Joaquín Morales Solá
La Nación, 21
DE JUNIO DE 2017
En el estadio Julio Grondona (todo vuelve, al fin y al
cabo), Cristina Kirchner formalizó ayer su ruptura definitiva con el peronismo.
Después de todo, nada le impedía proclamar desde el partido de Perón la
estrategia electoral que explicó ante un estadio colmado de militantes.
Hizo algo más que romper con el peronismo. Su
propósito es diezmarlo, reducirlo a cenizas, condenarlo a la nada.
Si al peronismo le sacan la provincia de Buenos Aires
(que es lo que ella se propone), sólo queda una módica federación de partidos
provinciales que se dicen peronistas. Esta amalgama de realidades provinciales
se vio claramente en la inscripción de alianzas. Sólo Cambiemos es una marca
registrada en 23 provincias (para estupor de los futuros historiadores no
figura en su cuna, la Capital, donde la estrategia consiste en esquivar a
Martín Lousteau).
El Partido Justicialista, en cambio, lleva otro nombre o forma
parte de otros frentes en casi todas las provincias. Cristina Kirchner lo
quiere despojar ahora del único capital invalorable que tenía el peronismo: el
conurbano bonaerense. Lo que ella anunció ayer es cristinismo puro y duro. Una
experiencia que puede tener algún futuro en el corto plazo, pero que
irremediablemente se terminará cuando concluya la vida política de su
fundadora.
Bastó ver el palco VIP de ayer para percibir que de
ahí no puede salir un solo dirigente para reemplazar a Cristina Kirchner en el
liderazgo del cristinismo. Desde Aníbal Fernández y Leopoldo Moreau (y el yerno
de éste, desde ya) hasta Martín Sabbatella y Hugo Yasky, todos son
políticamente sobrevivientes en la unidad de terapia intensiva que gestiona la
propia Cristina. Con soberbia o resignación, la ex presidenta no hace ningún
esfuerzo por esconder a los personajes más detestados por los sectores medios
de la sociedad. Es lo que hay. También significa el reconocimiento de una
realidad: la única oferta del cristinismo es Cristina. ¿Por eso, acaso, está
demorando el anuncio de su candidatura y de los integrantes de su lista hasta
último momento? ¿Teme, tal vez, espantar aun a los intendentes propios cuando
muestre las desvencijadas cartas que le quedan?
Si se ven las cosas con perspectiva, es notable el
proceso de reducción política de la ex presidenta. La mujer que logró el 54 por
ciento de los votos nacionales en las presidenciales de 2011 ahora colmó un
estadio de dimensiones módicas y su liderazgo imbatible se reduce a la multitudinaria
tercera sección electoral de la provincia de Buenos Aires. Le puede ir bien en
elecciones legislativas y en el distrito más importante del país, pero eso no
significa un considerable caudal político y, al mismo tiempo, un inquebrantable
límite para volver a ser quien fue. Puede competir de igual a igual contra
Mauricio Macri en la provincia de Buenos Aires, pero carece ya de la
posibilidad de un proyecto nacional o presidencial.
El juego de pesos y contrapesos con Macri es notable.
Con palabras simples: donde a ella le va bien, a Macri le va mal. Y viceversa.
Ella tiene simpatías importantes en el conurbano; ahí es el único lugar del
país donde él tiene problemas. Se ha explicado esa cuestión de muchas maneras.
El prejuicio social, consignan algunos. Puede ser. El triunfo del mensaje
cristinista de que Macri gobierna para los ricos, dicen otros. Es posible. Pero
quizás la única explicación cierta la pueda dar la economía. Hasta los
economistas independientes reconocen que la economía volvió a crecer, pero por
región y por sector. Ninguna de la dos condiciones se dan en el conurbano. En
esa turbulenta región argentina no se percibe que la economía esté dando
mejores signos de vida. Los que eran pobres son ahora más pobres por los
aumentos tarifarios y por la inflación, que sólo comenzó a ceder en el último
mes.
A Cristina le va mucho mejor que a Macri entre los
sectores más jóvenes de la sociedad. Ayer hubo un contrapunto significativo
entre la multitud del estadio del club Arsenal y la manifestación en Comodoro
Py para pedir la cárcel de todos los ex jerarcas del kirchnerismo, incluida
Cristina. Las dos cosas sucedieron a la misma hora. La concentración en los
tribunales federales fue menos numerosa que el acto cristinista, pero aquélla
no fue una movilización organizada como sí lo fue la de Cristina. En Arsenal
había muchos jóvenes; en Comodoro Py se destacaban las personas mayores.
Resaltan de ese contraste algunos mensajes. Cristina
trabajó bien un mensaje de mística siempre permeable entre los jóvenes, les
habló (y les habla) de un país imposible, de un paraíso perdido por una
"estafa electoral". La ingenuidad y la inexperiencia hacen creíble lo
inverosímil. A Macri le falta la construcción de un discurso en condiciones de
despertar el interés de los jóvenes no politizados, de mostrar un país posible
y moderno, homologable con el resto del mundo. Raro: la modernidad del macrismo
que pone el énfasis en las redes sociales no logró conquistar a muchos jóvenes,
que son los que más usan las redes sociales. Con todo, el mensaje más
significativo en Comodoro Py fue hacia los jueces: o éstos se deciden a hacer
justicia o gran parte de la sociedad terminará por cuestionarlos más a ellos
que a los ex funcionarios corruptos.
Con gestos a veces de fastidio, que no podía o no
quería disimular, Cristina centró su furioso discurso de ayer en cuestionar la
inflación, los aumentos de tarifas y el desempleo. "El verdadero problema
es el presente y el futuro", dijo. Obvio: si habla del pasado se
encontrará con su propio legado. Cristina dejó una inflación que, en los
últimos meses de su gestión, llegó al 30 por ciento interanual. Las tarifas
subsidiadas, sobre todo a los sectores medios de la sociedad, son protagonistas
esenciales de un monumental déficit fiscal que ni Macri pudo resolver hasta
ahora. El crecimiento del desempleo es cierto, según los últimos datos del
Indec, como es cierto que las promesas de Macri sobre la economía se cumplen en
plazos muy largos y sólo en parte. Los empresarios casi nada han hecho para
resolver el problema de la falta de inversión. Están esperando las elecciones
de octubre, argumentan. ¿Volverán a frecuentar, melosos, a Cristina si ella
gana en la provincia de Buenos Aires? Es probable.
La contradicción más significativa de Cristina está en
la reiteración de la palabra unidad en su discurso. Unidad es parte del nombre
de su nuevo partido. Unidad es lo que pidió ayer para cerrar su perorata. La
realidad es distinta. Sus seguidores salen de sus actos dispuestos a perseguir
disidentes. Ella es la arquitecta de la grieta que un año y medio después de su
adiós sigue dividiendo a sectores importantes de la comunidad argentina. Habló
como si no hubiera sido la presidenta de los discursos violentos y difamatorios
para sus opositores. Como si no hubiera elegido a Ernesto Laclau, el teórico de
la lógica binaria que divide la sociedad en amigos y enemigos, como su
intelectual de cabecera. Como si no hubiera dedicado decenas de cadenas
nacionales a dividir a los argentinos. Como si no fuera Cristina Kirchner.