 15
litros y medio. Y en gaseosas cola, 66 litros y medio contra menos de 13
litros.
El resultado señala
que, en la mayor parte de los productos relevados, el poder de compra de los
violetas se ha achicado alrededor del 88%. No se extinguirá, porque siempre
habrá algo para adquirir con $ 100.
Otra variante del
mismo fenómeno proviene del Banco Central. En julio de 2003, circulaban 178
millones de unidades de cien y representaban el 30% del total. A mediados de
octubre, había 2.336 millones: se multiplicaron por trece y ya equivalen al 61%
de los billetes y monedas en circulación.
Desde hace tiempo, el
kirchnerismo mantiene cajoneados unos cuantos proyectos para emitir papeles de
200 y 500 pesos que tendrían al menos un par de ventajas: descongestionar los
cajeros y reducir hasta la mitad los costos de impresión que paga el Estado.
Claro que el efecto sería que el propio Gobierno reconocería la inflación que
pretende ocultar, aunque la maniobra ya sirva de nada.
Pese a todo, a
Echegaray lo preocupa alcanzar una recaudación de 1.097.316.800.000 pesos en
2014. Si no aporta el crecimiento de la economía, seguramente la inflación le
dará una buena mano. Aun para superar la meta.
Clarín, 22-10-13