Luis Orea Campos
Informador Público, 19-3-20
Coronavirus debe ser la
palabra más pronunciada y escrita en un lapso de 60 días en la historia del
mundo. Nadie se priva de poner su granito de arena en el torrente de opiniones,
informes, recomendaciones, predicciones y ocurrencias varias. Podría decirse
que está de moda sino fuera que tendría un tufillo de humor negro poco
apropiado en estos momentos.
Sin embargo, despejando la
paja del trigo en este zaquizamí comunicacional aparecen las líneas maestras
del fenómeno que hoy aflige a la humanidad toda en lo relacionado con su
abordaje.
Por ejemplo, desde el punto
de vista de la política sanitaria es posible identificar un punto clave a tener
en cuenta para la defensa contra esta peste: los cuellos de botella.
Y es sobre ese punto donde
debe enfocarse la acción gubernamental. La enfermedad en sí misma y su
transmisión quizás no sean tan graves pero sí lo es su velocidad y eso es lo
que las autoridades debieron haber tratado en primer lugar al comienzo de la
crisis, pero en rigor de verdad desde el ministro de Salud para abajo y para
arriba demostraron que les falta el timing y la capacidad de decisión y hasta
el sentido común que caracteriza a los verdaderos líderes ante situaciones
catastróficas.
El primer cuello de botella
y principal es la capacidad de detección de infectados porque está directamente
relacionado con la velocidad de propagación del microbio. La ecuación es
sencilla, a mayor velocidad de detección menor velocidad de propagación porque
de inmediato los infectados pasan a cuarentena evitándose el contacto
Por una de las tantas
decisiones equivocadas de las autoridades la detección está concentrada en el
Instituto Malbrán mientras el virus vaga libremente por las ciudades.
El gobierno se niega
férreamente a explicar la razón de esta concentración que favorece la
diseminación viral porque las instalaciones y reactivos del organismo están
lejos de poder procesar en tiempo útil todas las demandas. Si no fuera porque
es exagerado podría decirse que esta inacción de las autoridades en cuanto a
este punto es casi criminal.
La razón de la antedicho es
que la velocidad de propagación tiene que ver con el segundo cuello de botella:
la capacidad de respuesta del sistema sanitario que puede verse rápidamente
colapsado de no atenderse debidamente el primer cuello porque ante la duda las
personas van directamente a la consulta personal dado tampoco funciona
debidamente el número telefónico.
No hay instalaciones ni equipamiento
para responder a la demanda en caso de una propagación agresiva por lo cual de
no frenarse con la detección temprana en breve se llegará a la situación de
Italia donde como se sabe se selecciona quien vive y quien muere. Otro punto
que desnuda la incapacidad de reacción del gobierno actual.
La paralización de las
clases y otras medidas conexas sumadas a las que la población toma por su
cuenta quizás ayudan temporalmente en un contexto climático amigable como el
presente, pero estamos a las puertas del otoño y del invierno donde se
manifestarán los errores o aciertos del esquema de prevención que se implemente
en este momento de la expansión.
Por eso el tercer cuello de
botella y el más grave tiene que ver con la velocidad decisional y la capacidad
ejecutiva de las autoridades que pierden un tiempo precioso en dudas
increíbles, medidas inocuas y hasta contraproducentes y amenazas tan vacuas
como las calles de Roma en este momento.
Todavía se debe estar
escuchando las risas de los empresarios después de las supuestas advertencias
de Alberto con respecto a los precios.
Es que Alberto Fernández no
es el hombre para esta emergencia mundial, no es el líder que ordena, es el
funcionario subordinado que cumple con singular eficacia las órdenes que dan
sus superiores. En su gen político no está el don de mando y de organización.
Cuando durante la segunda
guerra mundial Churchill advirtió que miles de soldados ingleses iban a ser
masacrados por los alemanes en las playas de Dunkerque no dudó un instante en implementar
una operación de salvataje totalmente creativa y audaz que permitió salvar sus
vidas, entre otras genialidades de uno de los personajes más admirados del
siglo XX. No importa a quien se le ocurrió la idea, lo que importa es que el
utilizó su poder para ponerla en marcha inmediatamente.
Al gobierno albertista la
gente dice “Pónganse las pilas” pero es inútil, no se puede correr una carrera
de fórmula uno con un Chevrolet 400 ni las soluciones van a venir por rezarle
al Cura Brochero, aunque en estas circunstancias quizás no sea tan mala idea
teniendo en cuenta todo lo dicho antes.