POR HÉCTOR A. HUERGO
Ya todos sabemos que
la soja es importante para la Argentina. Pero a veces no alcanzamos a
comprender hasta qué punto. Veamos lo que está ocurriendo y saquemos
conclusiones… Argentina es el mayor exportador mundial de los dos derivados más
importantes del procesamiento de soja: el aceite y la harina de alto contenido
proteico. Alcanzó el primer lugar en el podio luego de 20 años de continuas
inversiones privadas en plantas y puertos de última generación, acompañados por
obras de infraestructura (también privadas) como el dragado y balizamiento de
la hidrovía del Paraná. Los embarques alcanzaron los 25.000 millones de dólares
anuales, con una balanza comercial enormemente favorable ya que los únicos
insumos que se importan son las materias primas de algunos fertilizantes.
Con esta posición tan
relevante, la Argentina
es formadora indiscutible de precios en ambos productos, además de incidir
también en la cotización del poroto. A mayor procesamiento, menores embarques
de soja como grano, lo que entona su precio. Conviene recordar que este es el
básico agrícola que exhibió mayor dinamismo en las últimas dos décadas, cuando
se duplicó su demanda por acción de dos drivers: la transición dietética de los
países asiáticos y de Medio Oriente (más necesidad de harina de soja para
producir proteínas animales), y más necesidad de aceite para uso alimenticio y
para biodiesel.
Precisamente, en los
últimos años la Argentina
comenzó a convertir parte del aceite de soja en biodiesel. De pronto, se
encontró liderando también el mercado mundial de este combustible renovable. Y
por supuesto, también se convirtió en formador de precios.
Primer corolario: la Argentina incide
decisivamente en los precios internacionales de todo el complejo: el poroto, la
harina, el aceite y el biodiesel.
Segundo corolario:
como hay vasos comunicantes entre todos ellos, cualquier cosa que suceda con
uno de los términos incidirá en la ecuación final.
Bueno, ¿qué está
pasando? El año pasado, los embarques de biodiesel iban viento en popa. Lo
mismo sucedía con el consumo doméstico, impulsado por la política de aumentar
el corte del gasoil con biodiesel (una forma de sustituir las crecientes
importaciones del derivado del petróleo). De pronto, el gobierno dio un giro de
180 grados. Duplicó las retenciones al biodiesel y bajó el precio del mercado
interno. Se complicaron las exportaciones. Y el corte, que había superado el
10%, bajó al 5.
Consecuencias:
pararon las plantas de biodiesel, y empezó a volcarse más aceite al mercado
mundial. La situación se agravó cuando la Unión Europea , el
principal comprador de biodiesel, comenzó a restringir las importaciones. Los
embarques del 2012 habían superado los 1800 millones de dólares. En lo que va
del año, no llegan a 400 millones. Una catástrofe para la balanza comercial.
Pero ahí no termina
el drama. Al aumentar la oferta de aceite de soja crudo, los precios comenzaron
a derrumbarse. En los últimos diez meses cayeron nada menos que un 35%. Esto
generó un margen negativo en la molienda. Conviene exportar el grano. Entonces
se da una situación inédita: escasea la harina de soja, que por primera vez
vale más que el grano. Aunque no compensa la caída del precio del aceite.
Tercer corolario: la
cuestión del biodiesel desencadenó una cascada negativa, que ahora, con la
decisión europea de imponer derechos de importación del 25%, amenaza con
convertirse en una catástrofe.
Solución: pelearle a la UE porque sus argumentos son
truchos. Y aumentar inmediatamente el corte local, lo que además significaría
un tremendo ahorro de divisas por sustitución de importaciones. Y evitaríamos
que se siga derrumbando el precio del aceite de soja, que a su vez arrastra al
de girasol, donde la
Argentina también manda.
Clarín, Rural,
19-10-13