Para proteger el planeta hay que cuidar la propiedad
Alberto Benegas Lynch (h)
La Nación, 12
DE JUNIO DE 2017
El objeto de esta nota no es debatir la posición del
presidente de los Estados Unidos respecto del medio ambiente, basada en su
contraproducente noción del mal llamado "proteccionismo", que en
verdad desprotege a los consumidores, y el consecuente control estatal del
comercio exterior. Tampoco aludirá a las trifulcas internas entre dirigentes
políticos estadounidenses respecto del tema en cuestión. En cambio, centra su
atención en los lugares comunes a los que adhieren muchos ecologistas que no
atienden el rol que cumple el derecho de propiedad para preservar del mejor
modo posible los recursos naturales.
A todos nos interesa el futuro del planeta, puesto que
en él vivimos y nos afectan las perspectivas para el bienestar de nuestros
descendientes. Sin embargo, debemos estar atentos a lo que se ha dado en
denominar "la tragedia de los comunes", que puede resumirse en la
siguiente idea: lo que es de todos no es de nadie. La asignación de los
derechos de propiedad, en cambio, hace que cada uno cuide lo suyo. Quien no lo
hace adecuadamente pierde patrimonio. Esto es importante, porque no pocos
ambientalistas se basan en "el derecho difuso" y la
"subjetividad plural" para intervenir en la propiedad del prójimo
aunque no haya nexo causal con una lesión al derecho de quien demanda. Este canal
comenzó a utilizarse después del derrumbe del Muro de la Vergüenza en Berlín,
como un modo de estatizar. Con el pretexto de cuidar la propiedad del planeta
se destruye la institución de la propiedad.
Veamos el caso de la preocupación por la extinción de
especies animales. Muchas especies marítimas están en vías de extinción. Esto
hoy no sucede con las vacas, aunque no siempre fue así: en la época de la
colonia, en buena parte de América latina el ganado vacuno se estaba
extinguiendo debido a que cualquiera que encontrara un animal podía matarlo,
engullirlo en parte y dejar el resto en el campo. Lo mismo ocurría con los
búfalos en Estados Unidos. Esto cambió cuando comenzó a utilizarse el
descubrimiento tecnológico de la época: la marca, primero, y el alambrado,
luego, clarificaron los derechos de propiedad. Lo mismo ocurrió con los
elefantes en Zimbabwe, donde, a partir de asignar derechos de propiedad de la
manada se dejó de ametrallarlos en busca de marfil.
Respecto del agua, indispensable para la vida del
hombre, el premio Nobel en Economía Vernon L. Smith escribe: "El agua se
ha convertido en un bien cuya cantidad y calidad es demasiado importante como
para dejarla en manos de las autoridades políticas". El planeta está compuesto por agua en sus dos terceras partes, aunque
la mayoría es salada o está bloqueada por los hielos. Sin embargo, hay una
precipitación anual sobre tierra firme de 113.000 kilómetros cúbicos, de la que
se evaporan 72.000. Eso deja un neto de 41.000, capaz de cubrir holgadamente
las necesidades de toda la población mundial. Sin embargo, se producen
millones de muertes por agua contaminada y escasez. Tal como ocurre en Camboya,
Ruanda y Haití, eso se debe a la politización de la recolección, el
procesamiento y la distribución del agua. En esos países, por ejemplo, la
precipitación es varias veces superior a la de Australia, donde no tienen lugar
esas políticas y en consecuencia no ocurren esas tragedias.
En cuanto a la polución, no se trata de eliminarla por
completo: respirar supone la exhalación de monóxido de carbono. Se trata de
proteger los derechos de propiedad que se infringen cuando se emiten gases
tóxicos en cierta escala. En este caso deben preservarse los pulmones y
castigar a los infractores, tal como se hace si se arroja basura al jardín del
vecino o si altos decibeles molestan al vecindario. Ahora la tecnología permite
a través de remote sensoring y de tracers detectar los emisores, sean
automotores, fábricas o fuentes equivalentes.
Por su parte, la lluvia ácida se traduce en
precipitaciones que incluyen ácido nítrico y ácido sulfúrico provenientes de
algunas industrias. Especialmente, de plantas eléctricas que generan emisiones
de dióxido de sulfuro y óxido de nitrógeno, que afectan los vegetales e
incorporan acidez en los ríos y lagos, con consecuencias negativas para las
especies que allí se desarrollan.
El
efecto invernadero, al igual que los otros casos mencionados, es controvertido. La opinión dominante es refutada por academias y
científicos de peso como Robert C. Balling, Donald R. Leal, Fredrik Segerfeldt,
Julian Simon, Martin Wolf, Terry L. Anderson y Ronald Bailey. Según estas
opiniones, en las últimas décadas hay zonas donde se ha engrosado la capa de
ozono que envuelve el globo en la estratosfera. En otras se ha debilitado o
perforado. En estos casos, los rayos ultravioletas, al tocar la superficie
marina, producen una mayor evaporación y, consecuentemente, nubes de altura,
que dificultan la entrada de rayos solares. Esto conduce a un enfriamiento del
planeta, que se verifica con adecuadas mediciones tanto desde la tierra como
desde el mar.
Se sostiene también que el fitoplancton consume diez
veces más dióxido de carbono que todo el liberado por los combustibles fósiles.
Y que las emisiones de dióxido de sulfuro a través de aerosoles compensa la
concentración de dióxido de carbono en la atmósfera que produce el mencionado
enfriamiento. El Executive Committee of the World Meteorological Organization
de Ginebra concluye: "El estado de
conocimiento actual no permite realizar predicciones confiables acerca de la
futura concentración de dióxido de carbono o su impacto sobre el clima".
En cualquier caso, siempre debe tenerse muy presente
el balance neto de cada medida que se adopta. Por ejemplo, al conjeturar que
los clorofluorcarbonos destruyen las moléculas de la capa de ozono a causa del
uso de refrigeradoras y aparatos de aire acondicionado, combustibles de
automotores y ciertos solventes para limpiar circuitos de computadoras, hay que
considerar las intoxicaciones que se producen debido a refrigeraciones y
acondicionamientos deficientes de la alimentación, como también de los
accidentes automovilísticos debido a la fabricación de automotores más
livianos.
En resumen, no cabe repetir un lado de la
argumentación por el hecho de que el poder de lobby sea mayor, como el que se
pone de manifiesto en el Acuerdo de París. En cambio, debemos analizar con
detenimiento las distintas posiciones, sobre todo cuando se trata de un tema
tan delicado. A veces la arrogancia
impide advertir que los cambios más radicales en el planeta tuvieron lugar
antes de la Revolución Industrial, lo cual incluye las notables bajas en el mar
(se podía cruzar a paso firme el estrecho de Bering y las especies y las
temperaturas se modificaron grandemente).
En estos debates es necesario prestar atención a los
diversos andamiajes analíticos y despejar telarañas mentales. Tampoco
encerrarse en la creencia de que los aparatos estatales deben intervenir,
apartándose de su misión específica en una sociedad libre en relación con la
protección de los derechos de propiedad. En este contexto, cuando hay lesiones
a los derechos, los responsables deben ser penados. Si el Estado se entromete
en otras direcciones, habrá desajustes y arbitrariedades. Esperemos que no ocurra,
como apunta Gustave Le Bon: "No es más fácil discutir con el poder de las
muchedumbres que con los ciclones".